27

 Esteban llora de la alegría cuando escucha pasos alejándose y murmullos muriendo en la distancia. Estaba seguro de que su mente no podría soportar tener que aceptar eso y, gracias a Dios —o a Marcel—, no ha tenido que soportarlo. Le da igual que le hayan dejado en el suelo, todavía atado y amordazado, por el momento simplemente está tan feliz porque todo se haya acabado y tan asustado porque casi continúa, que su cuerpo es solo una vorágine de sentimientos; y brotan de él sin filtro, llora angustiosamente, pensando en que nunca más podrá volver a clase con calma.

Logra escupir la ropa interior que tiene en la boca y tose violentamente mientras el otro beta entra en las duchas y lo observa, apoyándose en la pared.

—¿Esto es lo que querías? Que me volviese un beta y me humillasen así... —pregunta el chico con resentimiento, mirando al mismo suelo en el que está tirado.

—Yo quiero que te aceptes, que los demás no lo hagan es una cosa aparte. —dice el beta sin miramientos, entonces da una paso al frente y el chico en el suelo se encoge, asustado. —No soy como ellos, no te asustes. —murmura.

Marcel queda de pie delante del muchacho y entonces se arrodilla para desatarle con delicadeza.

—Ponte esto. —ordena, sacándose su larga gabardina. El chico apenas puede ponerse de pie y, con manos firmes, lo sostiene por las caderas y le ayuda a levantarse.

El chico enrojece mientras el otro guía su cuerpo denudo y débil hasta un banco y lo sienta, tendiéndole de nuevo su abrigo.

—Gracias... —murmura el beta mientras Marcel le da la espalda y recoge la ropa húmeda del suelo. De no ser por él, Esteban tendría que volver empapado a su habitación.

Cuando el otro termina de coger sus cosas y él ya ha cubierto su cuerpo únicamente con la prenda del más grande, Marcel lo toma de la mano para ayudarlo a ponerse de pie; rodea su cintura con el brazo cuando ve que anda dificultosamente y entonces Esteban se siente arder. El aroma tenue de Marcel no tiene esa pesadez que tiene el de los alfas; él huele limpio, estéril y muy tranquilizador. No objeta nada, solo se esconde levemente en su abrazo mientras el hombre lo guía hasta la habitación que comparten.

Una vez dentro, Esteban se separa de él avergonzado y renquea hacia su cama, apoyándose en la pared. Marcel le sigue cautelosamente.

—No hay nada de malo en lo que eres ni en lo que te gusta. —dice Marcel desde el umbral de la puerta, rompiendo en silencio con palabras que son tranquilas, pero que suenan con estridencia en la cabeza de Esteban.

—¡Sí lo hay! ¡Yo no soy ninguna mierda sumisa! —chilla con rabia, pero sus ojos se expanden y su boca se abre cuando Marcel se acerca y arranca el abrigo de su cuerpo con brutalidad.

El hombre lo empuja contra la cama violentamente y gatea sobre ella, aproximándose a su presa. Esteban trata de levantarse y huir, pero es volteado hasta queda bocabajo en la cama y su cabeza es empujada contra la almohada para mantenerlo en el lugar.. Con Marcel encima suyo, Esteban tiembla y da un grito cuando sus dos manos son apresadas por una enorme, justo encima de su cabeza. Trata de resistirse, pero es inútil. El cuerpo encima suyo arde y se prensa contra su piel, puede sentir en su trasero lo duro que el beta está y lo grande que es. Suspira cuando su cuerpo hace exactamente lo que haría el de un omega.

—Yo no soy como esos alfas, no te violaré aunque lo desee. —le dice con voz severa, susurrando en su oído con tono ronco; su mano sigue apretando las suyas, dejando su cuerpo indefenso bajo su poder. —Pero seré severo contigo y no aceptaré que tú niegues lo que eres.

Tras eso recorre con una mano el costado del chico y obtiene un leve temblor. Esteban está nervioso, algo asustado, pero confía en Marcel lo suficiente como para creerle y como permitirle a su piel que hormiguee bajo sus dedos. El beta besa su nuda húmedamente, después su mano descienda hasta una nalga y después de apretarla da un pequeño azote. Esteban grita por lo inesperado del acto y entonces el agarre en sus muñecas se hace algo doloroso, descargas de placer recorren su cuerpo sin que él pueda comprenderlo.

—Ahora ¿Cómo puedes decir que no eres un ser sumiso? Mira cómo estás. —susurra, liberándolo de su agarre y girándolo sobre la cama.

Esteban se deja hacer, sintiendo sus huesos como de gelatina y la piel de fuego. Cuando lo pone totalmente bocarriba, su erección vergonzosa apunta al cielo y Marcel la mira con indiferencia. Esteban se tapa la cara, avergonzado, entonces gime alto cuando todo su cuerpo se reduce a la intensa sensación de un dedo acariciando su longitud. Cuando llega a la punta, presiona hacia un lado y la deja ir, haciendo que la polla del beta se balancee adelante y atrás como un resorte.

—Espero que esto te sirva para que empieces a aceptar las cosas. —sentencia, antes de levantarse e irse, dejándolo cachondo y confuso en la cama sin ninguna clase de remordimientos.

Esteban escucha la puerta de su cuarto cerrarse y cuando comprueba que está solo se lleva las manos a la entrepierna y hace algo que siempre ha deseado hacer. Se masturba, pensando en alfas o en Marcel y su forma tan dominante y posesiva de ser. Piensa en el hombre encima suyo, tocándolo, deslizando más que un dedo en su polla, piensa en todo lo que ha sucedido hoy, piensa en su amigo, en Damián.

Siempre me he dicho que admiraba a Damián, que quería ser como él. Quizá no quería estar en su piel, quizá solo quería lamerla, besarla, frotarme y que ese aroma varonil me sometiese desde lo más profundo de mi alma. Él es solo un amigo y nunca podré amarle, pero es un alfa y quizá el primero con el que mi cuerpo me confesó quien era yo en realidad y empecé a negármelo.

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