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Desmond gira una y otra vez el anillo de su índice. No es un accesorio que lleve demasiado, pero ahora no le puede quitar la vista de encima: lo rasca, pelliza, retuerce y hace rodar como un aro apretado de hula para su dedo. Está nervioso, nerviosísimo. Tiene a Tomás delante, pero Víctor no está por si le necesita. Están solos en la habitación del vampiro, sin más sonido que los ruidos que hace al dormir. Aunque más bien está inconsciente ¿Cómo sino tendría la calma suficiente para pensar y repensar el mismo tema? Y el mismo tema es el de siempre: Tom. Cuando despierte no sabe cómo hacer que las cosas funcionen. No sabe cambiar. Su vida siempre ha sido igual: unos apalean, los otros aguantan hasta que revientan. Lo único que ha logrado en tantos años es invertir su lugar y no dejaría por nada del mundo su trono. Su lugar como depredador le hace quien es y es todo lo que lleva la vida deseando, muriendo por ser: un hombre fuerte, alguien a quien se atrevería a hacerle daño. Tiene miedo de perder todo cuanto ha conseguido, pero tiene miedo de perder a Tomás también.

El chico se remueve en la cama, pateando las sábanas fuera de su cuerpo y girándose sobre un costado. Al caer sobre la costilla rota chilla y abre los ojos de golpe, incorporándose como un resorte. Mira a su alrededor. Sus ojos abiertos, sin pestañeos, de pupilas locas que buscan y no encuentran le confiesan al vampiro que el chico todavía no está asimilando ni una gota de información. Toma aire. Lo suelta. Un poco más sosegado, mira con cierto detenimiento. Sus ojos encuentran los de Desmond. Chilla como si hubiese visto un fantasma, y se tira de la cama al suelo, escondiéndose debajo de esta.

—Sal de ahí. —pide Desmond con tono calmado, no muy seguro de qué hacer.

Intenta imitar la voz susurrante y tierna que usaba de niño para acercarse a gatos callejeros huraños, pero el chico solo le mira con los ojos saliéndosele de las cuencas y reculando hacia una esquina oscura. Entonces Desmond empieza a oler a sangre y lo ve pellizcándose los puntos del brazo. Se alarma terriblemente y no lo piensa dos veces, levanta la cama entera con una sola mano, exponiendo al asustado chico que no para de chillar, con la otra lo alcanza por el tobillo, aunque lo tiene roto y tira de él para sacarlo de debajo del lecho.

Las manos del humano no paran de rascar la piel, quitar costras compulsivamente y tratar de arrancar los puntos como si fuesen aguijones clavados. Desmond debe hacer algo al respecto así que empuja al chico contra el bode de la cama, haciéndolo caer sobre su tripa, y pone los brazos a su espalda. Si logra que sus manos se queden quietas podrá impedir que se autolesione. No tiene nada más a mano, así que agarra las sábanas y anuda las muñecas, poniendo el nudo bien alto para que no toque los cortes y bien apretado para que el chico no alcance con sus manos más que la otra. Tomás chilla al notar que está atado. Está llorando a mares, babeando y temblando como si cuerpo estuviese bajo cero y luce horriblemente enfermo con esas sacudidas.

—Humano, deja de gritar, escúchame —susurra, apartando el cabello de su oído para poder hablar en un tono íntimo.

Tom se despeina y le da un golpe en la mandíbula con su cabeza, sacudiéndose nerviosamente. Desmond no sabe qué hacer, siente que el chico no parará hasta haber logrado suicidarse. Cierra sus ojos, respira hondo y trata de hacer lo que Víctor dijo, escuchar lo que su corazón tenía que pedir de Tom. Se dice que por una vez no pasará nada, será bueno un segundo, como un pequeño lujo, luego él seguirá siendo el temible Desmond Gaard. Sortea la sed y llega a algo candoroso y agradable. Deja que dirija sus manos: una lo mantiene quieto tomándolo suavemente de la cintura, la otra se hunde en su pelo. Recuerda haber hecho eso dos veces antes, accidentalmente. Caricias, antes de la llegada de Tomás no recuerda cual fue la última vez que las dio y, mucho menos, que las recibió.

El chico parece quedarse en shock, pero al menos más quieto. Un instante lo mantiene congelado, sin respirar y Desmond casi juraría que su corazón ha escapado un latido, al siguiente se deshace en un llanto lento y silencioso.

—¿Quieres que te desate, mascotita? —pregunta en tono dulce.

El chico lo mira de soslayo temerosamente, incapaz de contestar. Se pregunta si es una trampa y comienza a llorar. Sucio. Se siente sucio en la piel y bajo ella, llora lágrimas de alquitrán y cuando la sangre sale de sus venas siente que apesta. Quiere arrancarse del mundo, murió hace unas noches y siente que empieza a pudrirse.

—No me gusta que ignoren mis preguntas... —le anima a hablar, tirando un poco más de su pelo con caricias más profundas. Su piel está tan sensible que gime y acto seguido llora de la vergüenza. —¿Quieres que te desate?

—S-sí, por favor, mi señor, por favor... —dice en una voz tan pequeña que siente que el chico en sus manos no es nada en absoluto. Entonces jadea y añade: —M-me violará de nuevo ¿Verdad? Usted dijo que si no comía lo haría y no he comido...

—No haré nada por ahora, lo dije para asustarte. —Tom asiente, incrédulo. —Bien, hagamos un trato, yo te desato si tu prometes ser bueno y no hacerte daño. No quiero que mueras. —confiesa con las mejillas rojas.

Pero para Tom ese detalle no tiene nada de tierno, no suena como sentimientos revelados, sino como egoísmo. Él sabe que Desmond no le quiere muerto: ha pagado por él y quiere usarlo antes de tirarlo.

—Sigo esperando mi respuesta.

Las caricias se detienen y el chico se aterroriza. Está convencido de que Desmond no le dejará morir, así que lo más sencillo es comportarse y esperar que su vida no vuelva a ser tan horrible.

—L-lo haré, amo, por favor, no quiero estar atado, me da mucho miedo...

El vampiro le acaricia la cabeza suavemente una vez más antes de bajar la mano para desanudar las de su mascota.

—Nunca más quiero que vuelvas a intentar hacer una estupidez así ¿Has entendido? Tú me perteneces y soy yo el único que puede decidir si vives o mueres. Intentando cambiar eso solo lograrás pasarlo peor. Eres mi mascota, te guste o no. —dice, alejando las sábanas de las muñecas del chico. Ve que las ha dejado rojas y con profundas marcas oscuras y se siente un fracaso, apenas ha empezado a intentar cuidarlo ha fallado.

—Pero ser su mascota es... es... —se lleva las manos a la cara.

—No vas a dejar de ser mi mascota nunca, sabes que las cosas son así —dictamina elevando su tono de voz. —, pero... —susurra, tomando al chico entre sus brazos y llevándolo a la silla de ruedas que tiene en una esquina de la habitación. Lo deja en ella, notando como el chico salta rápido lejos de sus brazos, retrayéndose de su contacto como si ardiese. —si tanto miedo tienes de los castigos que te doy, entonces podemos hacer que no sucedan o que no sucedan tan violentamente ¿No es así? Es muy sencillo, pequeño, tú te portas bien para mí y yo a cambio soy un poco más suave. Es como un intercambio ¿Acaso no es justo?

—¿Es c-como ser amigos?

Desmond siente unas horribles ganas de llorar cuando Tom mira hacia arriba con un poco de brillo en los ojos, apenas una gota de esperanza de lo que fue un lago una vez, y le hace esa misma pregunta que le hizo cuando lo compró.

<<No se ha rendido... Él es tan bueno y tan fuerte a la vez, pero ¿Cómo es eso posible? No, él no es fuerte, solo es tenaz, pero ¿Fuerte? La fuerza solo está en la dominación, en la violencia. Yo soy fuerte.>>

Desmond va a responderle con un rotundo y desalentador no, pero alguien llama a la puerta. Tom se encoge en su asiento y el otro, sin demasiada emoción, toma la silla de ruedas y los dirige a ambos a atender a la visita. Sabe que posiblemente será Víctor queriendo asegurarse de que su paciente progresa adecuadamente, así que por eso lleva a Tom también.

Se lleva una sorpresa cuando se encuentra con Vlad.


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