21

 Si no queréis esperar más actualizaciones, podéis comprar el libro completo (más de 400 páginas) podéis obtenerlo por menos de 5$ en amazon.com, seáis del país que seáis. Podéis buscarlo en amazon o sino pedirme el link tanto aquí como por privado :D Comprando el libro obtenéis no solo todos los capítulos que quedan hasta el final, sino algunos capítulos extras que no serán publicados en wattpad :)


Román llega agotado a casa, bueno, no es su casa, él nunca ha tenido una y la que única que posiblemente haya tenido está en su memoria borrada hasta el punto en que muchas veces duda de si ahí hubo recuerdos o no. Es la casa de Gabriel a donde llega, abre su puerta, la cierra, anda por su pequeño pasillo recibidor y se tira en su sofá con un suspiro digno de engendrar un huracán. Es raro, le falta algo ahí.

Él mismo es consciente de que Gabriel no está con él por sus propias órdenes, que espera que Leoren esté cumpliendo a rajatabla, pero no puede sino hacer un ridículo puchero para sí cuando piensa que deberá pasar casi un día entero antes de encontrarse con el chico.

Sin él, la casa está insulsa, no tiene ya a nadie a quien mirar con curiosidad mientras se ejercita, a nadie a quien molestar o a quien abrazarse para dormir, aunque solo sea por fastidiarlo. Y lo peor, no tiene a nadie a quien morder. Ha perdido mucha sangre -y muchas manos- en su pelea contra el pequeño aquelarre y no tan pequeño informador, así que antes de ir a por Herr, que debería ser una amenaza mayor, le vendría bien recuperarse.

Sí, necesita un trago y sabe perfectamente de quien lo necesita. La boca se le hace agua pensando en el delgado cuello de Gabriel, con su hermosa curva pronunciada cuando la garganta termina y los hombros redondeados se extienden como pequeños balles rasos, cubiertos por la nieve de su piel pálida y el goteo de diminutos lunares que querría contar.

Suspira.

<<Es tan delicioso>>

Y no solo su sangre, le gusta la actitud del chico. Lo luchador que es cuando podría ser mordido y lo tierno que se pone cuando va a serlo ¿Y cuando le odia? Román no está enfadado por que el chico le odie, está muy acostumbrado a eso y no le sorprende, ni siquiera le molesta ya. Pero tampoco nota que Gabriel le odie, solo que odia lo que hace, lo que hacen los vampiros y, en ese sentido, todo el mundo odia a los vampiros, incluyendo a los mismos. Nadie ama matar, no del todo, e incluso él lo admite. Beber sangre y sorber hasta el último latido es una tentación casi irresistible, pero quedarse con un frío cadáver en las manos después es una extraña sobremesa, una deprimente. Lloró tanto las primeras veces que mató... y ahora que ya no llora a veces sospecha que es solo porque se ha quedados sin lágrimas.

Mira el reloj de pared, lleva demasiado tiempo pensando y la pelea contra el aquelarre ha durado más de lo que imaginó. Debió sospecharlo antes, pero no cayó en la cuenta de que al empezar estaba todo oscuro como el carbón y al terminar el sol ya brillaba, destelleando sobre las aguas del lago y la sangre de las brujas. Ahora es media tarde y sabe que si quiere prepararse para la pelea que le espera en unas horas -si es que necesita pelear de nuevo- debe alimentarse ya.

Sale de casa decidido, andando rápidamente hacia uno de los locales que él conoce por tener a los jóvenes más borrachos y los seguratas más despistados, es como una barra libre de arterias llenas de alto contenido en alcohol. No es muy apetecible, pero es demasiado fácil para decir que no.

Se siente algo inseguro por la hora, él siempre va a ahí a medio noche, si es que madruga, pero ahora que es por la tarde será mucho más difícil todo. Las presas aún no estarán embriagadas, pero eso no significa que sea imposible, solo que tendrá que recurrir a usar sus dones naturales. Ser bello y carismáticos.

El bar le queda a solo diez minutos más, pero en uno de los callejones junto a los cuales camina escucha un ruidito ahogado, como el de un perro pequeño cuando le pisas la pata por ir andando demasiado deprisa. Solo que no huele a chucho en el callejón, sino a sangre joven. Muy joven.

Se adentra con pasos cautelosos y escucha a su alrededor. Escucha sollozos y ronquidos, de dos personas, pero no mucho más en unos kilómetros a la redonda. Eso significa que no habrá testigos. El final de callejón está más lejos de los esperado, pero también más oscuro, como si hubiese entrado en una zona donde jamás da el sol, y huele a tabaco, alcohol y sudor. También muy levemente a dulce, pero sobre todo a perfume barato, un tufo etílico que enmascara el resto de los aromas.

Cuando llega al fondo del callejón, la escena habla por sí sola. Tirada en el suelo hay una mujer con ropa apretada, de lentejuelas y a medio romper, la talla es diminuta, pero aun así se le caen los tirantes y tiene un extremo de la falda más bajo que su hueso de la cadera; está esquelética, con una botella de ron en la mano, los dientes amarillos y un dramático maquillaje corrido por las brechas de sus arrugas prematuras. No es difícil advertir que es una prostituta, una con el pulso débil y un sueño muy, muy profundo. Debe haberle dado algo por beber, no comer, consumir drogas o quizá todas a la vez, a Román no le importa demasiado, su interés en ella no es existente de ninguna forma. Ni como comida, esa ramera debe tener en su cuerpo la peor sangre del mundo, quizá hasta le debilitaría beberla, como cuando uno toma comida expirada o en mal estado.

Lo que más le interesa es lo que tiene al lado, un pequeño platillo más apetecible que ella. Román cree que debe ser su hija, se le parece, solo que es mucho más hermosa y juvenil. Viste un chubasquero rosado medio roído y zapatos que le bailan en los pies, lleva a su espalda una mochila sucia y vieja. Román intuye que la madre, borracha y enloquecida, debe haberla sacado de la escuela pública donde la niña asistía. Quizás para prostituir también a su hija de no más de seis años, quizá para darle una paliza por su mal comportamiento, quizá para ahogarla en la bañera y después pegarse un tiro entre las cejas. No lo sabe, no le importa. Solo especula porque no puede evitarlo, la curiosidad, más humana que felina, la tiene incrustada en el cerebro como una especie de virus que ensombrece sus pensamientos y los llena de emociones que no debería sentir.

—No sé q-que le pasa a mi mamá. —dice la niña con voz agua, algo ronca por lo que Román advierte que es una pulmonía cercana. Posiblemente muera de eso, él solo está acelerando las cosas. —No se despierta... quiero volver al cole. ¿Puede llamar a mi profe Rita, por favor? Ella es la mejor del mundo mundial y me dijo que si estaba en p-problemas la llamase y ella vendría a por mí ¿Puede llamarla, señor?

Román no le responde y se lamenta por estar escuchándola. Se hinca sobre una de sus rodillas, escucha el corazón acelerado de la niña cuando le ve de cerca, con colmillos y ojos rojos, pero la chica no huye, solo mira a otro lado y murmura de nuevo su pregunta, tirándose de los deditos con nerviosismo. La madre, tendida en el suelo, cada vez respira más flojo.

Va a morir. Incluso si no se le para el corazón, está bocarriba y su estómago le está chivando a Román, por los ruidos que hace, que la mujer vomitará. Vomitará en su propia boca y se ahogará con ello. La niña iba a tener que ver eso si no hubiese venido Román a matarla antes de eso.

<<Prácticamente soy un héroe.>>

Piensa con ironía y ríe un poco. La niña le sonríe por cortesía, pero está llorando por lo asustada que está y tiembla bajo el chubasquero.

Román se acerca a ella y toma una de sus diminutas muñecas, con cuidado de no romperla, asiendo a la niña hacia él. Inesperadamente, la muchacha no se resiste cuando el hombre la pone contra su cuerpo y desabrocha los primeros botones de su prenda, dejando el cuello libre. Entiende que su docilidad no es natural, simplemente de debe a que no es la primera vez que un hombre desconocido y mayor la toca. Mira de reojo a su madre, como esperando que la halague por su buen comportamiento.

<<¿Acaso no es un regalo para ti morir?>>

Tira sus trenzas despeinadas a un lado y muerde como siempre hace. Sin pensar en nada más que en la sangre y el placer, sin pensar en la vida menuda que tiene entre los brazos, la vida irrepetible que va a terminar. La chica suelta un pequeño ruido de dolor y se desmaya tras el primer sorbo. Queda frágil, liviana, entre las manos de Román y es tan insignificantes que sostener su peso es prácticamente solo sostener el peso de la ropa que lleva puesta.

¿Cuánto años tendrá? ¿Seis? ¿No tenía la misma edad Gabriel cuando se lo arrebataron todo? Y si él hubiese muerto Román no estaría ahora donde está, no sentiría lo que siente ¿Otro cazador se habría cruzado en su camino y le estaría ayudando ahora? Es poco probable, pero las casualidades existen, así que es posible. Pero no sería lo mismo, Gabriel es...

<<Irremplazable...>>

Coge a la niña en brazos y ve las enormes marcas rojas que ha dejado en su cuello. Suspira y se pregunta por qué vacila, solo le queda un sorbo y estará muerta ¿De qué se preocupa? No es la primer vez que mata, tampoco que mata a niños, además sería como hacerle un favor ¿Qué vida le espera? Una llena de miseria, de una madre negligente y hombres que la toqueteen hasta que tenga que drogarse para olvidar.

La muerte es piadosa, es lo mejor que puede pasarle y aun así...

Aun así, Román sale del callejón con la chica en sus brazos y una gota roja en sus pequeños labios. Ya no tiene heridas en su cuello y en ese callejón ya no escuchan los latidos de la madre.

Mientras la tiene en sus brazos le acaricia la cara, apartando los mechones de rubio apagado de ella, tiene las mejillas con un sarpullido y le faltan pestañas. No es hermosa y es tan pequeña que podría romperla en sus brazos como paja seca, estrechándola fuerte, además esa niña le ha visto y sabe que es un vampiro ¿No sería problemático dejarla ir? Y, por si fuera poco, ¿A dónde irá? No tiene familia y duda que tenga amigos, está sola en el mundo. Sí, debería matarla.

<<Pero...>>

Poco antes de la media noche en el hospital general que está a dos manzanas de la casa de Gabriel se forma un gran revuelo. Una niña andrajosa y anémica aparece en la sala de espera como si fuese una mera ilusión, pero no lo es: los médicos le toman las constantes y aunque su pulso es débil, es real. Está ahí, está viva. Muchos de los pacientes juran haber visto una sombra rápida como el viento y, tras su paso, a la niña caer con la lentitud de un hada en un cuento hasta llegar al suelo.

Los médicos están seguros de que podrán salvarla, Román no está seguro de por qué no la ha condenado.

De todos modos no tiene tiempo de pensar en ello, dentro de poco Herr -y más tarde todo su aquelarre, incluyendo a Leoren- se dirigirá a algún lugar escondido y oscuro de La Mina y él tiene que seguirle como una sombra sigilosa y hacer lo que se supone que es un experto con miles de años de experiencia haciendo: robar sangre.



Comentarios