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—¿Listo? —pregunta Román abriendo la puerta de la casa.

Gabriel asiente sin hacer ningún sonido, ni el de su respiración, y se dirige con el rostro pálido hacia la puerta. Román escucha sus zapatos contra el suelo, la ropa rozándole la piel y su uña nerviosamente golpeando la culata de la pistola que lleva en su bolsillo. Pero no escucha el tintineo de su daga, ni el roce del cuero de sus zapatos altos con el arma que sea que podría llevar escondida ahí. Lleva solo una pistola, una cargada, pero sin munición extra.

—Deberías ir más armado. —le advierte el vampiro, obstaculizando su salida con su cuerpo.

—¿Para qué? Solo hablaremos con Dem y le ayudaremos a librarse de Urobthos, no necesito armas para eso. Solo llevo la pistola por si acaso, de hecho, ni siquiera hace falta que vengas. —eso último lo dice con el mismo tono calmado que el resto de su intervención, solo que alzando una de sus cejas con cierta desconfianza y cruzándose de brazos.

—¿Y qué pasa si el tío te ataca? Yo le vi antes y puedo asegurarte que no es la clase de persona tranquila que tú estás describiendo. Me cortó una mano, creo que varias veces.

Gabriel bufa con molestia y pasa por el lado de Román, apartándolo. El hombre solo se mueve por cortesía, aunque después de cerrar la puerta le sigue, haciendo caso omiso a la recomendación del chico.

—Eres un vampiro y él uno de los líderes de los cazadores ¿Qué esperabas? Conmigo hablará. —asegura, con una firmeza que Román aborrece.

No le gustan los cazadores, siempre le han parecido tan rígidos. Pegados a normas lineales como si tuviesen un maldito palo metido por atrás, llenos de rectos valores morales y sin la flexibilidad necesaria para mirar atrás y preguntarse algunas cosas. Gabriel nunca le pareció el estereotipo de cazador que tanto odia, sino más bien eficiente pero desafiante. Lábil, colándose entre pensamientos prohibidos, buscando respuestas a preguntas que se prohibió plantearse. Sin embargo, ahora suena convencido de forma tan firme que no parece él.

—¿Y si no lo hace?

Gabriel se detiene a medio camino, se voltea hacia Román con el ceño fruncido y le dice:

—Largo. —El vampiro abre sus orbes rojos con sorpresa. Nunca antes había visto al muchacho con semejante expresión de rabia y ahora prácticamente da miedo. —Si vas a estar insinuando que un cazador no aprovechará la mínima oportunidad para acabar contigo, entonces lárgate. La organización de cazadores es mi vida, no la he malgastado por un puñado de holgazanes. Así que lárgate, porque no eres bienvenido ahí adentro.

Román ve en la distancia el alto edificio, antes conocido como La Sagrada Familia. Sus picos se elevan hacia el cielo como rayos que brotan de la tierra, furiosos, y los colores blancos desafían a la oscuridad de la noche. Quizá el chico tiene razón y no es lugar para él. Román sonríe y se esfuma con la rapidez del baho en un espejo de baño.

Gabriel parpadea, incrédulo, y reanuda su marcha mascullando que el vampiro es un idiota y un inmoral por pensar así de una organización tan importante.

Cuando ve las puertas traga saliva. Está justo en frente del que fue su hogar cuando lo perdió todo y aunque le tiene cariño a esas paredes, él tiene sentimientos encontrados. Es devoto como un fiel creyente a las intenciones de esa empresa, pero mira con recelo a sus miembros, obsesionados con reglas que él es incapaz de cumplir y por la que ha sido enviado a esa misión suicida.

Sabe que no debería entrar ahí sin terminar su misión o sin presentar un caso de emergencia, pero aunque no pueda hacerlo, nunca ha hecho nada que las reglas hayan dictado, así que empuja la puerta con fuerza y desenfado, y entra de nuevo. Triunfal. Ahí adentro se siente triunfal siempre, en su pequeño gran templo hecho para los hombres que se creen dioses, que se alzan contra los demonios.

Recorre los pasillos tan rápido como puede, evitando las miradas de otros miembros. Es muy conocido ahí, si le viesen dentro llamaría la atención más que un perro morado y terminaría metiéndose en líos -si es que no son suficientes líos ya en los que se ha metido al enfrentarse a toda una raza y a la organización secreta que la custodia-, por eso se esconde cuando escucha pisadas y esprinta cuando el silencio se lo aconseja. Llega al despacho de Dem. Nunca ha estado ahí, por lo que a él respecta es un lugar prohibido donde el líder pasa la mayoría del tiempo y donde se reúne con importantes personajes de estructuras superiores a la organización. Pero nadie que esté por debajo de su rango tiene el derecho o el valor para siquiera llamar a la puerta.

Y Gabriel tiene la suficiente osadía para abrirla y entrar sin preguntar.

Cuando el hombre le ve primero le mira con ira, apretando los puños, después le reconoce y el desconcierto de apodera de su cara simétrica y algo arrugada.

—¿Gabriel? —pregunta, acercándose con pasos firmes.

El chico se acerca a él también y pone un dedo en sus labios, como pidiéndole que baje la voz.

—Lo sé —dice Gabriel, acercándose y mirando a su alrededor antes de hablar. Dem luce todavía más perdido—, no tienes de qué preocuparte, te ayudaré a escapar de ellos. —murmura el chico, no queriendo decir exactamente qué es lo que sucede.

Si Dem realmente está siendo usado por ellos, no necesita que nadie se lo explique.

El hombre ríe y acaricia la cabeza del chico con ternura mientras lo empuja un poco hacia la salida.

—¿Qué dices, pequeño bobo? Anda, vete, estás en una misión ¿No? No sé que clase de broma de jovencitos es esta, pero deberías centrarte en el trabajo, muchacho. —dice eso último reprendiéndolo con un pequeño regaño, pero manteniendo un tono alegre y pueril.

Gabriel muere su labio ¿Realmente Dem no es el hombre al que buscan o está fingiendo? Quizá tiene miedo a ser descubierto o cree que así protegerá a Gabriel. No, él no puede dejar a Dem cargar con ese infierno él solo.

El pelinegro se para ante la puerta, apoyándose en ella con fuerza para que el otro con la abra y con seriedad dice:

—Sé que Urobthos te está amenazando para que trabajes con ellos.

No recibe respuesta alguna, nota que el otro se queda callado, quieto después de alejarse un paso y no lo escucha ni respirar. Pero necesita una respuesta, con el aire retenido en sus pulmones y el corazón en la garganta, voltea la cabeza,

—¿Qué?

Mira con ojos desorbitados a su jefe, con el rostro serio y anguloso, las manos venosas y una pistola apoyada contra su cabeza. Si hace un movimiento en falso va a morir al instante. Traga saliva.

—N-no tienes que hacer esto, puedo ayudarte a librarte de ellos. —le dice Gabriel, volteándose del todo. La pistola le sigue, pegada a su piel, y el rostro del otro no logra relajarse en lo absoluto.

—¿Librarme? —el hombre tuerce la cabeza, pensativo. Después se ríe como si no hubiese un mañana y, poniéndose serio de nuevo, dice: —Creo que no entiendes, niño... Aquí nadie me está obligando a nada. Urobthos y la organización de cazavampiros son socios desde el primer momento ¿Acaso no se te había pasado por la cabeza?

La sangre de Gabriel se hiela y lo único que es capaz de pensar es un ''te lo dije'' con la voz de Román. Se muerde la lengua. Cómo le gustaría que el estúpido vampiro estuviese ahí ahora mismo, pero no, lo ha mandado todo al garete con su actitud de mierda, pero esa es la idea ¿No? Ahuyentar a los demás antes de que se queden suficiente como para que cuando se vayan él se sienta abandonado. De todos modos, no es momento de pensar en eso. Va a morir, va a morir y ni siquiera será a manos de un vampiro, sino a manos de su perro faldero. Del mismo hombre al que ha servido desde que tiene memoria, del hombre frente al que se ha postrado, por el que ha arriesgado la vida, a quien ha vendido su infancia, su futuro, todo lo que podría haber tenido. Él jamás fue a una escuela, jamás hizo amigos, jamás trabajó ¡Todo por la maldita organización!

Y solo le han pagado con mentiras.

No quiere llorar, pero tiene los ojos llenos de lágrimas.

—¿Es en serio? —pregunta sin aliento, porque espera que el hombre niegue, ría y jale el gatillo para que salta confeti de la pistola. Porque aunque le parecería una broma de muy mal gusto, prefiere eso o casi cualquier cosa antes de que lo que le dice Dem sea malditamente cierto —¡¿Qué puto sentido tiene que una organización de cazavampiros esté compinchada con Urobthos?!

—Es fácil, sin Urobthos no sería tan difícil matar al primer vampiro y, una vez muerto, los vampiros dejarían de existir ¿Cómo existiríamos nosotros también? Cazavampiros en un mundo sin vampiros ¿No escuchas lo estúpido que suena? Si ellos fuesen erradicados del todo lo único que nos quedaría es volver a ser ciudadanos normales, nuestros votos seguirían valiendo como un solo voto, tendríamos que trabajar de camareros, cajeros, seguratas, lo que sea, por mil tristes euros al mes y llenaríamos nuestro tiempo libre viendo televisión basura y engordando hasta la muerte.

—Todo esto... ¿Solo por poder político y económico? ¿Por ser superiores? ¿Qué ha pasado con nuestro lema? ¡Protegemos a nuestra raza! —le chilla con ira, apretando los puños y la mandíbula. Grita fuerte aunque sepa que es mala idea, porque no puede soportar lo calmadas, lo templadas, lo premeditadas que suenan las palabras del otro.

Ha pensado en ello, Dem ha pensado en ello y ha juzgado que sería una buena idea.

—Bueno, lo hacemos ¿No es así? Sin nosotros los vampiros se desequilibrarían y matarían mucho más de lo que lo hacen. Protegemos a la humanidad, no es ninguna mentira, solo que ¿Cómo decirlo? Parcialmente. Piénsalo, necesitamos a algo de lo que proteger a los hombres para poder decir que los protegemos ¿No? Sin vampiros no seríamos adorados, no seríamos héroes. Y tampoco tendríamos la financiación que tenemos.

—No eres ningún héroe, solo un cerdo egoísta, un cabrón, ¡Un...! Peor que un vampiro, eres la misma mierda que ellos. Matan para seguir con sus asquerosas vidas de asesinos, pero tú lo permites solo por poder. Estás podrido, eres peor que ellos, eres el perro faldero de esos asquerosos, repugnantes, seres. Tú y la organización deberías iros al diablo ¡Me alegro de que Norman perdiese el brazo! —Está temblando de ira mientras habla y no puede soportar que el otro tenga una sonrisa socarrona en su rostro, quiere llevar las manos a su cuello de barba puntiaguda y asfixiarlo hasta dejar su rostro morado, pero el cañón frío en su frente le recuerda que está a un solo paso de morir.

Se siente tan furioso y frustrado. Quiere arrancarse el pelo a tirones, apretar los dientes hasta romperlos.

—Oh, no seas cruel con él. En la organización los únicos que sabemos esto somos los cabecillas, uno por cada país, así que somos pocos, el resto solo sois solo marionetas. Tú, Norman y los cientos de cazadores a nuestras órdenes, no os conviene saberlo, como tú mismo has demostrado, sois demasiado idiotas para comprender la complejidad del asunto.

—Entiendo, entiendo perfectamente lo que pasa. Y vas a tener tu merecido por ello. —susurra el chico con voz ronca y los puños apretados. No sabe qué hará o cómo lo hará, pero sabe que nadie va a quedar impune.

Lo juró, juró acabar con los vampiros y pasará por encima de quien tenga que pasar para hacerlo, aunque sea por encima de la tumba de todos los asquerosos miembros de la organización que le crío.

—¿Y qué harás? Puedo matarte en menos de un parpadeo, idiota. —se burla, apretando más el arma contra su piel, dejando una pequeña marca.

Gabriel siente la bilis subir por su garganta. Nada, no puede hacer nada.

—Ya, pero a mí no.

Cuando ve a Román detrás del hombre, sonriendo sádicamente con grandes colmillos, rodeando su cuello con su brazo y luciendo como un maldito ángel de la muerte, Gabriel siente una extraña de necesidad de arrodillarse y darle las gracias. Pero no lo hace, solo se queda embobado al principio, mientras estrangula a Dem y le arrebata el arma de las manos antes de partirla como un palito.

—No eres tan ágil cuando te pillan por sorpresa ¿Eh? —se burla, apretando un poco más y riendo.

El hombre convulsiona en sus brazos, pierde el conocimiento en solo segundos, con saliva cayéndole por las comisuras, moqueando, llorando y las venas de las manos pareciendo culebras.

—¿Estás bien? —pregunta, dirigiéndose ahora a Gabriel mientras este le mira como a un ángel.

El muchacho parpadea un par de veces, saliendo de su estupor y callado la emocionada voz en su cabeza que no para de suspirar un <<Me ha salvado la vida...>>, entonces asiente.

—¿Q-Qué haces aquí? —pregunta, desviando la mirada.

—Te prometí que no te pasaría nada, así que no quería dejarte solo. —dice el otro, como si fuese lo más normal del mundo.

Gabriel enrojece violentamente y solo trata de cambiar de tema.

—¿Qué hacemos con él?

Román carga al hombre en sus brazos como si fuese de cartón y encogiéndose de hombros dice.

—Raptarlo y torturarlo ¿Qué si no?

Gabriel ríe por la frialdad del otro <<¿Me estaré volviendo yo también un inmoral.>> y exclama con ironía y los brazos alzados:

—¡Planazo!

Román frunce el ceño y mira con un visaje extrañado la palma derecha de Gabriel.

—¿Qué te pasa ahí?

Gabriel baja la mano, intrigado, seguro de que no le pasa nada. Antes de mirarla empieza a notar un ardor extraño que quizá la euforia del momento había camuflado, para cuando tiene sus ojos en ella, duele como el diablo.

Ve como su piel se abre con un fino trazo y la sangre empieza a brotar, el corte es extraño, simétrico en algunos lados, redondeado en otros.

Román mira la palma con mayor detención y se la toma como un caballero. Después, de un lengüetazo que hace escocer la piel el chico, limpia la sangre que gotea y deja solo la roja herida. Un nombre, Gabriel tiene un nombre cortado en su palma:

—Shetrah Fegol Oiwe.

Ninguno de los dos tiene cara de saber qué se supone que es eso.




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