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 —Mierda ¿Deberes? ¿El primer día? Esto es química, deberíamos estar haciendo cosas que exploten o brillen en la oscuridad ¡O ambas! —se queja Lucas guardando sus cuadernos. Marcel, a su lado, se encoge de hombros y mira como el último profesor del día sale del aula apresuradamente.

No le gusta ese tipo, es un hombre aburrido dando clases y parece el típico viejo recto y recatado, pero fuera de las aulas no dista mucho de los alfas calenturientos a los que enseña. A Lucas tampoco le gusta, cuando estaban pasando lista ha leído su nombre con incredulidad y al buscarlo entre los demás alumnos con la vista ha reído ante su mano alzada, como si su presencia fuera un chiste. No ha vuelto a sonreír en toda la clase, cosa que ambos agradecen.

—Hey, hola; Lucas ¿Cierto? —el aludido gira lentamente la cabeza hacia el origen de su nombre. Suena totalmente diferente cuando alguien que no es su padre lo dice.

Está acostumbrado a tonos suaves que dejan morir la ese final como un susurro, no a la contundencia y virilidad de esa voz. Se vuelve para observar intensos ojos verdes y un cabello rubio ceniza caer a los lados de estos, enmarcando un rostro que considera muy, muy sorprendente. Sorprendente porque es hermoso y masculino sin ser burdo, y sorprendente por lo amable que luce. El alfa le está sonriendo y tiene unos dientes bonitos, grandes, pero perfectamente alineados; además necesita dientes grandes para que esos labios carnosos no se vean demasiado grandes. Su cara tiene unas proporciones tan bonitas que Lucas querría no tener que mirarlas bajo la sombra de un ceño fruncido. Pero tiene que hacerlo, sabe que los alfas nunca sonríen de forma amable de veras.

Él ni siquiera asiente, solo se levanta cuando lo hace Marcel y se dispone a ir tras él. Al parecer el alfa también quiere ir detrás del chico, y el otro alfa que le sigue igual.

—Eh, vamos, no me ignores. —reprende con calma, siguiendo a los chicos fuera de la clase. —Yo me llamo Damián. Uh... mi amigo se llama Esteban, aunque él creo que no tiene demasiado interés en hacer nuevas amistades. —ríe nerviosamente, llevándose una mano a la nuca.

—Pues tenemos algo en común. —habla Lucas, cortante. Se para un segundo para asestarle una mirada fatal y después de su sentencia, sigue andando.

—Oh, vamos, Lucas, ni siquiera me conoces. —insiste el tipo, acelerando la marcha para quedar al lado del chico. Lucas huele dulce y sutil, Damián tiene realmente unas ganas aterradoras de tomarlo en sus brazos para retenerlo y hundir la cara en su cuello para aspirar el aroma desde su origen. Jodidamente delicioso.

—Y es algo que quiero que siga así.

—¡No seas tan malhumorado! —grita, tomándolo el brazo cuando el omega aprieta la marcha. Damián no está haciendo realmente fuerza, solo ha rodeado el bíceps con sus dedos fácilmente y se ha quedado quieto, siendo eso suficiente como para frenar a Lucas.

El aroma dulce se intensifica, el lobo de Lucas lloriquea aterrado por el contacto y dentro de su pecho el corazón se dispara peligrosamente. Odia a los alfas y odia cuando le tocan sin permiso. Cuando sus dos pieles entran en contacto, la cabeza de Lucas estalla con mil recuerdos, casi todos de finales de secundaria e inicios de bachillerato, cuando comenzó a producir las feromonas. Cuerpos grandes queriendo tocar el suyo sin permiso, manos que se atrevían a tocar por los pasillos, profesores que hacían que padre odiase las reuniones de la escuela. Basta.

Lucas se voltea, su puño cerrado y la dirección clara en su cabeza. Cuando los nudillos están a punto de rozar la nariz del alfa, una mano ajena interviene. Lucas se paraliza, su brazo tomado por la mano de Damián y la de Esteban envolviendo su puño, haciéndolo inofensivo. Se siente tan indefenso y lo odia, lo odia con toda su alma; odia tener que odiar su indefensión porque los alfas se aprovechan de ella en vez de hacerle sentir seguro. Odia a Damián y odia a Esteban. Odia a todos.

—¿Qué crees que haces, omega? ¿Pegarle a un alfa? Alguien debería aprender cuál es su sitio natural. —Lucas solo lanza otro puñetazo a ciegas, esta vez es la mano de Marcel la que interviene.

Con una firmeza marcial lo toma del costado, atrayéndolo hacia él y después poniéndose delante. Lucas piensa que es algo humillante, pero agradece no tener que hacer todo siempre, puede sentir a su omega meneando la cola como un cachorro dentro suyo.

—Sí, alguien debería aprender su lugar ¿No? —dice, frío. Lucas no puede parar de pensar que esa frase no tiene sentido viniendo de un beta y menos yendo hacia un alfa, pero funciona. El cuerpo de Esteban empieza a temblar de rabia y se pone rojo totalmente.

Luce totalmente avergonzado, objeto de un oprobio que solo él y Marcel parecen haber entendido.

—¡Tú, beta hijo de perra! —esta vez es Esteban quien alza el puño. El beta lo mira fijamente, no moviéndose ni un centímetro para evitar el ataque, sus ojos tranquilos fijos en la agitación de las pupilas agenas.

Afortunadamente el alfa más grande le da un enorme abrazo de oso por detrás, evitando que nadie salga herido.

—Esteban, ya está. Ya basta, vámonos. —susurra reteniéndolo. —Perdona, eh... —esquiva la mirada de Marcel, quien solo mira a la maraña de insultos y golpes sin objetivo que está reteniendo. Después mira detrás del beta, encontrándose con la mirada de Lucas —Lo siento, quería presentarme amablemente.

—No quiero tus presentaciones, no quiero nada de ti ¿Estás sordo? Solo lo repetiré una vez más, para ti, así que presta jodida atención: odio a los putos alfas. Háblame cuando no seas uno.

Damián no sabe que decir a eso, pero prefiere no decir nada mientras esté sosteniendo a un homicida en potencia. Ambas parejas de amigos se alejan cada una en su dirección, Damián realmente preocupado por que su amigo tenga la rabia o algo así. Va con él a gimnasio, a liberar el estrés. Lucas y Marcel simplemente recorren el campus, aprendiéndose los lugares de interés y mandando a la mierda a más de un alfa. Hacia el final de la tarde Lucas olvida el nombre de Damián, él solo un imbécil más que quiere lo que todos los alfas quieren. Aunque no logra olvidar sus ojos brillantes ni la forma en que le sonreía; parecía tan sincera.

Hacia las siete la mochila de Lucas pesa y está deseando saber dónde está su nuevo hogar para dejar todas sus pertenencias ahí; no es que lleve gran cosa, pero fantasea con poder tumbarse sobre la cama y dejar que su cuerpo descanse.

—Sus nombres, por favor. —dice la chica de recepción de la vila universitaria.

—Marcel Anderson Tomás y Lucas Anven Cervantes. —responde el beta, dejando a Lucas con la boca abierta, las palabras en la garganta y la sorpresa en los ojos. Sí, al parecer ojeó bien las listas de clase o tiene muy buena memoria; sea lo que sea Lucas cree que es algo escalofriante, pero también lo es su mirada muerta o su frialdad y no le importa demasiado.

—Si sois amigos es vuestro día de suerte. —responde la mujer pasando los ojos por líneas y líneas de información en la computadora. Ven el fondo blanco y las letras negras reflejadas en sus gafas pero no pueden leer nada.

—¿Compartimos habitación? —pregunta Lucas emocionado. Piensa que si es así es el omega más afortunado del mundo, pero la mujer rompe sus ilusiones negando suavemente.

—Pero sois vecinos. Edificio A, ambos. Piso uno, habitación veinte para Marcel y veintiuno para Lucas. ¿Queréis saber quiénes son vuestros compañeros de piso? —Marcel mira a Lucas después de encogerse de hombros, este se siente algo desilusionado y sabe que conocer el nombre de su compañero no va a cambiar el hecho de que sea un alfa; de todos modos, asiente. —Marcel, irás con Jack Nilem. Lucas, tú con Damián Tancredo.

Lucas muerde su labio ¿Damián? Ese nombre le suena, pero no logra ponerle rostro ahora mismo. Si cierra los ojos y trata de recordar solo logra ver un hermoso verde prado que no parece darle ninguna pista. Trata de recordar con más esfuerzo, pero sabe que va a dolerle la cabeza: muchos chicos le han dicho hoy su nombre y número de teléfono —y algunos se han atrevido a dar otra clase de números, de esos que se siguen con centímetros—, Damián podría ser cualquiera de ellos.

—No me suena, gracias de todos modos. —se despide Marcel educadamente.

Lucas hace una pequeña reverencia para seguir en su línea y después anda junto a su compañero, buscando el edifico A. Cuando lo encuentran Lucas se siente aliviado al ver lo cerca que está de la entrada de su facultad, pero el sosiego se torna zozobra mientras empiezan a recorrer el pasillo donde sus pisos están. Los números de las habitaciones pasan frente a sus ojos como una cuenta regresiva antes de la catástrofe; Lucas está sudando a pesar del clima fresco y tiene las manos sobre su pancita porque siente un nudo pesado como la roca hecho con sus intestinos. Marcel aspira, después se voltea hacia su compañero, oliendo el azucarado miedo de Lucas y pensando en lo molesto y empalagoso que huelen los omegas por culpa de las emociones fuertes.

—¿Estás bien? Huele como si estuvieras a punto de ser ejecutado.

—Estoy nervioso, he soportado a muchos alfas, pero esto es... vivir con uno. Con un alfa. —ni siquiera puede articular la frase junta, le da pavor pensar en lo reales que son sus palabras. Su piel se eriza al imaginarse a sí mismo en la cama, a solo unos pasos de un alfa que podría despertar a media noche y querer tomar algo que no es suyo, pero que tiene la fuerza como para hacerlo suyo.

¡No! Lucas se fuerza a sí mismo a dejar de pensar en eso, a dejar de retratar los rostros babosos de los alfas sobre él y su padre en las calles, en el cine, en el supermercado, en el mismo portal de su casa, en las reuniones de vecinos, en... No.

—Piensa que ahora tienes la oportunidad de matarlo mientras duerme si te molesta. —Lucas ríe por el comentario, agradeciendo con la mirada. Se siente menos tenso ahora, todo su cuerpo hormiguea un poco, pero piensa que da algo de miedo que Marcel no se haya reído ni un poco. —Mira, aquí es. —Marcel señala los números de las habitaciones y se acerca un poco para leer un cartelito donde están sus nombres escritos.

—Vaya, que agradable sorpresa. —Ambos se voltean hacia la voz. Un chico alto y esbelto está tras Marcel, mirándolo como si se tratase de la última gota de agua en el desierto. —No es tan bueno como una omega, pero... sí, puedo conformarme con un beta. ¿Entramos, precioso? —pregunta el hombre alzando su brazo, Marcel se aparta evitando el contacto de este con sus hombros y toma la perilla de la puerta en sus manos.

—No me gustan los apodos, no me gusta que me toquen y no me gusta tu actitud. Entraré cuando quiera y espero que no me hables a menos que sea imprescindible. —el alfa trata de recomponer una sonrisa altanera en su rostro, pero luce sorprendido y su mandíbula se ve tensa. Al beta simplemente parece no importarle la forma en que le perfora con la mirada, él solo se gira hacia Lucas y abre la puerta. —Suerte, mañana nos vemos. —se despide.

Lucas le da una sonrisa insegura, pero se vuelve una carcajada cuando su amigo entra rápido y le cierra la puerta en las narices al alfa. Literalmente. El tipo le asesina con la mirada mientras se soba la enrojecida nariz y gruñe tomado el pomo con la mano libre. Lucas se queda solo en el pasillo, así que decide que el momento de ser un omega valiente y entrar, así que lo hace. Toma aire y abre la puerta, entrado como si no fuese a salir jamás. Sus ojos se abren por completo al ver al alfa que lo espera sobre el sofá-cama de la salita.

—Supongo que no necesito presentarme de nuevo. —ríe Damián, después sonríe torcidamente. Está seguro de que o eso es obra del destino o tiene realmente mucha suerte.

Sea cual sea, Damián no va a desaprovechar una oportunidad tan única como esta.

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