—Sabes que he estado viendo... esos vídeos y... a veces parece que los omegas sientan dolor y eso me asusta demasiado. Quería... saber qué sienten los omegas durante el sexo y, bueno, tú has tenido sexo con otros omegas, por eso... uh... —no logra acabar la frase, siente a su lobo enfermo, dolorido, su estómago se revuelve justo después de decir lo que ha dicho y tiene ganas de llorar, gimotear y despedazar a alguien a la vez. Sabe que los cambios de humor son normales en los omegas en algunas situaciones, pero no sabe en qué situaciones porque a él nunca le ha sucedido. Hasta ahora.
Tienes gana de vomitar y se siente algo enfadado con Damián por una razón desconocida. Por suerte la voz grabe del alfa lo distrae y le hace sentir de nuevo feliz y dulce.
—Los alfas somos rudos, así que es normal que a veces os hagamos daño, por eso los omegas, cuando estáis recibiendo placer, tenéis la capacidad de soportar mucho dolor e incluso llegar a asociarlo con el placer y que eso sea algo que os caliente. No todo el dolor es bueno para los omegas, si yo ahora te doy un puñetazo en la cara no vas a excitarte o eso espero. —Damián ríe nerviosamente, es difícil explicarle esa clase de cosas al omega. —Pero si te estoy follando y estás totalmente cachondo quizá amas la sensación de mis manos alrededor de tu cuello o la de mis dientes dejándote marcado o la de cómo azoto tu trasero ¿Entiendes lo que digo?
Lucas se siente pesado, todo su cuerpo se hace presente con las palabras de Damián. Él nunca ha experimentado esas cosas, pero su lobo reacciona como si así fuese y las amase lo suficiente como para desearlas con solo oírlas. Su piel quema y siente pesadez en su vientre bajo, descargas eléctricas se dirigen desde ahí hasta su pene. El omega asiente muy despacio, sintiendo que su cuerpo se derrite, que si se mueve rápido su cabeza va a irse rodando porque, dios, está jodidamente mareado con las palabras de Damián. Sus labios le han transportado a todos los escenarios que ha explicado y el viaje ha sido intenso.
—¿No tienes ganas de hacer esas cosas? Siempre hablas de que no quieres tener sexo con alfas ni betas, pero...
—S-Suena... suena bien, pero he decidido que nunca tendré sexo con un alfa ya que los odio, así que por desgracia no podré disfrutar de eso... —Lucas desvía la mirada, suspirando. Sus ojos están brillosos y en ellos Damián no ve ni una pizca de ese odio del que habla.
—Lucas, tú... el problema no es que nos odies ¿cierto? Es que tienes miedo.
El corazón del omega se para por un segundo y sus ojos se aguan ¿Miedo? ¿Detrás de sus gritos furiosos y amenazas de muerte? ¿Detrás del asco? Quizá sí. El lobo en su interior gimotea, aterrado, pero como siempre, Lucas esconde el terror detrás de su cara y en ella dibuja la ira. Su ceño se frunce y abre la boca, gritando.
—¡Yo no es tengo miedo! —chilla, pero Damián le mira con compasión, le mira como si supiese que miente. Lucas se siente desesperado, desmoronándose. —¡No tengo miedo! —vocifera de nuevo. Toda su vida ha luchado por construir unos muros fuertes, nunca pensó que alguien podría entrar en ellos armado solo con palabras certeras y una bonita y sincera sonrisa.
Siente que Damián lo desarma, le quita esos accesorios con lo que ha cargado desde siempre y que, aunque pesado, le hacen sentir protegido. Le quitó primero su hostilidad, después sus mentiras y ahora... ahora le ha quitado la seguridad de saber que el depredador no puede oler el miedo en su presa. Damián sí puede y Lucas se siente como siempre: una presa, pero ahora está indefensa.
—¡Yo no...! ¡No! —grita, las lágrimas brotando de sus ojos y los puños golpeando el pecho de Damián cuando este le abraza. Lo inmoviliza con facilidad y Lucas descubre que prefiere estar quieto, suspirar mientras una mano recorre su espalda arriba y abajo y respirar ese aroma fuerte y embriagante.
Los dedos del alfa se cuelan bajo su camiseta, sienta las yemas trazar un camino electrizante, repasando la columna marcada en su espalda. Las feromonas se asientan en sus pulmones cómodamente y llenan el riego sanguíneo de una paz que el corazón de Lucas nunca ha conocido antes. Se siente tan seguro en las manos de Damián; quizá los alfas huelen el miedo en algo más que en sus presas. Lucas no puede sentirse cazado ahora, simplemente nunca se ha sentido tan a salvo.
—No está mal tener miedo, omega. Pero no puedes dejar que controle tu vida, que te impida vivirla. Vivir asustado no es vivir feliz. —Lucas llora en su pecho por esas palabras, restriega la cabeza contra el cuerpo del alfa, buscando su calor, su olor, buscando más de esa calma que ahora está perdienod al volver a derramar lágrimas.
Damián ya no puede parar su llanto más, pero por primera vez Lucas siente que no hay nada de malo en llorar, no mientras ese alfa esté cerca y lo proteja. Dejará que las lágrimas lo purifiquen y Damián impedirá que le hagan daño. Lucas se siente diminuto, lo suficiente como parar querer desaparecer en los brazos del alfa, quedar atrapado entre sus dedos y jamás soltar su piel. El omega dentro de él gimotea, las emociones son fuertes, el dolor le hace quejarse y el anhelo apegarse al pecho del alfa como queriendo que los latidos de su corazón y los de Damián se vuelvan uno. Quiere meterse bajo su piel, arroparse en su calor, ronronear, pedir más caricias, deslizar su nariz por el cuello de Damián y que él le mordisquee la piel hasta que los escalofríos le agiten el cerebro tanto que no pueda pensar más en las cosas que le ponen triste. Quiere a Damián, lo necesita tanto que su cuerpo estaría dispuesto a abrirse como una flor por él ahora.
—Alfa... —lloriquea, restregando su cabecita en su cuerpo, escondiendo el rostro en la unión del hombro y el cuello. Al escuchar su voz suave y rota, Damián sabe que podría tomarlo sin dificultad ahora.
No lo hace. Él nunca se aprovecharía de Lucas estando triste y necesitado, nunca usaría ese hueco en el corazón del omega para llenar los apetitos de su carne. Lucas no necesita un amante ahora, necesita amor.
—Pequeño, bonito y tierno omega. Estoy aquí, te cuidaré, no temas. —Tu alfa está aquí. se muerde el labio y rata de no volver a pensar eso. No quiere hacerse falsas ilusiones.
—Dices... dices que no tenga miedo, pero si ahora te hago prometer que no te irás de mi vida, un día ya no sabré más de ti. No puedo no tener miedo, por eso mismo no voy a pedirte que me prometas eso, tengo tanto miedo de creer que estarás cuando te hayas ido...
—Lucas... me quedaré a tu lado. De veras, lo prometo. —el omega le mira con amargura, negando entre sollozos. Sus ojos lucen tan, tan profundamente dolidos. La pupila devorando el azul, sumiendo su mirada en una negrura sin esperanza.
Lucas odia las promesas, las odia desde el primer día que su padre le dijo que mamá volvería y cada mañana era mentira. Las odia desde que su padre le dije que su madre le amaba y él supo que mentía en cada ausencia, en cada momento de debilidad, en cada día que necesitó fortaleza y solo halló la cama de matrimonio de papá, con un lado que nunca se hundía, que nunca se arrugaba, pero en el que papá tampoco dormía nunca. Como si lo reservase, como si esperase a alguien. Como si su propio padre se hubiese creído una promesa tan falsa. Supo que los alfas no se quedan cuando su padre hipotecó la casa para poder pagar el tratamiento médico que salvó su vida y dejo en su cuello una cicatriz fea, como si ahí no hubiese habido dientes de alfa, solo ácido. Lucas siempre supo que los labios de los alfas eran buenos para los besos, pero solo los de despedida.
—Me gustaría tanto creerte... —gimotea el omega, su voz apagándose con las palabras. Finalmente se apaga él, en los brazos del alfa.
Damián acuna al omega dormido con cuidado, sabe que la gestión emocional en los omegas es más dura y los deja sin apenas energía, así que se lo trata con delicadeza mientras lo lleva a su cama y lo arropa. Podría dejarlo en el sofá-cama, pero no cree que sea demasiado cómodo y las bolsas debajo de los ojos de Lucas indican que necesita descansar bien. El chico respira profundamente, con un ritmo tranquilo y sano. Ahora luce tranquilo y Damián se alegra por él, pero no puede ignorar que las palabras de Lucas le han dolido.
Querer es doloroso para él, porque su omega no le ha rechazo; si fuera así él podría pasar página. Su omega le necesita tanto que tiene miedo de perderlo y perderse a sí mismo. El miedo a amar es el peor miedo del mundo, es el miedo a vivir, el miedo que tu corazón lata por una razón.
Damián cena mientras Lucas duerme, no le despierta porque sabe que el chico necesita más eso que comer algo. Cuando termina se mete en su propia cama y bajo las sábanas, abraza el cuerpo menudo del chico. Desprende su calor por todos lados, así como su olor. Damián acaricia su cabello mientras cabecea con sus ojos luchando por mantenerse con sueño. No quiere dejar de mirarlo, pero si tiene suerte soñará con él después de cerrar los ojos.
—Alfa... —murmura Lucas dormido, aferrándose al gran cuerpo y hundiendo la cabeza en su cuello. Buscando el origen de ese aroma.
—Mi omega... —susurra Damián, no sabiendo si sueña o no.
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