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Despierto y al abrir los ojos no me espera nada mejor que la negrura de tenerlos cerrados. Gris. Paredes grises, un techo gris y una puerta gris, sábanas descoloridas y un baño maltrecho a menos de dos metros de la cama.

Una habitación triste y pequeña donde apenas puedo estirarme por completo y donde una ventana sería un milagro. Muchos lo llamarían cárcel, yo me veo obligado a llamarlo hogar desde hace ya seis años.

Deben ser alrededor de las ocho de la noche, es a esa hora, cuando empieza a oscurecer, cuando las bombillas que pende del techo y parpadea de vez en cuando prende. Permanece encendida el resto de la noche, hasta la llegada del amanecer o eso debo creer; son las cosas que he oído de las Madres supervisoras, aunque no certeza de ello. Hace tanto que no veo un amanecer o un ocaso que si saliese me marearía, incapaz de distinguir el cielo del suelo.

Al principio me consolaba imaginando el sol, el aire en mi rostro, los recuerdos bastaban para erizarme la piel con vívidas sensaciones, ahora he olvidado como se siente el mundo exterior. Y aunque salga, quien sabe si volveré a experimentarlo, el mundo ha cambiado en seis años, lo sé, es lo poca información que las Madres nos dan, la información sobre lo que nos espera. Y no es un buen pronóstico: nos espera arrodillarnos a los pies del que sea nuestro comprador y rezar porque nos conserve como su saco de sangre para la eternidad. Y suena horrible hasta que llevas años y años volviéndote loco en una habitación donde cada paso está dado sobre el anterior, donde la luz es siempre amarilla, artificial y horrible y donde lo único que hay por hacer es llorar y suplicar que alguien te saque pronto, incluso si es de camino al maldito infierno.

Ah, pero soy un bobo ¿No lo soy? Me rehúso a pensar el mundo como un infierno, no puedo pensar que los vampiros son demonios. Muertos que no mueren, depredadores que nos comen, amos que nos cosifican, suenan como el mismo satán y, sin embargo, no puedo creerlo.

Cuando la humanidad prácticamente se extinguió por culpa de nuestras estúpidas guerras hui tanto como pude de los vampiros, incluso sabiendo que me atraparían. Y cuando me atraparon no me sorprendí, me sorprendí al ser liberado. La primera vez fui atrapado no como rehén para ser enviado a una casa de crianza y después vendido, sino para ser destinado como comida a vampiros hambrientos que estaban trabajando como cazadores de humanos; en ese momento los vampiros no tenían reparos en matar, no imaginaban cuan pocos mortales quedábamos en el mundo. Cuando me halló uno de los soldados colmilludos recuerdo que simplemente me miró a los ojos y se quedó congelado en el lugar, hipnotizado al ver mis lágrimas cayendo, las lágrimas de un niño huérfano suplicando por seguir en este mundo. Después su compañero gritó a lo lejos, le preguntó si había encontrado algún humano con vida. Tardó lo que me parecieron años en responder, dejando entre la pregunta y su respuesta un silencio tortuoso y una mirada tensa entre nuestros ojos.

Sentí su pupila negra como el abismo clavárseme en lo profundo del alma como un ancla, lo noté bucear en mis miedos, en mis inseguridades e ilusiones, me escrutó el corazón, quizá en busca de pecados, quizá en busca de recuerdos. Nunca sabré lo que sus ojos omnipotentes vieron, pero sé lo que oí después.

<<¡No!>>

Estoy vivo gracias a un vampiro y aunque sea una vida enquistada y triste, es la única que tengo, es todo lo de valor que me queda y él me la regaló. Mis padres no murieron por la sed de sangre de nadie, sino por la sed de poder de los humanos y yo viví a pesar de la sed de sangre de los vampiros.

A veces pienso que nosotros también somos monstruos y que ellos también son humanos.

Y me han llamado idiota una y mil veces, pero sé que muy en el fondo de sus pechos, los corazones siguen sufriendo, amando y viviendo, sino ¿Con qué encontrarían fuerzas para alzarse cada noche los vampiros? La sangre da energía, pero solo el corazón da motivos.

Y creo que son capaces de amar, solo hay que salvarles de su cruel hambre.

Estoy convencido de que no son tan malos y mi sueño es ser comprado por un ángel con dientes de demonio.

La puerta tintinea un poco y doy un pequeño repullo. No suelo sorprenderme, vivo en una rutina cada día desde hace años, pero perdido en mis pensamientos he creído que el tiempo pasaba más lento.

La parte baja de la puerta de abre dejando pasar algo de luz del pasillo y yo me tiro al suelo con la mejilla pegada a él con la ilusión de ver algo en el exterior. Veo zapatos lustrosos de pies gruesos, posiblemente de una Madre, una embrazada. Podría ser cualquiera, las madres de las casas de crianza no son sino humanas que se libran de ser comida y se convierten en máquinas de producir y alimentar humanos.

La Madre carraspea y una bandeja choca contra el suelo de forma sonora, tapándome la visión de los calcetines blandos y apretados y del suelo de madera del pasillo. La mujer da un puntapié ciertamente suave a la bandeja, empujándola varios metros en la habitación, haciendo que casi choque con la pared contraria. Después se oye un chasquido y la puerta vuelve a ser tan gris y a estar tan cerrada como antes.

Miro la bandeja con aburrimiento, siempre lo mismo: un gran vaso de agua turbia y algo que parece un ladrillo. Se supone que esa cosa rocosa tiene todos los nutrientes que necesita un humano para vivir, pero a veces tengo tan poca energía que no puedo morderlo y, aun cuando lo consigo, se me queda atascado en la garganta como una bola de arena.

Sin embargo, quiero vivir, así que hecho mano al sólido bloque y le doy el primer bocado; se me frunce el ceño por instinto, entonces bebo un largo trago de agua, lo dejo reposar en la boca, disolviendo la comida que apenas lo parece, después trago con dificultad y reposo. Cada mordisco es una pequeña tortura.

Si se tratase de un día normal ahora no me quedaría más que esperar a las duchas, que suelen ser por grupos y me permiten una bendita hora de interacción con los otros humanos, quizá también el examen semanal, donde se comprueba nuestra salud y, gracias a ello, tenemos casi la mitad del día ocupado con la compañía los unos de los otros, y finalmente el gran apagón de la bombilla que indica el fin de una jornada y advierte que mañana habrá una igual.

Aquí las sorpresas son una especie en peligro de extinción y de tan escasas que son, cuando aparecen, uno las atesora como el mayor botín. Quizá por eso hoy estoy tan emocionado, no es un día normal, para bien o para mal, pero en ambos casos no puedo dejar de temblar y sacudirme de los nervios.

Hoy es día de exposición. El día en que los humanos somos colocados en fila como productos de alta calidad para ser observados, catados y, como pocas veces sucede, comprados.

Días como estos se dan, como mucho, una vez cada seis meses. Somos pocos los humanos que quedamos con vida y que estamos siendo vendidos como esclavos, en vez de formar parte de las horribles granjas de sangre, quizá apenas unos centenares en el mundo entero, por eso solo estamos a la venta por periodos muy limitados de tiempo y solo una limitada parte de la población vampira puede comprarnos: los poderosos.

Los escalofríos corretean con pequeñas patas desde mi espina dorsal hasta la base de mi nuca, lanzando pensamientos aterradores a mi mente. Y pese al miedo que esa idea me genera (a mí y a cualquier mortal con dos dedos de frente), estoy emocionado como cuando de pequeño llegaba a casa de la escuela con prisas, sabiendo que me aguardaba una fiesta sorpresa de cumpleaños. Entonces estaba feliz, ahora no podría decirse que lo estoy, hace años olvide ese sentimiento, murió en la guerra junto a la gran mayoría de nosotros, más bien me hallo ansioso. Ansioso por salir, por recorrer los pasillos, por atisbar de lejos, aunque sea una ventana abierta, ansioso por dejar esta habitación gris que parece estrecharse poco a poco y pegarse a mí como una maldición, ansioso por andar y alejarme un poco, por tener esa engañosa y dulce sensación de que me escapo.

Y por ver a mis compañeros, los demás jóvenes y niños que me acompañarán en mi viaje a las habitaciones que hay fuera de esta celda. Mis amigos, aunque no los conozca en lo más mínimo, porque son lo más cercano que tengo a un amigo. Necesito verlos, llorar con ellos, recordar que en mi horrible soledad no estoy solo.

Dos golpes estremecedores suenan desde la puerta, sé que son las Madres Supervisoras anunciando la ducha. Desde que suenan los primeros golpes tenemos exactamente cinco minutos para desnudarnos, de lo contrario somos arrojados al agua vestidos y debemos quedarnos vistiendo las prendas húmedas hasta la próxima ducha y no suena tan horrible hasta que te sucede y te resfrías en un lugar como este donde la escasa comida y el horrible aburrimiento hacen que un poco de congestión parezca el fin del mundo.

He visto a gente morir por menos, no quiero arriesgarme a ponerme enfermo de nuevo así que con el corazón en un puño y contando los segundos internamente me deshago de mis prendas y las dejo dobladas sobre la cama. Llevo siempre una camiseta de manga corta y un pantalón largo, la tela es delgada, color gris a tono con toda la habitación y el forro interno pica en la piel, pero es mejor que andar desvestido todo el día y pasar frío.

La Madre Supervisora abre entonces la puerta de golpe y mirándome fríamente me agarra del brazo y tira de mí. Tiene una fuerza brutal, su brazo regordete tira del mío con la facilidad con la que asiría un muñeco y pronto me tiene dando tumbos por los pasillos.

Sin embargo el color marrón claro del suelo y el beige de las paredes me hacen sentir bien, son tan luminosos... como el sol. Salir es como ver amanecer: hermoso. La Madre murmura algo que no puedo entender y sigue arrastrándome con más prisas, posiblemente porque el día de la exposición las cosas deben estar perfectamente preparadas. Yo simplemente me dejo llevar por sus tirones y me deleito con estar en ese pasillo que se siente como un libre espacio abierto.

Querría tanto ponerme a correr y salir de ahí, ojalá alguien me rescate de este agujero gris y frío.

Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando me arroja dentro de las duchas, caigo de culo en las baldosas y miro a mi alrededor. Las Madres deben tener prisa pues ahora no nos ducharan por grupos ni por tandas, estamos todos apretujados en las duchas.

Duchas... ni siquiera deberían llamarse así, son una habitación sin separadores con desagües en el suelo y nada más. Ni siquiera hay espejos.

La madre sostiene la gruesa manguera cuando acaban de arrojar a un par de niñas y entonces el agua jabonosa y fría sale a presión golpeando nuestros cuerpos dolorosamente. Da un par de vueltas por el grupo de humanos, asegurándose de que nos está enjabonando a todos y cuando han pasado un par de minutos pasa a la manguera de aclarado. El agua fría golpea mi cuerpo y el de mis compañeros y escucho a los niños llorar, yo solo pongo la espalda, asustando de recibir otro ojo morado por un chorro de agua a presión en la cara, y me abrazo a mí mismo tratando de combatir el frío.

El agua sale tan helada y tan fuerte que da la sensación de que te atraviesa la piel y te hiela los huesos.

Respira, Tomás, respira.

Es como si los pulmones se me llenasen de escarcha, el hielo los recubre y no puedo tomar aire, los carámbanos punzan y no puedo exhalarlo.

Respira, respira despacio...

El agua se detiene, estoy mucho mejor. La Madre supervisora que me trajo vuelve a agarrarme del brazo mientras otras toman a chicos y chicas distintos y se los llevan por los pasillos que se ramifican a partir de esta sala. Vuelvo a ser arrastrado por el mismo camino del que vine, solo que ahora no puedo fijarme en lo bonitos que son los colores más allá del blanco y el negro, solo puedo tropezarme con mis propios pies torpes por el entumecimiento y sentir que los dientes me castañean tan fuerte que me explotará la cabeza.

La madre me arroja dentro de mi celda de nuevo y me cubro la cabeza, el lugar es pequeño y ya sé que al caer sobre el suelo y cabeza siempre da contra la cama. Mis nudillos se resienten cuando chocan con la pata metálica de la cama y doy un grito, después una toalla pequeña es arrojada sobre mí y oigo un portazo.

De nuevo solo en este horrible lugar. Pero hoy saldré de nuevo y estoy nervioso, demasiado nervioso. ¿Y si soy comprado?

Dios mío ¿Y si no? Me pudriré en este horrible lugar, echaré raíces en este tiesto de paredes que aprietan, la piel se me pondrá grisácea como la ceniza y me convertiré en un montón de polvo, los ojos se me llenarán de nubarrones y la tormenta no se acabará jamás. Si no salgo de aquí ¿Qué será de mí? Me quedaré hasta volverme loco, me quedaré hasta perderme a mí mismo.

Dios, si existes, por favor, envía a un ángel a por mí.

Pero ¿Y si me compran? He oído mil atrocidades y aún no soy capaz de imaginar la mitad de las cosas de las que los vampiros son capaces. ¿Seré capaz de toparme, otra vez, con un vampiro tan humano? No tengo buena suerte, ningún humano la ha tenido desde la guerra, pero mi corazón se siente cálido cuando recuerdo a aquel vampiro. Tan tranquilo... me sosiego con pensar en su voz y algo me dice que si alguien me saca de aquí será alguien como él.

Al fin y al cabo, todos los vampiros son humanos.

Paso la áspera toalla por mi cuerpo, frotando hasta que me siento más seco y cálido aunque mi piel queda algo enrojecida y llena de pequeñas raspaduras. Apenas tengo tiempo de suspirar hasta que oído dos estruendosos golpes en la puerta otra vez, ahora no advierten de la ducha, sino de la exposición.

Y por rutina sé muy bien lo que hay que hacer. Paso la toalla por mi pelo y froto enérgicamente para asegurarme de que no goteará, entonces me pongo a un par de pasos de la puerta y me arrodillo de espaldas, dejando mis manos en la parte de atrás y agachando la cabeza.

La puerta se abre. Suspiro. Odio esta parte de las exposiciones casi tanto como cuando soy observado como ganado. Sin embargo, no soy nadie, no soy nada como para alzar mi voz y pedir que se me trate con respeto. En este mundo de inmortales quienes no lo somos no tenemos ni un solo derecho. Ni siquiera el derecho a vivir, nuestra propia vida es una deuda que debemos pagar con obediencia.

La Madre supervisora abre la puerta y se arrodilla detrás de mí, colocándome las ataduras de metal en las manos y los pies. Se cierran con un chasquido que me hace sobresaltarme y tras el horrible sonido el frío y la rigidez me abrazan las muñecas y los tobillos. Las extrañas esposas son muy angostas y los huesos de mis articulaciones duelen cuando chocan con el metal, es increíblemente incómodo. Trago saliva, pero mi nuez se ve apretada cuando me colocan el collar de metal, noto que me ahogo.

La Madre supervisora tira de la cadena que une mis pies con mis manos y estas con mi garganta, avisándome de que me ponga en pie. Tratando de no perder el equilibro y con las piernas hechas gelatina me incorporo y la sigo con diminutos pasos.

Salgo de la habitación de nuevo y eso es suficiente para hacerme sonreír, una oportunidad así no se dará hasta dentro de un año quizás. Ah, avanzamos por un pasillo nuevo ¡Qué emoción! La exposición de este año se dará en un lugar diferente al de los otros años ¡Veré habitaciones nuevas! Es tan genial, me siento como un niño explorando el jardín de su casa por primera vez.

Es tan emocionante, ojalá al final de mi aventura no me aguardasen criaturas sedientas de sangre o un camino de vuelta a mi horrible rutina.

Sigo andando como un pingüino, cosa que parece exasperar a la redondeada mujer que tira de mi correa casi haciéndome tropezar y caer de vez en cuando. Pero eso no logra bajarme los ánimos, el nuevo pasillo tiene luces más blanquecinas y las paredes son amarillas y muy brillantes, algunos cuadros cuelgan de ellas ¡Paisajes! Veo frutas colgando de ramas, árboles alzándose pese a su retorcido tronco y olas chocando contra el mismo lienzo, es tan bonito. Ojalá ver el mundo de nuevo.

Entramos en una enorme sala redonda que me deja congelado. Es el espacio más grande que he visto en seis años, el suelo está cubierto por una extensísima alfombra de color vino y las paredes son de caoba oscura mientras el techo es algo más claro y de él pende una enorme lampara que alumbra la estancia como un sol. Siento que me tiemblan tanto las piernas que podría ahora mismo caer sobre mis rodillas y rezar, porque estar aquí ahora es un milagro.

El lugar está vacío principalmente a excepción de dos sofás de piel oscuros colocados cada uno en una esquina de la parte del fondo, adelante hay una pequeña mesa donde una chica con coleta toma un teléfono entre su oreja y su hombro y tecla con sus manos en un pequeño ordenador.

La recepción, estamos en la recepción y eso significa que las enormes puertas de madera tallada que hay al fondo dirigen al exterior.

Mi corazón bombea rápido, la Madre da un enorme tirón y yo me tambaleo. No sé cómo no he acabado en el suelo, pero la sacudida me despierta y aunque sigo creyendo que todo es un sueño, la sigo. Me hace arrodillarme en medio de la sala y justo entonces otros chicos y chicas desnudos y encadenados entran y se ponen a mi lado formando una hilera no logra llegar a la pared.

Algunos a mi lado sollozan, desesperados por no poder huir de su posible destino como mascota, pero casi todos tienen la vista perdida en el suelo y apagada. Han perdido la esperanza y con ella siempre se pierde la vida. Son meros cascarones vacíos y temo que sean mi futuro.

—¡Bajad la cabeza! —grita la rasposa voz de una de las mujeres.

Atendiendo a su alarido todos obedecemos y bajamos los ojos al suelo. Sabemos que solo los vampiros pueden mirar a los vampiros a la cara, así como solo estos pueden llamarse entre ellos por sus nombres, nosotros no tenemos ese lujo.

Mi cadena tintinea en el suelo y es entonces cuando me doy cuenta de que estoy temblando. Cierro los ojos unos segundos, tratando de sosegarme. El paseo por el pasillo y la visita a esta gigantesca sala ha sido genial, pero ahora viene la parte no tan divertida: la verdadera exposición. Veo la alfombra llena de pequeñas fibras mullidas y trato de concentrarme en eso en vez de pensar en lo aterradores que son los vampiros. Llego a mis rodillas dobladas y redondas, subo por mis muslos de color apagado, pero lechoso y me detengo antes de ver mi propia intimidad. La desnudez, incluso después de tantísimo tiempo, me sigue poniendo muy nervioso.

La recepcionista corretea hacia la puerta haciendo repiquetear los tacones, la alfombra amortigua el sonido, pero sus afilados zapatos logran llenar el lugar de unos golpecitos que parecen un corazón como el nuestro, acelerado.

Las puertas se abren apenas unos instantes y puedo oír murmullos de voces imponentes y ver cientos de sombras prolongadas danzar en el suelo, entrando, observando. Las madres corren a ponerse en fila, ellas son más bajas que los vampiros pues son jóvenes y no han podido crecer bien, así que, aunque mantenga la cabeza baja puedo ver lo que hacen. Todas hablan apresuradamente, pero con suma educación, explicando a los vampiros los productos que tienen para ellos. Después se los muestran, nos señalan.

Un último vampiro entra y hace que las Madres se queden aturdidas un momento, después recogen sus faldas y se arrodillan en el suelo en vez de simplemente saludar con una leve reverencia.

Es la primera vez que veo a una Madre supervisora arrodillarse, pero sé lo que significa. Significa que entre los aterradores vampiros comunes que llenan la sala de preocupaciones y presencias sombrías, que entre esas bestias asesinas que podrían acabar con todos nosotros en un parpadeo hay una incluso peor: un vampiro semi puro. Un descendiente directo de la primera línea de vampiros creados por los primeros, una criatura tan lejana al hombre como el mismo Dios, capaz de cazar a vampiros comunes como si fuesen humanos y a humanos como si fuésemos absolutamente nada.

Un semi puro ¿Cómo será esa extraña y grandiosa criatura? Uno no tiene casi nunca la oportunidad de ver algo así, algo tan increíble. Mis ojos me traicionan y mi corazón me dice que será solo un instante, un vistazo rápido. La curiosidad alimenta tal excusa y subo la mirada, pero entonces no soy capaz de bajar.

Oh, por todos los Dioses ¿Qué manos divinas han podido crear semejante cosa? ¿Qué Dios se ha volcado en algo tan divino, tan perfecto que podría superarle? Si Adán no pudo rozar los dedos de su creador esta criatura le estrechó la mano y lo despachó para ocupar su lugar en el cielo.

Tan hermoso, un querubín y un guerrero al mismo tiempo, la proporción perfecta entre la bestialidad y la elegancia. Lo primero que veo es su cuerpo, viste de negro y el oscuro color abraza piernas anchas y largas, una cintura estrecha y unos hombros anchos y varoniles, así como unos brazos fuertes, cruzados frente al pecho. Sus proporciones son intimidantes y a la par hermosas, pero cuando llego a su rostro no puedo contener una pequeña exclamación.

Su tez es pálida, tal como una máscara, y su rostro anguloso está lleno de afiladas facciones que dan la sensación se hacerte sangrar sin necesidad de colmillos. Afilada barbilla, recta mandíbula y nariz fina y, subiendo, finas cejas y ojos rasgados como los de un gato, pero tras las rubias y esponjosas pestañas, tras las hebras doradas de cabello que caen por la frente y cubren como una brumosa cortina los ojos, está lo que más me llama la atención: su mirada.

Una mirada roja perdida en una de las esquinas de la habitación, pero a pesar del conocido color en sus ojos, parecen sangrantes, no sangrientos. Está pensativo mientras yo examino su iris color cereza y temo hundirme en la pequeña pupila. Un rostro tan hermoso y dulce que no puede ser humano, pero en sus ojos veo amargura, un dolor desgarrador, profundo... humano. ¿Será este mi ángel? ¿Mi salvador de colmillos aterradores y manos gentiles? Una criatura con la mirada tan rota no puede ser mala.

Cuando el hombre ve de soslayo que le miro clava sus ojos en los míos y me siento incapaz de apartar la vista de él, como si me hubiese atrapado. Parpadea y sonríe y como si tras el telón de los párpados los actores hubiesen cambiado ya no veo en sus ojos lo mismo que antes ¿Y la humanidad? ¿Acaso me he confundido? ¿Me la he imaginado porque es lo que quería ver? Ahora solo distingo un rojo sanguinario lleno de deseo y crueldad, un rojo infernal que me hace temblar el cuerpo entero mientras se me acerca con pasos lentos, sonriendo de forma que los colmillos se muestran sin pudor.

—¡La mirada al suelo, pedazo de idiota! —vocifera una de las Madres corriendo con urgencia hacia mí.

Su voz cavernosa y desagradable me hace voltearme hacia ella con el rostro deformado en una mueca de molestia y ella no me permite observarla ni un par de segundos, me atrapa el pelo con sus dedos regordetes y tira hasta que golpea mi cabeza contra el suelo, haciéndome postrarme humillantemente delante del vampiro.

Mi frente duele intensamente, aunque agradezco no haberme golpeado con la nariz porque por la fuerza del impacto sé que se habría roto. Respiro hondo unos segundos, escucho a la agitada mujer murmurar una plegaria y entonces entro en razón.

Dios mío ¿Acabo de mirar a un semi puro a los ojos? Empiezo a temblar en mis ataduras, las cadenas tintinean y siento que me pondré a llorar en cualquier momento. Voy a morir.

—Aparta, me estorbas.

Mi cuerpo se congela cuando escucho su voz, es la primera vez que oigo a un vampiro superior a los comunes hablar y es más aterrador de lo que jamás imaginé. Podría ser perfectamente una voz humana, la voz gruesa de un hombre muy masculino e intimidante, pero una voz humana, sin embargo, hay alguna nota escondida en ella que hace que sienta que sus palabras se vuelen cuerdas y me rodean el cuello. No puedo respirar, suena demasiado poderoso para que mi cuerpo lo procese.

La mujer se pone pálida de repente y me suelta, alejando su mano temblorosa de mi pelo. No tiene ni una sola palabra para responderle al vampiro, así que simplemente hace una reverencia y se aleja poco a poco. Él se acerca, se acerca a mí.

Mi corazón enloquece y él debe haberlo notado, porque una suave risa viene de sus labios y me eriza cada vello del cuerpo. Él hincha una de sus anchas rodillas y cuando la veo tocar el suelo mi cuerpo empieza a sudar, algo me roza la oreja, haciéndome cosquillas, su pelo.

Dios mío, ¿Tan cerca de mí está? Es como las paredes de mi habitación gris, su presencia me envuelve, me estrecha, me agobia. Su cercanía me hace sentir claustrofóbico, su aroma masculino no me tranquiliza en absoluto y la enormidad de su sombra proyectándose sobre mí es tan fría que la siente como un presagio de mi muerte.

Y es que voy a morir, le he mirado a los ojos ¡Me matará!

Su enorme mano entra en mi campo de visión y entro en pánico, se aproxima a mí con dedos largos y robustos, es blanquecina, venosa y llena de anillos de plata. Me agarrará del cuello con ella y lo partirá como una rama, será horrible, será...

Me agarra la barbilla con el pulgar y el índice, entonces la alza haciendo que mis ojos dejen poco a poco el suelo y recorran su enorme y atractivo cuerpo. Trago saliva, notando los nervios hacerse una bola en mi garganta. Cierro los ojos antes de llegar a su rostro, esperando que quizá si enmiendo mi error se apiade de mí.

—Y bien, humano ¿Soy tan hermoso que no has podido evitar mirarme? ¿Esa es tu excusa? —pregunta en mi rostro.

Puedo sentir su aliento gélido en mi boca como queriendo poseerme, sus manos frías... una sostiene mi mentón todavía, la otra acaricia mi mejilla.

—Y-yo... —trato de hablar, la lengua se me traba en la boca al recordar en qué situación estoy y el corazón me late tan fuerte en el pecho que duele.

El ríe de nuevo.

—Vamos, mírame a los ojos mientras me respondes. —y aunque es lo que menos deseo hacer en este momento, lo hago, sé que un vampiro nunca sugiere o pide a un humano, solo ordena.

Abro los ojos encontrándome con los suyos y estoy tan nervioso que tengo nauseas. Empiezo a hiperventilar, divirtiéndolo a juzgar por su sonrisa. Él parece acaricia mi mejilla, quizá para calmarme ¿Es posible que sea este mi gentil ángel? ¡Ah! Su uña se clava en mi pómulo y extiende su sonrisa, lamiendo los colmillos, mientras pincha con la punta hasta que brota una gota de sangre.

Siento las miradas de los otros inmortales sobre mí, pero no puedo apartar mis ojos de los suyos, siento que me llaman, que me devoran.

—Respóndeme ¿O quieres morir ya? —pregunta burlón, alejando su uña de mi rostro y llevándose en la yema del índice una gota de mi sangre.

—Es usted hermoso, luce como una buena persona, por eso le estaba mirando... —confieso con pesar, sobre todo porque ahora en él no logro encontrar ni un atisbo de esa bondad que antes estoy seguro de que vi. —Lo siento mucho, de veras, no debí mirarle a los ojos, pero...

Me congelo cuando se lleva el dedo a la boca, probando mi sangre ¿Va a comerme ahora? Retengo la respiración esperando a que me salte al cuello y me degolle, pero en vez de eso nada sucede y entonces me habla.

—¿Buena persona? —pregunta arqueando una ceja. Una de sus comisuras tira, como si tratase de aguantar una carcajada sin apenas lograrlo. —¿Acaso crees que un vampiro puede ser bueno con un humano?

—Yo... creo que todos los vampiros son en el fondo algo humanos. —confieso mordiendo mi lado, escrutando su mirada en busca de una familiar, en busca de compasión.

Pero solo hallo un entusiasmo vil, el mismo entusiasmo con el que se ríe de mis palabras después de escucharlas con irónica paciencia.

Afortunadamente él aparta sus manos de mí y se pone en pie de nuevo, todavía mirándome, yo, sin embargo, bajo sumisamente mis ojos al suelo y prenso mis labios. No quiero meterme en problemas nunca más y menos con vampiros, esto ha sido demasiado aterrador.

—Humana —llama el vampiro, chasqueando los dedos para llamar la atención de alguna de las Madres, oigo distintos pares de zapatos corretear hacia él servicialmente y cuando la más cercana de las Madres le pregunta qué necesita él solo responde algo que me causa escalofríos. —, haz los preparativos, compro a este.




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