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—Eh, despierta. —Román zarandea un poco al chico en el sofá y no obtiene ninguna respuesta.
Ha llegado al piso de Gabriel en menos de cinco minutos y en unos dos, más o menos, ha dejado al chico inconsciente en el sofá y ha tomado a su rehén para atarlo bien fuerte a una silla. Es un cambia-formas y, por lo que sabe de ellos, no pueden cambiar si tienen plata en sus cuerpo, así que ha dado un viaje de medio minutos a la ferretería de abajo, donde ha robado algunas cadenas de plata que mantendrán al hombre siendo un hombre.
Ahora Gabriel le preocupa más, está tirado bocabajo, dejando que su saliva encharque el cojín donde le ha apoyado la cabeza, y apenas se le oye respirar.
Román recuerda que hace un tiempo leyó un cuento bastante popular sobre algo así, así que se pone al chico en el regazo y, con tal de despertarlo, da un casto beso en sus labios. Se siente bien, pero los cuentos son cuentos y no manuales médicos, así que vuelve a zarandear al chico, que después de sacudirse violentamente, despierta.
Solo abre los ojos y gimotea, Román comprende que debe ser por la droga y su efecto. Aún le debe quedar más de la mitad del tiempo, pero empieza a pasársele, pues ve al chico lamer sus labios resecos con total control de su lengua.
—¿Por qué no apareciste antes? —pregunta con la voz ronca.
—Pensé que podías con la situación. Cuando te ató a la silla estaba esperando que se pusiera de espaldas a la ventana para atacar y entonces dijo que te llevaría a sus instalaciones, así que pensé que sería buena idea dejar que él mismo nos guiase a Urobthos, pero entonces, cuando dijo lo que te iba a hacer...
Román muerde su labio y desvía la mirada. Cuando supo lo que iba a hacer ¿Qué? ¿Se compadeció? ¿Se asustó? ¿Se preocupó? Él jamás ha tenido escrúpulo cuando se trata de encontrar la cura a su inmortalidad. Ha hecho cosas peores que dejar que un chico acaba siendo el juguete sexual de un psicópata, mucho peores. Pero Gabriel es... es simplemente él y cada vez que piensa en su vida, en su muerte, las palabras que le dijo cobran más y más sentido. Sobre todo una de ellas: irremplazable.
Román baja la vista de golpe, preocupado, notando a Gabriel temblar e hipar en sus brazos.
—¿Qué pasa? ¿Por qué lloras?
—N-No sé, me cuesta respirar, es solo... pensaba, pensaba que él iba a conseguirlo, que me sucedería todo eso, oh, Dios... que horror... yo, tengo miedo. Pensaba que como Leoren había muerto ya no me necesitabas vivo y que ibas a abandonarme y dejar que, que él me...
Gabriel empieza a llorar todavía más fuerte y se siente tan patético. Tan siquiera puede tapar su rostro con sus manos o girar la cabeza. Román le está viendo directamente con sus ojos fríos y duele tanto que siente que podría apuñalarle con esa mirada indifente.
—Te dije que te protegería ¿Acaso no lo he hecho? Yo cumplo mis promesas.
Román está murmurando en un tono suave y tranquilizador, parece tan sincero, tan humano. Y le acaricia la cabeza con una mano mientras le seca las lágrimas con la otra.
—Quiero hacer esto, quiero acabar con una organización tan repugnante, capaz de hacer cosas como las que Nombre me ha dicho, quiero seguir, pero me da miedo ¿Qué voy a hacer si no puedes protegerme? En verdad soy una mierda ¿No es cierto? Solo soy un niñato incapaz de lograr lo que quiere por sí solo, si no fuese por ti habría acabado como la puta ese cabrón. Yo... no sé si realmente voy a conseguirlo. Y ella ha muerto, la han matado, no puedo creerlo, su bebé... su bebé está muerto también. Es mi culpa, oh, Dios, oh, Dios mío.
Román le mueve con sus manos fuertes y grandes, le toma por la cintura y lo hace sentarse en su regazo como un muñeco de trapo. Gabriel lo odia, odia estar tan cerca de ese tipo sin fuerza para apartarle a empujones, odia como le sostiene la cintura amablemente y, con la mano sobrante, le alza la cara y le obliga a mirarle como... como...
<<Como si fuera a besarme.>>
Quiere borrar ese recuerdo. También quiere reaviviarlo.
—No se trata de que cambies el mundo tú solo, se trata de que lo hagamos juntos. Tú habrías acabado mal sin mí, yo no habría llegado a ninguna parte sin ti. Ya te lo dije y yo no miento, te prometí que iba a protegerte así que deja llorar y sigue adelante, porque estaré contigo hasta el final.
—Idiota, deja de decir cosas ñoñas, esto es tan raro. Cállate —espeta, después cierra los ojos, se pone rojo y susurra: —, cállate y abrázame, por favor.
—Pensé que dijiste que no necesitabas a nadie.
—Pensé que dijiste que no te importaba ninguna vida.
Román ríe, cosa que rara vez hace, aunque el sonido es suave, y ase a Gabriel más cerca su cuerpo, sus brazos lo estrechan con fuerza, pero dulzura, el hombre esconde su cabeza en el cuello del chico y el chico la suya en el pecho del hombre. Román siente que su fría piel se funde con el abrazo, que Gabriel le hace sentir de nuevo encendido. Y no es estúpido, ha vivido los siglos suficientes como para que las mariposas en el estómago ya no le sorprendan. Conoce esa sensación, la conoce tan bien como la del desasosiego de ver al ser amado morir.
Y pasará, Gabriel es Gabriel, no ninguno de sus amantes y amadas del pasado, pero sí mortal, como todos ellos. Y él sigue siendo inmortal, llegará un día en que el calor de ese abrazo no pueda salvarlo de su propio corazón frío, llegará un momento en que trate de recordar cómo se sentía el chico entre sus brazos y su cuerpo lo haya olvidado con el paso del tiempo.
Ya no se hace ilusiones, sabe de sobras lo que sucederá. Sin embargo, sabe también que ningún sentido tiene tratar de contradecir al corazón, así que, si ama, lo hará por mucho que luche contra ello. Está cansado, no de amar, sino de perder.
Solo desea que lo que apenas está empezando a sentir por Gabriel no florezca nunca, para no tener que verlo marchitarse nunca. Prefiere que las cosas se enfríen, en el frío de la soledad donde se siente seguro.
Siente los ojos picosos y su cuerpo palpitando con el pulso del humano, así que solo se separa de él con delicadeza y pone una mano sobre su cabeza, acariciando los cabellos entre sus dedos. Hebras negras se deslizan como carbón por ellas y él deja cosquillas en el cuerpo cabelludo del chico con leves roces.
—¿Mejor? —le pregunta, con una sonrisa tristona en el rostro.
Gabriel toma aire y lo ve bajar la cabeza con resignación, mientras se pone rojo hasta las orejas.
<<¿Pero qué acabo de hacer?>>
El chico solo balbucea alguna incoherencia que Román interpreta como una excusa barata, pensada mientras era dicha a medias, y lo abraza nuevamente. Tiene el corazón tan acelerado que puede sentirlo como si lo estuviese apretando sus manos.
<<No seas estúpido, él morirá, olvídate de él Román, ¿Es que acaso nunca aprendo? Si tengo suerte morirá pronto y todo esto no llegará muy lejos, si tengo aún más suerte quizás yo también muera pronto.>>
El pensamiento le pone triste, así que solo abraza al chico más fuerte.
Gabriel se queda dormido nuevamente, esta vez a causa de la calma que Román le brinda y no a causa de una pérdida de conocimiento repentina. Román nota que el efecto de la droga ya ha pasado cuando el chico en sus brazos murmura alguna cosa medio dormido y se mueve con facilidad para acomodarse. Es ahí cuando lo suelta cuidadosamente en el sofá y dice su nombre un par de veces, suficientes para despertarlo.
—Oh, menos mal, ya puedo mover mi cuerpo —dice el chico nada más despertarse, sonriendo con alivia mientras se palpa las muñecas y los muslos, maravillado por tener de nuevo el control. —, debería usarlo para darle una buena paliza a Nombre ¿Dónde está?
Román le sonríe y le da un par de palmadas.
—Ahora traigo la piñata, tú espera ahí.
Gabriel se frota las manos, tiene ganas de ver al hombre en la que fue su posición y hacerle sentir miedo por su vida. Quiere vengarse. Román aparece por el baño con Nombre encadenado en la misma silla en la que Dem estuvo hace unos días. La ironía le parece graciosa y todo, pero no tiene tiempo de reír, tiene una organización criminal sobrenatural que destruir y no es que haya hecho sus deberes precisamente, así que debe ponerse manos a la obra.
Román aparta la mesa del comedor con un solo brazo y deja al tipo encadenado y extrañamente sonriente en medio de la estancia.
—Bien, amigo, hora de ir cantando todo lo que sabes. —sisea Gabriel, tronándose los dedos mientras da vueltas a la silla.
—¿Quieres que canté como cantó la puta de Leoren? —pregunta con una enorme sonrisa.
Gabriel siente una náusea y Román mantiene su rostro frio, pero tras su espalda está apretando su puño tanto que puede notar las uñas hundidas en la carne.
—Escúchame, maldito cabrón, vamos a torturarte, así que déjate de pullitas. —espeta Gabriel, encarándolo y dando un golpe seco en uno de los respaldos de la silla, cosa que no sobresalta al prisionero.
—Soy un torturador, cariños míos, eso significa que amo las torturas, ya sea aplicarlas o recibirlas. No voy a hablar, eso dadlo por sentado.
—Cierra la boca —Gabriel sisea, el hombre la abre para sacar la lengua y el chico le golpe en medio del rostro, haciendo que se muerda la lengua y sangre. Gabriel no podría alegrarse más, lo odia con todos su ser —y ábrela solo cuando quieras darnos una respuesta.
—Oh, nene, ¿No sabes pegar más fuerte?
—Él no, yo sí.
Román imita a Gabriel y su puño hace temblar la silla misma donde el tipo está encadenado. Después del golpe su nariz queda torcida y hasta le cuesta abrir los ojos, pero no deja de sonreír.
—¡Fantástico, ha sido maravilloso! Hazlo de nuevo, hazlo. ¡Vamos!
—¡No estamos jugando! Si no hablas morirás. —dice Gabriel, empujando una navaja que saca prestamente de su bolsillo contra la garganta del hombre. Cuando Nombre le sonríe en respuesta, él aprieta el filo más, notando la carne ceder, por el metalizado espejo de la hoja empieza a deslizarse su sangre y el cambiacuerpos muerde su labio.
Gabriel sonríe triunfal, entonces Román le arrebata el cuchillo de los manos.
—Déjame probar a mí.
Y después de tomarlo lo entierra sin miramientos en el pecho del hombre, siendo cuidadoso para no golpear su corazón o pulmones, y entonces retuerce su mano, girando el filo dentro de la herida. Nombre da un alto gemido y Gabriel sonríe, pensando que ha logrado hacerle gritar de dolor, hasta que baja su vista y se fija en el norte del hombre encadenado.
—¡Se ha puesto duro, será cerdo! Maldito desquiciado. —dice gritando y tapándose los ojos mientras se voltea dando pisotones furiosos.
—No creo que hable. —le dice el vampiro con tono tristón. —Deberíamos matarle.
Gabriel hace una pequeña mueca. Incluso si se trata de Nombre, la indiferencia del vampiro respecto a la vida le hace sentir extraño, equivocado.
—Sabes lo que opino sobre matar...
Ambos se voltean hacia el hombre y lo observan de brazos cruzados, preguntándose qué hacer mientras el otro solo se roza contra las ataduras sin la fuerza suficiente como para salir, suelta jadeos cuando las cuerdas dejan sus muñecas y tobillos rojos hasta el punto de sangrar.
—Quizá pueda sernos útil de otros modos. —dice el vampiro, acercándose más y agachándose a su altura, el hombre voltea la cabeza y se estremece de emoción. Román mira con aburrimiento su cuello y pronto lleva sus ojos hasta los numerosos bolsillos de su atuendo.
Empieza a revisar el contenido de ellos, hallándolos vacíos en su mayoría. Encuentra la jeringa vacía, un par de monedas, unos chicles y, al final, un pequeño pen drive que tiene pegado el mismo aroma que el despacho de Dem, quizá ha salido de ahí. Cuando lo coge y lo examina, puede ver como a Nombre le cambia la cara. Luce como un hombre cuerdo y preocupado, no como el psicópata que es.
—Devuélveme eso.
El vampiro ni se molesta en mirarlo cuando el otro le exige que le retorne el objeto con tono ronco y amenazante. Román mira más de cerca el pequeño rectángulo color negro y lee las pequeñas letras blancas.
—¿Qué pone? —pregunta Gabriel, acercándose.
—''Demenet Orjon'', en la línea de abajo está la dirección de esta sede de la organización. Debe ser información sobre la relación entre la organización y Urobthos, sino él no lo habría cog-
—Esto ya no es divertido.
Ambos se voltean hacia la silla al decir eso, pero la ven vacía, con las cuerdas todavía anudadas, pero cayendo holgadamente sobre el suelo. Román frunce el ceño, Gabriel abre la boca para preguntar qué mierda sucede, pero la cierra cuando nota el conocido filo de su navaja en la garganta.
—Dame eso, amigo, no querrás que mate al niño.
Román luce por primera vez genuinamente sorprendido cuando Nombre rodea la cintura del chico con un brazo y con el otro apunta a su cuello usando la navaja. El hombre hace que ambos retrocedan unos pasos, quedando fuera del alcance del vampiro.
—No se lo des. —murmura Gabriel bajo su aliento.
—Aw ¿Es que quieres venirte conmigo y que juguemos? Si es así, vas por buen camino, sino —el hombre aprieta el cuchillo contra su piel solo un poco, alterándolo —, cierra tu asquerosa boca ¿Si? Ahora, tú, dame eso.
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