El alfa no está nervioso, está al borde de un ataque de ansiedad combinado con un posible infarto; de hecho tener un infarto le parece mejor opción que decirle a Lucas que quiere una segunda oportunidad para ser su amigo, el rechazo seguro que dolerá más que un fallo en su corazón. Respira hondo, estando sentado en el sofá y con los ojos tan fijos en el pomo de la puerta que de vez en cuando le lloran porque se olvida de parpadear.
Trata de convencerse de que no le irá tan mal con él, pero no está seguro. Es última semana Lucas y él han estado distantes porque ambos se han ocupado mucho de los primeros exámenes del curso, poco de su vida social y menos aún el uno del otro. Sin embargo, Damián trata de sacar tiempo en las mañanas o los cambios de clase para hablar un poco con Lucas, acompañarle a algún lugar para que no esté solo o al menos sonreírle y saludarle; el chico responde esquivo a veces, pero sonrojado esas mismas veces y, otras, es amable, pero tímido. Tiene la sensación de que Lucas trata de no apegarse mucho a él, pero en el fondo se siente a gusto con su presencia. Sin ir más lejos, dos noches atrás Lucas le dijo a Damián si quería acompañarlo a la biblioteca a por un libro; el trayecto duró solo diez minutos, se separaron después y Lucas estuvo todo el rato enfurruñado diciendo que solo le pedía que le acompañase porque si no iba a perderse buscando la sección donde ese libro estaba. Pero al final el chico le agradeció y aunque no había parado de decir que tenía prisa unos minutos atrás, pareció querer prolongar la despedida y cuando se fue lucía alicaído. Antes marcharse Damián advirtió a Lucas dando un paso hacia él e inhalando, como si el pequeño omega quisiera tomar un poco del aroma del alfa para el camino. Fue tan tierno que estuvo cerca de abrazarlo, pero se contuvo.
El pomo de la puerta cede lentamente y su corazón se para, recapitulando los días anteriores a ese en que se debatía entre si hablar seriamente con Lucas o solo dejar que el tiempo lo dijese todo. Damián tiene poca paciencia, así que era obvio que iba a escoger esta opción.
—Lucas. —lo nombra, poniéndose en pie tan pronto como entra. El chico da un repullo por la sorpresa, pero después se acerca a él curiosamente, instándole a hablar. —¿Puedo hablar contigo?
—Eh, sí ¿De qué? —pregunta. Damián se sienta de nuevo y palmea el sitio a su lado, el omega obedece su gesto con algo de desconfianza.
—Quiero, eh... yo, a ver, no sé por dónde empezar... Lo que pasó hace unos días y... Ah. —Damián golpea su cara con la mano y entonces toma las del pequeño en la suya; el omega se sorprende, pero el gesto tan gentil incluso siendo espontáneo, que se deja hacer, intrigado por la situación. —Lucas ¿Tú te sientes a gusto conmigo? —pregunta el alfa, jugando con los deditos del chico y observando sus manos.
Son suaves, de dedos achatados y blanditos como si fuera un peluche. Desea demasiado estrujarlo.
—¿Por qué debería responder eso? —pregunta enarcando una ceja.
—Lo que pasó... fue porque sí, quiero follarte, pero ¿Quién no? Y sé que tú no quieres hacer cosas con un alfa y por eso, por eso quiero decirte que yo no soy como los demás alfas... quiero conocerte, aunque no tengamos sexo aún.
—Nunca. —le corrige el otro, frunciendo el ceño.
—Aunque no tengamos sexo nunca. —repite Damián, asintiendo con la cabeza y sonando algo dolido, el lobo dentro suyo está llorando en este momento. —Quiero pedirte otra oportunidad para ser tu amigo, no quiero que me odies. Quiero poder abrazarte a veces y que ronronees como... —en ese momento Lucas alza la mirada, su rostro tiene una expresión sombría y una mirada asesina.
Alza el puño como una amenaza.
—Yo. No. Ronroneo. —vocaliza, cortante y duro. A Damián le da un ataque de risa al ver lo rojo que se está poniendo y entonces alza sus manos para tirar de las sonrojadas mejillas del chico.
—¡Tan bonito! Y sí ronroneas, es adorable.
—Te doy otra oportunidad para ser mi amigo si no le dices a nadie que ronroneo. Y si me invitas a cenar hoy. Y a un postre de dos bolas de helado; con nata. —dice Lucas hablando rápido y desviando la mirada, el lobo de Damián mueve rápido la cola en su pecho y el tamborileo de su corazón se escucha en sus oídos. Está tan feliz.
Lucas ni siquiera sabe porque ha usado una excusa tan extremadamente idiota para permitirle a ese tipo hacerle daño de nuevo; se siente imbécil y trata de convencerse de que su antojo de helado ha cegado su decisión, pero sabe que no es eso o al menos no solo eso. Cuando Damián le ha dicho que ronronea al ser abrazo, Lucas no solo se ha enfadado, ha ronroneado imaginándose un abrazo suyo y se odia por ello; odia haber accedido tan fácil a darle una segunda oportunidad y odia estar esperando que Damián le abrace ahora mismo; sobre todo porque no lo hace.
—Claro, pago tu helado y después la nada te la doy yo, bonito. —bromea Damián. Lucas se pone rojo de repente, no sabe si de ira o vergüenza y se lanza sobre el lobo con una almohada en la mano, dispuesto a asfixiarlo.
—¡Guarro! ¡Dijiste que nada de sexo! —chilla presionando la almohada contra su cara mientras su cuerpo se inclina peligrosamente sobre el del alfa.
—Oh, solo bromeo tontito. —ríe, apartando la almohada al rodar sobre sí mismo y sobre Lucas.
Lucas queda debajo del enorme alfa, quien solo sonríe y mira con ternura su sonrojo.
—Eres absolutamente tierno. —le susurra, antes de besar su frente con delicadeza. El chico se encoge por sus labios, pero estos le brindan un calor que ocupa todo su cuerpo y se veirte sobre el corazón, haciéndole sentir necesitado.
Quiere que el alfa reparta besos por toda su cara, el lobo gimotea en él pidiendo restregarse contra los labios del alfa para poder ganarse más cariños. Lucas se guñe a sí mismo por tener esos pensamientos y trata de expulsarlos cuando Damián por fin —por desgracia— se aparta.
—Eres tan diferente a los omegas que he conocido, aunque creo que tampoco he conocido a los mejores omegas del mundo... por eso no sé muy bien cómo comportarme cerca de vosotros. —Admite, recostándose sobre el respaldo del sofá y suspirando.
Cuando piensa en omegas solo puede ver manchas de pintalabios en las camisas de su padre, de un tono distinto cada semana, tacones repiqueteando por la cara, voces chillonas y falsas gritando al ver cosas con más ceros en la etiqueta que letras tiene el producto, cabellos de peluquería, luciendo esculpidos, y sonrisas que no se sienten para nada tan especiales y bonitas como las de Lucas.
—¿Qué omegas has conocido? —pregunta Lucas con voz fina, jugando con sus manos y acomodándose junto a Damián en esa esquina del sofá. El alfa suspira pesadamente, pensando en una respuesta corta; no le gusta hablar del tema, tampoco lo odia, pero es incómodo.
—Principalmente a mis madrastras; unas... ¿Veinte? Y a otras que no se quedaron lo suficiente como para hacerse llamar madrastras. Mi padre... él es un hombre de dinero y con más sentimiento que cerebro, así que atrae a omegas hipócritas e interesadas y, bueno, él se enamora de ellas en menos de un minuto. Es un buen hombre, pero no tiene demasiado criterio, así que ha cometido muchos errores. —Damián suspira de nuevo, él nunca odió a esas omegas, él también habría jugado sucio por dinero si lo hubiese necesitado y hubiese sido tan fácil como su padre era, pero durante mucho tiempo pensó que las omegas eran todas como sus madrastras; que la hipocresía era lo normal en ellas como en los alfas lo es la posesividad. Se recuerda a él follando a omegas y no respondiendo las llamadas del día siguiente, apagando el móvil con pánico a dejarse engañar por una voz dulce. —Durante mucho tiempo fui bastante imbécil y realmente pensé que lo único bueno que un omega podía darte era el sexo.
—Alfa tonto, eso es mentira. —dice Lucas frunciendo el ceño. Durante un segundo lo mira a los ojos, verde y azul se funden en una vorágine de empatía y lástimas; Lucas siente que él y Damián no son tan diferentes; en absoluto.
—Lo sé, adivina quién me lo enseñó. —ríe, mirándolo con picardía.
—¿Quién? —pregunta Lucas inocentemente, encogiéndose de hombros por la incertidumbre.
—Y luego soy yo el tonto... —niega con la cabeza, alzando una mano para revolver los cabellos del chico como si fuese un pequeño animal. El cachorro solo infla sus mejillas y le gruñe en respuesta. —¿Vamos? Se nos hará tarde para la cena si no salimos ya.
—¿Así que tu idea de invitarme a una cena ha evolucionado a hacerme fideos instantáneos, uh? —pregunta Lucas con las manos en sus caderas y alzando una ceja.
Damián trata de fingir una sonrisa, pero solo luce abatido y algo gracioso.
—No pensaba que todos los sitios iban a estar ocupados y no pienso andar hasta otra facultad. Además, en este paquete pone ''Deluxe'' ¿No es genial? Te invito a una comida lujosa. —dice el hombre meneando la bolsita brillante de ramen.
Lucas la mira con expresión sorprendida y casi tiene ganas de reírse al ver el pequeño dibujo de un fideo con rostro ardiendo. Sí, eso no es a lo que yo llamo lujoso...
—Uy sí, que romántico... —se burla, rodando sus ojos.
—Oh, ¿pretendías que fuese romántico, bebé? —se burla Damián, haciendo enrojecer al omega. Puede oler lo muy fastidiado que está y es absolutamente hilarante.
—¡Solo bromeaba, deja de malinterpretar todo! ¡Eres odioso!
—Y aun así tú me amas. —ríe, metiendo los fideos con agua en el microondas. Lucas solo gruñe en respuesta, dejándolo solo en la cocina para ir al sofá.
Pero solo un poquito... Lucas da un repullo por sus pensamientos y su corazón late rápido ¿Qué?
—¡Listo! —la voz de Damián lo distrae y llega con un par de boles humeantes de donde sobresalen palillos chinos cuya calidad Lucas ha puesto en duda varias veces.
El alfa deja los platos en la mesita que hay delante del sofá y se sienta pegado al pequeño omega; la comida huele deliciosa y algo picante, pero le gusta oler lo dulce que es el muchacho. Aunque despierta sus instintos más salvajes, contradictoriamente le hace sentir tranquilo. Lucas no dice cuando pilla al alfa inhalando cerca suyo, la idea de que Damián quiera su aroma en su sistema hace que su lobo se retuerza de emoción por algún motivo. Perro tonto...
—¿Quieres ver algo mientras cenamos? —pregunta Damián, no le molesta el silencio, es agradable para él disfrutar de la presencia del omega, pero teme que el sentimiento no sea recíproco.
—Oh, claro. Creo que descargué una película hace poco, la busco ahora en el portátil.
El pequeño deja la mesa un segundo para ir a por su mochila; cuando encuentra el ordenador lo pone en la mesa, tras su bol de fideos, y entonces lo inicia. Entra en la carpeta de descargas y va pasando videos, en busca de aquella comedia que hace un par de días bajó.
—Dime que no será un video snuff de ti matando a un odioso alfa. —bromea Damián. —Oh, dime que no es un video snuff de ti matándome en el futuro.
Lucas estalla en carcajadas con la idea, jamás se le había ocurrido algo tan loco. El chico olvida tapar su boca mientras ríe y dirige sus manos a su panza cuando la risa empieza a ser dolorosa. Y, joder, si que él me haga reír va a doler, creo que me volveré masoquista.
Damián sonríe silenciosamente, mirando el cuerpo sacudiéndose y sintiendo un hormigueo en su vientre. La risa de Lucas es su sensación favorita.
—Estás loco. —le dice el omega, aún entre risas.
—Tienes una risa tan hermosa ¿Por qué no la escucha más a menudo? —Damián quiere buscar ese sonido en internet, descargarlo en mp3 y reproducirlo una y otra vez con sus audífonos. Es tan cálido, tan seguro.
—Porque cuando los alfas ven una sonrisa en un omega creen directamente que ya estás ligando con ellos. —explica, rodando los ojos y empezando a comer.
Damián suelta una risa sin gracia.
—Yo no me creería que estás ligando conmigo ni aunque me dieses un jodido anillo de matrimonio. —bromea, a lo que Lucas ríe atragantándose con sus fideos y convirtiéndose en un lío sucio y manchado de caldo.
Damián cree que esa cosa menuda que parece que no sabe ni comer apropiadamente es lo mejor que ha conocido. Lucas solo cree que el alfa debe estar pensando que es ridículo, así que se pone rojo de nuevo y el alfa piensa que es ridículo lo muy adorable que es.
—Agh ¿Dónde está la maldita película? —pregunta Lucas dándole al botón de pasar y repasando diversos archivos que no son lo que busca. —Cuando la encuentre en vez de verla voy a apuñalarla por tardar tanto en aparecer.
—No creo que sea posible. —objeta el alfa, a lo que recibe una mirada asesina. —¿Sabes? Apuñala a lo que quieras mientras no sea a mí.
Lucas sigue pulsando el botón con hastío, hasta que aparece lo que menos querría que apareciese. Lo salta rápido, esperando que Damián no lo haya visto, pero cuando se gira y lo ve ojiplático y con la boca abierta en una perfecta o, sabe que se ha dado cuenta. Oh, no...
—¿Buscaste el video porno que te puse? ¿Lo descargaste? —pregunta el alfa con incredulidad. Todo el cuerpo del omega se tensa y entonces suelta un gimoteo de vergüenza tenue. —Oh, pensaba que eras un niñito inocente... —ríe Damián, golpeando el hombro del chico mientras lo ve taparse la cara con las manos; está tan avergonzado que su voz no sale para insultar al alfa y pedirle que se calle. —¿Te gustó? Puedo enviarte más videos si quieres, ese no es demasiado bueno, pero tengo algunos fantásticos ¿Qué te gustaría? ¿Gang bangs, solo sexo oral, quizá algo de bondage? Oh, no seas tímido, solo dime.
Lucas se lanza a la parte de atrás del sofá sin responder, coge la manta gruesa sobre los cojines y se enrosca en ella hasta que queda cubierto desde la coronilla hasta los talones. Piensa que quizá si finge estar en otro lugar —aparentemente, en el interior de un burrito— será como si Damián no le estuviese avergonzando.
—¡Oh, vamos! ¿No crees que es demasiado dramático convertirse en un rollito de primavera humano solo porque te he pillado viendo porno? —se queja entre risas, palpando el cilindro en que se ha convertido el omega para buscar los extremos de las manta y desenroscarlo.
Lucas se remueve entre los pliegues de la manta e intenta morder al alfa una par de veces, aunque finalmente Damián termina por exponer a Lucas y su roja carita avergonzada. El chico se cruza de brazos, lo mira mal y decide que no puede mirarle más a los ojos después de que esos mismos ojos verdes hayan visto eso en su ordenador, así que se voltea y le da la espalda.
—No hay nada malo en ver porno, tonto.
—No lo había hecho antes, pero... pensé que quizá me ayudaría con el celo, me vendrá dentro de poco... Cuando yo me... las otras veces que... ¡Ah! ¿Por qué mierda te estoy contando esto? ¡Es vergonzoso! —Lucas golpea su cabeza un par de veces contra una almohada, asegurándose que no está hueca. Porque juro que cuando le hablo a Damián es como si fuese jodidamente incapaz de pensar en nada... en nada más que él. —Cuando estoy en celo tomo muchas pastillas para el dolor y uh, a veces me he masturbado porque las pastillas no eliminan todo el dolor y pensé que con ese video... bueno, que quizá ayudaría. Sobre todo, en los días antes del celo, suelo tener dolor, pero mientras no esté en celo no puedo medicarme, así que...—Lucas suspira de nuevo, se siente tan, tan avergonzado.
Si cualquier alfa lo hubiese visto con su cabello revuelto, pegado a su frente por el sudor, los labios rojos de mordérselos, el cuerpo pálido como la nieve pero ardiendo en llamas invisibles, con su mano manchada de blanco y su pequeño miembro rosado flácido descansando sobre el abdomen; si cualquier alfa lo hubiese escuchad gemir mientras él veía como dos grandes alfas se follaban a un omega, si lo hubiese visto asquearse, rizar los dedos de los pies y tensarse mientras se derramaba entre sus dedos, si lo hubiese escuchado suspirar con pasión después, mientras el dulce lubricante de derramaba por todos sus muslos como aceite corporal... Oh, si cualquier alfa hubiese sabido algo de eso, Lucas posiblemente se sentía destruido. Pero no se siente así ahora, porque Damián no es cualquier alfa.
—¿Ha ayudado? —pregunta Damián, sonriendo con amabilidad, pero sin burla; su lobo se ha puesto atento cuando Lucas ha mencionado el dolor, se siente serio ahora. Preocupado es la palabra.
—Uh, bueno... ha sido un poco mejor que las otras veces, pero siempre es algo insatisfactorio ¿Sabes? —Damián lo mira con una ceja enarcada, poniendo cara de no comprender qué está diciendo. — ¿No te sucede lo mismo? —insiste Lucas con algo de preocupación.
—Quizá no estás usando el objeto correcto para masturbarte, no es normal que no te sientas absolutamente genial después. Quizá en un alfa podría pasar, pero los omegas no estás hechos de ese modo... —Damián habla con tanta naturalidad que, aunque Lucas se siente tímido, no piensa que sea humillante nada de lo que dice o de lo que su cuerpo experimenta. Solo recuerda haber hablado de masturbación una vez antes, a los quince años. Sucio fue lo primero y lo más bonito que sus compañeros de clase de llamaron después de eso, aunque los alfas hablaban libremente de tocarse y nadie les insultaba y el resto de omegas también se tocaban, pero no se atrevían a decirlo.
Lucas nunca entendió por qué el placer estaba mal cuando era de un omega. Un día un sujeto desagradable —era uno de esos profesores de la vieja escuela con demasiada ideología casposa y poca pasión por su oficio— le dijo que el placer era una necesidad de los alfas y un capricho en los omegas.
—¿Objeto? —pregunta Lucas, confuso. Entonces cae en la cuenta. —¡Oh! No, no, yo no hago eso para masturbarme, solo me toco... ya sabes, delante.
Entonces Damián estalla de risa y cuando se detiene mira al omega con incredulidad, viendo que su cara no ha cambiado.
—Espera ¿No era una broma? —Lucas menea su cabecita, negando con confusión. —Oh, no... Lucas ¿Sabes algo sobre sexualidad o sobre omegas o sobre tu propio cuerpo?
—No... no demasiado, a los omegas se nos suelen censurar esos temas y en mi escuela los maestros no nos dejaron aprender demasiado sobre eso ¿Qué sucede?
—Los omegas estáis biológicamente diseñados para recibir y los alfas para dar. Una mujer alfa se puede masturbar igual que una omega porque ambos aparatos reproductivos están por dentro, pero un hombre omega... vosotros no podéis masturbaros igual que un hombre alfa. Para calmarte en el celo tienes que emular tu función reproductiva; los alfas nos corremos y nos masturbamos tocando nuestros penes porque cuando tenemos que fecundar a omegas, lo hacemos con ellos; los omegas ni siquiera necesitáis correros, solo llegar al orgasmo y a veces esas dos cosas no pasan junta en vuestro caso; un omega está hecho para acoger el pene y el nudo de un alfa, así que no te vas a sentir mejor hasta que te masturbes de otra forma, ya me entiendes. —Lucas enrojece de golpe pensando en él penetrándose con algún objeto. Él ha eliminado esa idea, ese estímulo, ese deseo, lo ha reprimido desde que supo que el deseo de ser penetrado significa el deseo de que un alfa lo hiciese.
Era una forma de decirle a su cuerpo, a su omega, que no necesitaba a un alfa o a un pene de plástico que emulase el de un alfa, para sentir placer. Que su cuerpo era suyo, únicamente suyo. Ahora Lucas traga saliva, pensando que quizá su cuerpo es más esclavo de sus deseos que de sus convicciones y tiembla por ello. Desearía tanto que disfrutar de un alfa no fuese algo malo...
—N-No haré eso, me da miedo... —reconoce.
Y no miente. El problema es que el omega tiene tantos miedos e inseguridades que no podría enumerarlos. Tiene miedo a disfrutar de ser abierto y dejar que su lobo lo domine, haciéndole correr a los pies de cualquier alfa en celo; tiene miedo de perder su independencia y que su cuerpo le obligue a ser dócil; tiene miedo a intentarlo y que sea doloroso, a llorar con lo que se supone que tiene que gozar, a sangrar como tantos hombres le han dicho que le harían sangrar haciéndole cosas rudas.
—Cuando estés preparado. —le calma Damián, notando en el aire el revoloteo de feromonas nerviosas. Pone una mano en el hombro de Lucas y acaricia lentamente con el pulgar, desprendiendo un aroma varonil y tranquilizador para su pequeño omega. El chico suspira, su respiración se va normalizando poco a poco y baja la cabeza, deseado disfrutar de la mano cálida de Damián sin penar en todas esas cosas feas que hacen doler su cabeza. —Y sabes que soy tu amigo, así que todo lo que no sepas, puedes preguntármelo. Omega, voy a enseñarte.
Quiero enseñarte a disfrutar de tu cuerpo. Y del mío.
El lobo ruge, poseyendo los pensamientos de Damián, dictándole a dónde tiene que bajar su mano, pero él se muerde un labio y la mantiene en su hombro, acariciando. No hay nada que pueda desear más que ver a Lucas sintiéndose seguro, así que no tirará eso por la borda.
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