24

 Damián llega al apartamento y se sorprende al escuchar la voz de Lucas. La última semana el chico ha estado ausente, literalmente, solo sabía que vivía ahí por los platos sucios del fregaderos y las arrugas en las mantas sobre el sofá. Damián siente que el corazón le da un vuelco cuando lo ve sentado en el sofá con el teléfono en un oído y los ojos fijos en el cielo apenas estrellado.

Quiere acercarse despacio, acariciarlo y susurrarle que no huya más de él, que él desea protegerlo, no asustarlo. Sin embargo se queda inmóvil en el umbral de la puerta, su cuerpo indeciso, temeroso de hacer un movimiento en falso y que Lucas se escabulla y no vuelva a verlo en una semana más. Sin quererlo, escucha la conversación que está teniendo.

—Claro, él es el mejor compañero de habitación del mundo, me divierto mucho aquí. Ahora mismo acaba de ayudarme con los deberes, es muy amable conmigo. —Lucas ríe y Damián no es capaz de discernir un solo ápice de felicidad en ese sonido. Cierra la puerta sin hacer ruido y lentamente anda hacia él. —Sí, él es un genial amigo, es un buen alfa, me trata bien. Yo también me alegro. —el tono del omega suena de pronto apagado, un leve temblor posee su mano entonces sorbe con la nariz. —Claro, papá, claro que... —una pequeña pausa, un pinchazo horrible en el pecho; después, una mentira. —... soy feliz.

Lucas se despide abruptamente, apenas inteligible. Cuando apaga el teléfono lo lanza a un lado y se abraza a su almohada con fuerza.

—¡Los alfas son imbéciles! —grita contra esta, le objeto amortigua la voz, pero el impacto de esta duele igual en Damián.

El alfa se sienta en la cama y observa el cuerpo de Lucas tendido bocarriba con una almohada cubriendo el rostro. Quiere tocarlo, pero se contiene, al menos hasta que el menor resopla quitando el objeto de su cara y Damián contempla en primera fila las lágrimas en sus ojos. Están rojos y su nariz congestionada, como si llevase horas lamentándose.

—¿Qué mierda quieres? —pregunta el chico al ver a Damián; se enjuga las lágrimas con el dorso de la mano, pero su rostro luce igual de taciturno y alicaído.

Damián sabe que posiblemente Lucas vaya a odiarle por eso, pero extiende sus brazos e ignora los berridos del chico mientras lo prensa contra su cuerpo en un cálido abrazo.

—¡Suéltame, pedazo de mierda! —chilla resistiéndose, pero Damián le rodea el torso y os brazos, dejándole inmóvil contra su figura. —¡Te voy a apuñalar mientras duermes como no pares! —amenaza, moviéndose con desespero entre los grandes músculos que lo tienen preso.

Damián lo rodea ahora con un solo brazo, consciente de que a Lucas le escasean las fuerzas y de que él no necesita demasiadas para retenerlo. Con la mano libre acaricia gentilmente su cabeza y no puede resistirse a hundir su nariz en el cabello del chico. Un aroma dulce y afrutado lo golpea, haciéndole sentir en el lugar correcto.

—Respira, omega. —murmura contra su cuero cabelludo. Entonces se concentra y su cuerpo logra producir las feromonas que desea, un aroma peculiar y envolvente que relaja a los omegas y les hace sentir seguros.

No todos los alfas se esfuerzan en aprender a desprender esa fragancia balsámica, pero él lo hizo cuando las numerosas rupturas de su padre dejaban a omegas llorando en el salón y él no podía soportar tanto dolor.

Lucas recibe el aire como un dulce, tan gustoso, tan adictivo. Su cuerpo queda flácido e incapaz de luchar y todo su ser se abre completamente; no puede seguir fingiendo una ira que no es natural en un omega; en su lugar solo hace lo que desea: llorar, llorar hasta que siente que las lágrimas lo purifican. La mano del alfa está en su cabeza, igual que su nariz y labios; siente las caricias y diminutos besitos y aunque sabe que se odiará por ello, ronronea mientras entierra el rostro en los pectorales y se deja hacer. Gimotea débilmente por todo el dolor y deja que los brazos de Damián y su aroma lo arrullen.

—No quiero ser un alfa imbécil contigo. —murmura respirado pesadamente sobre la cabecita de Lucas. Puede escucharlo llorar y tratar de recomponerse antes de dar una respuesta.

—Lo eres, todo lo son. —dice Lucas secamente, volviendo a hacer un intento vano por liberarse, como si acabase de librarse de un hechizo bajo el que Damián le tiene preso.

Al ver la fuerza del otro devorar sus posibilidades, deja de intentarlo.

—No nos conoces a todos. —arguye Damián.

—Conozco a los suficientes. —bufa el omega en respuesta. Igualmente sigue entre sus brazos, contra su pecho y bajo sus labios; todo es extraño.

—A mí y a... ¿Tu madre? ¿Es eso? —pregunta Damián, creyendo que ha dado en clavo. Quizá es así, pero se odia por haber mencionado a la mujer cuando los ojos de Lucas se llenan de lágrimas de nuevo, aunque trata de ocultarlo bajo su ceño fruncido.

—A ella no la conozco, gilipollas. —ataca, sintiéndose vulnerable. Odia que le saquen el tema, odia que la gente conozca siquiera ese tema; la única salida que encuentra es enterrarse en el pecho de Damián de nuevo.

Lucas se siente contradictorio e idiota, pero se siente seguro. Diría que es algo que echa de menos, pero no es así porque es la primera vez que se siente seguro.

—Lo siento. ¿Quieres hablar de eso? —la cabecita niega contra su pecho y la ternura lo embarga. Afloja su abrazo y Lucas finge no darse cuenta, quedándose entre sus brazos. —Siento que hayas tenido que conocer a alfas así... pero no todos estamos aquí solo para hacer daño.

—Quizá no todos. Tú sí, solo estás fingiendo, estás... todo esto es solo para llevarme a la cama e irte después y yo... yo estoy aquí abrazándote como si te creyese.

Lucas llora de nuevo con su cabeza hundida en el pecho de Damián y este siente que le arrancan al alma; Lucas ni siquiera suena enfadado, como siempre, es mucho peor. Suena triste, como si en vez de echarle en cara las cosas a Damián, le rogase por no tener razón.

Lucas no tiene miedo a los alfas, solo tiene miedo a no tener a uno a su lado cuando lo necesite. Yo... tengo miedo de no poder estar ahí.

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