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—Shetrah Fegol Oiwe... —murmura Gabriel, tirándose del labio inferior con el índice y el pulgar y dando click en el ratón con la mano libre.
Está sentado frente a su portátil, al principio se había puesto como toda una persona normal, con su espalda recta y sus pies apoyados en el suelo, pero con el paso de las horas y el aumento de la intensidad de la búsqueda su cuerpo ha ido deformándose como acero en el fuego. Su espalda está encorvada y sus pies subidos al sofá, parece una rana acechando el icono del ratón como si fuese una mosca.
—¿Quién coño eres? —le pregunta al nombre escrito en el buscador, mientras los resultados dan de todo menos una respuesta.
Le dan una canción muy movida, un artículo sobre un personaje anime que tiene un nombre similar y un blog escrito en Dios sabe que idioma extraño, pero no una respuesta a la incógnita de esas tres palabras que parecen escritas a base de aporrear un teclado.
Los ojos de Gabriel se expanden cuando, una de las páginas de búsqueda de Google -no la primera, ni la segunda precisamente- muestra un resultado coincidente. Es ese nombre.
Gabriel empieza a leer ávidamente, sin pestañear y con los ojos rojos.
Es un rato después cuando Román abre la puerta del baño, donde ahora tienen al recluso, y sale luciendo feliz y radiante.
—¿Qué has estado haciendo? —pregunta Gabriel, mirándolo de soslayo y relamiéndose mientras lee más y más rápido.
—Bueno, dando unos tragos —ríe, notando como el chico frunce el ceño un poco, aunque no sabe si le ha molestado él o lo que sea que está leyendo. —, pero descuida, el señorito sigue vivo. Dime ¿Has encontrado algo?
—La he encontrado. —sentencia subiendo la mirada con la boca seria, en una línea temblorosa.
La pantalla le ilumina media cara, acentúa sus ojeras y le da un aspecto tenebroso que empeora junto a su rostro preocupado.
—¿Si? ¿Dónde? —pregunta el otro sentándose a su lado y tratando de ignorar la aparente preocupación del chico. Es algo bueno que la hayan encontrado, así que solo debe lucir así por el cansancio.
—En el cementerio. —dice el otro, cerrando el portátil mientras suspira. —Lleva muerta casi treinta años, quizá es alguien que pudo habernos ayudado y Leoren no sabía que había fallecido o quizá... Ah, no sé, no tengo ni idea.
—Quizá hay otra persona con ese nombre. —dice Román poniendo una mano en su espalda para tratar de animalo.
Gabriel ríe y le mira con ironía.
—No es un nombre muy común... Da igual, le preguntaremos a Leoren cuando la veamos ¿Si? Ahora tenemos que llevar al asqueroso ese a su despacho.
Román mira al cielo, está ocre así que todavía tienen rato de sobras.
—En unas horas, ahora ves a dormir, necesitas descansar.
Gabriel quiere oponerse por su típico instinto de ir reclamando por ahí que nadie le dice qué tiene que hacer y qué no, pero el vampiro ya lo está cargando en brazos hacia la cama y poco a poco se le van cerrando los ojos. Está agotado, lleva todo el día en vela investigando a alguien que resulta estar muerto y ahora, una vez descubierta la insípida verdad, se le caen los párpados sobre los ojos como yunques. Se acurruca en brazos de Román, sintiéndose cómodo.
Se recrimina por ser tan dócil, como un perro, pero no le haya sentido a eso realmente. No está siendo dócil, ni humillado como si fuese un simple chucho, simplemente está siendo cuidado. ¿Su padre le llevó alguna vez así a la cama cuando era pequeño? No lo recuerda, pero lo que sí que recuerda es que la vez que más cerca estuvo de ser cargado fue cuando los médicos de la organización lo llevaron en una camilla. Esto se siente mucho mejor.
Román lo deja en la cama con cuidado, tiene una media sonrisa en el rostro mientras lo arropa y al terminar se sienta a su lado. Rueda los ojos porque el sonido del otro luchando contra sus ataduras en el baño le molesta y no le deja escuchar bien la respiración de Gabriel, pero trata de concentrarse solo en el último sonido.
Es relajante, un vaivén que le recuerda a las olas marinas. ¿Él estuvo alguna vez en el mar cuando era humano? No lo sabe, no logra recordar y aunque no haya una sola memoria en su cerebro, se pregunta si su corazón recuerda su humanidad. Y la respuesta debe ser que sí, sino ¿Por qué ama? ¿Por qué extraña? Y, lo más importante ¿Por qué vuelve a cometer el mismo error una y otra vez? Los humanos son testarudos e idiotas, se encabezonan con algo aunque les pueda costar la vida o el corazón, Gabriel es así y Román cada vez que ve al pequeño y se siente feliz piensa que él también tiene toda esa tontería humana que te hace escuchar a veces más al corazón que al cerebro.
Acaricia los cabellos de Gabriel mientras duerme con una ternura que le avergüenza, se pregunta si él tuvo hijos cuando era humano. Quien sabe, quizá un pequeño humano en miniatura con el cabello suave como Gabriel; quizá le trenzó el pelo mientras le contaba historias y por eso ahora le gusta tanto tocar a Gabriel. O quizá nada de eso pasó y tuvo una vida solitaria y horrible.
Pero no puede saberlo. No puede saber quién es.
<<Moriré sin saberlo.>>
Muerde su labio. Se dice que no lo necesita, que ningún final requiere de un inicio, pero ¿No es eso contradictorio? Prefiere no pensar en ello, prefiere tumbarse en la cama, abrazar al chico dormido y relajarse respirando su dulce aroma. Como un bálsamo, Gabriel le calma tanto como él le calienta con sus burlas y mordiscos.
Román ha tenido muchos amantes y amados y todos le recuerdan a Gabriel, pero cada uno es diferente, en especial él. Si se enamoró de todos ellos una vez ¿Por qué no dos? Y otra más, y otra...
Ríe, su vida es un círculo, uno solitario donde él es la línea, el pez que se muerde la cola, pero en un estanque vacío. Suspira, desenado que su muerte llegue pronto y tomando una decisión.
<<Cuando llegue el momento, quiero que Gabriel sea quien me mate.>>
Está seguro de que el chico se alegrará y montará toda una fiesta de celebración cuando se entere de que será él quien haga los honores, sin embargo, decide reservar la gran noticia para cuando llegue un momento. Será una sorpresa.
Román espera junto al chico, deja pasar el rato, como lleva haciendo miles de años, y presta atención con su agudo oído a los movimientos de su prisionero. Cuando nota el cielo oscuro, se yergue y zarandea al chico suavemente para despertarlo.
Gabriel hace un par de ruidos de molestia, lo manotea y termina por incorporarse mientras frota sus ojos y se despereza.
—Coge tus armas, yo iré a por el otro. —Gabriel asiente taciturno y se empieza a espabilar mientras el otro se va.
Román entra en el baño, hallando al hombre todavía enloquecido y intentando escapar. Tan pronto como el tipo alza la vista hacia él, Román lo golpea en el rostro sin miramientos. Solo le da una cachetada, aunque la fuerza que emplea es suficiente para dejar al hombre estático.
—Ahora vamos a ir a tu despacho, así que si intentas hacer algo voy a traerte aquí a rastrar y volveremos a lo de ayer ¿Lo entiendes?
Con la mordaza en la boca responde, el sí es tan claro que se comprende incluso a través de la tela y la baba que le empapa.
Román sonríe y le arranca la mordaza y las ataduras, rompiéndolas de un solo tirón con facilidad. El hombre, sin quitarle el ojo de encima a Román, se frota las muñecas y abre y cierra la boca, notando las mandíbulas entumecidas.
Gabriel entra por la puerta del baño y lo mira con desdén. El tipo hace ruidos lastimeros por el dolor y renquea al caminar, como si quiera dar pena. A Gabriel solo le da asco.
—Yo me iré ahora —dice al chico, asegurándose de que el hombre lo oiga. Gabriel sabe que Román va a desaparecer de su vista, pero él mismo le aseguró la noche anterior que no desaparecería de su lado, así que está algo tranquilo. —, llévale a la organización.
Gabriel asiente y da un empujón al hombre para que se ponga en marcha.
Cuando Gabriel abre la puerta del baño para dejarle salir, Román ya ha desaparecido tras ella como un fantasma. El hombre anda con pasos lentos, inseguros y tropieza mientras anda de camino a la organización. Pese a los nervios de Gabriel, que ya imagina una posible trampa para la que no tiene explicación, no sucede nada en todo el camino y logran llegar sanos y salvos -él más que su antiguo jefe- a la organización y, unos pasos más tarde, a su despacho.
Gabriel sigue nervioso de todos modos, siempre está alerta y más ahora que se trae algo tan grande entre manos. Además, no sabe cómo es el tal Nombre, cómo actuará cuando le vea o si Dem intentará alguna locura cuando eso suceda. Muchas cosas pueden salir mal cuando Gabriel piensa en ello y aunque trate de no hacerlo, tiene la cabeza plagada de escenarios que no son muy favorecedores para él.
Ve que el jefe se siente en su escritorio, como supone que hace usualmente para esperar a Nombre, así que no le da más importancia. Gabriel simplemente se queda tras la puerta, esperando. Entonces capta algo por el rabillo del ojo, un movimiento de manos y el ruido de madera; ha abierto un cajón, no tiene por qué ser nada grave ¿No? De todos modos se acerca rápido, lo suficiente como para ver por encima del escritorio como Dem tiene una pistola.
Al principio se queda parado y lleva sus manos a la cintura, palpando sus propias armas. No logra desenfundar cuando el otro alza su pistola, pero tampoco es necesario. Dem no le apunta a él, se apunta a sí mismo.
—¡Hijo de puta! ¡Está intentando pegarse un tiro! —grita a la ventana, alertando a Román. —¡Para!
Se abalanza sobre él en un intento desesperado de quitarle el arma y logra atraparla entre sus manos, pero el hombre la tiene en la boca y muerde como si no le importase romperle los dientes. Y seguramente no le importa. Forcejean unos segundos, Gabriel trata de quitar las garras del tipo de encima del arma, pero aprieta el gatillo y todo termina con un estallido.
La puerta está cerrada con llave y el jefe con un agujero de bala, sentado en su silla. Mira la ventana, Román no ha podido llegar a tiempo, así que duda que vaya a venir ahora que todo se ha acabado.
Se acerca a ella, para hablarle, pero ve entonces a un pequeño animal posado sobre esta. Un cuervo negro, típico presagio de muerte, está sobre el alfeizar picoteándose las plumas largas y elegantes.
—Hola —dice Gabriel al cuervo, que lo mira con ojillos negros y húmedos como olivas —, tengo mala suerte ¿A que sí?
Gabriel ríe por lo ridículo que es hablarle a un animal, pero este casi parece entender que necesita compañía, así que entra de un salto en la habitación y aterriza en el escritorio de Dem, evitando que la sangre embarre sus patas.
Gabriel suspira, mira por la ventana de nuevo y vuelve a mirar la mesa.
Da un grito y se hecha para atrás. Ahí ya no hay ningún cuervo, sino un hombre alto y larguilucho vestido con excéntricas prendas negras, un porte elegante, piernas cruzadas y una sonrisa maquiavélica en su blanco rostro.
—Hola, mi nombre es... —el tipo se ríe— Nombre. Disculpa mi intromisión, estoy aquí para agradecerte que te hayas ocupado del soplón, eso hará las cosas más fáciles para Urobthos. Oh, también estoy aquí para capturarte, agradecería que te resisitieses.
—La —traga saliva, quedándose congelado en la ventana. El hombre luce tranquilo mientras se apoya en el marco de la puerta, prendiendo un cigarrillo. —¿la organización de Urobthos sabe quién soy?
—Tu amiguita bruja ha cantado todo, lo que no sé es cómo un simple niño ha llegado tan lejos.
Gabriel siente una vorágine de sensaciones enredarle el estómago y hacer que el vómito suba. Lo retiene apretando dientes y puños, estos últimos entorno a la pistola que lleva en su bolsillo. Leoren ha sido pillada y ha confesado, sin embargo, ha confesado lo suficiente para proteger su vida, pero no tanto como fastidiar sus planes. Es lista, sí, Gabriel se dice que es suficientemente lista como para habérselas apañado y seguir con vida. Ella y su bebé.
<<Deben haberla torturado, pero ha jugado bien. No ha hablado del vampiro, solo de mí, eso hará las cosas más fáciles. Si ellos supiesen que él colabora conmigo se volverían locos, pero si la amenaza es un simple adolescente no creo que hagan gran cosa. Posiblemente solo hayan mandado a este tipo, solo hay que acabar con él y ya.>>
—Ella dice que eres talentoso, yo creo que hay algo más, quizá alguien más... —su sonrisa se amplía, amenazando con desbordar la cara del hombre. Con ese simple gesto pasa de ser un tipo ciertamente atractivo, de facciones refinadas, a algo monstruoso. Gabriel trata de no ser muy obvio y delatar a Román, así que solo mantiene un rostro enfadado, pero opaco. Da un rápido vistazo a la ventana, Román no viene en su ayuda, presupone que eso es lo mejor, así no le descubrirán y si debe pelear con un simple hombre-cuervo posiblemente le sea fácil. —, pero prefiero no especular, mi trabajo no es hacer teorías, es sacarlas de lenguas ajenas. De todos modos, voy a averiguarlo muy pronto.
—¿Qué le han hecho a Leoren? —pregunta con dientes apretados, sacando su arma y apuntándole al rostro. El hombre sube sus manos en un gesto teatral y divertido —¿Qué le están haciendo? —insiste.
—Hacerle le han hecho muchas cosas, ahora mismo supongo que la están lanzando a la fosa común ¿Por? Oh, vamos, quita es cara de pena ¿Qué creías que hacíamos? ¿Dar un par de azotes a los traidores y reincorporarlos? Ella se lo ha buscado.
—¡Ella jamás pidió estar en Urobthos! ¡Matasteis a su aquelarre, a su familia! No le distéis más opciones...
—Le dimos la opción de morir y no la escogió entonces, pero al parecer la escoge ahora. Debería estar agradecida de poder elegir, la mayoría no tiene esa opción. Y, tú, niñato puritano ¿Por qué la defiendes tanto? Oh, ya veo, brujilda solo ha contado la parte que le interesa de la historia, propio de una rata traicionera y escurridiza como ella. Seguro que se olvidó de mencionar que su aquelarre era de magia negra, que sacrificaba a los queridos humanos que tanto proteges para mantener a su querida familia viva. Pero tampoco la juzgaré y tú no deberías.
—¡Ella no...! Ella... —se muerde la lengua con lágrimas agolpándose en los ojos. Nunca había pensado en ello, pero sabe que es la opción más viable ¿Por qué sino esa organización desalmada la buscaría a ella y solo a ella? Necesitaban a alguien sin demasiados escrúpulos, alguien capaz de dominar hechizos tan poderosos que necesitan sangre derramada.
Siente que es hipócrita llorar por ella, es una asesina igual que los vampiros que caza, sin embargo, sus lágrimas no conocen nada sobre el bien y el mal, caen inocentemente por su mejilla. Su dolor no conoce de injusticias, solo de echar de menos, y, asesina o no, va a echar de menos a esa mujer.
<<No debería sentirme así, va en contra de todo lo que creo.>>
Y después está el bebé, ese pobre niño que iba a llevar su nombre y, quien sabe, quizá una sonrisa parecida a la que él tuvo hace años. Esa pobra criatura a la que le han arrebatado el derecho de ser y todo ¿Por qué? Por absolutamente nada ¿De que sirve conservar una vida a costa de otras? Nadie tiene más valor que nadie y Gabriel empieza a pensar que ya nadie vale una mierda.
—Pobre cosa, solo eres un niño atrapado en ese mundo de fantasía de héroes y villanos que uno ve en los cómics y las películas animadas. La vida real no es así, aquí nadie es bueno del todo ni malo del todo, no deberías luchar por nadie más que por ti. Pero mi trabajo no es reformarte, es torturarte hasta que me digas todo lo que sabes. ¡Bien, estoy emocionado! ¿Empezamos?
—No diré nada —afirma y la mano que sostiene el arma se aferra a esta con más fuerza. El índice tiembla sobre el gatillo, tentado. —, vas a ser tú quien hable.
—Eso dicen todos, pero luego acaban cantando como gallos. ¿Sabes? Soy un torturador bastante bien pagado y eso es porque mi método es impecable ¿Sabes cuál es? Uno diferente para cada víctima. Soy como un profesor, piénsalo así, cada alumno necesita a alguien que conozca sus debilidades para fortalecerlas y que aprenda, yo uso esas debilidades para romper a las personas.
—Ugh, ¿Esto es parte de la tortura? Por que si sigues siendo tan pesado quizá tienes razón y al final hablo solo para que cierres la boca.
El tipo se ríe, Gabriel parpadea y de repente ya no está. Aprieta el arma más en su mano, asustado, y nota que solo ha cerrado el puño sobre sí mismo. Se voltea con miedo cuando escucha el peculiar sonido de una pistola cayendo al suelo. Nombre le golpe en mitad del rostro con su puño huesudo y Gabriel jura que duele como si le hubiese pegado un maldito boxeador. Con la cara palpitándole anda hacia atrás, ciego y abrumado por el dolor.
Sus corvas chocan con una superficie y cae de culo, abre los ojos, está sentado en la silla de Dem y ha sido Nombre quien la ha traído hacia él tan rápido.
—Ah, me encanta esa rebeldía y además eres un adolescente. Vas de tipo duro, pero eres fácil de leer y blando ¿Por eso actúas rudo? ¿Tienes miedo de que alguien vea que solo eres un chiquillo asustado?
—¡Tú, hijo de puta! —Gabriel lanza, levantándose de golpe con su puño directo a la cara del tipo.
Y sus nudillos solo tocan el aire, el hombre, una vez más, está a sus espaldas y ahora le rodea el cuello con las manos. Los dedos parecen de cuerda, tan apretados, tan tirantes y asfixiantes contra su cuello, adaptándose a su forma y estrangulándolo. El chico patea y araña, pero Nombre alarga los brazos sonriendo y tiene la sensación de que son tan largos que le ha llevado a la otra punta de la habitación. No puede alcanzarlo. El aire no llega, los pulmones queman y cada vez que parpadea sus ojos tardan más y más en abrirse.
Va a morir y, justo antes, una pregunta salta en su mente.
<<¿Dónde está Román?>>
De pronto quiere llorar, no porque vaya a morir, su vida a veces le parece una carga sino porque...
<<Él prometió que me protegería. Lo prometió y yo le creí.>>
Entonces nota algo duro en su trasero y espalda, de nuevo está sentado, el tipo le ha dejado sobre la silla justo un segundo antes de matarlo. Y Gabriel está tan exhausto que no es capaz de recuperarse para luchar mientras el otro, tarareando una canción, le ata a la silla como si no tuviese prisa.
—Bien —exclama jovialmente cuando ha terminado, dando una palmada. —, te diré que haré contigo. La organización me ha dejado un periodo de tres meses para hacerte lo que quiera, así que vamos a hacer muchas cosas. Y sólo te lo digo porque la tortura es más efectiva cuando te la cuentan primero y sientes la frustración de no poder hacer nada para evitarlo ¡Algunos incluso se orinan al escucharme! Estoy tan emocionado, ya quiero ver qué haces.
El chico lo mira con firmeza a los ojos, está seguro de que saldrá de esa, pero no sabe cómo, especialmente por que no ve al vampiro en la ventana, donde debería estar, y tampoco tiene ninguna otra forma de salvarse si es que la hay. Sus manos están atadas tan fuerte que le corta la circulación y aunque se libere, sabe que ese hombre le ganará fácilmente. Pero está seguro de que saldrá de esa, siempre lo hace. Está seguro ¿No?
—Menudo silencio ¿Qué no dices nada? Tan hablador que estabas hace un rato, es tan lindo cuando empezáis a romperos y puedo ver el miedo en vuestros ojos. Mira —dice, pasando el índice embutido en guantes de cuero que no sabe cuándo se ha puesto por su sien derecha, lo muestra ante el chico y solo ve sobre él una gota transparente deslizándose. —ya has empezado a sudar de los nervios y todo. Qué tierno. —sonríe, sacudiendo la mano y poniéndose detrás del chico, sus manos apoyadas en el respaldo, a solo centímetros de tocarlo.
La boca del hombre está en su oído, no lo está rozando aún, pero puede sentir su respiración y todos los vellos del cuerpo se le erizan.
—Primero de todo voy a inyectarte esto —una de sus manos se desliza muy despacio hacia su bolsillo, rebusca en él como si la estrecha cavidad diese lugar a pérdidas y con eso logra que los ojos del chico se fijen en la mano oculta y los movimientos suaves en el bolsillo. Lo tiene como quería, prestándole completa atención con todos sus sentidos, asustado. Ya lo ha domado, la parte difícil ya está hecha, ahora solo resta divertirse con él. Saca del bolsillo una jeringa llena de un líquido translúcido que bien podría ser agua, pero sabe que no lo es. —Es una droga que he perfeccionado. Originalmente era un agente paralizante, te lo inyectabas y no podías ni mover ni sentir el cuerpo, pero con un par de modificaciones... —el hombre mueve la jeringa en el aire, presiona el pistón y algo de líquido sale disparado contra el aire, después la acerca despacio al muslo del chico y la mantiene ahí, aún sin penetrar en la carne. —he conseguido que no solo no se pierda la sensibilidad, sino aumente. En otras palabras, cuando te ponga esto no pondrás defenderte y todo lo que duela, lo sentirás diez veces más. Genial ¿No?
—Métete tu mierda de jeringa por el malditísimo cul¡Ah, ah, ah!
El chico gime incontrolablemente cuando la aguja perfora su pierna, entra hondo y de improviso y duele demasiado, es larguísima y puede sentir como se adentra en su piel sin piedad. Después, la siente escupir el extraño líquido y la sensación lo aturde. Lo nota en las venas, corriendo por ellas, haciéndole consciente de hasta el capilar más delgado, de la sangre que corretea en todo su cuero cabelludo, en la punta de los dedos de los pies, en todos lugares.
El efecto es inmediato, se le caen las lágrimas por los agarres y aunque lo halla bochornoso, la cabeza le cae inerte hacia adelante y su boca queda entreabierta, goteando saliva y gimiendo todo el rato por el dolor que lo golpea.
—Qué forma más adorable de gritar, cariño, espero oír mucho más de eso. Bien, ya no necesitamos esta cuerda molesta. —celebra el otro con voz dulce y su sonrisa expandiéndose en su cara. Se hinca tras la silla para desatar sus manos y delante de esta para hacer lo mismo con sus pies. El chico, ahora liberado, pero sin control de su cuerpo, cae de boca contra el suelo y suelta un alarido de dolor. —Ups. —El otro hace el gesto infantil de taparse la boca, como si estuviese sorprendido, cuando él mismo se ha apartado al ver al chico caer con tal de que se diese contra el suelo.
Después de eso, lo toma como a una princesa y lo carga hasta el escritorio del jefe y lo deja ahí tumbado bocarriba, con las piernas colgando en la orilla. Todo mientras tararea una cancioncilla que al pelinegro se le antoja diabólica.
—El efecto dura solo un par de horas con esa dosis, pero cuando lleguemos a las instalaciones de la organización me aseguraré de inyectarte suficiente para que una dosis valga por los tres meses ¿Qué te parece? Tendré que alimentarte con una sonda y necesitarás ayuda para ir al baño, quizá hasta te pongo pañales ¿A qué es humillante? Oh, ya casi estás llorando, es genial.
El pequeño solo puede respirar superficialmente en un intento por suspirar y ve con horror como el hombre se pone frente a él, con las manos apoyadas en el escritorio, a los lados de su cuerpo, antes de seguir hablando. El cabello negro y engominado se revela un poco en su cabeza y algunos mechones caen por su frente, despeinados, dándole a su elegancia, un aspecto más desquiciado.
—Pero eso no es todo lo que haré contigo, oh, no, no, no. Una cosita tan divertida como tú no se puede desaprovechar así. Supongo que crees que voy a torturarte con palizas y esas cosas, pero sabiendo que eres un cazador y que tienes la actitud que tienes estoy seguro de que estás acostumbrado a patadas y puños. No creo que eso vaya a aterrorizarte y mucho menos hasta el punto de hacerte hablar. Así que haré otra cosa, empezando ahora.
El hombre se agacha más hacia él, dejando que su rostro enloquecido caiga hasta estar con su nariz rozando la del pequeño. El chico quiere apartar su cara, pero el hombre lo toma por las mejillas, clavando sus dedos y le obliga a mirarlo a los ojos, tiene la mirada de un monstruo, totalmente negra y excitada, y una enorme sonrisa en sus labios, tan grande y llena de ansias que el chico gime por el miedo.
Entonces, el hombre baja un poco más, deja un pequeño beso en una de sus comisuras ensalivadas y después susurra sobre sus labios.
—Voy a violarte.
<<Román, Román, Román, Román ¿Dónde estás?>>
Se queda paralizado al escuchar esas palabras. No puede ser, no puede estarle sucediendo esto a él, que siempre sale de todas las malas situaciones, a él, que fue enviado a una misión suicida y ha logrado no solo no morir en ella sino además la colaboración del enemigo, el vampiro más antiguo. No puede estar pasando y, sin embargo, ahí está, incapaz de defenderse. Su mayor miedo haciéndose realidad: él está indefenso de nuevo, como un niño, un mero espectador de una tragedia que lo marcará de por vida.
—Voy a violarte ahora para que sepas cómo se siente, para que veas que no soy gentil y que no te dejaré sentir placer. Después, en las instalaciones, te violaré sistemáticamente cada mañana y no me verás hasta la mañana siguiente, pero durante el transcurso del día enviaremos a grupos de tres hombres cada hora para que te violen, tendrás un descanso de cinco minutos entre cada violación grupal y uno de media hora una vez al día para comer a través de la sonda. Después te seguirán violando. No tendrás la noche libre para dormir, deberás aprovechar los cinco minutos que se te dan entre sesión y sesión, porque van a seguir abusándote por la noche. En las noches, los grupos serán de cuatro hombres. Cuando sea mi turno, en las mañanas, no quiero bajar el nivel, así que traeré juguetes conmigo. Si hablas y nos cuentas todo evaluaremos la información que nos has dado, si nos resulta útil y sincera solo te tomaré yo y tendrás la oportunidad de seguir con vida tras los tres meses como mi mascota personal, si no nos das información tengo permiso para mutilarte y experimentar contigo y con esta droga modificada hasta que mueras.
—N-no...
El chico no puede siquiera articular su lengua para hablar y aunque la droga no le adormeciese hasta la boca, el profundo terror no le dejaría hablar tampoco. No se preocupa ya por el aspecto que da, ha empezado a llorar desesperadamente y solo empeora cuando el otro le da un beso de esquimal, como si fuesen una tierna pareja, y empieza a desabrocharse el cinturón.
<<No puede pasarme, no puede pasarme esto, no, no, nononono>>
El hombre deja el cinturón pulcramente doblado a un lado de la mesa y vuelve a tararear la siniestra canción mientras se desabrocha la bragueta con una mano y con la otra vuelve a recoger su cabello hacia atrás. No le saca el ojo de encima al chico, es lo más bello que ha visto nunca y su pequeño prisionero, así que no va a darle ni la mínima oportunidad para escapar. No es como si la tuviese, está drogado, pero él siempre piensa las cosas con anticipo y trata de prever que hará en caso de que la droga falle. Lo más inteligente sería quitarle los medios que tenga de defenderse al chico, una vez haya empezado a violarlo duda que luche, ninguno lo hace, todos se quedan quietos y lloran como si eso fuese a hacer la situación mejorar. Pobres, no saben que eso le prende todavía más.
Pero lo primero es lo primero, no puede excitarse y dejar que la calentura le nuble los sesos. Debe apartar todo objeto que esté al alcance del chico por si acaso, no quiere ser golpeado con una grapadora en la cabeza. Lo primero que se le ocurre es dejar el cinturón en el suelo, va a cogerlo, pero <<Juraría que lo había dejado en la mesa ¿Dónde...>>
—¡Agh! —el hombrecillo patalea en el aire cuando el cinturón le rodea el cuello y el vampiro tras de él tira hasta dejarlo a su altura.
El pelinegro en la mesa solo llora silenciosamente y piensa que está tan feliz de ver al estúpido vampiro que de no ser por la droga y lo mucho que le odia saltaría ahora mismo a darle un beso en los labios.
—¿Qué hago? ¿Lo mato? —pregunta el vampiro, apretando un poco más y haciendo que el tipo empiece a convulsionar y escupir saliva. Su rostro pasa de moreno a rojo y poco a poco Gabriel ve como empieza a azularse y sonríe por ello.
—N-no —articula, notando su lengua pesada y los labios insensibles e inflamados. —Puede... darnos información.
El vampiro solo lo mira con simpleza, asiente al creer que es buena idea y da un apretón con el cinturón en sus manos, haciendo que al tipo se le pongan los ojos en blanco y todo su cuerpo quede flácido. Después lo suelta y cae al suelo, se golpea la cabeza y sale algo de sangre de su frente, pero el vampiro lo ignora, sabe que un cambia formas no morirá por algo tan insignificante.
—Pues nada, vámonos antes de que llegue alguien más. No ha ido tan mal. —murmura tomando a Gabriel y a Nombre y echándoselos a cada uno en un hombro distinto.
Gabriel se siente humillado por seguir inmóvil a causa de la droga, pero durante el viaje se permite dormir o más bien pierde el conocimiento.
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