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Román está en el tejado de un edificio, tumbado mientras mira las estrellas y se pregunta si no son cada noche iguales. Hubo un día en que el cielo nocturno le pareció tan deslumbrante como el sol, ahora ambos le aburren soberanamente. La naturaleza no tiene nada más que mostrarle con tal de causar sorpresa en él. Está aburrido del mundo y del tiempo, de la forma en la que pasa, en que los segundos caen, golpean, suenan... como latidos. Y es que realmente el corazón de Gabriel está latiendo fuerte, muchísimo.

Gabriel está a su lado en el tejado, totalmente tenso y con la respiración superficial y rápida. Aparentemente las alturas no le gustan y los cambios de planes tampoco. Ahora que tienen la sangre de Herr y que están tratando de localizar al informador lo que viene después es un misterio en todos los sentidos. Incluso sus reuniones con Leoren se han visto alteradas.

La última vez, cuando salieron de la habitación superpuesta, Leoren tosió con violencia, arqueándose como una cerilla consumida y mientras Gabriel la tomaba de la mano y Román le sostenía su largo y canoso cabello, vomitó una sustancia parecida al alquitrán sobre el suelo. Después les dijo que no sería capaz de usar su magia para abrir un portal a la sala nuevamente. Ambos tragaron saliva y se miraron como si fuese el fin, pero Leoren hizo lo que siempre hace: ser gentil y tranquilizadora. Se limpió la sangre de las comisuras y aseguró que no pasaba nada, que ella iría a casa de Gabriel cuando necesitase algo porque al menos aún podía usar unos viejos brebajes suyos para hacerse invisible un tiempo, sin uso de magia. Gabriel y Román accedieron, pero ninguno de los dos está seguro de cuanto más puede mantenerse esa situación, así que deben conseguirlo ya, andar con zancadas hacia la meta y atrapar a Urobthos, aplastar a la organización en sus manos antes de que sea demasiado tarde.

—¿Sigue en la reunión? —pregunta Gabriel, ansioso.

Román cierra los ojos e inhala, percibiendo el aroma de la sangre ácida del informador en el mismo lugar en el que la lleva percibiendo una hora.

—Ajá. —responde con un simple sonido y se relaja sobre el empinado y alto lugar.

Gabriel está nervioso y no siente como si pudiese quedarse quieto, así que siente la necesidad de asomarse, aún cuando Román le ha dicho ya que desde ahí sus ojos humanos no pueden ver al tipo ni como una mera mancha. De todos modos, Gabriel no puede sentirse tranquilo en esa situación, esperando a recibir órdenes, sin saber lo que sucede. Él siempre ha hecho lo que ha querido, él siempre ha tenido claro todos y cada uno de sus movimientos y siempre ha sabido cómo encontrar al enemigo. Así que ahora no verlo le agobia.

Se asoma un poco por uno de los bordes, agarrándose fuerte con los dedos hasta que los nudillos se le ponen blancos, y mira la oscura calle conteniendo la respiración. Su corazón va demasiado rápido, siente que si se queda mirando abajo, al asfalto, no será capaz de subir, caerá en picado como arrastrado por una cuerda invisible que le atrapa. Va a morir.

Un brazo le rodea la cintura y tira de él hacia atrás, salvándolo de sus horribles pensamientos. Es cuando cae sobre el pecho de Román, entre sus brazos, que se permite respirar de nuevo.

—¿Y tú querías que te llevase a dormir en la punta de una pirámide? —le pregunta el hombre, riendo de forma enternecida al ver la expresión de sorpresa del chico. Aprovechando su anonadamiento pulsa su nariz como si se tratase de un niño, burlándose, a lo que Gabriel responde tratando de morderle el dedo. —Eres un miedoso.

—He matado a más vampiros de los que puedes imaginar. No soy un miedoso. —refunfuña el chico.

La enorme sonrisa que se pinta en el rostro de Román no le gusta nada. Se le antoja diabólica.

—¿A no?

Gabriel va a responder un no mayúsculo, pero entonces el vampiro lo toma entre sus brazos y lo arroja lejos del edificio. Su corazón se vuelve loco. Román debe haberse vuelto loco, pero ¿Qué mierda importa eso ahora? Gabriel solo puede pensar en una sola cosa.

<<Voy a morir.>>

No tiene siquiera aire para gritar y cuando el asfalto está cerca, cierra los ojos, como si no quisiera ver algo tan inevitable.

Pero nada sucede, choca contra algo duro, pero el impacto no es doloroso en lo más mínimo, así que, atemorizado, abre los ojos preguntándose si está en el cielo. Pero está siendo cargado como una princesa por el vampiro.

—A mí me ha parecido que tenías miedo. —se ríe.

Gabriel tiene ganas de borrarle la sonrisa a patadas, pero lo ha pasado tan mal durante unos segundos y está tan feliz de estar con Román y no con Dios, que lo único que hace es golpearle el pecho y después abrazarse muy fuerte a él.

—Te odio ¿Lo sabes? —murmura contra su pecho, haciendo un mohín.

Gabriel piensa en sacar sus armas y abrirle un agujero en el pecho a Román, pero le tiemblan las manos cuando piensa en dejar de abrazarle. Román ríe cálidamente al escucharle y lo acuna más estrechamente entre sus brazos.

—No seas tonto, sabes que no dejaré que nada malo te pase.

Gabriel quiere decirle que un maldito infarto es algo malo y casi se lo provoca, pero no es capaz de abrir la boca para nada más que balbucear como un pez idiota. De alguna forma Román suena tan tierno diciendo algo como eso, tan protector. Y Gabriel quiere dejar de escuchar esas mentiras, porque le hacen sentir demasiado bien.

—Además, teníamos que bajar de todos modos. El informador se mueve, así que voy a seguir su aroma.

Con solo escuchar eso, Gabriel se pone serio de nuevo y olvida lo sucedido hace unos minutos. No tiene tiempo para chiquilladas o bromas pesadas, ahora está trabajando en su misión y debe estar al cien por cien para cumplir su objetivo. Con los brazos y las piernas nuevamente estables, Gabriel salta de los brazos del otro y se pone la capucha sobe la cabeza antes de andar a su lado. Echa las manos a los bolsillos, tiene un arma de fuego y un puñal. Con eso debería bastarle en caso de que el informador, que es humano, les descubra.

—¿Y qué haremos cuando lo pillemos? —pregunta Gabriel en un bisbiseo ronco mientras trata de seguirle el ritmo a Román.

Lo consigue trotando un poco y al vampiro le sorprende que el muchacho no se quede sin aliento.

—No hace falta que susurres, tonto, estamos muy lejos de él, no puede oírnos —dice riéndose, pensando que Gabriel luce como un crío disfrazado de espía. Después le baja la capucha— ni vernos. —añade, aún entre risas. —Y, no sé, ¿No se supone que deberías saber qué hacer, cazador? —dice eso último con tono socarrón, ganándose un codazo de Gabriel que le duele más de lo que querría admitir.

Gabriel se encoge de hombros.

—Yo nunca he hecho algo así, cuando encuentro a mi objetivo... —dice, alargando las letras e imitando una pistola al poner rectos su índice y su corazón. Cierra un ojo y con el otro ve a través de una mirilla imaginaria. Cuando apunta a Román, continúa— simplemente lo aniquilo. —Y arquea su pulgar, pulsando un gatillo imaginario.

Y también imagina la muerte de Román, con la que posiblemente el vampiro sueña cada noche. Román da una mordida al aire, como si interceptase la bala con sus colmillos, y Gabriel rueda los ojos.

—En ese caso supongo que haremos mi especialidad...

—¿Ser un inmoral?

—Inmortal. —Román le corrige para sacarle de quicio, lo cual funciona. —Pero no. Me refiero a improvisar.

Y Gabriel tampoco se opone a ello, al fin y al cabo no tienen nada planeado y no pueden planear nada, no saben lo que van a encontrarse.

Román se para de repente en medio de la calle y Gabriel lo mira extrañado. El hombre respira hondo, frunce el ceño y dice:

—Se ha parado en un lugar mucho rato, luego ha ido a otro. Se ha cambiado de ropa, porque puedo sentir su olor en ambos lugares, pero uno es tenue y se va yendo.

—Entonces el lugar donde ha dejado su ropa debe ser su casa. Deberíamos investigar ahí primeo, quizá así demos con su identidad y podamos planear algo mejor. —Román abre los ojos y asiente, regalándole al chico una sonrisa que parece decir ''buena idea'' y por la que Gabriel se siente extrañamente satisfecho.

A poco menos de diez minutos Román localiza el aroma del hombre, ya casi desvanecido, en una enorme casa. Es lujosa, antigua y claramente no es solo una tapadera ocasional donde el hombre pueda dormir antes de irse a otro lugar. Es realmente donde vive, lo cual les parece extraño. Si el tipo es parte de una organización secreta tendría más sentido que fuese de habitación de hotel en habitación de hotel, sin dejar rastro, sin embargo, parece vivir en el lugar más obvio de todos. Gabriel frunce el ceño, extrañado, mientras entran en el lugar.

El jardín es grande, está bien cuidado y tiene una simetría en su flora que parece casi antinatural.

—Podría tratar de forzar la puerta sin que se note mucho... —murmura Gabriel colocándose frente a esta y agachándose, para ver con más detalle el pomo y el tipo de llave que debe usarse en la cerradura. —necesitaría algunas herramientas, quizá tarde una semana en conseguirlas o...

—Aparta.

—¿Eh?

Gabriel salta en su sitio y grita del susto cuando el otro patea la puerta, a solo un par de centímetros de su cabeza, y esta se abre con un crujido agónico.

—¡Animal! —le grita levantándose y mirando a los lados. —¿Qué mierda haces?

—Es una casa de ricos y sin sistema de alarma, un robo aquí es normal, así que solo tenemos que tomar algunas cosas de valor y ya estaremos encubiertos. No me hagas dramas y entra. —dice el otro, encogiéndose de hombros.

Y Gabriel no puede negar que es una lógica bastante buena, pero ¿Tanto le costaba al tipo preguntarle? ¿O patear un poquito más lejos de su cráneo para no estar a casi nada de aplastárselo? Gabriel refunfuña algo respecto a esas preguntas, pero el otro lo ignora. Cuando entran Gabriel empieza a rebuscar en los cajones de todos los sitios, desordenando el lugar para que parezca un robo apresurado y torpe. Porque solo un patán rompería una puerta de ese modo.

Román también busca, pero sin tocar nada, solo pasa la mirada por todo el sitio, escaneándolo hasta que...

—Mira, —dice Román con una sonrisa triunfal, tendiéndole a Gabriel una tarjetita rectangular. —su DNI. Ya sabemos quien es.

—Román —Gabriel tiene la boca seca, está pálida y el documento le tiembla entre las manos. Alza la vista con los ojos totalmente serio y mira a su interlocutor. —¿Estás seguro de que no nos hemos equivocado de casa?

—No, claro que no. —Román vuelve a mirar la tarjetita, buscando qué es lo que a Gabriel tanto le perturba.

Escucha al otro tragar saliva sonoramente. En ese papel solo pone su dirección, su edad (cuarenta y dos años), su número de identificación, su nombre y apellidos (algo así como Demenet Orjon, aunque Román lo lee solo de pasada) y hay también una pequeña foto que muestra un rostro cuadrado de ojos pequeños y cabello rubio corto.

—¿Por qué lo dices? ¿Qué pasa?

Gabriel vuelve a tragar saliva. Cierra los ojos. Los cierra fuerte. Después los abre y Román puede escuchar su corazón acelerándose.

—Es mi jefe.




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