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<<¿Quieres un consejo? No intentes escapar: una vez prueban tu sangre, te encontrarán donde sea. Sé que debes pensar que soy un torpe, que a ti no te sucederá lo mismo, pero deja que te ponga en contexto. Han pasado nueve meses desde mi último escrito, tres de ellos los he vivido en una mazmorra húmeda y oscura ¿Está debajo de esta casa? No lo sé, me golpeó hasta dejarme inconsciente y desperté ahí y al salir sucedió lo mismo. Durante esos tres meses comí un mendrugo de pan cada dos días y un vaso de agua cada día. Pensé que moriría y, de hecho, él solo me sacó de ahí para darme más comida y obligarme a ejercitarme, dice que le gustaba más el cuerpo fornido con el que llegué, así que pretende recuperarlo.

Maldito bastardo loco.

Te preguntarás que hice para acabar ahí. Eso es lo peor de todo: nada. Simplemente pensó que sería cómodo atarme a una pared y bajar solo para follarme cuando le apeteciese. Espero que no suceda lo mismo contigo y si pasa hazme caso: sé fuerte. Come un bocado cada hora y sentirás que el pan dura mucho más, bebe a sorbos, deja el agua en la boca un rato antes de tragarla, te sentará mucho mejor. No luches, no puedes abrir la puerta y solo gastarás energía. Tú solo aguanta, él se cansará y te sacará.

Yo he podido, tú también puedes. ¿Sabes cuantas veces pensé que me volvería loco? Y aquí estoy, quizá no cuerdo, pero sí lo suficiente elocuente para escribirte, para pedirte que no pierdas la esperanza. Por favor. Lo único que tengo para sacarme de esta demencia que me consume poco a poco es papel y un tintero y ojalá sea para ti suficiente también.

Sé fuerte.

Eres fuerte.

Estando en esa celda recibí visitas de mis padres y de mi perro, no visitas reales, sé que mi perrito murió hace mucho y mis padres no moverían ni un dedo por mí, pero les vi flotando alrededor de mi cabeza. Hablaban idiomas que desconozco, pero entendí que me decían que me muriese de una vez. Pensé que no habría vuelta atrás, que esa celda se haría más y más pequeña, más y más oscura, y jamás saldría del pozo en el que cada día me ahondaba más. No había barro ahí, pero la sensación era así: fango subiendo lentamente, muy lentamente, pero de forma implacable. No podía mover los pies del suelo, estaban ahí anclados, y con el sudor notaba las plantas húmedas, después, cuando me intentaba mover y mis restricciones me lo impidieron pensé que tenía arenas movedizas hasta la rodillas y cuando un día sentía que no podía ni respirar imaginé que el barro me había llegado hasta tapar el rostro. Pensé que me ahogaba y, mientras, mi amo me violó y azotó.

Estaba convencido de que estaba muerto. Y no lo estaba.

Recuerda siempre que todo tu dolor no es más que una victoria. Una bandera clavada en el mundo de los vivos. Piensa que cuando cierras los ojos y las pesadillas te despiertan, haciéndote sentir como si sus manos aún estuviesen ahí, es porque tú también estás ahí.

Estás vivo. Lucha por ello, no desfallezcas. Y te lo dice un hipócrita que ha flaqueado una y mil veces y sigue en pie.

Los siguientes tres meses fueron totalmente lo contrario. Me confinó en un bosquecito de su propiedad, ballado alrededor para que no pudiese escapar, pero suficientemente grande como para que no encontrase ni una sola verja aunque corrí hacia la posibilidad de ser libre. Me abandonó esos meses para obligarme a cazar animales y matarlos, a hacerme una casa con madera que recolecté de árboles caídos, a hacerme herramientas dejándome las uñas y las huellas dactilares. Así me hizo más fuerte, me amoldó más a su gusto.

Hubo una tormenta, a mediodía, la primera y única en esos tres meses. El cielo estaba anaranjado como en un amanecer perpetuo y lleno de manchas negras y blandas, nubarrones que pronto escupieron sobre mí agua y granizo. Hacía frío, no mucho viento. Me quedé bajo la lluvia todo lo que duró la tormenta, me sentí tan libre.

Fue lo mejor que he vivido en estos dos años de confinamiento que llevo.

Sí, dos años, lástima que escriba solo de poco en poco. Raciona estas letras, lee las palabras a pequeños sorbos, abraza despacio lo que digo. Por favor, haz que todo este esfuerzo se aproveche hasta la última gota.

¿Sabes qué? No he vuelto a ser castigado por usar mi nombre.

Lo he olvidado.>>

El humano se lleva la mano a los labios, tembloroso. Susurra su propio nombre, nota las letras calientes en las yemas de los dedos y llora de alegría. Él todavía no se ha perdido del todo. Pasa página ávidamente, pese a la advertencia del chico anónimo de que lea despacio, para que su compañía no llegue todavía a su fin, pero está sediento de saber más, de sentir más. Leer al chico sin nombre le trae horrores que o bien conoce o bien conocerá, despierta en él nuevas preocupaciones o reaviva recuerdos que quiere enterrar por siempre, pero, sobre todo, le hace imaginar que escucha y que es escuchado. Que él y sin nombre se comprenden. Imagina que se abrazan. Es su único consuelo.

Sigue leyendo para dar pábulo a esa sensación cálida que lo envuelve con palabras viejas. No es como un abrazo, pero es lo más cercano que tiene. De todos modos, ha olvidado como se sentían los abrazos de verdad.

<<De nuevo, algunas semanas sin escribir, pero aquí estoy. No tan entero como la última vez: un poco menos de sangre, de corazón y de mí. Me caigo a pedazos, como si el muerto aquí fuese yo. 

Pero déjame seguir contándote lo que pasó en los tres últimos meses, después del calabozo y después seguiré hablando del ahora. Volví a la vida doméstica, como un animal intranquilo que limpia la mitad de la noche y es usado la otra mitad. Una horrible vida, la única que me queda. Durante ese tiempo estuve preparándome, urgí un plan para escapar. Tengo prohibido salir de aquí, como es obvio, pero aproveché todas las noches en que el vampiro salió para viajar lejos, dejando pruebas de una huida falsa en dirección contraria a la que planeaba escapar, después bajé a la ciudad, solo fueron dos noches y odio haberlo hecho: bajé a robar.

Después, cuando todo estuvo listo, salí nada más amanecer, sin hacer ruido alguno. Viajé el día entero y por la noche gasté la mitad del dinero para que unos bandidos arrastrasen mis ropas, dadas por mi amo, y se jactasen de como me las habían robado, matándome y tirándome al río después. Les dije que solo hiciesen esa escena cuando viesen a un vampiro cerca, en caso de que mi amo fuese suficiente taimado como para seguir mis huellas reales.

La otra mitad del dinero la pagué para que se me dejase dormir en un matadero, lleno de olor a sucios animales de corral, a muerto y sangre. Pensé que ahí pasaría desapercibido y podría ganar algo de tiempo para alejarme, al día siguiente, lo suficiente.

Anocheció y me encontró, no pasaron ni diez minutos.

Me llevó a su casa a rastras, me rompió las piernas y solo me dejó los brazos de una pieza para obligarme a acuchillar a los que había pagado por ayuda: cinco bandidos, el propietario del matadero y su mujer embaraza.

No recuerdo sus nombre, pero recuerdo sus caras, sus voces, como olía su último aliento, como se sentía su sangre en las manos.

Soy un asesino, no soy mejor que esa escoria que tengo por amo.

Merezco morir ¿Crees que merezco morir? ¡No respondas! Sé que sí, sé que sí, sé que sí, sé que sí.

Soy un monstruo. Un monstruo. Monstruo. Monstruo. Asesino. No puedo soportar el dolor, los remordimientos.

Dos semanas sin dormir.

Me obligó a abrirla. Su bebé acurrucado en sangre no podía abrir los ojos. No sé si tenía ojos, pero me miran desde el útero destrozado.

Los he matado. Me volveré loco. Ojalá.

Siempre he pensado que los locos tienen cierta inocencia en ellos, como niños que no saben lo que hacen. Yo no me estoy volviendo loco, soy consciente de lo que hice, soy racional y moral, sé que fue un crimen, un pecado, un insulto a la vida y la humanidad. No me vuelvo loco aunque quiera, por eso me pesa tanto todo esto.

Y estas últimas semanas no he podido pensar en nada más que en morir.>>

Se le cae el libro en el regazo, siente arcadas y corre a taparse la boca con ambas manos. Por primera vez no quiere seguir leyendo. Quiere al chico sin nombre ahí, delante suyo, quiere bajar de la silla, aunque se le rompan las piernas y abrazarlo fuerte, decirle que todo estará bien, que nada fue su culpa. Daría lo poco que queda de su miserable y pobre vida para poder dedicarle aunque fuera solo una palabra. Pero, como siempre, no puede. Nunca puede nada más que obedecer y bajar la cabeza. La impotencia lo llena de ira, lo hace querer arrancarse de sus carnes, de su pasado, librarse de esas doloras cadenas que lo anclan a sí mismo, pero no puede. El dolor no puede irse, ni curarse, ni evitarse.

Pero las palabras sobre papel auguran tormentos peores ¿Obligarlo a matar? No puede soportar la idea ¡No! Él no desea la muerte ni para Desmond, ni para nadie ni nada en el mundo. Solo para él. La idea le hace sudar, tener palpitaciones y quedarse rígido, con los dedos agarrotados tratando de alcanzar el pecho. Siente que su corazón se parará. Se imagina matando a Todd después de encontrarlo y rogar por su ayuda. Lleva las manos a la cabeza y rasca hasta que tiene sangre en el cabello; quiere llegar hondo, arrancar con sus dedos esas horribles posibilidades de su cabeza.

Lo que ha leído es monstruoso. Desmond es un monstruo, pero ¿Es el mismo monstruo? Sobre papel suena todavía más ominoso, pero él ve ahora en sus ojos y en algún gesto rastros de su humanidad. No demasiada, pero la suficiente como para mantenerlo esperanzado ¿Acaso Desmond ha mejorado? Eso lo anima un poco. Quizá puede curarlo.

Los dedos le tiemblan cuando pretende tomar el libro de nuevo ¿Debería guardarlo o seguir leyendo? No quiere dejar al chico anónimo solo, pero le aterran sus últimas palabras. Él, al igual que Tom, contempló la idea del suicidio o eso insinúa. El chico se siente aterrado al pensar que después de ese escrito no hay más, que la única forma de alcanzar una plácida página en blanco es con un punto y final.

No quiere que esa sea su última opción.

Está a medio camino entre arrepentirse y no hacerlo. No desea morir, no lo deseó ni cuando trató, con uñas y dientes, de dejar este mundo, pero no sabe si la vida que le espera junto a Desmond es peor que el infierno. Quiere pensar que no, pero ya ha experimentado un rotundo sí. Desea cambiar la respuesta, pero no sabe si puede, si él es capaz o si siquiera el vampiro puede serlo.

Escucha pasos acercarse y, con un terror renovado hacia su amo, guarda el libro sin que el hombre pueda sospechar nada. Para cuando abre la puerta el chico esta tirado en el suelo en medio del salón, como un muñeco sin vida. Tomás recuerda de donde viene su amo y se le revuelve el estómago. Se pregunta si la mascota de Vlad estará bien después de tener a dos vampiros pidiendo de él algo que a Tom lo llevó a querer morir.




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