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*esta semana actualizo hoy porque como me van a operar luego estaré pocha y seguro que si lo dejo para después de la operación no actualizo uwu

Tomás se encoge. Se siente tan desprotegido, el pijama de satín le cubre tan pésimamente como si estuviese desnudo y por culpa de la silla de ruedas es incapaz ya de tomar decisiones tan pequeñas como irse o quedarse cuando tiene la oportunidad de hacerlo. Vlad saluda amablemente y Desmond le responde con una cálida sonrisa, entonces el hombre pasa sin esperar a ser invitado y se dirige hacia el salón.

—Ah, tantos meses sin verte —se queja, sonando abrumado. —, en la fiesta esas malditas ratas sedientas de dinero me tuvieron bien ocupado ¡Oh! Y después de la fiesta, que pesados pueden llegar a ser algunos. —Desmond va a cerrar la puerta, pero entonces ve a un pequeño chico parado justo en el umbral. Tiene la vista en el suelo, el cabello canoso y el cuerpo delgado como si solo fuese de hueso y papel. Vlad hace un gesto vago con su mano, por lo que el chico se inclina ante el vampiro rubio y después pasa siguiendo a su amo. —Me apenó mucho no poder pasar tiempo contigo, pero ¡Aquí estoy! Y por fin estoy libre, así que me quedaré un tiempo.

El pálido chico tiene evidentes problemas para caminar y, para su horror, Tomás reconoce ese cuerpo con más cicatriz que piel, esa mirada echa de ojeras y labios que parecen un corte en la cara. Su miserable expresión le dice que son iguales: estarían mejor muertos. Por primera vez en su vida, quiere matar a alguien, pero por compasión.

—Iba a invitarte de todos modos si no te auto invitabas tú. —ríe Desmond cerrando la puerta y tomando la silla de ruedas de Tom para dirigirse con él hacia el sofá.

Está justo en frente de la chimenea. A Tomás se le encoge el estómago. El vampiro se deja caer en el sofá con su amigo y pone la silla de ruedas de Tom frente al fuego para que este no pase frío. La mascota de Vlad se pone en el suelo a cuatro patas y aguanta mientras su amo apoya los pies en su espalda. Tom se muerde la lengua para no gritarle una grosería y mientras mira con lástima al muchacho, nota que Vlad le mira a él con una sonrisa irónica, casi amenazante.

—Veo que al final le diste un buen castigo al niño —ríe, pateando la silla de ruedas para hacerla rotar un poco, con Tomás encarándolo a él y no al fuego.

El chico se ladea, fingiendo buscar la calidez, y escode el rostro entras las rodillas.

—Dime ¿Te lo has follado ya? Oh, ni respondas, conozco esa sonrisa ¿Cómo estuvo? —pregunta inclinándose hacia su amigo.

Tom se tapa los oídos repugnado hasta el punto en que no puede ver su piel sin recordar las manos de Desmond sobre ella. Cierra los ojos, pero todavía puede sentir las garras, la lengua... quiere arrancarse la piel y que los recuerdos se pudran con ella.

—Bueno, ya lo ves, le dejé frágil. Víctor dice tiene que estar así como un mes. —suspira, encogiéndose de hombros.

Vlad rueda los ojos al escuchar el nombre del grandulón y responde con cierta hostilidad.

—¿Y le vas a hacer caso a ese santito? El niñato es tu mascota, no tu hijo ¿Qué más te da que se rompa? Bah, ni siquiera deberías haberle dado ese capricho.

—Realmente no quiero que muera, así que tomaré las medidas necesarias. —Desmond suena extrañamente serio para estar entablando una conversación con su colega, así que Tom se siente alarmado. No quiere que su amo se enfade.

—¿Te digo cuales son las medidas necesarias? Joderte tanto como quieras al humano y comprar uno nuevo cuando no te sirva. Y, por lo que veo —habla despacio, mirando de arriba abajo al chico con una ceja alzada. —, este no vale más que para una última ronda ¿La hacemos ahora? Tengo ganas. —ríe levantándose.

Tom chilla cuando el tipo le agarra por los hombros y lo arroja al sofá, pero antes de que se pueda lanzar encima Desmond está interponiéndose entre ambos.

—¿Qué haces? —pregunta sorprendido. —Si hacemos algo morirá.

—Entonces cómprate uno nuevo —responde riendo e intenta alcanzar la ropa del chiquillo, pero Desmond le agarra la muñeca con firmeza. —Oh, vamos ¿Es en serio?

—No me gusta que toquen mis cosas, lo sabes. —insiste el, sentándose para no dar un paso al frente y lucir hostil. En su lugar coge al humano y lo pone en su regazo.

Tomás tiembla, aterrado por ambos.

—¿Tan caro te ha costado que no quieres romperlo? —pregunta con fastidio, sosteniéndose el puente de la nariz. Cuando Desmond asiente él alza las manos en son de paz y se sienta a su lado. —Menuda cosa frágil —bufa, cruzándose de brazos. —, deberías tenerlo como al mío. Ah, ahora estoy con ganas por culpa de tu humano.

Tras la queja, sonríe y chasquea los dedos. Una vez baja los pies de su humano, este inmediatamente reacciona al sonido como si estuviese hipnotizado y empieza a desabrochar la bragueta de Vlad. No le tiemblan las manos y Tom se pregunta cómo lo hace hasta que le mira a los ojos y ve lo muertos que lucen. No está nervioso porque ya no tiene nada que temer: está totalmente destruido.

—¿Quieres que te la chupe? —pregunta Vlad acariciando la mejilla de Desmond con cierta ternura y después señalando al chico canoso entre sus piernas. —Lo hace genial y yo comparto, no como otros —se burla, ganándose un golpe amistoso en el hombro.

Desmond asiente y se levanta cargando a Tomás.

—Iré a dejarlo en otro sitio, no quiero que le dé in infarto.

Ambos ríen estruendosamente y él solo desea salir de ahí lo más rápido que pueda.

Mientras suben las escaleras Tomás se siente afortunado de no estar en la escena, pero se le rompe el corazón al saber que el pobre peliblanco debería complacer a esos dos. Desmond mira con indecisión el pasillo del piso de arriba y escoge un lugar al azar. Tom agradece que sea la biblioteca; ante la expectativa de que nunca encontrará a Todd, su emisario anónimo es el último consuelo que le queda. Cuando Desmond lo deja ahí él tan siquiera se espera que cierre la puerta para empezar a arrastrarse lastimosamente hacia la mesa donde guarda el diario. Abre el cajón, aliviado de ver que el diario roído sigue ahí, acumulando polvo. Lo toma, lo abraza, inspira el olor acre que hace picar su nariz. Apenas se atreve a abrirlo ¿Y si termina? ¿Y si no hay nada más escrito? Otro ser querido que le abandona. No quiere sentirse solo, pero tampoco quiere engañarse.

Abre el diario, pasando las páginas lentamente, reteniendo la respiración mientras vuelve la última que reconoce. Un par de lágrimas caen sobre el papel y corren la tinta ya leída. Llega a la nueva página, tiene los ojos anegados en lágrimas y no ve nada. Se los frota, enjuagando los lloros, y jadea al ver letras y letras esperándole.




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