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—Despierta. —Román menea al chico en la cama, que solo emite un gruñido parecido al de un perro pequeño y se enrosca en su manta como una especie de burrito.
El vampiro lo observa con curiosidad mientras se remueve en la cama, quejándose por lo bajo con sonidos ininteligibles, aunque logra entender un ''maldito vampiro tonto y molesto'' entre los murmullos. Finalmente, Gabriel se calla con un suspiro y parece desinflarse bajo las mantas con él; se queda quieto, cómodo y vuelve a dormirse.
—Despierta. —repite el vampiro, ahora tirando de las mantas bruscamente para destapar al chico, solo que por culpa del gesto el muchacho rueda fuera de la cama y cae golpeándose la cabeza.
Escucha un grito de dolor y una maldición, después se asoma para comprobar si el chico está bien y tiene que mover un poco la cabeza porque una daga de esas con las que Gabriel duerme por seguridad sale disparada con dirección a su frente. La escucha incrustarse en el techo. Espera que eso no sea un problema para el casero, aunque tampoco le importa demasiado. Para él los problemas con humanos son fáciles, si alguien le molesta se lo puede comer y ya está, pierde un problema y el hambre, así que le parece muy eficiente su forma de lidiar con los conflictos, aunque ahora Gabriel le tiene a dieta. Tampoco se queja, su sangre está deliciosa. Con él comer se ha convertido de nuevo en un espectáculo de glóbulos rojos danzando en su lengua, haciendo arte mientras bajan por su cuello y convirtiendo su cuerpo en un receptáculo del éxtasis y lo agradece demasiado, sobre todo después de siglos acostumbrado a que comer sea tragar rápido y no pensar en el sabor, como quien toma un medicamento.
—¿¡Qué mierda sucede!? —grita el chico levantándose del suelo y volviendo a tumbarse en la cama cuando se tambalea.
—Leoren —informa el otro, ganándose la atención del muchachito. —quiere que nos veamos la noche del viernes. Antes de las dos de la madrugada del sábado.
—Bien, tengo algunas cosas que hablar con esa bruja, como por ejemplo dejarle claro que dejarme K.O. con un hechizo no es muy amable por su parte. Ah, y más vale que esta vez me diga donde mierda está el tío ese, Herr.
Román niega, pero no quiere formar una nueva pelea, solo suelta un leve:
—No te lo dirá, no es seguro que vayas solo. —Gabriel solo chasquea la lengua al oírle, antes de que acabe la frase.
—¿Desde cuando me importa mi seguridad? —pregunta con ironía, levantándose para recuperar su daga. La busca con la mirada y bufa al verla en el techo. —Te —da un salto, intentando alanzar el mango de la daga. —recuerdo —otro salto —que soy —y otro más, desde la punta de sus dedos y sin llegar ni a rozar el objeto. —un cazador —aterriza al suelo, con las manos vacías y una mueca de ira —¡Maldita sea! Baja aquí techo de mierda ¿Quieres pelea? —pregunta con el ceño fruncido y amenazando con su puño al gotelé sobre su cabeza.
El vampiro lo mira con curiosidad, pone sus manos bajo las axilas del chico y lo levanta como a un niño.
—Yo te prometí que te protegería y no soy ningún mentiroso, así que a mí sí me importa. —explica mientras eleva al muchacho hasta que está suficientemente cerca para coger el arma.
Gabriel solo se pone de color rojo furioso como una luz de navidad y se cruza de brazos, negándose a dejar que el vampiro le ayude de forma tan denigrante. Es entonces que el chico hace un movimiento rápido, muerde la muñeca del hombre y este le suelta de golpe por el susto. Gabriel cae sobre sus pies perfectamente, como un ágil minino, y le mira con el ceño fruncido.
—No vuelvas a hacer eso. —le gruñe, alejándose a por una silla.
Entra de nuevo con el asiento, lo coloca bajo el arma incrustada en el techo y se sube a este para poder alcanzarla.
—¿Ves? Puedo hacerlo solito. —dice, guardando el arma en su cintura de nuevo.
El vampiro solo lo mira con una ceja alzada y algunas dudas, él solo trataba de ayudar, no entiende por qué Gabriel se siente molesto. Bueno, él está molesto todo el día, es su forma de ser, está en su sangre -igual que un extraño sabor dulzón-, pero se pone todavía más irritable cuando Román trata de ayudarle y se pregunta ¿No es eso lo que los compañeros hacen? Ambos son compañeros en esa misión, fue el humano mismo quien lo propuso -aunque quizá fue prácticamente bajo amenaza de muerte- y además se supone que Gabriel está acostumbrado al trabajo en equipo dentro de la organización ¿No? De todos modos, Román sabe que si le han enviado a esa misión es que colaborar con los demás no es su fuerte.
—Por cierto —dice Gabriel volviendo a asomarse a la habitación. —tenemos que hacer un plan para cuando sepa donde está Herr, aunque tú no vengas no estaría mal que me ayudases a pensar en qué hacer.
Román le sigue hasta el comedor, donde el chico ha servido su plato de no se qué descongelado del microondas, algo que hace a Román agradecer que no pueda tomar comida humana.
—Tú tampoco irás. —murmura claramente, sentándose frente al chico.
Este lo mira mal y directamente a los ojos mientras apuñala lo que parece ser una hamburguesa y Román no podría sentirse menos intimidado.
—Di eso de nuevo. —le reta, apuñalando de nuevo el pedazo de carne más en un intento de triturarlo que de cortarlo en pedazos.
—He dicho que no irás, podría matarte.
—¡Y los vampiros también y llevo desde pequeño luchando contra ellos! —Gabriel incluso pone los ojos en blanco mientras vocifera, es exhausto conversar con Román, el tipo de seco y cabezón, cada una de sus aportaciones es como un yunque cayendo directamente en la cabeza de Gabriel, que está acostumbrado a poder hacer oídos sordos a las órdenes e ir por su lado.
—Pero entonces trabajabas con otros cazadores.
—Nah, solo les mandaba a la mierda e iba a mi rollo. —explica el muchacho con la boca llena y pocos modales.
Román suspira.
—Quizá podías mangonearles a ellos, pero a mí te aseguro que no.
—¡Ja! Eso tendremos que verlo. —dice apuntándole con el cuchillo redondeado y tragando su comida. —De todos modos, ayúdame a planear como quitarle sangre a Herr cuando me escape de tus tontas órdenes y vaya a hacer lo que me da la gana.
—Ah, espero que Leoren te ayude a entrar en razón. O te deje inconsciente con otro hechizo, me da un poco igual. —responde el otro, encogiéndose de hombros.
—Así que no vas a ayudarme...
—No, no te ayudaré a formar un plan contra mis órdenes, es ridículo ¿Puede tu cabecita de humano entender eso? —se burla Román con una leve sonrisa en sus labios, son carnosos y al separarse mostrando sus colmillos hacen que Gabriel sienta un escalofrío, recordando la forma en que le besó el cuello como un amante la última vez que le mordió.
—Habló el vampiro que se alía con un cazador para que le ayude a suicidarse, no eres precisamente el rey de la lógica. —Gabriel asesta su contraataque con una sonrisa fingidamente inocente y un coqueto batir de pestañas, después sigue comiendo tranquilamente, sintiéndose victorioso.
—Si quieres hablar de lógica deberías preguntarte por qué gemiste tanto la última vez que te mordí, se supone que me odias ¿No?
Tan pronto como dice eso, Román recibe una lluvia de pedacitos de carne ensalivados y a medio masticar que Gabriel escupe como un aspersor por el sobresalto que sus palabras causan. El chico se pone rojo como un tomate y mira a otro lado, restriega la salsa que le gotea por la boca con una servilleta mientras el vampiro trata de no levantarse, tomar lo que queda de la hamburguesa y pegarle en la cara a Gabriel con ella hasta dejarlo irreconocible. En vez de eso toma un papel él también y trata de limpiar la asquerosa lluvia de comida que tiene en la cara y enredada en su largo pelo negro. Después disfruta de lo nervioso que ha puesto al muchacho con solo unas palabras y la dosis suficiente de verdad en ellas.
—¡No fue por el mordisco! F-Fue por lo otro, esas cosas ¡Es tu culpa! En primer lugar ¿Qué clase de vampiro toca así la piel de su víctima, eh? Eres un pervertido.
—Bueno —recapacita el otro, torciendo su boca y mirando a un lado en un gesto pensativo. —supongo que tienes razón —concluye en tono tranquilo, haciendo que Gabriel le mire entre la emoción de haber vencido su cabezonería y el recelo —con la comida no se juega.
Cuando el vampiro sonríe después de decir eso, Gabriel tiene tantas ganas de escupirle otra hamburguesa a la cara para que se le baje la chulería que se plantea seriamente ir muy rápido a calentar otra en el microondas, masticarla a tiempo récord y volver a convertirse en un aspersor humano. Finalmente solo aporrea la mesa con el puño y grita:
—¡No me llames comida!
—Entonces la próxima que vaya a morderte lucha y no seas tan fácil de comer como una hamburguesa precalentada.
¿Le acaba de guiñar un maldito ojo? Gabriel no está seguro de si lo ha hecho pero juraría que sí y él, en respuesta, ha obtenido un tic nervioso en su ceja ¡Román le pone a cien! Y no en el buen sentido...
—Voy a hacer hamburguesas contigo y ya veremos quien es la comida aquí. —amenaza Gabriel, levantándose de golpe para ir a dejar su plato en el fregadero.
—Si me cortas un pedazo de carne se regenera rápido, así que técnicamente podrías hacer hamburguesas conmigo si quieres.
—No me hagas vomitar. —farfulla el otro desde la cocina.
Román tiene un maldito problema con ser demasiado literal a veces, y con ser un cínico. Y con no recordar por qué no debería ir por ahí asesinando a gente aleatoria. Y con amar demasiado ser sarcástico y hacer rabiar a Gabriel. Y con querer morir, pero no poder. Resumámoslo en que Román tiene muchos problemas y todos estresan a Gabriel hasta sacarlo de sus casillas.
—Seguro que estaría deliciosa.
—Haré albóndigas con tus huevos si no dejas de decir tonterías. —le riñe Gabriel mientras pasa un trapo por la mesa mientras el otro solo se apoya en esta con el codo sin apartarse para dejarle limpiar.
—Otra delicatessen, seguro que quieres probarla. —se ríe nuevamente.
Y Gabriel ya ha tenido suficiente, va a iniciar una pelea. Eso le gusta y a la vez no, de todos su compañeros de trabajo Román es con el que más se vuelve loco, pero también es con el único con él que puede llegar a los puños y puñales sin que ningún jefe moralista venga a decirle que no se qué está mal y que no sé cuantos es inapropiado. Román es a la vez una mezcla entre una bolsa de boxeo y una bomba, puede golpearle todo lo que quiera, pero si hace algo mal ¡Boom! Le morderá. La idea no le agrada, pero tiene muchas, muchas ganas de pegarle un puñetazo en la cara.
—¡Oh, ahí vamos de nuevo! —Ríe el hombre, esquivando uno de los cuchillos redondeados que Gabriel ha usado para comer su hamburguesa.
Lo lanza suficientemente fuerte para que se quede hundido en el sofá y el vampiro ríe por ello, apariendo justo detrás del chico para asustarlo y empezar de nuevo una pelea de esas que tanto le divierten.
—¡Bu! —se burla, cogiéndole por los hombros, pero el chico no parece sorprendido para nada.
Gabriel da un enorme salto hacia detrás, con su cabeza chocando con la barbilla del hombre y el golpe resonando en su cráneo y atontando al vampiro unos segundos. Se voltea rápido, liberado por fin de sus garras, y patea su abdomen endurecido con la fuerza suficiente para hacerlo trastabillar hacia atrás.
—¡Bu, imbécil! —le imita el muchacho con su respiración agitada y una sonrisa en el rostro.
Cuando el vampiro está firme y en pie de nuevo, Gabriel ya ha alcanzado su bota y, en ella, su fiel pistola.
—Ah, con esa me disparaste la primera vez. —sonríe el vampiro, casi con melancolía, viendo el cañón apuntarle al pecho y el brazo rígido del chico, que empuña su propio cuerpo como un arma y su arma como el cuerpo propio.
—¡Y espero que siente tan bien como entonces, vampiro idiota!
Aprieta el gatillo y el arma menea su mano como un apretón ardiente, un pacto con la muerte. La bala sale disparada y lo siguiente que ve es al vampiro con una mano sobre el pecho y cara de dolor.
—¡Ja! Ha sido fácil. —se burla, soplando el humo claro que sale del cañón del arma y lanzándola a donde quiera que sea. Humillar a Román tiene un toque demasiado divertido.
—Sí... —susurra el otro, con voz ronca. Aleja el puño que tiene sobre el pecho, se lo muestra a Gabriel y abre su mano. —Ha sido fácil. —ve la bala en la palma del hombre, aplastada por sus dedos y sin una gota de sangre.
Un parpadeo después y la bala está en el suelo, junto a su pistola.
—¡Mierda! —chilla, riñéndose a sí mismo por ser tan confiado y chulo, pero es demasiado tarde.
Se trata de lanzar hacia la pistola, pero Román le toma antes de la cintura y como si fuese un ligero bailarín lo alza en el aire. La coreografía se vuelve más violenta cuando lo impulsa y el chico cae de espaldas sobre la mesa de madera donde minutos antes él estaba tomando su comida. Presupone que ahora es el turno de Román.
—Ah, mi favorito. —ríe el vampiro, frotándose las manos mientras se acerca al muchacho.
Gabriel no puede levantarse, el golpe ha sido tan seco, tan repentino, que no ha tenido tiempo a tratar de amortiguarlo. Se ha dado con la parte posterior de la cabeza y sus escápulas se han retorcido de dolor, su columna ha parado el golpe y después ha escupido la horrible sensación a todas las partes de su cuerpo.
—M-Muy gracioso, imbécil. —se queja el otro, tratando de voltearse sobre la superficie para caer al suelo y arrastrarse hacia su arma, pero el vampiro le toma de los hombros y vuelve a clavarlo en su posición. —¡Au!
Román le voltea el rostro, revelando el cuello amoratado del chico.
—Las últimas veces que te mordí no te curé. —piensa en voz alta, rascándose la barbilla mientras Gabriel se retuerce bajo el tacto de unos dedos que rodean sus heridas. —¿Te duele mucho?
—N-No, me hace cosquillas ¿Tú que crees hijo de perr¡AH! ¡Deja de tocar las heridas! —Gabriel le da un manotazo cuando el otro presiona directamente con sus dedos en la herida, haciéndole sentir pequeñas agujas ahondando en su piel.
—Te morderé y te curaré cuando haya terminado ¿Si? Solo tienes que beber mi sangre.
—Y una mierda. —dice el chico, logrando incorporarse hasta quedar sentado en la orilla de la mesa. Entonces toma su cabello y lo aparta del cuello, gira el rostro y con una mueca de enfado dice. —Solo muérdeme y ya está, no necesito beber sangre como si fuese una sanguijuela.
El vampiro deja ir una pequeña risa que a Gabriel le escama la piel, entonces rodea la mesa, en vez de tumbarlo como usualmente hace para morderle, y se pone en frente suyo. Román es tan grande y hermoso que en momentos como ese Gabriel puede entender por qué tantos han caído en sus colmillos incluso después de verlo. Es...
<<Hipnótico>>
Con su cuerpo voluminoso y lleno de fuerza, su cabello suave, su rostro de facciones angulosas y afiladas, talladas con espada. Sin una sola arruga, cicatriz o muestra de que ese cuerpo está vivo y morirá algún día. Parece de piedra, la forma en que su frío calienta, en su cuerpo resplandece, en que se acerca sin que puedas saber cómo o cuando se ha movido, sin escuchar sus pasos, su respiración, sin ver sus parpadeos o sin atisbar cuando su rostro dejó de ser estoico para dibujar en sus labios una sonrisa, para mostrar colmillos, para lamerlos. Se mueve lento, como a fotogramas, y Gabriel se siente espectador de una danza, como un bailarín, Román hace fluir por su cuerpo movimientos elegantes, inhumanos, en lo que Gabriel siente que se pierde algo, da igual cuanto mire, cuanto se fije, cuantas veces repita el movimiento; hay algo tras él, oculto, bajo su piel, bajo su sombra, algo huidizo y mágico. Sabe que es por lo que Román es, que esa clase de seducción sin nombre le viene desde la tumba y no desde la cuna, pero no es capaz de resistirse y no perderse en ella.
Se ahoga en sus profundos hoyuelos cuando sonríe, se ciega en su piel nívea, se hunde en sus pupilas finas como agujas pero profundas como el abismo, se quema en el fuego de sus labios, de sus iris, se enreda en las pestañas frondosas que se baten con gracilidad en cada parpadeo. Es mágica incluso la forma en que dobla sus dedos para recoger su cabello tras la oreja, es mágica la onda de su melena cuando la aparta tras su hombro, el brillo de sus uñas cuando ve su mano acercarse, posarse sobre su muslo pequeño, pero musculoso.
Gabriel pierde el aliento, se lo roban. Expira después de largos minutos -¿Acaso no ha sido una eternidad?- y parpadea rápido, dándose cuenta de que ha vuelto a perderse en los encantos del otro. De hecho, ya ni siquiera le estaba mirando, solo pensando en él, porque su rostro no está frente a sus ojos, está <<En mi cuello.>>
—¡Ah, joder! —grita como un condenado cuando los dientes se clavan sacándolo de su trance.
Es como si le arrancasen las alas con las que ha subido al edén por ver su belleza, como las masticase un demonio cruel y las escupiese al infierno en el que ahora cae.
Román sonríe contra la piel ensangrentada, retira sus dos filos y lame ávidamente, nota que el otro muerde su labio tratando de contener el dolor transmutado en sonidos por su garganta. Ríe bajo, con el sonido vibrando en la piel herida del otro.
Pega sus labios al cuello del muchacho y chupa cerrando los ojos, dejando que todos sus sentidos se apaguen y que solo el dulce sabor de la sangre sustente su realidad. Es magnífico, como una chispa de electricidad recorriéndolo, reanimándolo, como volver a la vida, como morir y renacer, como ser humano de nuevo. No recuerda lo que se sentía cuando fue humano, pero cuando la sangre se desliza copiosamente por su garganta y nota los latidos de Gabriel débiles, advirtiéndole de que debe parar, de que su placer líquido se termina, en esos momentos quiere llorar, aferrarse a la mordida, suplicar por unas gotas más. Se siente desesperado y magnánimo a la vez, se siente Dios y cordero, tan lleno de su elixir, pero tan hambriento por más.
Tan contradictorio. Y así es como él piensa que se sienten los humanos, contradictorios.
—Ugh, que mareo. —se queja Gabriel cuando el otro se aparta de su cuello. La cabeza del chico se bambolea sobre su cuello y termina cayendo en el hombro del vampiro.
Sus brazos están flácidos a los lados de su cuerpo y su espalda empieza a curvarse mientras se desliza, cayéndose. Román lo toma con firmeza, lo deja apoyado sobre su hombro y acaricia la hipérbole de su espalda con un par de dedos, notando el temblor de un escalofrío que sus yemas llevan a la piel del otro. Después besa su herida.
—Para de hacer esas cosas... —se queja el chico en un murmullo, apenas pudiendo contener lo mucho que su voz se desafina y relaja por el ósculo.
—Solo quiero hacer que tu piel se sienta bien —sisea el otro con leves sonrisas. —abre la boca, necesitas que la herida se cierre, estás sangrando mucho.
Gabriel trabaja duro para despegar sus párpados y ver frente a él un par de dedos llenos de sangre. Intuye que Román se los habrá mordido y que las heridas han sanado en lo que él trataba de no dormirse. Su vista está turbia, su respuesta clara.
—No —sentencia, e intenta apartar la mano que le ofrece el pecado con la suya, pero está tan débil que apenas se desliza con un movimiento flojo en el aire y cae como una piedra. —no quiero eso. No pienso beber sangre para vivir como... como...
—¿Cómo yo?
Gabriel aparta la mirada, Román sostiene la suya. Tan roja, tan prohibida. Gabriel se pregunta si su nombre real es Adán. Muerde su labio, su labio rojo, y cierra los ojos mientras el cuello le palpita con toda esa sangre chorreando. Tan roja, tiñendo el suelo. Cierra los ojos y solo ve rojo.
Rojo. Sabe a sangre.
<<¿Cuándo?>>
Su lengua ya está recorriendo hábilmente las dos falanges, su boca apegadas a los dedos con una fuerte succión y sus labios tomando más y más de Román hasta hacer desaparecer la sangre en su boca, hasta que no quede ni una gota. Se despega de golpe, empujándolo, su pecho sube y baja tan deprisa, su respiración parece descontrolada y entonces.
<<Vivo. Estoy vivo.>>
Le recorre una ráfaga de viento helado y ardiente, un huracán, una vorágine de sensaciones que le dejan suave, pero firme, contradictorio. Vivo. Se siente vivo. Lleva su mano al cuello y nota la piel tersa y sana, sin punzada de dolor alguna bajo su caricia, está curado.
—Nunca he esnifado cocaína, pero, joder, beber tu sangre ha sido como meterse una raya.
—Es lo que sucede. —explica el hombre con una pequeña risa al ver como el pequeño chico baja de la mesa y mira su cuerpo alucinado, como si fuese nuevo, y empieza a saltar en su sitio y mover los brazos y actuar como un colibrí. —La sangre de vampiro vitaliza, en grandes dosis primero mata, de ahí que los vampiros seamos muertos vivientes, pero en pequeñas dosis hace que los humanos, bueno, os quedéis así. —ríe de nuevo al ver al chico correr en círculos alrededor de la mesa de la cocina —Da mucha energía y cura si estáis heridos, pero dependiendo de la herida y de la cantidad de sangre ingerida la energía se acaba rápido y de golpe. A ti no debe quedarte mucho para...
—¿Para qué? —pregunta con voz aguda, entonces se queda parado en su sitio, pone los ojos en blanco y se desploma contra el suelo. Todo en menos de cinco segundos.
—Para eso mismo.
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