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—De verdad —dice Gabriel, sacando el tarro donde guarda sus frutos secos —me pregunto por qué usa un animal diferente cada vez y como lo hace.

Román se encoge de hombros.

—¿Para despistar a Urobthos quizá? Quién sabe.

Ambos miran con curiosidad a la ardilla que tienen en la mesa de la cocina, el bicho es pequeño, color avellana y tiene una cola que parece de peluche pero que se mueve, vivaracha como un pez. El animal ha llegado en trance por el hechizo de Leoren y les ha entregado la notita de la mujer. El caso es que al soltar el papel el animal ha roto el hechizo y, en vez de irse, como otros hacen, ha visto el papel y se lo ha robado a Gabriel de las manos antes de que pudiese abrirlo y leerlo.

Ahora está en la mesa de la cocina, royéndolo. Gabriel está sentado delante del animal, ofreciéndole una nuez a cambio de la nota.

—¡Bicho estúpido, deja de comerte el papel! —grita Gabriel visiblemente irritado, lanzando la nuez lejos. —Bien, vale, probaré con un pistacho ¡¿Tampoco?!

Gabriel golpea la mesa y eso altera al animal, haciendo que de un pequeño salto y se abrace más fuerte a la nota. Mira a Román con cara de ''estamos acabados'' y por un segundo realmente piensa que todo su plan de salvar a la humanidad se irá al traste por culpa de una ardilla glotona.

Está de los nervios, Román puede notarlos. Llevan un par de días esperando noticias de Leoren y han sido eternos, Román estaba ansioso por una respuesta de la mujer, pero Gabriel es un caso totalmente diferente. El chico ha estado estos días comiéndose las uñas sin parar, mirando el reloj como si sospechase del segundero y siendo más hostil de lo habitual, lo suficiente como para que Román haya decidido esperar a que se tranquilice para morderlo, aunque tiene mucha hambre.

Ahora puede escuchar el corazón del chico latiendo con un desenfreno animal, más rápido que el de la pequeña ardilla. Y es que comprende que su cabeza es ahora un lío de teorías y miedos; que haya llegado una nota no significa nada: podría no ser de Leoren, aún no la han leído, así que no lo saben y quizá el mensajero es esta vez un roedor porque el brujo que la envía es una persona diferente. Y Román sabe que todas esas cosas son paranoias no imposibles, pero sí poco probables, pero también sabe que el dramático cerebro de Gabriel debe estar ya haciéndole un funeral a Leoren, así que necesita calmarlo pronto. De lo contrario inundará la casa en frutos secos.

Y Román trata de autoconvencerse por un segundo de que es eso lo que le preocupa, un diluvio de nueces y anacardos, y no el pobre y estresado corazón de Gabriel.

De un movimiento rápido, atrapa al animal entre sus dedos con presteza y facilidad. Es más rápido que ningún animal sobre la faz de la tierra, así que no es de extrañar que la ardilla no haya tenido ni la posibilidad de hacer el amago de huir.

—¡Impresionante! —dice Gabriel mientras alza las manos al cielo. Acto seguido de pone rojo y luce sorprendido por su propio halago, a lo que cambia de tema, cruzándose de brazos. —Bu-bueno, no pierdas más el tiempo y coge la nota.

Román asiente y arranca el papel de sus diminutos puñitos.

—¿Y que hago con esto? —pregunta zarandeando al mullido roedor en sus dedos.

—Suéltalo, nada de comer porquerías. — le recrimina Gabriel como su fuese una madre, señalándolo acusadoramente con el dedo.

—Oh, ¿entonces no puedo morderte más?

—¡No soy una porquería! ¡Dijiste que mi sangre sabía bien! —exclama con los puños apretados y venosos y el rostro color rojo.

Román se ríe a grandes carcajadas y le acaricia el pelo, como a un perro.

—Solo te tomaba el pelo y... ahora que me recuerdas lo bueno que estás me ha entrado un antojo. —sonríe de forma cínica, tratando de rodear la cintura del chico con su mano.

Gabriel le gruñe y lo aparta de golpe, después alarga su brazo para arrebatarle la nota de Leoren, pero Román alza el brazo y Gabriel se niega a ponerse a dar saltitos para no alcanzarlo de todos modos, así que da un pisotón enfadado y dice.

—Te daré mi sangre si leemos eso ya, no estoy para juegos y me estás poniendo nervioso.

—Trato hecho —Román le responde, sonriendo grande y alargando su mano. Gabriel pasa de estrechársela con un visaje asqueado, como si días atrás la mano del vampiro agarrada a la suya no le hubiese dado una paz que añora de vez en cuando. —aunque iba a leerlo ahora de todos modos. —ríe.

—Déjate de idioteces y ábrelo ¡Me estresas!

El vampiro deja una sonrisa candorosa en su rostro y despliega el pequeño papel.

<<A las once donde siempre. Estoy bien.>>

Gabriel suspira al leer eso último, había visto tan poca letra que prácticamente podía imaginarse que ahí figuraba el epitafio de la pobre Leoreny, pero ahora que sabe de ella, aunque no con mucho detalle, siente que puede respirar nuevamente.

—Menudo respiro —exhala Gabriel, cerrando los ojos y llevándose una mano a la frente en un gesto dramático, como si fuese a desmayarse.

—¿Ves? —le sonríe Román y esta vez Gabriel se queda absorto en su sonrisa, no ve en ella ese toca pícaro que siempre le enfada. Román está sonriendo porque está feliz. —Te dije que iba a salir bien.

—Sí... —Gabriel suspira, aliviado, mientras el otro pone una de sus frías manos en su hombro y logra en él un efecto balsámico.

De pronto, se siente mucho, mucho mejor. No es solo la carta, es Román, le hace sentir extraño.

—Estaba tan preocupado por ella y por el bebé... Cuando me quedé con ella, antes de lo de Herr, me dormí tocando su tripa y notando al bebé moverse y cuando desperté pensé que no quería separarme nunca de ella y que algo le pasase a ese niño... A ese niño inocente que no elegido nacer en un lugar tan horrible, que no sabe siquiera si nacerá incluso aunque su madre esté haciendo lo imposible por salvarlo. Me pone tan triste pensar que morirá o que nacerá y será miserable por culpa de Urobthos y de Herr y de toda la mierda de la que va a estar rodeado... Pero quiero protegerle, quiero hacerlo, aunque sepa que no puedo y... Ah, no sé si me entiendes. 

—Sí —Román mira a Gabriel, sus pequeños labios mordisqueados, su menudo cuerpo encogido en una postura que el chico no sabe que es defensiva y su voz temblando con demasiadas emociones contenidas. Gabriel quiere lucir fuerte, pero Román ve, en cada paso, que luce como si fuese a romperse. Y quiere apretarle fuerte en un abrazo, salvarlo... aunque ambos estén condenados. —, creo que te entiendo —el chico sube la vista y lo mira a los ojos cuando Román aprieta un poco la mano de su hombro y después, despacio, acaricia la piel con los dedos. —. Quieres tantísimo proteger a alguien que sientes que no puedes separarte de él ni un segundo porque cuando te despistes el mundo te lo arrebatará.

—Exacto... —murmura Gabriel y tuerce inconscientemente la cabeza hacia la mano del vampiro, rozándola solo un poco con su mejilla. —Menudo idiota soy, tú debes haber pasado por esto ya muchas más veces que yo. Y pensé que no tenías corazón, supongo que me equivoco. Lo hago mucho, pero olvídate de que te lo he dicho, es un secreto. —murmura, mirando a los lados y poniendo su índice entre los labios.

Después exhala una risa casi insonora, pero Román le sonríe grande y dice:

—Para tu desgracia, tengo muy buena memoria —Gabriel infla los cachetes por ello, haciendo un mohín demasiado tierno, pero su mueca pueril se deshace cuando Román añade: —y mucha hambre.

El chico traga saliva, recordando su pequeño pacto con el vampiro. Asiente, pálido, y va a sentarse en el cómodo sofá para cuando el hombre le acuchille dolorosamente y sea presa del mareo unos sorbos más tarde.

Román le sigue, se sienta a su lado y coloca una mano en su nuca para guiarlo hacia su boca entreabierta, Gabriel se deja hacer y por un segundo se siente demasiado diferente de la primera vez. Ahora no siente asco y náuseas, su mente no evoca la boca ensangrentada de su padre y su cuerpo no rechaza la idea como impura, ahora simplemente tiene miedo del dolor, como cualquier humano común. No siente la mordedura de un vampiro como la rendición ante el enemigo; los vampiros siguen siendo despreciables y en su vida dejaría a ninguno tomar algo de él, antes prefiere arrancarse las arterias y lanzarlas por un puente, pero con Román no es lo mismo. Román es diferente o eso siente.

Con Román puede hablar, sentir y dormir. Lo último suena a estupidez, pero Gabriel ha tenido insomnio desde que no están sus padres para besar sus mejillas y hacerle pedorretas en ella antes de que se vaya a la cama, sin embargo, con Román, las noches son más tranquilas y poco a poco deja de tener pesadillas. Le dice muchas veces lo muchísimo que odia que el vampiro se meta en su cama sin pedir permiso, pero cuando le hecha, muy en el fondo, espera que el otro solo le ignore y se quede ahí.

—¡Espera! —dice al sentir los colmillos contra la piel, la presión es espantosa y chilla antes de que la rompa, alejando al otro de su cuello. —¿N-No harás lo de las otras veces? —pregunta y acto seguido puede sentir como la sangre le sube a las mejillas y sus neuronas se pegan un tiro por haber hecho la peor sinapsis del mundo al trata de evitar que esa idiotez salga de su boca. Ya no puede remediarlo, así que torpemente añade: —Ya sabes, es para que no duela, con lo de la pierna lo pasé mal y no quiero tener que sufrir tanto hasta de aquí a ¿No sé? Un mes. Necesito unas vacaciones o al-

Gabriel se calla de golpe cuando el vampiro le besa el cuello como hace siempre y el vello de todo el cuerpo se le eriza. Es tan malditamente agradable, su lengua lúbrica roza la piel con suave labilidad y deja tras de sí una sensación fresca y hormigueante. Los labios son gruesos y pulsan contra su piel como pidiendo que la bese, que la chupe, la muerda y la haga sangrar. Es como si el cuerpo de Román latiese por el suyo y, en cierto modo, es así. Román funciona ahora gracias a su sangre y se siente extraño al pensar en ello, no mal o asqueado, solo extraño.

Gabriel deja ir un gemido, sintiéndose relajado en demasía. Se desliza en el sofá, como si fuese a caerse de él derretido, pero el hombre lo atrapa entre sus brazos y con un par de movimiento demasiado lentos y cuidadosos para que Gabriel sospeche de ellos, el muchacho acaba a horcajadas sobre el regazo del gran vampiro mientras este le besa el cuello como si su saliva fuese a esterilizar la piel para el pinchazo.

—Se... se siente bien. —confiesa Gabriel y se pregunta a sí mismo por qué hoy está diciendo tantísimas tonterías al vampiro y por qué tiene la certeza de que le dirá más aún.

—Claro, tonto, esa es la idea. —susurra el otro, con una ronroneante risa que parece hacer temblar su piel, sus huesos, su corazón.

—P-Pero... —Gabriel tiene que callar, morder su labio, tirar de sus dedos y hacer esfuerzos sobrehumanos cuando el otro chupa un poco su piel para no dejar ir un ruido vergonzoso. Cierra los ojos fuerte, no quiere mirar abajo y ver la tremenda y humillante erección que está teniendo. —¿Tú disfrutas haciendo esto? Si no... es tan patético pensar que yo estoy así por lo que haces y que tú estás impasible... es como si fuese todo un novato... —murmura riendo en voz baja y tapándose la cara.

Román aparta las manos de su rostro, Gabriel es demasiado bonito como para ir tapándose, y le mira directamente, alejándose de su cuello, olvidando el hambre por un momento. Tiene los cabellos arremolinados en su frente, totalmente hechos un desastre, las mejillas calientes, los párpados a medio caer, como si fuese a dormirse y la boca hinchada de tanto morder sus bonitos belfos. Gabriel es un absoluto lío, pero uno hermoso. Y Román no lo sabe, pero acaba de descubrir que tiene debilidad por los líos hermosos.

Sin decir nada se acerca, agachándose hacia el chico y esta vez besa sus labios.

Gabriel suelta una exclamación que los labios de Román deshacen rápido, no recorre siquiera el espacio entre ambas bocas porque no lo hay, así que no llega a ser pronunciada del todo. Román mueve sus labios, suave y pausado, y coloca las manos en las mejillas pulsantes del chico, notando el hormigueo de las venas del muchacho bajo sus palmas. Lo sostiene, tan liviano y hermoso, tan frágil y pide perdón a todos los Dioses por besarlo con afilados colmillos que podrían romperlo.

Gabriel corresponde al beso, con la timidez típica de un adolescente, pero también el hambre de un joven lobo. Es torpe en sus movimiento, no más que una mecánica imitación de lo que Román hace; desea tanto que esa sensación chiclosa y suave que Román le regala él pueda reproducirla, pero nota en la sonrisa socarrona del otro que no hace un buen trabajo. Aun así, se esfuerza, se esfuerza porque eso se siente demasiado bien y puede que esté soñando o despierto y haciendo una locura, pero ¿Qué más da? Él siempre ha sido el primer en mandar las normas a la mierda ¿No?

Pero esta vez le asusta demasiado. Un vampiro, está besando a un vampiro y no debería hacer ¡Tendría que parar y clavarle una estaca! Tendría que querer parar y lo sabe, las pestañas se le perlan de lágrimas cuanto más lo piensa, pero no puede ni llorar por su pecado porque el beso es tan dulce que lo consuela. Los labios de Román cantan un arrullo silencioso, no suena como más que sus bocas separándose y volviéndose a buscar más que al aire que necesitan respirar.

Román lame el labio del menor y Gabriel se sobresalta. Cuando una lengua entre sus boca quiere echarse bruscamente para atrás y limpiarse los labios con su manga, como un niño, pero también quiere quedarse a comprobar a qué saben los besos del vampiro.

Y saben a cielo.

Su lengua es larga y hábil y explora su boca con ahínco; él trata de corresponder y meramente lame las lengua del otro con el movimiento inocente de un felino, después trata de alcanzar los labios del otro pero al rozar los colmillos, Gabriel se hecha para atrás, asustado y rompiendo el beso.

Se tapa la boca con las manos, totalmente sorprendido por lo que acaba de hacer como si no fuese él mismo quien ha decidido que sucediese. Román solo le sonríe como siempre lo hace, como si tuviese el mundo en la palma de su mano.

—¡Muérdeme y déjate de miraditas! E-Esto ha sido solo para relajarme antes del mordisco, no creas que significa nada. —espeta, furioso con el vampiro y consigo mismo y girando el rostro.

—Claro que no. —dice el otro con tranquilidad, dándole la razón.

Y por algún motivo Gabriel se siente más enfadado.

Lo siguiente que sabe es que Román le está mordiendo como la bestia despiadada que es.

<<¿Cómo pueden los mismos labios robarme gemidos y sangre?>>

Después Gabriel no vuelve a hablar de eso, simplemente deja que el vampiro le cure y se prepara una cena. Aunque más bien obliga al vampiro a curarle, este se rehúsa en un inicio pues al succionar la sangre de su presa ha dejado un chupón aún más llamativo que las marcas de los colmillos. Eso le ha parecido tan hilarante como a Gabriel horrible y no ha parado de pedirle que lo deje ahí y de bromear sobre que eso significa que es suyo o que ahora son amantes. Gabriel lo ha negado una y otra vez y cuando el vampiro le ha repetido que era una mera broma y que no son nada de eso, Gabriel ha montado todavía más en cólera y ha hecho a Román curarle bajo la amenaza de que si no le apuñalará en la cara hasta el cansancio mientras duerma. Después Román ha hecho alguna que otra broma, ganándose codazos en las costillas y patadas en la espinilla, y ha comentado lo vomitiva e insana que se ve la comida precocinada de Gabriel <<Deberías tomar productos frescos, como yo.>> ha dicho el vampiro, con descaro, y Gabriel ni siquiera le ha respondido. Simplemente ha tomado la puerta y se ha ido.

Román ahora le sigue, sabiendo que se acerca la hora de encontrarse con Leoren y ansioso de corroborar que no les ha mentido cuando les ha dicho que estaba bien.

Llegan al lugar acordado y en la hora acordada, quizá cinco minutos antes de lo previsto, pero poco importa. Esta vez ambos están más atentos que la primera por la llegada de Leoren y cuando esta está cerca, la localizan al instante. Román le lanza una cálida sonrisa al ver que está bien, pero Gabriel no se espera a que la mujer llegue para tocar su mano, sino que corre a abrazarla como si no la hubiese visto en años.

—Pensé... pensé que Herr te había...

—Shhh, no pasa nada ¿Ves? —dice ella en voz baja devolviéndose el abrazo con sus esqueléticos miembros y susurrando después: —Pero no podemos hablar de esto aquí ¿Vale? Espera solo un segundo.

Leoren mira arriba, viendo a Román frente a ambos, extendiéndole la mano con una expresión seria. Ella la toca y manteniendo el abrazo con Gabriel los lleva su pequeño lugar de reunión.

Una vez están ahí Gabriel se desploma sobre sus rodillas, cansado por todas las emociones que han estado jugando con él como si de un muñeco de trapo se tratase y mareado por el salto espacial.

—¿Estás bien? ¿Ese maldito de Herr te hizo daño? —pregunta Gabriel cuando recupera un poco la consciencia, agarrándose al vestido de Leoren y mirándola desde abajo, como un niño desesperado.

Leoren se pregunta si fue eso lo último que el padre del chico vio y si es eso lo poco que su propio hijo recordará de ella. No quiere hallar respuesta a sus preguntas, pero no puede evitar que una afirmación contundente, horrible, la persiga.

—Herr se enfadó conmigo por apuntar mal con mi hechizo y más tarde me... —Leoren suspira y mira a otro lado, las arrugas de su cara ensombrecen, se hacen más profundas y por un momento da la sensación de que es mucho más vieja; sus ojos grises y amables lucen afligidos, llenos de lágrimas, pero parpadea rápido y elimina todo rastro de ellas. —Él lo llama castigo —ríe sin gracia, apretando los puños —, pero da igual, lo importante es que sigo viva y mi bebé también.

Gabriel traga saliva al escuchar la palabra castigo.

—¿Qué te ha hecho? —pregunta Román con semblante serio y un tono lleno de ira contenida.

Leoren solo hace un ademán, como restándole importancia, pero el vampiro se acerca un paso más a ella y la mira profundamente a los ojos, como tratando de pescar la verdad en ellos. Leoren suspira nuevamente y confiesa:

—Me golpeó y después me... tomó. Siempre lo hace, no es nada de lo que debáis preocuparos.

Gabriel siente náuseas al escucharla decir eso. Es peor que una tortura, es peor que una tragedia. La vida de Leoren está enquistada, podrida, gangrenada, tiene que sacarla de ella y darle una nueva, tienen que salvarla de su realidad pronto.

<<O si no...>>

Gabriel cierra los ojos fuerte, no quiere ni pensarlo. No quiere imaginarse a ese tipo horrible pegando y violando a la embarazada anciana. Entonces, Gabriel cae en la cuenta de algo, si ha visto su cuerpo desnudo, eso significa que...

—Herr... ¿Él ahora sabe que estás embarazada?

Leoren cierra los ojos con pesar, une las manos y asiente lenta y deliberadamente.

—Él lo sabe —su voz tiembla, sus manos también y mientras Gabriel cree que va a desplomarse en el suelo, Román toma firmemente las manos de Leoren y las aprieta, dándole un entibo que jamás supo que había tenido—, pero no lo dirá a las autoridades de Urobthos para que lo maten. Él dice que va a esperar a que nazca para —Leoren de muerde el labio, arruga su nariz en una mueca de asco y con un sollozo atrapado en la garganta, termina de hablar —matarlo él mismo.

—Cuando todo esto termine te prometo que vas a poder degollar a ese cabrón con tus propias manos. —susurra Román, su tono es tranquilizador, pero sus palabras son oscuras.

El extraño coctel entre consuelo y planes homicidas hace que Leoren desconecte de sus problemas y ría. Gabriel cree que es tierno, aunque a su manera; Román no sabe demasiado sobre cómo hacer sentir a las personas, él solo sabe sobre matarlas y comérselas, así que ha hecho lo que ha podido.

—Gracias. —susurra ella con voz dulce, tan humana que cualquiera día que es una anciana normal y corriente hablando sus nietos. —Pero no nos entretengamos con esto —añade, aclarándose la voz. —, tenemos que seguir investigando para poder acabar con Urobthos de una vez por todas. Al final ¿Habéis podido conseguir algo?

Gabriel abre su mano, mostrando el vial de sangre de Herr y a Leoren se le iluminan los ojos mientras lo toma cuidadosamente entras las yemas de sus dedos.

—Ahora podré entrar en home of widsom y averiguar qué información es la que Urobthos nos trata de ocultar a los inferiores. Es genial. Aunque es peligroso, nadie debe saber que he entrado. Solo necesitamos saber quien es el informador y tendremos acceso completo al siguiente escalafón de Urobthos.

—Todavía no sé su identidad —interviene Román, llevándose las miradas de sus dos compañeros. —, pero bebí su sangre, así que si lo vuelvo a encontrar no me sería difícil rastrearlo incluso aunque se aleje mucho.

—¿Cuándo es la próxima reunión de un aquelarre con él? —pregunta Gabriel con el ceño fruncido y mucha decisión, sin perder el tiempo.

Leoren endurece su rostro también y dice:

—Mañana por la noche, a las diez en Marina. —Ambos asienten, ella les imita. —A esa hora Herr estará ocupado, así que por mi lado trataré de entrar en home of wisdom.

—Iré mañana y tras su reunión le seguiré hasta su casa.

—Iremos. —le corrige Gabriel, pero Román no se opone en absoluto.





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