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—¿Qué hay aquí? —pregunta Román con el ceño fruncido, mostrando el pequeño dispositivo entre dos de sus dedos.
—Intenta averiguarlo y yo averiguaré que hay en las tripas de tu amigo. Y sé que eres un vampiro, uno muy rápido, pero yo también soy veloz y yo tengo ventaja aquí, ya casi le he cortado.
<<Cada vida humana es única, es irremplazable.>>
Román piensa en aquello que le dijo Gabriel; no fue ninguna novedad, lo supo desde el primer momento en que amó y perdió, pero pensó que había logrado hacer que a sus ojos toda vida se viese igual, se viese reemplazable, pensó que había formado un armazón capaz de protegerle de su propio corazón y ahora, aquí está, con el que posiblemente sea el secreto para su mayor deseo en la mano y un ordenador capaz de descifrar la información a dos pasos. Nombre jamás podrá quitarle el pen drive por sí solo, es débil, lo único que tiene para amenazarle es una mísera vida humana.
La decisión es tan obvia que no sabe por qué la está considerando, pero lo está haciendo.
<<Le prometí que le protegería.>>
Se muerde la lengua ¿Desde cuándo sus promesas valen algo? Es un vampiro, un asesino, un monstruo ¿Por qué debería cumplir una promesa con alguien que no le cree? Además, solo la hizo porque la vida del chico le era útil, ahora más bien le es molesta, no tiene motivos para cumplirla y, aun así, sigue congelado frente a Nombre con el dispositivo en su mano y una voz que le susurra que lo entregue mientras otra le grita que deje morir a Gabriel.
—Estás tardando. —susurra Nombre con cierta diversión mientras el cuchillo raspa la garganta de Gabriel.
El chico se queja suavemente y dos gotas de sangre acarician toda la longitud de su cuello. Algo chasquea en la cabeza de Román cuando huele la tan distinta sangre del chico y es consciente de que esta vez no es él quien la hace brotar. No es él quien le mira a los ojos con dulzura antes de herirle, quien lame la herida después y la cura con su propio ser, como si fuese su medicina. Esta vez, no es él quien tiene el control de la vida de Gabriel.
Tiende su mano con la palma abierta, el pen negro descansando en ella como una dádiva entregada a Nombre. El tipo sonríe tan grande que parece tener el rostro lleno de dientes y abre los ojos de par en par al ver al poderoso vampiro darle lo que quiere.
—¡No! —grita Gabriel.
Y mientras chilla, empuja a Nombre y toma él mismo el objeto en sus manos, protegiéndolo. Su mano cae sobre la de Román, ambas se unen con el dispositivo en medio de ellas como si fuese un tesoro; en una milésima de segundo, Gabriel alza los ojos para ver a Román, como suplicándole que, por favor, no tire por tierra todos sus esfuerzos. En la milésima de segundo siguiente, Nombre entierra el cuchillo hondamente en la espalda de Gabriel, que agarrota los dedos, quizá por el dolor, quizá por su fuerte voluntad, y no deja a nadie coger el pen drive de sus manos.
Nombre mira la ventana y Gabriel grita:
—¡No le dejes escapar!
Pero Román ni siquiera trata de calcular si los movimientos de Nombre pueden rivalizar con los suyos, no le importa si puede atrapar a Nombre con solo perseguirle unos minutos, le importa que en esos minutos Gabriel habrá muerto desangrado. Se arrodilla frente a él y lo toma entre sus brazos, el chico se queja, grita, le golpea, y señala la ventana.
—¡Idiota! —vocifera cuando escucha los cristales romperse, Nombre debe haber saltado ya a través de ellos. —¡Ves tras él, no te preocupes por mí! Nuestra misión es más importante.
—¡Tú eres el idiota! ¿Cómo puedes ser tan hipócrita de querer acabar con los vampiros por que roban vidas y preocuparte tan poco por la tuya? Dices que no pensamos en el daño que hacemos cuando matamos ¿Y no piensas en tú en el que haces dejándote morir así? Eres un idiota, un completo idiota.
Y Gabriel sabe que va a desmayarse por la pérdida de sangre, lo sabe en el momento en que escucha a Román decir esas cosas mientras se arrodilla y lo recoge con cuidado, mientras le mira con el ceño fruncido y los ojos enrojecidos, como si fuese a llorar, como si quisiera hacerlo y ni todo el dolor del mundo le dejase derramar una lágrima. Lo sabe, por que no hay forma en que eso que ve y escucha no sea una alucinación; no está del todo consciente, sino ¿Cómo iba a imaginar a un Román preocupado? Es ridículo.
Pero aunque es absurdo, su corazón duele cuando le escucha.
<<No es verdad, no es verdad.>>
Cierra los ojos y siente, por primera vez, que morir sí le da miedo, porque hay unos brazos que le sostienen, porque en su vida quizá haya algo más que soledad y una venganza que le destroza por dentro.
—Por fin despiertas, tu corazón seguía latiendo, pero llevas horas dormido y pensé que podrías estar en coma.
—Ugh, Nombre... el pen drive... Ah, el bastardo me apuñaló y de dio a la fuga ¿Cierto? —Román asiente, acercándose a él para tirarle de los párpados y ver si sus ojos responden bien a la luz, como una especie de médico escalofriante. —Debiste ir tras él, ahora que ha escapado y que sabe que no estoy solo va a decirle a todo Urobthos que tú también estás en esto y se volverán locos. Teniendo como amenaza al vampiro más fuerte de todos seguro que hacen de todo para detenernos y ya nos ha sido difícil cuando pensaban que era solo yo... Ah, será casi imposible. En serio, debiste detenerlo.
—Habrías muerto.
Gabriel suelta una carcajada estruendosa. Es la primera vez que se ríe del sarcasmo del vampiro, solo que esta vez no ha sonado sarcástico.
—¿Des de cuando te importa?
—Desde que hice una promesa. No soy ningún mentiroso.
—¿Pero sí un asesino? —pregunta Gabriel, burlándose.
Román solo se encoge de hombros y asiente.
—Ah, al menos tenemos... —abre la palma de su mano, fuertemenete anudada por sus dedos, que incluso en su inconsciencia se aferran a lo poco que tiene. Entre sus dedos ensangrentados aparece la pequeña figura negra y Román la toma de su mano.
—Deberíamos ver que hay dentro.
—Ponlo en mi portátil, rápido, tráelo. —dice el chico con prisas, incluso si el vampiro ya tiene el ordenador en sus manos y se lo ha llevado.
—Deberías descansar. —dice, haciendo el amago de darle el portátil para después quitárselo juguetonamente.
—No puedo dormir tranquilo sin saber qué hay ahí que sea tan importante ¡Tráelo, zopenco! —le chilla, arrebatándoselo en un movimiento más rápido de lo que el vampiro esperaba.
Román se sienta a su lado y lo escucha teclear furiosamente. El dispositivo se abre y ambos sonríen al ver el título que la pantalla luminosa reza.
<<Copia de seguridad de documentos confidenciales de la Organización de cazavampiros, sede de Barcelona.>>
—Ah, cinco mil doscientos ochenta y cuatro archivos, voy a morir de aburrimiento. Ugh, a leer, a ver, hay un montón de carpetas ¿Por cual... empiezo... —un bostezo enorme dilata la boca de Gabriel, haciendo que parezca una personaje de dibujos animados. Román ríe, le acaricia la cabeza como a un cachorro y lo tira hacia un lado.
—A dormir, tonto. Has perdido mucha sangre.
Gabriel le manda a la mierda y le saca del dedo del medio, dos segundos después está dormido de nuevo.
Román no tiene problema con ello, él es rápido, lo suficiente como para ver un tutorial de cocina en youtube, prepararle lo que una persona de internet considera una comida equilibrada y que le sobre tiempo para leer los archivos del pen antes de que el chico se despierte.
Sus pies son rápidos para correr, así que sus ojos viajan como pelotas de ping pong de un lado a otro de la pantalla, leyendo a velocidad récord. Sus dedos están coordinados, haciendo click en los archivos que tocan, e el botón de abrir, cerrar, borrar, ampliar... según vea.
Y finalmente termina de examinar toda esa información. La mayoría de ella sí que demuestra una obvia relación de la organización con Urobthos, pero no dan demasiadas pistas. Son explicaciones de cómo se invertirá en armas el dinero ganado gracias a ellos y cómo se logrará ocultar a los ojos del gobierno que mantiene cada sede. Después de eso hay otros documentos, informes detallados que Gabriel consideraría más que desagradables y que no aportan más a uno que saber quienes han muerto a manos de cazadores que creían que iban a matar vampiros, cuando realmente asesinaban enemigos de Urobthos. Y muchas cosas horribles, pero poco útiles más se hallan ese pen drive. La información más importante debe estar en el ordenador central, ese dispositivo debe ser únicamente una copia de las gestiones de la sede.
Sin embargo, Román halla alguna que otra cosa que sí le puede interesar. Román nota que hay una sección de producción hecha para Urobthos, específicamente para Urobthos, se trata de armas contra seres que no son vampiros muchas veces, de libros de conjuros rescatados de expediciones, de muestras de sangre conseguidas con el pretexto de falsos análisis y cosas por el estilo. Son, claramente, objetos que serían útiles a Urobthos, pero que una organización de cazavampiros no querría para nada. Todos ellos son enviados mensualmente a un lugar concreto, una discoteca de Madrid.
El aullido, se llama, y que Román sepa las discotecas suelen necesitar Djs, alcohol y perchas para el guardarropa, no conjuros letales, sangre a montones y armas contra seres sobrenaturales. Quizá es que está desfasado, tiene ya sus buenos dos mil años, o quizá es que sus sospechas son ciertas y el local es solo una tapadera para algo más grande y menos divertido.
En uno de los ficheros consta que lo que hay en los envíos es Rofka, una bebida alcohólica que ha sido inventada por Dem y su familia, que está en el negocio de los vinos. Presupone que Dem no es cuestionado y que simplemente dirá que además de dirigir la sede de cazavampiros de España tiene un negocio de producción de alcohol (y Román lo ha buscado y resulta que lo tiene, pero uno muy pequeño como para enviar un cargamento mensual a Madrid) que está afiliado con la discoteca El Aullido. Si esa es su excusa, sabe que el Gobierno no tendrá mucho problema en concederle al tipo uno de los camiones de transporte de material de cazavampiros para transportar algo tan inofensivo como una bebida alcohólica.
No es mal plan, pero en los documentos reales figura qué es lo que hay en esos camiones y ahora Román lo sabe.
Además, hay una dirección de correo con el nombre del local a la que Dem parece destinar muchos documentos que poco interesan a la discoteca. En general son informes sobre cómo van los encargos que Nombre da a Dem.
Román decide que deben marchar en el próximo camión que vaya para Madrid con un cargamento de útiles ilegales, de lo contrario Urobthos estará sobre ellos y no podrán mover ni un dedo. Y si cogen un vehículo propio o si van corriendo, incluso con su super velocidad, Román sabe que serán capturados fácilmente. Ahora Urobthos debe tener todas las alertas más que encendidas.
Debe salir en el próximo camión, sí.
Busca para cuando está programado.
<<Oh, es en dos horas.>>
Román no ha sido jamás de planear las cosas, sino de ir improvisando sobre la marcha, por eso no le parece extraño echarse al chico al hombro, meter su comida en un tupperware y este en una mochila y llevárselo a la organización. Román ve el camión con facilidad, es negro, enorme y está siendo conducido por un patán soñoliento con cara de sueño y manchas de grasa en su camiseta blanca.
Román se esconde en una esquina, observando el proceso, mientras el humano sigue dormido en su hombro y lleva bajo el sobado su comida. Él también tiene hambre, pero Gabriel ha perdido demasiada sangre y no piensa arriesgarse.
Los trabajadores de la organización llenan el camión con cajas de plástico opacas, advierten al hombre de que las botellas son muy delicadas, así que no debe tratar tan siquiera de abrir las cajas para revisar si están bien, y le repiten de nuevo la dirección del local al que debe ir. El conductor asiente rascándose la panza y haciendo un gesto de manos, después les pregunta por el baño y se adentra en el edificio sin siquiera haber recibido una respuesta.
Román piensa que su despiste es comprensible, cree que está transportando bebidas fermentadas, así que es normal que no proteja demasiado el cargamento. Además, es de noche y la calle está desierta, es casi imposible que pase nada. Solo que pasa algo, si por algo entendemos a Román colándose junto a Gabriel entre caja y caja.
Oh, y a Gabriel despertándose.
—¿D-Dónde...
—En un camión de la organización que se dirige a Madrid. Ahora, shhh —dice el vampiro, tapándole la boca mientras el conductor viene a cerrar la puerta trasera del camión antes de ponerlo en marcha.
El vampiro le quita la mano de la boca al chico y este simplemente no sabe qué decir.
—No sé que pasa —suelta en un suspiro—, no sé que pasa, pero digo esto por adelantado: Eres un idiota.
—Y un inmoral. —bromea el vampiro.
Gabriel ríe, no sabe si porque le hace gracia o porque está demasiado nervioso por lo que sea que se supone que está sucediendo ahora; golpea al vampiro en las costillas con su codo y le corrige:
—Se dice inmortal.
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