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Román no es el mayor fanático de la sangre de lobo, de hecho, la odia. Nunca ha probado la comida picante o al menos no lo recuerda, pero está seguro de que es justo así como la sangre de lobo sabe. Es un gusto repulsivo, le hace querer despegar la boca tan pronto da el primer trago, nota la lengua ardiendo, suda y siente que se le hinchan las encías. Beber sangre de lobo es como recibir un puñetazo en la boca y tragar una licuadora encendida, porque después las tripas le duelen como si alguien las retorciese, tirase de ellas y mordisquease. Se siente embarazado de un pequeño diablo que le tortura por sus adentros.

Además, aparentemente esa sangre no tiene valor nutricional para él, es beberla y, como quien bebe agua marina, se siente el doble de sediento en menos de cinco minutos.

Sin embargo, tiene algo que jamás consideró ventajoso pero que ahora le puede resultar útil. Beber mucha sangre de licántropo hace que quien la consuma apeste como uno de ellos hasta la próxima vez que se alimente. Odia tener esa peste pegada a su piel como si le fuese natural, pero con eso, sus fieles lentillas marrones que siempre lleva en el bolsillo por si debe cazar y no abrir mucho la boca para disimular los colmillos, será pan comido infiltrarse allí. Afortunadamente, también luce un poco como un alfa, quizá él no tiene la hipertrofia monstruosa de algunos de los integrantes de esa manada, pero es alto y atlético, con un cuerpo suficientemente grande y facciones lo bastante duras como para ser tomado por un alfa si huele como uno.

Ahora solo debe hallar una presa, pero no ahí. Morder a alguno de los alfas asociados directamente con Urobthos sería como aparecer en el local con un cartelito en la frente donde pusiera ''Vampiro original aquí''. Por suerte, la zona está infestada de madrigueras de lobos, pequeñas manadas que puede oler desde ahí y que se extienden como una tela de araña desde ''El aullido''. Posiblemente sean solo desgraciadas familias de lobos sometidas al poder de la manada de ese local, pero eso no es algo de su incumbencia.

Corre por cinco minutos, logrando alejarse suficientes manzanas como para que haga lo que haga, no sea visto como un incidente sospechoso cerca de ''El aullido''. Las noticias vuelan, así que si va a morder o matar a alguien será mejor que lo haga lejos, para que tarden en enterarse.

Percibe a una manada pequeña, dos alfas, tres omegas y un beta. Debería resultarle fácil. Sigue el aroma con decisión, torciendo esquinas repentinamente, saltando sobre farolas y bancos como meras piedras en su camino y llegando finalmente a un piso mediocre, donde en la tercera planta puede apreciar luces encendidas y a una familia de seis cenando en la mesa del comedor. Dos de ellos parecen ser los padres, una pareja de unos cuarenta años formada por un alfa y su omega, ambos ojerosos, de cabello caoba y ojos apagados, después hay dos gemelas de unos seis años, ambas con la nariz respingona y los morritos salidos, una beta, la otra omega, y por último el alfa restante: un bebé durmiendo en su cuna mientras los demás comen.

Tiene prisa y sabe que esa familia no hablará, no tendiendo a tres preciosos hijos que podrían ser degollados si alguien se va de la boca.

Román entra al edificio y sube rápidamente las escaleras, quedando frente a la puerta correspondiente a su presa, el padre de familia. Una sensación extraña le hace sentir un pinchazo en el vientre antes de entrar cuando recuerda las enormes bolsas en los ojos del tipo. No tiene tiempo para compasión. Llama a la puerta.

Escucha a la familia murmurar nerviosa, como si esperasen una mala visita. El padre calma a la mujer, le pide que se quede con los niños y va abrir. Le escucha arrastrar los pasos hacia la puerta, una vez ahí diversos cierres crujen y chirrían mientras los desbloquea. Abre la puerta a medias.

—Todo será más fácil si me dejas pasar. —murmura en tono bajo, como si realmente se estuviese preocupando de que la familia del hombre no escuchase esa amenaza, pero Román no hace esa clase de cosas ¿No?

Él hombre empieza a sudar nada más verlo, mira a los lados y cierra la puerta un poco más, pero Román pone un pie entre esta y el marco y sonríe de forma espeluznante. Todo depredador enseña los dientes si la presa se resiste, quizá por eso a veces la muerte le hace sonreír aunque no le haga ni una pizca de gracia.

—¿Te... te envía Farken? —pregunta con las manos temblándole. Román se sorprende al escuchar el nombre del líder de ''El aullido'', pero se dice que no debería extrañarle, es el rey de una mafia de lobos que posiblemente tenga bajo su dominio toda la zona. —Nunca pensé que fuese a enviar a un vampiro, solo voy con una semana de retraso... —musita, más para él que para Román. —Pagaré, lo prometo, lo siento. He gastado lo que tenía en el pequeño, le dio una neumonía y tuve que pagar el hospital. Por favor, déjalo pasar. Solo esta vez, no se repetirá, lo prometo. —Román se queda en silencio, evaluando la situación. Al fono, la mujer se levanta de la mesa con preocupación y se acerca poco a poco, sin las niñas. —Lo prometo.

—¿Greg? —pregunta la omega con una voz delgada y los tendones del cuello marcados.

—No pasa nada, cariño, acuesta a los niños. —reacciona rápido, girándose hacia ella y prácticamente empujándola lejos.

Pero es demasiado tarde, sus ojos llorosos indican que ha visto a Román.

Tan pronto como el hombre se despista, el vampiro hace su movimiento y aprovecha para entrar y cerrar la puerta a sus espaldas.

Su plan inicial era el que ha sido siempre: alimentarse hasta saciarse y matar hasta no dejar testigos.

Las niñas le miran desde lejos, curiosas, e inocentemente toman unas largas patatas fritas para ponerlas al lado de su boca, imitando los colmillos del extraño invitado de su papá. Román se siente mal al pensar que posiblemente están a pocos minutos de no entender por qué el hombre tiene colmillos a vivir lo que vivió Gabriel y comprender que solo sirven para dar dolor.

No quiere quitarle a su padre a esas pobres gemelas, ni al bebé que ni sabe hablar. Tampoco quiere quitarle a su alfa, con el que se ha enlazado, a su omega. Sin él morirá en cuestión de tiempo y, después de eso, los niños no acabarán bien.

—Sacad a los niños de aquí. —ordena Román, sin decir nada de más.

Ambos obedecen con la cabeza gacha, nerviosos, tropezando con sus propios pies y apretando a los niños fuertemente entre sus brazos como si nunca más fuesen a abrazarles. Y es que piensan que van a ser asesinados y Román aún no tiene decidido si matar o no a esa pareja

Cuando han sacado a los niños de la habitación ambos se ponen frente a él, como haciendo una dolorosa reverencia y entre sollozos la omega dice una sola cosa:

—Gracias.

Le está agradeciendo por no matar a los niños, incluso si piensa que él la asesinará a ella y a su esposo.

Los mira de nuevo, no parecen gran cosa, una pareja vieja, con aprietos económicos y arrugas de más. Dos personas con suficientes problemas como para meterse en otros. No tienen por qué hablar. No hablarán.

—Tomaré tu sangre —dice Román, señalando al alfa. Él asiente con una expresión boquiabierta entre el terror y la sorpresa. La mujer se tapa la boca. —, después te haré unas preguntas. Cuando me vaya, no le dirás a nadie que he estado aquí.

—No lo haré. No lo haremos. —se apresura a exclamar con la voz desentonada.

—Si lo haces volveré y mataré a tus hijos, delante de ti ¿Entiendes? —Y Román no planea hacerlo, pero le basta con decirlo con un poco de convencimiento para que ambos se echen a llorar y aseguren una y otra vez que no hablarán. —Bien, acércate.

—¿Vas a... —la omega traga saliva, mira al suelo de nuevo, baja la voz y termina: —matarle?

—No. —responde Román con decisión, sorprendiéndose incluso a él mismo.

Ve a la omega sonreír y limpiar su mejilla húmeda. Se siente extrañamente bien.

El tipo no hace ninguna escena, camina con decisión hacia él, ladea la cabeza y cuando le encaja los grandes colmillos solo hace un amago de apartarlo, alzando los brazos, pero vuelve a bajarlos y eso es todo. Aprieta los dientes y no hace ningún ruido. Román quiere apartarlo también. Y vomitar.

Su sangre es realmente repugnante, no solo por ser de un lobo, sino además de un alfa y uno con malnutrición. Sin embargo, no es culpa del hombre, así que simplemente continúa. Chupa su sangre durante casi doce minutos seguidos, le cuesta tragar y está ingiriendo bastante, el tipo es grandote, no muy alto, pero sí grueso, así que debe aprovechar para tomar de más por si acaso.

Cuando termina el lobo está pálido, se tambalea y su mujer le coge de un brazo y le ayuda a apearse en un sillón desgastado. Todo sin quitarle el ojo de encima a Román, que se acerca esperando a que se recupere un poco. Le da unos segundos, después habla:

—En ''El aullido'' se celebra algo llamado el desfile ¿Sabes qué es?

—N-no estoy seguro, es algo exclusivo de la manada alfa, así que alguien como yo jamás podría ir. Es confidencial, todo lo que sé son rumores. —Román asiente y le mira fijamente, presionándolo un poco para que hable. Ve a la omega morderse el labio cuando el otro separa los suyos para explicarle lo que ha oído por ahí. —Dicen que es una fiesta destinada para alfas y que los omegas se ofrecen a ellos, como carne. Supongo que tiene que ver la prostitución, la trata de omegas en el mercado negro y cosas similares. Aunque no sé del todo lo que...

—¿Y la noche de caza? ¿Sabes lo que es? —Román cierra sus puños y la omega se enrosca en el brazo de su alfa. Imagina a Gabriel siendo violado, vendido y...

<<Los mataré. Los mataré a todos.>>

El tal Greg niega.

—Solo sé que es exclusiva para los lobos que pueden transformarse, pero no se dice nada más de eso. Es aún más secreto que el desfile y el resto de manadas tenemos prohibido hablar de ello.

—De acuerdo. —Román inspira, puede sentir el hedor a alfa venir de él y sabe que no obtendrá nada más de ese asustado padre de familia.

Cierra los ojos, cuando los abre ya ha llegado a ''El aullido'', solo que esta vez está frente a la puerta principal. Busca en su bolsillo la pequeña caja que contiene sus fieles lentillas. No las usa demasiado y cuando necesita usarlas muchas veces se las olvida, por descuido, y tampoco tiene demasiada repercusión. Al fin y al cabo ¿Qué hará alguien si ve un vampiro? ¿Matarlo? ¡Ojalá! Pero esta vez son imprescindibles, es la vida de Gabriel la que está en juego y esa sí puede terminar de un momento a otro.

Se las pone con rapidez y parpada varias veces, asegurándose de que están en su sitio. Si no se equivoca, ahora sus ojos son castaños, como los de Gabriel, solo que más mediocres y con un color desprovisto de brillo o emoción.

Sin pensárselo más aprovecha que el hombre de seguridad le está abriendo la puerta a unos invitados para entrar sin tener que ponerse en la cola y ser, posiblemente, objeto de varias miradas y sospechas. Entra rápido, haciendo pensar a todos que es una mera ráfaga de aire, y cuando consigue situarse en el lugar lo primero que hace es buscar las salidas y entradas. A su espalda está la entrada principal, al fondo la puerta que conduce a un pequeño pasillo que después da a la salida trasera. Por último, unas escaleras custodiadas por un alfa que le saca perfectamente una cabeza de alto y dos palmos de ancho. Entiende que esa zona es confidencial y que debe acceder ahí, pero antes, necesita informarse de qué es el desfile y que sucede cuando se desfila en noche de caza. Él es muy de zambullirse sin conocimiento previo en situaciones peligrosas, pero ahora el asunto es más delicado y un paso en falso le comportará...

<<Romper mi promesa.>>

Aspira, el olor de Gabriel es muy tenue, duda de él, pero si realmente lo está oliendo y no es sugestión, significa que está arriba, muy arriba, lo cual tendría sentido pues es de ahí de donde vienen los demás aromas a omega. No hay ni uno en la sala principal, que emula -y prácticamente es- una discoteca. Ve a dos alfas jóvenes en la barra, evidentemente borrachos y pidiendo con descaro una ronda más de algo que está a poco de colapsar su sistema. Ríen fuerte, faunescamente, sus carcajadas son como desagradables ladridos, pero Román decide acercarse. La gente borracha siempre es más fácil de usar.

Se sienta al lado de esos dos tipos que berrean, se golpean en el brazo y hacen brindis por todo. Va a tratar de sonsacarles algo de información, sin embargo, necesita saber como empezar primero. Él no es precisamente sociable, el contacto con otros seres vivos lo establece únicamente para terminar con su estado de seres vivos, así que una vez se sienta, se encuentra más nervioso y desconcertado de lo que pensó. ¿Y si les cae mal a los tipos y pierde su oportunidad para salvar a Gabriel? ¿Y si dice o hace algo sospechoso? ¿Y si son borrachos agresivos y acaban echándole de ahí por eso? Dios, él jamás se ha preocupado por esas cosas ¿Por qué ahora?

Suspira, decide que empezará a disimular pidiéndose un trago.

—¿De qué lo quiere, caballero? —pregunta la fornida muchacha que pone las bebidas.

Y ahí tiene otro problema ¿Qué va a beber? Él bebe... bueno, sangre, no conoce muchas más bebidas porque, de hecho, hace muchos años que desconectó de todo ese mundillo. Antes quizá le interesaba la forma en que el mundo evolucionaba a su alrededor, ahora ya le da igual.

—Eh, lo que sea. —dice haciendo un ademán y mirando abajo, para tratar de lucir taciturno.

—Ponle un agua de Valencia, ¡Que se refresque! —grita uno de los alfas borrachos, Román le mira y sonríe sin despegar los labios, tratando de aprovechar la oportunidad, aun así es evidente que se ve nervioso porque tan pronto captan el gesto, los dos tipos se ponen a reír incontrolablemente. —¿Primer día de trabajo?

—Eh, sí, bastante agotador. —responde él, pasándose una mano por el pelo y bufando.

Los otros dos tipos ríen. Uno tiene una sonrisa tan grande que da miedo y el otro va rapado al cero, por culpa de las luces oscilantes y los destellos Román no puede distinguir muchos más rasgos de esos dos.

—Ah, los chicos de refuerzo siempre venís con el pecho hinchado y después de un día ya os queréis ir a casa ¿No es así? —el rapado ríe, dándole un brusca palmada en la espalda a Román.

¿Refuerzo? Sí, tiene sentido. Si han pedidos refuerzos en una zona donde nadie sabia que ellos iban a ir, eso significa que Nombre ya ha dado la voz de alarma y Urobthos lo ha tomado en serio. Muy enserio. Seguramente Barcelona debe parecer un estado de excepción ahora en su ausencia y si llegan a enterarse de que Gabriel no ha venido solo a Madrid van a estar en problemas.

—Sí, la verdad es que aquí la exigencia es mucho más grande, pero ya me iré acostumbrando supongo. —se encoge de hombros, hablando con más tranquilidad.

—¡Y que lo digas! ¿De qué manada vienes? ¡Oh, no, no! ¡Déjame adivinar! A veeeer —el chico se frota la barbilla, mira a Román peligrosamente de cerca y se lame los labios. Por suerte para Román ese chico debe estar lo suficiente embriagado como para no notar el borde de sus lentillas o la protuberancia de sus colmillos bajo los labios. — De la Comunidad valenciana o Cádiz, seguro.

—Yo digo que de Cádiz, se da un aire a un primo mío de ahí. —responde el otro borracho, asiente con vehemencia.

—Oh, pues soy de Valencia. —interviene Román.

El hombre lobo que había acertado aúlla y le choca los cinco con una fuerza que le estremece. Puede con él, eso seguro, pero si debe enfrentarse a diez de ellos está seguro de que no se saldrá con la suya.

—¡Toma ya, te lo dije! —chilla levantando el vaso vacío como si fuese un trofeo.

—¿Y de qué parte eres? —pregunta el chico con el cabello más largo, luciendo anonadado al mirarle.

—De... —Román piensa rápido, no sabe mucho de geografía, cada unos cuantos siglos las cosas cambian de nombre, de dueño, de pueblo y de revoluciones. Intenta recordar qué es lo que hay en la comunidad, por suerte alguna memoria de cuando fue allí. —Castellón.

—Un conocido mío era de ahí, dice que las manadas son aburridas en ese lugar ¿Es cierto? —pregunta ladeando la cabeza. El otro tipo, más enérgico, se calma un poco para escuchar.

—Sí, bastante aburrido, la verdad. No tenemos una discoteca para nuestras manadas —ambos tipos ríen por la broma y Román se siente aliviado. —y mucho menos las actividades que tenéis vosotros. De hecho, he oído hablar de ellas, pero ni idea de qué van.

—¡Ah, sin problema hombre! —dice el rapado, dándole otra enérgica palmada en la espalda. Si golpease así a un humano, piensa Román, podría romperle algún hueso seguro. —¿Qué necesitas que te expliquemos?

La chica de la barra mueve su brazo musculoso, deslizando una bebida anaranjada hasta las manos de Román. El hombre agradece bajo, juega con el baso entre sus dedos y da un trago sin respirar. Si no bebe nada será sospechoso.

—Bueno, he oído algo sobre el desfile. En mi manada a veces tenemos a los omegas más bellos bailando para nosotros y no sé si es lo mismo o no.

Ambos tipos se quedan totalmente serios, se miran entre ellos y después revientan de risa.

—Oh, esto es mucho mejor. —dice el rapado, apoyándose en su hombro. —Aquí un omega hace lo que quieres que haga, bailar, ponerse de rodillas para mamártela o pelearse a muerte con otro omega. Lo que tú quieras.

—Explícale mejor, zopenco, que te dejas muchas partes. —le recrimina el otro, dándole un coscorrón en la nuca. —El desfile es un espectáculo donde se exponen varios omegas, de diversas categorías. Los vírgenes, por ejemplo, suelen ser de alta categoría. Para esos tienes que pagar, amigo, no te hagas ilusiones porque cuestan un ojo de la cara. Y básicamente tu escoges a un omega y puedes hacer lo que gustes, algunos quieren los órganos, otros tener sexo, cada alfa compra por lo que le apetezca, o los alquila, y nadie juzga a nadie, así que tranquilo ¡Oh, y si vienes mañana será noche de caza! Tío, explícaselo, yo voy a por algo más de beber, que esta no se entera y la llevo llamando media hora.

El chico salta de su taburete, mostrándose más bajo de lo que Román pensaba, y el otro ocupa su sitio. Román presta atención, reprimiendo sus ganas de apretar los puños y estamparlos en la cara de esos alfas tan... tan...

<<Inmorales...>>

Deja ir una pequeña risa, después escucha.

—La noche de caza es lo mejor, se pilla a un omega y los lobos que pueden transformarse ¿Tú puedes? Bah, no sé por qué pregunto, si no pudieses no te habrían enviado aquí, menuda tontería la mía... ¿Por donde iba? Ah, sí, pues se coge a un omega, a veces es uno de los de mayor categoría, si el jefe quiere premiarnos, a veces es uno de los de peor que nadie ha querido comprar en un tiempo, se le deja suelto en el bosque de aquí al lado con unos minutos para correr y después ¡A cazar! Oh, es genial. Es un poco rancio que el jefe solo nos deje un omega, entre tantos lobos al final a cada uno no le toca ni arrancarle medio brazo ¡Pero, en fin! Es divertido de todos modos y si eres rápido quizá eres el primero en hincarle el diente. Yo una vez me llevé una cabeza, fue la leche, me quedé con el cráneo después y un amigo mío que sabe de estas cosas lo reconstruyó y ahora lo tengo en mi salón como un trofeo.

El hombre empieza a carcajearse sin parar, Román siente su sangre hervir y tiene que morderse la lengua casi hasta cortársela con los dientes para no sacar los colmillos y arrancarle a ese hombre su hueca cabeza y hacerse un collar con ella. Respira hondo, finge una carcajada y se serena pensando en él arrancándole los ojos a un lobo cuando intente cazar a Gabriel. Piensa detalladamente en el escenario, logrando aplacar su ira, imagina los aullidos lastimeros, lo blandas que se sentirán sus cuencas al meter los dedos y el calor derramándose por su mano cuando apriete el globo ocular.

Sí, definitivamente pensar en cosas tranquilizadoras le ayuda.

El tipo sigue hablando, al parecer al mencionar que tiene en su casa una calavera de omega ha recordando también que tiene una alfombra de piel de puma, lo cazó el mismo, en el viaje de su vida, así que ahora está chapurreando los recuerdos que aun le quedan de entonces y bebiendo alcohol mientras trata de hablar. Román asiente, sonríe, se hace el sorprendido cuando el otro alza la voz, pero no le escucha en absoluto.

Está pensando en cómo salvar a Gabriel.

Tiene un plan de emergencia, por si los demás planes -que todavía no se le han ocurrido fallan-, que consiste en esperarse a la noche de caza y raptar a Gabriel en medio del bosque, seguramente los demás lobos le vean y seguramente eso sea un gran, gran fastidio para sus planes. Sería más útil dejar al chico morir, pero no piensa siquiera plantearse esa idea de nuevo.

Pero solo hará esa locura de meterse en la noche de caza como carnada en caso de que no pueda salvar a Gabriel esta misma noche y Román se dice que podrá hacerlo. Tiene que hacerlo.

La pregunta es cómo.

Sabe dónde está, en una de las plantas de arriba, pero aunque puede colarse por la ventana no sabe qué va a encontrar ahí. Sin embargo, solo hay una forma de averiguarlo y quizá no es la más inteligente, pero desde siempre Gabriel ha sido el cerebro del dúo y Román el músculo, así que sabe que no puede exigirse pensar como Gabriel. Sale del edificio, alegando a su amigo, cuyo nombre ha escuchado y ha borrado de su cabeza en un tiempo de menos de un minuto, que debe hacer una llamada a sus familiares, ya que están preocupados por su marcha. Le ha dicho que posiblemente su omega se pase horas hablando, así que no cree que vuelva a entrar. El tipo le ha dado otra de sus horribles palmadas en la espalda y se ha despedido.

Román sale del lugar, mira a todos los lados posibles, comprobando que no haya testigos, y salta hasta la ventana del segundo piso. Inspira. Expira. No, no es ahí y tampoco es un piso cercano a esos.

Se suelta de la repisa, cayendo sobre sus pies ágilmente, como un felino. Flexiona sus rodillas, toma aire y vuelve a saltar, ahora llega al sexto, el lugar donde el aroma a omega está más condensado. Se agarra a la cornisa sin hacer sonido y flexiona los brazos para asomar solo la cabeza.

Lo golpea una sinfonía de gemidos y aullidos tristones y aunque la luz es escasa, su visión atina a distinguir un pasillo sin fin lleno de jaulas de metal, como un expositor de omegas. Se le revuelve el estómago. Sin embargo, no hay nadie ahí. Al fondo distingue una puerta cerrada con llave y sabe que no debes esperar que alguien se cuele por la ventana, sobre todo porque es pequeña. Román tiene que hacer peripecias para entrar, sus hombros no pasan la primera vez que lo intenta y después, aunque logra hacer pasar su envergadura, escucha pequeñas gritas formarse en el marco de madera. Después de eso logra entrar entero por el pequeño rectángulo y observa mejor la sala.

Pasa por al lado de las diferentes jaulas, pequeñas, estrechas, llenas hasta reventar, y los omegas, al verle, se ponen enfermos del miedo y se apartan aplastando a otros de los suyos hasta asfixiarlos. Y es que Román huele a alfa y ese parece ser su mayor miedo. Escucha de todo, menos palabras, y se pregunta si esos omegas sabrán hablar. Los nuevos reclusos lo habrán olvidado a base de golpes, los que han nacido entre rejas jamás han oído más que órdenes, está seguro, conoce bien esas escenas, no es la primera vez que ve esclavos encarcelados, pero sí la primera que se interesa.

El pasillo es enorme y el espacio tan reducido que tiene que pasar ladeado entre las jaulas, no hay apenas ni un rincón libre en ese tedioso pasillo.

—¿Gabriel? —pregunta en una voz monótona, no demasiado alta, con la esperanza de que el chico le oiga.

Si tiene que buscarlo entre tantos cuerpos le llevará toda la noche y el día. Además, existe la posibilidad de que Gabriel sea unos de los cadáveres hinchados, llenos de podredumbre, contra los que se revuelcan los omegas en sus jaulas.

—¡Oh, joder! Aquí. —chilla una voz con desespero.

Y Román ve a lo lejos unas manitas blanquecinas aferrarse a los barrotes y un rostro lloroso prensarse contra ellos como si quisiera escurrirse fuera. Es Gabriel, está en una de las primeras jaulas, justo al lado de la puerta.

—¡Mierda! —masculla el chico, dando un golpe a los barrotes y hechándose para atrás como los demás omegas asustados. —Vete. —le dice en un susurro.

Román no le comprende, hasta que escucha el cerrojo de la puerta cediendo.

Con prisas, se lanza por la ventana y, como era de esperar, vuelve a quedarse atascado. Es un patán y jura que escucha a Gabriel insultarle por lo bajo cuando se da cuenta de que el vampiro está preso en la ventana como una sardina enlatada.

El cerrojo se abre del todo. Román hace fuerza para intentar salir y resquebraja un poco más la ventana. El pomo rechina. Román logra sacar un brazo. Las bisagras crujen. Román logra sacar el otro.

—¡Tú, ven aquí! —chilla un alfa al entrar.

Román se cae por la ventana. Gracias al cielo.

Se apoya en la cornisa y queda oculto, colgando como una alimaña, asoma la cabeza con el corazón en la garganta y, para su alivio, comprueba que el alfa no estaba hablándole a él. Su alivio dura poco: le hablaba a Gabriel.

—¡Bren! Prepara al resto para el desfile. —chilla a pleno pulmón, sacando violentamente a Gabriel de la jaula y tomándolo del brazo. —A este voy a prepararlo para la caza de mañana. —le sonríe perversamente mientras Gabriel forcejea. No tiene oportunidad, pero aun así lucha y hace que el licántropo sude tratando de arrastrarlo fuera. —¿Preparado, cariño?

Román baja, sabe que si se llevan a Gabriel no tiene sentido que él esté ahí, no puede hacer nada. Cuando llega al suelo le parece escuchar a alguien escupiendo y después un ''Humano hijo de puta ¡Me ha dado en el ojo''. Sonríe para sí, Gabriel es fantástico.

Es fantástico y por eso no puede perderlo, pero tampoco rescatarlo esta noche. Sabe que va a estar acompañado toda la noche y el día si es que le han dado el trato especial de sacarlo de ahí sin el resto de omegas, así que tendrá que ir a por su odiado plan Z.



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