—¿En serio? —pregunta el alfa cruzándose brazos y alzando una ceja, asintiendo enérgicamente. —¿Solo eso?
—¿Cómo que solo eso? Mi padre está saliendo con una... ¡UNA ALFA! ¿Y te parece poco? —pregunta indignado, con la palabras alfa quemándole los labios. No puede, no puede hacer esto. No puedo ponerle rostro a quien debería llamar mamá. No quiero tener una cara de la que acordarme cuando tenga que echar a alguien de menos.
—Tú eres mi amigo y soy un alfa ¿Dónde está la diferencia? —pregunta Damián, encogiéndose de hombros. Él no ve el porqué de que Lucas esté haciendo tanto drama.
—¡En que yo no sería tan idiota de enamorarme!
Auch... y dicen que los omegas no pueden herirnos a los alfas.
—Ah, mi padre es el omega más bobo e ingenuo que conozco, los alfas se arremolinan entorno a él como depredadores hambrientos... seguro que esa alfa solo quiere aprovecharse de él y... —Lucas golpea la mesa con los puños.
No. No va a dejar que suceda otra vez, no va a dejar que su padre cocine para tres y deje un plato enfriándose en la mesa, frente a un asiento vacío de alguien que llegaba demasiado tarde, de alguien por el que Lucas sigue esperando. No dejará que su padre vuelva a pasar una semana en coma, conectado en el hospital a mil tubos y con una venda perpetuamente manchada de sangre y pus en su cuello. No dejará que su padre vuelva a escribir su testamento por si muere en el quirófano.
—Lucas, dale una oportunidad, como me la diste a mí. Tu padre ha dado a luz a un omega muy inteligente, así que seguro que él es también muy listo, lo suficiente como para no volverse a equivocar escogiendo a su alfa.
El omega traga saliva, mirándolo intensamente a los ojos. Quiere decirle que no piensa darle ninguna oportunidad a esa alfa, que la odia ya sin conocerla y que la odiará pase lo que pase. Pero solo asiente sin saber muy bien por qué.
—Alfa. —lo llama Lucas, mirando al suelo y mordiéndose el labio. La hora se acerca y él solo pensar en su padre y él, solos, sobreviviendo en un entorno hostil donde alfa jamás significó sustento o protección, solo peligro.
—¿Si?
—¿Qué hay de divertido en hacerle daño a un omega? —alza la vista, dejando que la pregunta se desvanezca un poco en sus temblorosos labios.
Lucas no está llorando, pero hay tanto dolor en sus ojos que Damián se siente como si no le mirase a él, como si no le preguntase a él. No tiene una respuesta que dar, tan siquiera es capaz de pensar en una, solo puede sentir la marea de los ojos ajenos engulléndolo en una ola.
El teléfono de Lucas suena, rompiendo el contacto visual de golpe y sobresaltándolos. El corazón de Damián late rápido mientras el omega dice que su padre le espera fuera; incluso cuando se va, su pecho no logra calmarse, no si cada vez que cierra los ojos, ve los de Lucas.
—Vamos, no hagas pucheros, ya no eres un bebé. —ríe el padre de Lucas mientras su hijo está sentado como copiloto en su coche, cruzado de brazos.
El chico solo bufa y evita la conversación mirando por la ventana. No quiere ser rudo con su padre y mucho menos ahora que se ve tan radiante, pero odia que eso sea por culpa de un alfa y que, por lo tanto, sea algo fugaz.
Lucas advierte también un par de chupetones en el cuello de su padre, cerca de la marca de la cirugía. Eso le causa muchas emociones, que un alfa lo marque le hace sentir nauseas. Estúpido alfas, marcando a omegas como si fuesen suyos cuando no saben lo más básico: que a quien es tuyo debes cuidarle. Por otro lado, los chupetones están cerca de esa zona llena de piel rosada en algunos lados y oscura en otra, hundida y después hinchada; a todos los alfas les da asco esa parte de su cuerpo, por eso su padre siempre se maquilla la cicatriz. Hoy no lo ha hecho.
—¡Oh, mira, es aquí! —chilla el hombre lleno de emoción. —¿No es genial?
—Jo-der... —susurra Lucas viendo el restaurante.
Tiene más estrellas que el cielo. Bueno, viendo como la contaminación afecta al cielo esto casi que no es una metáfora...
Todo está revestido por colores suaves, hogareños y límpidos. El lugar luce totalmente higiénico sin llegar a la esterilidad, los camareros con smoking son mayormente betas, lo que los hace pasar desapercibidos y no disturbiar a los comensales. El suelo está cubierto por una alfombra roja glamurosa y la iluminación parece estratégicamente colocada para que no se vea una sola bombilla a simple vista, pero no haya tampoco un solo rincón en la penumbra. Lucas entra, olvidando a su padre y a la alfa, y una nube de aromas lo atrapa. Carne condimentada a la perfección, pasta con queso, tarta de zanahoria... Puede oler todo lo que se hace en la cocina y por cada inhalación que toma su boca se convierte un poco más en agua.
—Oh, qué bien huele... —exclama su padre cuando un hombre pasa como una sombra a su lado, llevando un plato de pollo con ajo y salsas. Durante un segundo los lobos de padre e hijo sienten la tentación de acechar al camarero como si fuesen depredadores.
—Voy a pedirme ocho menús. —dice su hijo, viendo a más camareros transitar sin dificultad entre las mesas, llevando platos deliciosos.
—Mejor busquemos a Elisabeth antes de que nos echen por babear todo el local. —sonríe el hombre. Lucas asiente, pero chasquea la lengua ahora que ha oído el fastidioso nombre de la alfa.
Por alguna razón odia saber cosas de ellas; algún día tendré que esforzarme en olvidarlas, así que no hay caso en que trate de conocerla.
—Mira está ahí. —su padre menea la mano para saludar a la chica al otro lado del salón. Sus ojos brillan y luce tan feliz e impaciente como un cachorro.
Lucas ríe cuando piensa que su padre es más como un adolescente que él. Después dirige la vista a través de las mesas y su corazón se para un instante. Ella es hermosa, es una mujer totalmente hermosa y Lucas maldice eso con todo su corazón; sabe que cuanto más bonitos son los labios, más veneno tienen los besos.
Es una mujer espectacular, altísima incluso para ser una alfa, con el cuerpo estirado y carne por todos sitios, llenando todos y cada uno de los huecos del brillante vestido que trae. Tiene unas botas negras de charol con un poco de tacón, unas pantorrillas carnosas y suaves y después unos muslos en los que todo hombre querría meter el rostro; lucen redondos, largos y musculosos, sosteniendo un trasero considerable; su vestido amarillo llega hasta la mitad de ellos y después asciende hasta su estómago. No está delgada y le sienta genial; su cintura es estrecha en comparación al resto del cuerpo y su estómago lo rodea un cinturón negro, también de charol. Después el vestido es rematado por unos tirantes que dejan a la vista brazos grandes y algo musculosos y un escote de corte discreto, pero abundantemente llenado por sus senos. Su cuello es largo, totalmente estilizado por una gargantilla negra, y su rostro es genial. El mentón afilado, los labios negros y acorazonados, grandes y gustosos, protegiendo una hilera de dientes blancos y algo grandes. Su nariz es larga y tiene a los lados unos pómulos bien marcados, sobre estos unos ojos color miel reposan, perfilados con delineador negro. Su cabello es corto y rubio como la tela de vestido.
Lucas ya entiende porque su padre la mirada como si fuese una estrella. Esa mujer es el sol: grande, radiante, llena toda la sala con su presencia, con el batir de sus pestañas largas, por la forma en que enrosca cortos mechones en sus dedos de uñas esmaltadas de azabache, por la forma en la que mira a los ojos y sonríe sin pudor.
Lucas traga saliva y niega con la cabeza mientras sigue a su padre, quien parece flotar hacia ella. Es una alfa, una cazadora... papá es solo una presa. Da igual que sea bella, ese es solo su mecanismo.
—Hola, cosa dulce. —dice la mujer con tono ciertamente provocativo. A Lucas se le eriza la piel cuando escucha que su padre es llamado así y tomado de la mano. Ella deposita un beso tierno en sus nudillos y el hombre enrojece. Ya sé de quién he sacado eso de sonrojarme... — Y hola ti también. —ríe, separándose un poco de su padre. —Encanta, Lucas, yo soy E—
—Sí, Elisabeth, ya me lo ha dicho mi padre. —bufa él, siendo cortante, después se va a sentar en el lugar de la mesa más alejado de ella.
—Tiene carácter, eso es bueno en un omega. —comenta la chica, sonriendo un poco.
—¿Bueno? Es necesario, no he escogido ser así. —gruñe Lucas, cogiendo la carta porque cuando la mira a los ojos saltan malditas chipas.
—Lucas... —susurra su padre, poniéndole esa mirada tristona a la que nadie es inmune.
El omega rueda los ojos y asiente, prometiendo en silencio que tratará de ser menos grosero. Él sabe que no podrá cumplirlo.
—¿Lucas, qué te gusta? —pregunta amablemente la mujer mirando la carta.
Tú no.
—Puedo pedir yo s... —de nuevo, su padre le está poniendo cara de cachorro, así que chasquea la lengua y rectifica. —La carne.
—Entonces te gustará el entrecot ¿Pido eso por ti?
—Ya lo pido yo. —responde él, cruzándose brazos. Su padre y él han sabido sacar adelante dos vidas maltrechas, no necesitan ahora la ayuda de una alfa para ordenar comida.
—Y dime ¿Cómo es que estás en la universidad? ¿Quieres trabajar?
—Sí, me gustaría formar parte de algún laboratorio. —explica él, tratando de sonar fastidiado. No lo logra.
—Eso es muy admirable ¿Cómo son tus compañeros contigo?
—Son alfas, son imbéciles. —dice con simpleza, la mujer y el camarero que acaba de llegar y al que le esta señalando los pedidos en la carta abren los ojos con sorpresa, pero no dicen nada.
—¡Lucas! —se queja su padre, poniéndose rojo de vergüenza. El camarero se retira, tosiendo por la incomodidad.
Ella solo ríe de forma nerviosa y deja ir pequeño ''Oh, Dios...''
—¿Qué? —pregunta él mirando a ambos lados.
Todo el restaurante le está mirando mal, la mujer de delante suyo le está juzgando e incluso su padre parece decepcionado. Siempre han sido ellos dos, ellos dos contra el mundo, contra los alfas; ahora se siente solo y atacado, arrinconado en un caro asiento lleno de gente que no tiene ni idea de su vida pero seguro que lo está calificando de una cosa u otra por solo cuatro tontas palabras.
—Lucas, discúlpate, eso ha estado mal.
—Pensé que decir la verdad estaba bien.
—¡Lucas! Basta, soy tu padre y...
—Y ella no es mi madre. —dice el chico, interrumpiéndolo. —Así que no tengo que tratara como si fuera un puto ángel solo porque está contigo.
—Lucas, vamos a salir afuera, tenemos que hablar... No sé qué he hecho mal...
—¡Tú no has hecho nada mal! ¡Y yo tampoco! Es... Son los alfas, son...
El padre de Lucas se levanta de golpe de la mesa, sus ojos clavados en su hijo con lágrimas amenazando con salir. Lucas se calla de inmediato, no quiere hacerle llorar, lleva toda su vida escuchándole hacerlo en el dormitorio de al lado, así que solo quiere evitar que sufra más. El padre anda cubriéndose el rostro por la vergüenza y las lágrimas hacia la salida y Lucas le acompaña, tratando de no bajar la vista ante las intimidantes miradas que recibe de otros clientes. Yo no he hecho nada mal, no me tengo que avergonzar ¡Son ellos!
Una vez fuera el padre de abraza a sí mismo por el frío y suspira, mirando a su hijo.
—¿Qué te pasa? ¿No quieres que papá sea feliz?
A Lucas se le parte el corazón al escuchar eso y siente tanta, tantísima rabia. ¿Cómo? ¿Cómo puedes pensar eso?
—Quiero que lo seas, por eso la odio. Te hará daño. —gimotea Lucas comenzando a llorar.
Su padre se acerca, abrazándolo y con lágrimas también su rostro.
—Lucas, debes darle una oportunidad ¿Por qué no te gusta Eli? —pregunta alzándole el rostro y retirando las lágrimas con su pulgar.
Sus manos están frías y Lucas tiembla por el contacto. Quiere calor y consuelo y un omega jamás podrá darle eso... Quiere, necesita a Damián. Lucas suspira, tan confundido.
—Los alfas hacen daño, papá.... —gimotea, escondiéndose en su pecho.
Estalla un sollozo en su boca. Siente que todo se desmorona, que las cosas solo pueden ir a peor, que cuanto más feliz es, más le dolerá cuando deje de serlo. Lucas tiene tanto miedo que los buenos momentos están llenos de paranoia. Tiene tanto miedo, que la felicidad sabe amarga y la desgracia es su zona de confort. Es donde siempre ha vivido, donde sabe qué hacer.
—Los alfas son malos... mamá era mala...
Lucas chilla sin querer, nunca ha hablado con su padre de ella, no de este modo. Y es tan doloroso. Por favor, no entres en mi vida para irte. Lucas llora más fuerte, gritos de dolor desgarradores salen de su garganta.
Cuando los omegas son bebés y necesitan a su madre desesperadamente emiten unos chillidos peculiares, una especie de reclamo. Lucas siempre fue un bebé silencioso, pero hoy suena exactamente como tuvo que sonar en la cuna. Chilla, sabiendo que nadie vendrá, y por eso sus gimoteos son tan altos y sus sollozos tan violentos. Siente que el corazón duele, pecho se le oprime. No puedo respirar. Mamá, mamá. Su cuerpo tiembla y se aferra a la ropa de su padre, quien le acaricia la cabeza y trata de sostenerlo para que no caiga.
—¿Qué pasa bebé? ¿Qué anda mal? Lucas, por favor, mírame. ¿Qué pasa? ¿Estás... oh dios ¿Estás bien? —su padre trata de sostener el cuerpo, pero es débil y Lucas cae de rodillas, sollozando. Está convencido de que morirá de dolor, de soledad, de ser un omega que tiene que odiar a los alfas. —Lucas, mírame, por favor, respira.
Un alfa enorme y trajeado se acerca a ellos, el padre de Lucas está visiblemente nervioso y la ruidosa escena hace que todos en la calle de le miren y algunos clientes del restaurante salgan a ver qué pasa. Lucas se siente como un fenómeno de feria, con la única protección de un omega al respetan incluso menos que a él.
Está tan cansado de luchar. No está hecho para luchar, él nació para amar a un alfa que luche por él; su vida es como un enorme error. Odia a los alfas, odia su vida. Me odio.
—Lárgate, tu cachorro está molestando. —brama el alfa de seguridad. Es enorme y habla sin compasión, a lo que el hombre tiembla.
—Lo siento, mi hijo necesita ayuda, está teniendo una crisis y...
—Haz que se calle o me haré cargo yo de la situación. —gruñe el alfa. Lucas chilla por eso, siente su cuerpo tan débil y su espíritu tan triste; al oír la amenaza su lobo aúlla y tiembla en su pecho. —Mocoso, cierra el hocico.
El hombre empuja al padre de Lucas, haciéndolo caer al suelo, a un lado de la calle. El omega se marea por el golpe, pero le duele mil veces más cuando ve al tipo alzar la mano y a su hijo temblando y aullando de temor por el golpe que va a recibir.
—Muévete. —una vos poderosa y femenina se escucha desde las espaldas del tipo. —Un hombre de seguridad golpeando a un adolescente omega con una crisis de ansiedad en vez de llamando a una ambulancia es denunciable. Un omega nunca ganará a un alfa en el juicio, pero en este caso yo haría la denuncia y después de eso lo máximo a lo que vas a poder aspirar es a no acabar en la cárcel por lo menos un par de años por agresión y denegación de auxilio. Así que lo dicho, muévete.
El hombre masculla algo y mira a Lucas y a su padre con la mandíbula apretada y los nudillos blancos. Se aleja hacia el interior del local y ella pasa por su lado sin siquiera mirarlo. Cuando está frente a Lucas se arrodilla con él y cierra los ojos, produciendo las feromonas que sabe que el chico necesita.
Medio minuto después Lucas solo sorbe y lagrimea un poco, sin armar un escándalo. La gente vuelve al local, los transeúntes siguen su camino y él siente que puede respirar de nuevo.
La mujer le acaricia el pelo cálidamente, ayudándolo a estabilizarse y lo toma por debajo de las axilas para alzarlo y colocarlo cómodamente de pie, apoyado en una pared. Ahí ella le seca las lágrimas mientras el padre observa todo con incredulidad. Ella ha logrado algo que él no habría podido.
—Lucas. —lo llama la mujer, obteniendo una mirada tristona por su parte. —Yo tuve un omega antes que tu padre, él era bello y pretencioso y cada día después del amor me rogaba que lo marcase y me decía que lo amaba. Un día lo hice, entonces empezó a pedirme más regalos de los que usualmente le daba, más cenas costosas, más coches, más ropa, más tarjetas de crédito, más tiempo para él solo. Me pidió una casa y en ella me estuvo engañando durante cinco años seguidos. Me usó por mi dinero, era un mal hombre.
El omega la mira con interés, conmovido por el tono tembloroso de su voz junto el fulgor de su mirada.
—De él aprendí una cosa... En este mundo no existen los alfas y los omegas, existen personas buenas, malas, rotas, reparadas, asustadas, perdidas, firmes... En este mundo existen personas, independientemente de si somos alfas u omegas. Tu madre era una mala persona, una persona cobarde, aprovechada y que no supo ver lo que tenía delante. Y era un alfa también, pero son cosas distintas ¿Entiendes?
Lucas asiente, sin poder decir una sola palabra. Duda. Siente su pecho recomponiéndose, pero teme porque no son sus manos las que unen sus pedazos.
—¿Te quedarás? —pregunta, su mirada tornándose severa.
Ella ríe por las agallas del pequeño omega. Ama la determinación en ese pequeño ser.
—No necesito responderte a eso, tú mismo verás que sí.
Y Lucas no sabe por qué, pero le cree.
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