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Desmond despierta de golpe con la certeza de que algo va mal. Su nariz pica, un olor fuerte envuelve toda la casa en un extraño abrazo y lo llama. A gritos.

Es la sangre de Tomás.

La esencia es tan fuerte que si cierra los ojos puede ver como el líquido se derrama a borbotones. Escucha un débil quejido, su hermosa voz desvaneciéndose, despidiéndose, pero ¿Cómo?

Anoche lo dejó atado¿Qué ha podido suceder? Sin tiempo para especular, corre hacia la entrada, abriendo la puerta de par en par con la sensación de que el corazón se le saldrá de la garganta. Tomás sigue atado al poste, solo que ahora tiene ambas muñecas abiertas y vampiros sedientos como alimañas arrodillados en la tierra para chupar su deliciosa vida. En el suelo, entre las flores y la sangre, hay pedazo de plato roto. El chico debió ocultarlo, planeó eso.

Tomás lo ve con horror cuando este sale de la casa, aterrado ante la idea de la salvación. Los vampiros de bajo rango ni se inmutan, solo siguen bebiendo de los cortes verticales, metiendo sus dedos en la herida para abrirla más y más hasta casi atravesar el brazo; desgarran los músculos con los dientes, lamen ásperamente el hueso. Y aun así, Tomás solo parece estar sufriendo cuando lo ve a él.

Desmond no pierde el tiempo, pisa la cabeza de una de las alimañas estallándola contra el suelo. El cráneo cruje un segundo, al siguiente el césped está salpicado de materia gris y sanguinolentas manchas. El otro vampiro chilla al ver a su compañero muerto y se aleja un poco cuando Desmond avanza hacia él con semblante frío, dispuesto a acabar con su vida con la facilidad y la apatía con la que ha tomado la del otro.

—¡Gran líder! —aclama alzando las manos juntas, como en una plegaria. —Lo lamento, no pude resistirme, él nos pidió que bebiésemos su sangre ¡Pensamos que moriría de todos modos! No queríamos desperdiciar el gustoso objeto de su elecc-

Otro pisotón. Otra muerte.

Tomás se abraza a sí mismo con terror. Desmond cruza una mirada llena de ira con él y corre a quitarle su correa, pero él no permitirá que lo arrastre de nuevo dentro de la casa, de la habitación, de su cama.

Clava sus uñas hondamente en las heridas, gimiendo de dolor y perdiendo la fuerza casi al instante. Quiere arrancarse de ese mundo antes de que Desmond vuelva a hacerlo un recipiente de sus deseos. Prefiere desgarrarse, abrirse, romperse a la mitad él mismo con la poca fuerza que le queda: demostrarle a Desmond que él elige como vive, pero que Tom todavía tiene el poder más grande de todo, el de elegir cuando morir.

El vampiro le aprieta fuerte las muñecas, impidiendo que use sus manos para lastimarse más, y lo desata del todo. Su cuerpo está empapado en sangre y sudor y empieza a tiritar y ponerse blanco mientras la hemorragia no se detiene.

—No lo hagas, no, no, nonononono —el chico niega frenéticamente, aterrorizado, pero Desmond ya corre con él en brazos a las puertas de su amigo.

—¡Víctor, rápido! —chilla Desmond golpeando su puerta y a punto de romper a llorar.

—¿Por huele a sa¡Oh, mierda! ¡Rápido, pasa! —dice el corpulento hombre prácticamente quitándole de las manos al chico y corriendo hacia su sala favorita: la enfermería.

Desmond corre con él al lugar, aterrado por ver a su amigo con tantas prisas. Él es un excelente médico y solo lo ha visto así dos veces: en la guerra tratando de salvar a sus compatriotas caídos y hace unos años, cuando los niños que adoptó enfermaron sin remedio. No quiere que Tomás sea otro caso imposible más. Víctor pone al chico en la camilla y tirándose del pelo le grita a Desmond.

—¡Aprieta fuerte en los puntos de presión! —el hombre lo mira con desconcierto y, señalando su brazo, Víctor grita histérico: —¡La parte interna del codo!

Desmond hace lo dicho, rodeando los codos del muchacho con fuerza hasta que ve que las heridas dejan de sangrar un poco y un leve pulso protesta bajo sus dedos. Se siente más tranquilo hasta que mira a los ojos del muchacho y ve que están en blanco. Víctor corre y aprieta las heridas del chico entre vendas, cubriendo sus brazos una y otra vez, después empuja a su amigo lejos y lo sustituye aplicando presión.

—¡Sus pies, eleva sus pies! —grita con voz afónica.

Desmond no está acostumbrado a recibir órdenes, pero obedece sin rechistar. Prácticamente es como si ya estuviese acostumbrado a actuar en vez de pensar frente a una voz gruesa que le dice qué hacer. El paño en sus muñecas se vuelve rojo poco a poco, pero la mancha empieza a ralentizarse.

—Mierda. —farfulla el médico.

Desmond no entiende por qué luce tan preocupado, el sangrado ya está detenido, han salvado a Tom ¿Cierto? Pero desvía sus ojos de la venda, ahora se fija en su piel. El color pálido es más bien azulado, recubierto de una capa humecta de sudor y, bajo esta, sus venas parecen haberse vuelto pequeñas estrías marinas que recubren su piel.

—¿Qué le pasa? —pregunta casi sin voz, empezando a llorar y con sus manos temblorosas al sostener los tobillos del chico. Su piel está fría y su latido suena bajo y acelerado, como el de un colibrí.

—Está entrando en shock hipovolémico —explica, entonces mira a Desmond un segundo y se queda paralizado.

Es la segunda vez en cientos de años que lo ve llorar como a un niño. La primera fue por amor, espera que esta sea por lo mismo y que no tenga un final tan trágico. Pero no hay tiempo para recuerdos pasados, si Tom muere ni todas las lágrimas de un demonio desalmado podrán invocarlo de vuelta. Tiene que actuar.

Deja a Desmond a cargo un segundo, yendo a su armario a por una bolsa del mismo tipo de sangre de Tomás y una vía intravenosa para empezar la transfusión antes de que el daño sea irreversible. Pide a Dios que no lo sea ya. Y lleva desde la guerra sin pensar en Dios. Desmond observa con angustia, enjugándose los ojos y tratando de disimular su hipeo, como Víctor clava una aguja en su brazo y la fija con cinta, después ve una enorme bolsa de sangre colgar de un soporte y gotear lentamente en la vía que va directa a Tomás.

—Quitaré el vendaje, hay que coser o podría volver a sangrar. Sigue sosteniendo sus pies arriba. —le dice, retirando la enorme gasa blanca y revelando, para horror de Desmond, el ahínco con el que el chico ha tratado de dejarle.

<<Soy un monstruo, soy como Morien.>>

Ambos se relamen culposamente ante el festín de sangre, pero el instinto no es rival para su preocupación, en especial en el caso de Desmond. Mientras Tomás recupera su color y ritmo cardíaco y Víctor deja los brazos del chico de una sola pieza con puntos, él piensa en lo lastimosamente que ha llorado ¿Cuánto hacía de la última vez? Pensó que en ese rojo intenso no quedaba ya más que sangre. Pero ahora que ha dejado ir la primera lágrima siente que podría llorar hasta ahogar al mundo entero.

<<¿Acaso no lloré todo lo que me quedaba de humanidad con Morien? ¿Acaso no agotó él todo mi dolor y se llevó a la tumba estos sentimientos? Estos sentimientos de criatura débil...>>

Se serena un poco, recupera la compostura, pero por dentro una vorágine de sentimientos sigue haciendo temblar sus más firme cimientos. Mira al pobre chico en la camilla, apenas una arruga bajo la sábana que le cubre, tan insignificante, pero le devuelve la vida. Siente que su corazón está condenado por el de Tom: ama verlo feliz y aunque sus apetitos se sacian en su tragedia, cuando al chico algo le duele, a él se le parte el alma en pedazos ¿Eso es la compasión? Él no quiere nada de eso, solo quiere evadirse, cerrar los ojos y hacer lo que Morien y Vlad le enseñaron tan bien: dejar que sus instintos rugan hasta que toda preocupación suene como un susurro. Pero imagina que al abrirlos verá la lápida de Tom y su estómago se retuerce dolorosamente.

—Bien, ya está. Mejorará. —suspira Víctor desplomándose en un taburete mientras pasa una mano por su frente. Después mira a Desmond y dice: —Lo prometo, mejorará, no llores. —le dice dándole una cálida sonrisa.

El otro aparta la vista enrojeciendo violentamente por sus actos, pero su amigo solo ríe enternecido y se levanta para abrazarlo por detrás. Víctor es tan grande que el pobre rubio se siente como siendo abrazado por un oso, aunque es más agradable de lo que pensó, así que hunde la cabeza en el pecho de su robusto amigo, dejándose consolar.

—Creí que moriría. —suspira acariciando las piernas del pequeño muchacho, notando en su piel como los latidos florecen de nuevo y el calor vuelve a llenarle las palmas.

—¿Hablas de ti o de él? —pregunta Víctor burlonamente.

Desmond solo ríe y niega, quiere responderle con otra puya, pero de pronto siente unas inmensas ganas de llorar de nuevo. Se tapa la boca, preguntándose qué diablos le sucede.

—No sé qué hacer ahora... No quiero verlo morir, tengo que impedir que trate de suicidarse de nuevo. —habla tembloroso, con un labio húmedo y pigmentado de tanto morderlo.

—¿Acaso no imaginaste que iba a pasar? —recrimina su amigo, aunque con un tono suave.

—Nunca sucedió antes, siempre terminaba matándolos yo antes, además... Me sentía bien, era como poder hacer lo que nunca hice, defenderme, vengarme de quienes me querían herir, pero ahora no es lo mismo. —confiesa, escondiendo la cara entre las manos. —Él ha pensado en matarse antes que en matarme a mí. Oh, por Satán, él ni siquiera me odia o me quiere hacer daño. Es, es...

—Un angelito —completa Víctor levantándose, poniendo una de sus manos sobre la frente del chico y después deslizándola por los cabellos de dulce color chocolate, apartándolos de su pie sudorosa. — y no lo estás tratando como tal, pero puedes cambiar eso. —Desmond lo mira incrédulo torciendo la boca.

<<Oh, pequeño amigo, no me digas que no puedes cambiar cuando la realidad es que no quieres.>>

—Pero yo soy como...

—Ni yo ni Martha seríamos amigos tuyos si fueses como Morien. —le corta su amigo, cruzándose de brazos y mirándolo con el deño fruncido. Odia que Desmond se compare con su creador y encuentre en ello motivos para sentirse orgulloso, para ocultarse, para excusarse.

—¿No lo soy? —pregunta Desmond, alzando la cara de entre sus brazos con los ojos llenos de esperanza, pero la expresión llena de horror. —Pero he hecho que el pobre chico haga lo mismo qu-

—Desmond. —lo corta, mirándolo severamente. —No lo eres. Por mucho que lo intentes, que pretendas ser ese desalmado, no lo eres, sino no estarías aquí llorando como un niño, no me tratarías más que como un perro guardián y a Martha más que como una aberración. No te afectaría tanto la llegada de estas fechas ni matarías a tus esclavos tan rápido, como aterrorizado de encariñarte de ellos; tú no eres cruel, no más que cualquier semi puro, tú eres inseguro y un bruto que actúa con sus instintos para no tener que pensar. No eres malo, solo...

—No importa si soy malo o no —le corta Desmond, poniendo una mano sobre la de su amigo y tomándola con una fuerza que le hace punzar los nudillos. —, lo que importa es que debo serlo, sino estoy perdido. Esto es lo único que conozco.

—Entonces acabará como siempre acaba, con él muerto. —dice fríamente, señalando al pobre chico en la camilla que ha empezado a tiritar. —Aunque le dejes vivir vivirá como un esclavo toda su vida, los humanos no tienen otra opción en este mundo, esa no es una vida feliz, volverá a intentar matarse. Tienes que hacer algo para que desee vivir.

Desmond se muerde el labio ¿Querer vivir? Él no sabe nada de eso. Nació sin ser pedido y el resto de su vida oyó a sus padres rezar solo para que la mano de Dios se lo llevase lejos y cuando fue el diablo quien atendió sus súplicas se entregó a la muerte y morir es lo que lleva haciendo los últimos siglos. Él no sabe sobre vida y mucho menos sobre vidas felices. Víctor es el experto en el tema, con toda su anatomía, su medicina y los cientos de esclavos risueños que ha tenido ¿Puede uno estudiar medicina de la alegría? Desearía que la vida fuese tan sencilla, que el suicido pudiese dejar una cicatriz con forma de sonrisa, que para el desaliento hubiese una medicina capaz de hacer todo más más bonito. Pero sabe que no. No es Tomás quien está enfermo, no necesita cura: es entre sus propias manos donde el problema se enquista y hace metástasis hacia las personas que ama.

—Todas tus mascotas te adoraron ¿Cómo lo hiciste?

Víctor deja ir una risa melancólica y mira al suelo. Odia hablar de los humanos que ha tenido y perdido, él le dijo una vez a Desmond que en cada uno veía a su esposa y a su hijo, en cada uno creía ver la guerra ganada y un hogar sin muertos al que volver. Debe dolerle como morir de nuevo el ver irse a quienes son todo para él, a quienes pueden aún unirlo con sus memorias humanas. Recuerda a uno de los primeros humanos que tuvo y perdió, Pierre, un anciano que no hablaba su lengua, solo un francés desdentado adorable. Lo amó tanto que quería ponerlo en una bola de cristal y protegerlo siempre, pero Pierre era anémico y no podía ser mordido, así que tuvo que ver como se marchitaba lentamente. Cuando el Alzheimer le hizo olvidar el idioma que Víctor le enseñó para que pudiesen hablar juntos lloró por una semana entera.

—Dime, ¿recuerdas como tenían la piel todos ellos?

—Eran de colores diferentes, pero todos tenían la piel... preciosa. —trata de pensar en ello y no puede sino evocar más que lampiñas piernas, rasos hombros velludos, rostros morenos y brillosos y palmas suaves, pechos pálidos y tobillos lisos como lienzos.

—Tenían la piel perfecta. —le corrige con orgullo, alzando su índice. —Nada de cicatrices, quizá sí mordiscos y como mucho un golpe o dos que sanaban pronto, como es obvio. Ellos siguen siendo alimento, después de todo. Y pocas veces me desobedecieron ¿Me tenían miedo? No soy idiota, claro que lo tenían, yo les compré, les mordía a diario y ponía normas y castigos. No soy blando, soy justo. Pero no era la razón principal por la que siempre andaban persiguiéndome, hablándome y abrazándome. La razón era que yo también andaba todo el día persiguiéndoles, hablándoles y abrazándoles. Los humanos son comida, pero también son nuestro pasado, son como nosotros en muchos sentidos, solo que más frágiles y más apetecibles. Los depredamos por eso, pero es también por eso que yo los protejo. Y puede sonar contradictorio que los cace y a la vez los quiera, pero ¿No es contradictoria nuestra naturaleza? Monstruo y hombre conviven en nuestras almas, así que no veo extraño que seamos, para los humanos, monstruos. Pero también somos hombres. De eso se trata: el hambre nunca se va, pero eso no significa que sea lo único en nosotros respecto a los humanos. Escucha, escucha lo que todas las partes de ti te piden de Tomás. Y sé que para los semipuros es más difícil, los instintos son una locura ¿Cierto? Desmond, solo... trata de recordar cómo te sentías tú cuando eras un mero humano... recordar todo ese dolor y pensar como aliviarlo. A ti nadie te salvó, pero tú puedes salvarle a él. Piensa en lo que Tomás está pensando, en lo que quiere, en lo que teme. Escúchale.

Desmond aprieta su puño y esquiva la mirada comprensiva de Víctor. Sabe que no quiere atender más a sus palabras, mil veces las ha dicho y mil humanos han muerto apalizados después de que Desmond hiciese oídos sordos. Y cada vez que Víctor le ha rogado que sea bueno, que pruebe con la compasión, el cariño y el respeto antes que, con la violencia para moldear a sus mascotas, el vampiro se ha reído en su cara y le ha dicho que la mano dura puede cincelar hasta las voluntades más robustas. Él lo sabe bien. Esta vez Desmond no le da la razón, ni se la quita. Se queda en silencio mirando al suelo durante largos minutos antes de responderle con una negativa a Víctor.

—Ya fui comprensivo una vez con este humano y me lo pagó traicionándome, huyendo... No voy a volver a cometer el mismo error más veces. —sentencia con convencimiento.

Víctor no pelea más. Sabe que la mirada del vampiro demuestra que sus palabras no son tan firmes como parecen, que oscila entre gritar más fuerte y callar y escuchar. Y aunque haya hecho dudar a Desmond de sus horribles principios un solo segundo, le vale. Si es así, con la ayuda de Tomás habrá conseguido más de lo que él solo ha logrado en cientos de años, pagándolo con cientos de vidas.

Fin del cap ¿Os ha gustado? <3



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