30

 El vampiro se acuclilla frente a su mascota, mirándolo con cierta curiosidad. El chico baja la vista como ha aprendido que debe hacer y espera con los dedos cruzados que nada malo le suceda.

—No estés nervioso —susurra en un tono levemente dulce al escuchar su corazón. Tom intenta remediar su temor, pero la sola cercanía de Desmond le despierta horribles recuerdos. —, ahora bajaremos y vas a comer algo.

Tomás no asiente y Desmond no se espera a que lo haga. Lo toma en sus brazos y el chico, queriendo retraerse del contacto con él, se hace un ovillo. Respira hondo para tratar de calmarme, pero el aroma del vampiro lo acosa en cada una de sus bocanadas, siente que lo posee, que lo vuelve a humillar demostrándole cuan poco le pertenece su pobre cuerpo. Para su alivio, es dejado en la silla de ruedas de nuevo, pero se le encoge el estómago al ver frente a él algunos alimentos que el vampiro ha dispuesto para que cene. No hay gran cosa: un vaso de agua, un mendrugo de pan, una lata de atún y una manzana. Es algo que el chico podría haber devorado en cinco segundos y, acto seguido, se habría puesto a pedir por más si se hallasen en uno de los primeros días de su estancia ahí. Pero ahora no tiene apetito alguno, siente que una mano le cierra el estómago.

—¿Vas a comer por las buenas o por las malas? —inquiere golpeando la mesa con una mano y mirándolo con impaciencia.

El chico se altera, dando un brinco, y acto seguido aparta la mirada y busca alrededor al otro humano.

—Vlad y su mascota están en la habitación de invitados, no van a molestar. Ahora ¿Vas a comer o no? —insiste cada vez más irritado.

Tomás quiere escupirle que por qué es tan idiota y contradictorio, que por qué lo mató de hambre los primeros días y ahora le ordena lo contrario. Cree que solo lo hace para verlo sufrir. Desmond es un sádico y por si su realidad no fuese poco, el diario también lo prueba.

<<¿Amo, que pasó con el chico del diario?>>

Sabe que hallará una entrada vacía en algún punto, que la historia no tendrá punto y final y que el capítulo con que acaba todo solo puede desvelárselo Desmond, pero preguntar por ello es un suicidio.

<<Quizá deba hacerlo>> piensa con ironía.

El vampiro le abofetea, repitiendo la pregunta despacio ahora que ha captado su atención.

—Si no como ¿Qué hará, amo? —pregunta valerosamente, apretando sus puños.

El vampiro se sorprende, después su semblante se oscurece de forma escalofriante. Pone una mano sobre el hombro malo del chico y aprieta. Tom muerde su lengua para no gritar y todo el cuerpo se le pone tenso, entonces el hombre baja su rostro hacia el chico y susurra:

—Aún quedan partes de ti sin romper... Sé bueno, solo es comida, así te recuperarás antes.

—¿Para qué quiero recuperarme antes? ¿Para qué vuelva a pegarme y a abusar de mí? Mi señor, sabe que prefiero morir.

El vampiro siente que las palabras le pellizcan los labios, callándolo. El chico mantiene la cabeza baja, el tono suave y las frases coronadas siempre por ese apelativo de respeto, pero en sus palabras ve que lo reta, que le desobedece.

<<¿Por qué? el miedo es lo único que crea humanos obedientes ¿Cierto?>>

Se siente desorientado unos segundos ¿Acaso debería castigarlo por su osadía? Pero es incapaz de soportar la idea de ver al chico morir voluntariamente tras eso. Además, apenas puede verlo como ya está: vendado por todos lados, con los brazos abiertos y sobre una silla de ruedas que ni sabe manejar. Le duele la cabeza de tanto pensar, así que simplemente hace caso a Víctor: desconecta y las palabras brotan directas del corazón:

—Tom —lo llama, haciendo que el chico olvide por primera vez en mucho tiempo que no debe mirarlo a los ojos. Al percatarse trata de enmendar su acto inmediatamente, pero Desmond lo agarra suavemente por la barbilla con un par de dedos, devolviendo la tierna mirada a la suya. —¿Es por eso que quieres morir? ¿Por qué tienes miedo de que te fuerce y te golpee de nuevo? —El chico asiente, parpadea rápido, al ritmo de sus latidos, y logra no llorar, aunque los ojos le ardan.

—¿Acaso eso suena como una buena vida? No sé cuánto podré aguantar, amo, me volveré loco... cada vez que usted me toca recuerdo lo que hizo y quiero arrancarme la piel vomitar y y... es como si me muriese poco a poco, solo quiero tener paz. Usted me amenaza con hacerme daño si trato de morir, pero... no quiero morir, quiero escapar de esos castigos. Sé que si no me los da por tratar de suicidarme me lo dará por otra cosa o por placer. Sé que, aunque sea obediente la vida será un infierno para mí a su lado, señor, y me aterra tanto morir, no quiero morir, pero... no quiero esto tampoco.

Tomás no está llorando, habla lleno de hartura. Sus ojos están secos y su mirada, aun así, es tan amable: busca compasión en Desmond. El reproche, el odio, los gritos... no hay nada de eso más que en el eco de la cabeza de Desmond y por esa razón las palabras suaves de Tom rompen con su esquema. Se ha acorazado contra el odio, pero nada tiene que luchar contra la ternura: le desarma, cada vez que Tom habla le vence irremediablemente. Siente que ha muerto en el campo de batalla, muerto sin sangre, pero sí con calma, en medio de un bello campo de flores. Y es tan cálido, igual que Tomás. Se acerca para sentir su calor, el chico está paralizado en su lugar, temiendo por las que imagina que será las represalias de su sinceridad. Cierra los ojos, consciente de que cualquiera que sea su castigo no podrá evitarlo, no confinado en una silla de ruedas y con una debilidad que hace de levantar los brazos una tarea hercúlea.

Entonces nota algo fresco y blando sobre sus labios; es suave y algo humecto, no comprende qué sucede o por qué esa sensación sobre su boca es agradable y no dolorosa. Abre los ojos queriendo solventar su confusión y se paraliza al encontrarse las rizadas pestañas del vampiro en frente suyo, rubias y largas le acarician las mejillas; Desmond tiene los ojos cerrados, el rostro ladeado y su nariz fría rozando la cara de Tom, pero lo más sorprendente son sus labios sobre los del pequeño.

No tiene sentido.

Y las cosas se vuelven más extrañas. Desmond mueve su boca, los belfos se abren y se cierran, pronunciado palabras mudas, capturando los de Tom entre los suyos y moviéndolos a un ritmo lento y agradable. Siente un cosquilleo diminuto en sus comisuras y en la boca de su estómago y sus mejillas pronto se llenan de calor y color.

<<Es un beso...>>

Desmond sigue, conteniéndose para no sobrepasar los límites de su mascota de nuevo. Apenas lame los labios del chico entre beso y beso y lo escucha quejarse débilmente desde el fondo de su garganta, así que lleva una mano a su mejilla, la acaricia y vuelve el beso más casto. Apenas roza sus labios con los de él, los toma solo un poco, los estira levemente hacia su boca como queriendo robarlos, y los suelta con un encantador sonido chicloso. Entonces se separa, incapaz de convertir ese ósculo tan inocente en algo más.

Tomás siente sus ojos llenarse de lágrimas.

<<¿Por qué se burla de mí así? Me quita mi libertad, mi virginidad, me quita el poder moverme yo solo, el poder comer, salir y conocer a otros humanos ¿Y me quita también mi primer beso? ¿Es eso entonces? Una conquista suya más, un punto ahora tachado de su listado de cosas que arrebatarme antes de reducirme a nada, a una hoja en blanco. Igual que al chico anónimo...>>

—Quédate conmigo, mi pequeña mascota, quédate conmigo y verás que, aunque sigo siento tu amo, puedo ser un mejor amo. —Tom parpadea perplejo viendo como los ojos de Desmond lucen tal y como los suyos lo hacen en el espejo cuando termina de llorar: llenos de un brillo doloroso y entrecerrados con una mueca de lástima. —Tendrás castigos si eres desobediente y te ordenaré lo que desee, pero no voy a volver a romperte así de nuevo, no quiero que trates de quitarte la vida. Me gustas, quiero conservarte.

Tom aparta la mirada, rojo hasta las orejas ¿Le gusta al vampiro? ¿Le gusta lo suficiente como para que este sea menos brusco? La idea lo halaga, pero a la par lo entristece: significa que no lo dejará escapar y aún si es menos voraz, sigue siendo una temible bestia con él. Teme por su futuro, pero una pequeña llama de esperanza inflama las palabras del vampiro, así que Tom asiente con cierta hesitación.

—Bien, así se comportan los chicos buenos. —lo alaba, acariciando su cabeza unos segundos. —Ahora ¿Vas a comer?

Tom asiente, acercándose los platos y tomando el pan entre sus manos primero. Lo mira, lo sopesa y traga saliva. Siente que nada entrará en su estómago, pero respira hondo el aroma del alimento y lo estruja, viendo que la molla está caliente y blanda. Posiblemente se deshaga en su boca y sea fácil de tragar, así que envalentona a dar el primer bocado. La textura crujiente es seguida por bocados tiernos y fáciles, pronto su saliva hace del mordisco una pasta dulzona en su boca y cuando traga su estómago ruge, demandando más. Tom sonríe a la par que su amo, que lo mira complacido. Desmond siente en su pecho un extraño calor y después el desasosiego lo golpea. Está temeroso de disfrutar así de darle un trato amable a un humano ¿Acaso no es ese el camino para la debilidad y la derrota? Frunce el ceño, diciéndose que simplemente está ablandándose para no romper un juguete que realmente le gusta, no por bondad o una estupidez así.

El chico termina su comida antes de lo que el vampiro puede imaginar y este se da cuenta de que lleva todo el rato mirándolo cenar como un bobo. Tras eso toma la silla del chico, dirigiéndolo hacia las escaleras.

—Ahora te dejaré en el baño para que limpies tus heridas, puedes descansar después. No te necesitaré esta noche, tengo mucho papeleo que hacer ahora que Vlad ha vuelto.

—Sí, señor. —responde cordialmente, agradeciendo que no le atosigue.

Sabe que es algo eventual, que cuando se cure tendrá al vampiro encima todo el día ya sea diciéndole que limpie esto o aquello o exigiendo su sangre o su cuerpo, pero mientras pueda disfrutará esta calma.

El vampiro actúa como le ha dicho, así que lo deja en el baño y cierra la puerta. Tom no es siquiera capaz de levantarse para entrar en la bañera, su cuerpo está demasiado débil y después de hacer horribles esfuerzos para llegar al inodoro sus pobres brazos ya no responden. Con las piernas ni lo intenta, si lo hace nota flechazos en sus tobillos y mientras trata de aprender a tolerar ese dolor nota las caderas quebrársele y el trasero dolerle tanto por el esfuerzo de ponerse en pie que siente que lo rompen de nuevo. De vuelta en su silla se desnuda y decide frotar las partes muy heridas de su cuerpo con una toalla empapada en agua por un extremo y con algo de jabón en el otro. Escuece, pero tras un rato se siente mejor y tiene ánimos suficientes para reemplazar su vendaje y aplicar pomada en las zonas que el vampiro grandullón le dijo. Sabe que Desmond debería aplicar el ungüento en su recto y quiere mejorar, pero prefiere no decírselo porque aunque odia el dolor, cuanto más tiempo pase destrozado, más faltara para la próxima humillación.

Cuando va a dejar la habitación se ve de pasada en el espejo y rehúye a su reflejo como si fuese un espíritu. Le escama la piel ver ese cascarón vacío y pensar que es él. Sale del baño y avanza con la silla por el pasillo en busca de la biblioteca, el único lugar donde se siente seguro. Pasa por al lado del despacho de Desmond reteniendo la respiración y, después, por delante de una puerta entreabierta. Es una de las habitaciones sin uso que Desmond no le ha encargado limpiar jamás, pero esta vez oye un ruido, así que se para. La puerta está a tres dedos del marco, así que el chico trata de reconocer algo por esa pequeña rendija acercándose y forzando la vista. El ruido le llega más nítidamente que las imágenes, es rítmico, un bombeo rápido y ahogado, no entiende del todo que podría ser, entonces aguza la vista. Reconoce al humano de pelo blanco con la cara contra el suelo, las manos atadas a la espalda y las rodillas totalmente rojas a los lados de la cara, doblado y contorsionado mientras su cuerpo da botes y se estremece. Sobre él, Vlad lo folla despiadadamente, en cada embestida empuja más al chico contra el duro suelo y le agarra con tal fuerza que hace sangrar su piel. El humano no hace nada más que gemir en voz baja.

Vlad mira a Tomás desde el hueco de la puerta con su cabello desmelenado y unos ojos llenos de deseo. Le sonríe cuando lo ve taparse la boca y empieza a penetrar más fuerte al chico.

Tomás quiere intervenir, pero sabe que no puede hacer nada, su frente da contra la puerta mientras el corazón se le encoje y, lentamente, la cierra. Avanza hacia la biblioteca con la espina todavía clavada en el corazón y ni cuando tiene el diario logra despejar la mente. Se pregunta si Todd también habrá tenido que vivir esos horrores. Muerde su labio, no quiere saberlo.

Abre el diario, listo para que su corazón de nuevos brincos y saltos de horror por otra persona de la que se compadece.

<<He estado varios meses sin escribir de nuevo. Se me había olvidado cómo... y cómo comer, andar o respirar... me he vuelto de trapo estos meses, él solo me ha zarandeado de aquí para allá haciendo lo que quería.

Y es que duele tanto que no puedo más: cuando estoy despierto siento que es una pesadilla, pero por el día no puedo dormir, cuando trato de moverme mi mente me encadena con este sufrimiento, este querer partir lejos de mí... Ya no hablo del dolor físico, el otro día dejé de sentir mi propio cuerpo mientras me violaba por sexta vez, sangré como siempre y ni lo noté, me mordió y me di cuenta solo por la sensación de la sangre. Creo que me he vuelto de trapo, de verdad.

Pero, aunque no me duela la piel, todo es peor, me duele el alma, el corazón, como quieras llamarlo, las entrañas. Me duele dentro y tan profundo que parece que no quepa en mí.

He leído cosas que escribí en este diario, para no sentirme tan solo, y la verdad es que casi me ha funcionado, porque no me reconozco ¿De dónde saqué tanta fuerza al inicio? No lo entiendo, esa voluntad de vivir, esa esperanza ¿A dónde ha ido?

Una vez oí que a las personas buenas les pasan cosas buenas ¿Qué he hecho mal? ¿Ha sido nacer? Lo siento papá, lo siento mamá, yo nunca pedí ser escupido en este mundo. Lo siento, lo siento Dios, por favor deja de castigarme.

Me suele existir, me duele todo el rato, me siento enfermo, terminal de tristeza, infectado de ganas de llorar. No puedo, no puedo... Respiro suspiros, veo lágrimas y no siento, solo padezco ¿Qué será de mí? ¿No puedo dejar de sufrir?

Si estás leyendo esto te lo pido por favor, ayúdame, haz que pare.

Te lo suplico, quítame este dolor.

Estoy harto de ser golpeado, de vivir en el suelo y ser violado, de que me escupa en vez de hablarme, de no ver la luz del sol, de no saber que hay afuera, de estar aislado, estoy cansado de acumular polvo, estoy cansado.

Solo vivo por y para él. Y no quiero más, por favor, no más.

Si estás ahí, si me lees... por favor ven a rescatarme.>>

—Ojalá... ojalá pudiese abrazarte y limpiar tus lágrimas.


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