Esteban pica a la puerta nervioso, contando los segundos que Damián tarda en salir. Ha pasado ya el tiempo suficiente como para que su cuerpo haya expulsado todo resto de los medicamentos que tomaba, así que ahora cualquiera puede darse cuenta de que es un beta; si las semana anteriores solo los que se fijaban en él podían advertir eso y ya lo pasó mal, no puede imaginarse cómo será su vida ahora. Incluso está temeroso de pasar un minuto entero en el pasillo a solas. Cincuenta y dos, cincuenta y tres...
—¡Hey, hola! —dice el alfa abriendo la puerta y mirando a su amigo con sorpresa— ¿Cómo es que vienes tan pronto?
Esteban enarca una ceja y mira su reloj con confusión.
—Es la misma hora que siempre. —le dice encogiéndose de hombre.
—¿Qué? Oh, mierda. Espera un segundo ¿Sí? —Esteban asiente, pero pasa dentro; prefiere esperar en un lugar más seguro que el pasillo, de donde los alfas empiezan a venir en todas las direcciones.
Esteban ve al alfa acercarse a la cama del salón, menear al lindo omega que en ella duerme y tener una suave conversación con él sobre que el chico ha olvidado poner su alarma y llegará tarde. Lucas solo asiente y empieza a prepararse mientras Damián y el beta salen de la habitación. Esteban se siente extrañado, es la primera vez que ve a ese chico con el ceño sin fruncir y, sinceramente, cuando Damián le ha puesto la mano encima él esperaba que le rebanase los dedos en el acto, pero solo ha reaccionado al contacto con un leve sonidito; uno que Esteban no quiere interpretar como gusto, pero que tampoco suena como ninguna otra cosa.
Cuando salen al exterior, cruzando el amplio camino hacia la facultad, el viento frío impacta en la cara de Esteban y se siente sensible y molesto. Ahora las cosas le afectan mucho más y rodo le hace sentir como si necesitase a alguien a su lado. Le pone enfermo pensar en él como un niñato sensible y llorón, él es fuerte. De pronto el viento deja de soplar y el sol parece glauco al estar tras los gruesos cristales, cuando entran al edificio cerrado de la facultad, el ambiente se siente realmente opresivo. Las miradas sobre son como piedras, una sola es molesta, cientos son pesadas y apenas le dejan respirar. Las feromonas de los alfas, que antes había producido en su propio cuerpo, ahora son tan extrañas y dominantes que le hacen sentir que se ahoga cuando llega a tomar algo de aire.
Esteban se tambalea y finalmente Damián lo intercepta con su brazo, al que él se aferra con tal de no caer.
—¿Estás bien? —pregunta Damián, su cuerpo produce voluntariamente el aroma reconfortante que gusta usar en Lucas y por suerte funciona también en su amigo. El lobo se siente atrapado, hechizado por él; nada pesa ya, solo flota en una nube de ensueño.
—S-Sí, gracias. —responde avergonzado mientras se estabiliza y anda, todavía necesitando apoyarse en su brazo.
El beta se siente como un basura siendo tan débil, necesitando tanto a su mejor amigo alfa.
—¡Ya han cogido a la putita! —grita un alfa señalando el enlace de sus brazos.
Siente el aroma de la ira venir de Damián, pero el hombre avanza sin decirle nada a nadie, ni a Esteban.
—Quizá nos deje compartir al pequeño beta... —susurra otro demasiado cerca de ellos. Esteban, por instinto, se aferra al abrazo y escucha en ese momento un rugido de molestia.
No sabe para quien va, pero su reacción es inmediata: se suelta. Entonces un conjunto de risas y piropos le caen encima mientras entra a clase.
Damián no le habla, solo luce sinceramente molesto. Su ceño fruncido, su boca hecha una delgada línea, su mandíbula tensa...
Cuando entran a Esteban se le cae el alma a los pies cuando Damián se dirige al lugar de siempre, con el grupo de Matthew; los demás le hacen sentir algo incómodo a veces, pero es ese castaño quien siempre empieza todo, quien siempre parece no bromear cuando se supone que únicamente bromea. Esteban todavía no ha tenido el valor de decirle a Damián lo que piensa de ese grupito de alfas, pero tampoco piensa hacerlo jamás; sería humillante ¿Qué iba a decirle? ¿Qué tengo... miedo?
—Vaya, has ganado algo de atención no deseada por traer a tu perrita. —ahí va de nuevo el alfa, con un comentario que despierta risas menos en Damián y el beta que tiene al lado.
Esteban traga saliva. No quiere ser una molestia, no quiere que Damián le odie tanto como él se odia. El alfa solo bufa y se sienta a su lado, sin intercambiar aún palabra alguna con él.
—¡Ey, cosa linda! ¿Por qué no vienes a sentarte aquí? —grita un alfa palmeando su regazo, Esteban comete el error de mirar en su dirección, comprobando que está erecto y no trata de disimularlo.
Asqueado, se gira de nuevo. Al volverse, Damián está levantado y antes de que pueda dirigirle la palabra, el hombre deja el aula con una mueca de enfado en su rostro.
—Damián... —lo llama su amigo cuando sale de su aturdimiento, pero es demasiado tarde y el otro ya está fuera de la clase.
—Bonito ¿Quieres a tu amigo de vuelta? —pregunta Matthew apoyando su barbilla en el hombro de Esteban; siente el peso como si fuera aplastante y la voz como un cuchillo prensado contra la yugular.
El terror lo llena al oler lo dominante y cruel que Matthew parece ser; tiene una especie de halo de maldad que él odia. Ahora, sin Damián, se siente como un tonto cordero rodeado de lobos ¿Qué si lo quiere de vuelta? Lo necesito de vuelta.
El chico asiente dócilmente y el alfa se levanta, dándole una palmada en el hombro. Un par de alfas más cuyo nombre no conoce, se levantan con él.
—Pues vamos a buscarle.
Esteban asiente inseguro, pero su corazón da un vuelco al pensar en encontrar de nuevo al único alfa que no lo mira como si fuese un pedazo de carne para devorar. Escoltado por un grupo de tres alfas, sale de la clase. Bueno, al menos eran tres cuando Matthew se levantó, después, mientras recorrían la clase, otros tres alfas decidieron seguirles y Matthew solo asintió con la cabeza. Esteban no entendía porque algunos alfas desconocidos se apuntaban a ir a buscar a Damián, ni siquiera los había visto hablarle... pero posiblemente, pensó, se habrían concido en el gimnasio o algo así, Damián era muy hablador y hacia amistades fácilmente así que era extraño que no saliese toda la clase entera a por él.
—Acaba de enviarme un mensaje, está en las duchas del gimnasio. —dice Matthew mirando el móvil y bufando, el gimnasio está a cinco minutos y no dan ganas de andar de buena mañana.
—¿Y qué hace ahí? —pregunta Esteban, algo dolido por que el alfa no le haya contactado a él antes. Revisa su whatsapp. Vacío.
Trata de ignorar el despecho y realmente teme que su verdadera naturaleza sea el fin de su más larga y bella amistad.
—Dice que estaba estresado por el ambiente ahí dentro y que ha ido a darse una ducha.
Esteban asiente, todos empiezan a andar hacia al lugar y él se siente algo excluido, caminando detrás del grupo y escuchando bromas en las que no quiere incluirse; de vez en cuando alguien voltea para revisar que sigue ahí y le mira con descaro, cosa que le hace sentir incómodo.
Llegan a los vestuarios del gimnasio y Esteban entra corriendo, con el pecho desbordando alegría y latidos acelerados. Necesita a su amigo, sentirse seguro, sentirse como más que un simple beta.
Al entrar no hay nadie y él corre directo a las duchas, esperando encontrarlo. No está ahí, tan siquiera ha vapor de agua, como si alguien hubiese usado recientemente alguna ducha. Si Damián no está en la ducha, debería estar en la zona de las taquillas y los bancos, pero acaba de pasar por ahí y estaba también vacío. Esteban respira hondo, pensando que quizá no lo ha visto por la prisa con la que a atravesado la zona. Toma una bocana de aire, esperando girarse y verlo, pero no necesita dar la vuelta completa para saber que no está ahí: ni siquiera huele a él.
Cuando se gira Matthew se acerca a él mientras algunos alfas se desvisten y dos mastodontes se apoyan contra la puerta. Esteban traga saliva y desea demasiado que eso solo sea una broma.
—Desnúdate, odio perder el tiempo. —ordena Matthew, quitándose la camiseta.
Esteban tiembla cuando sonríe como si fuese un chiste, pero el otro solo se aproxima, serio y oliendo a enojo y excitación. Una combinación peligrosa en un alfa.
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