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Las palabras le aturden como puños. Por unos minutos, no siente nada más que sus pensamientos intentando entender, el resto del mundo está distante, apenas lo siente como capas y capas de inconsciencia. Vlad pasa por ahí de una forma demasiado oportuna, Desmond no parece reparar en él, pero mira a Tom a los ojos y viceversa. Le sonríe antes de irse. Tom respira lentamente, muy lentamente.
Y estalla.
—¡No! ¡No, no, no! ¡Por favor, no! —chilla, volteándose violentamente —¡No podré soportarlo, señor, lo suplico!
Manotea en el aire con todas sus fuerzas tratando de apartar las hábiles manos del vampiro, pero no puede. Lo gira de nuevo y esta vez empuja su cabeza tan fuerte contra el mármol que después no puede levantarla.
Desmond vuelve a bajar su ropa interior, esta vez no puede luchar, apenas puede mover los dedos de sus manos usando todas sus fuerzas. Está tan aturdido por el golpe... el único motivo por el que no se cae es porque el hombre lo mantiene erguido tomándolo de la cadera. Tom sabe que no puede hacer nada más que cerrar los ojos y desear muy fuerte que el golpe en la cabeza le mate antes de que Desmond le ponga un solo dedo más encima.
—Amo, no lo aguantaré.
—Seré más cuidadoso, lo haré despacio esta vez ¿Si? —dice fastidiado, empezando a bajar sus pantalones.
El sonido de la ropa rozando con la piel le da náuseas a Tomás. Empieza a llorar. Sin darse cuenta lleva cada mano al antebrazo contrario, rascándose y pellizcándose los puntos hasta que tiene sangre bajo las uñas. Desmond no puede dejar de mirar el gesto: cuando lo toca, Tom se intenta hacer daño inconscientemente porque para él eso significan las manos del vampiro sobre su cuerpo, dolor. Es tan jodidamente triste.
No quiere seguir. Aunque debería ¿No es lo que el resto de amos harían? Vlad y Morien sí, pero él no es ellos, aunque lleva toda su vida tratando de ser igual. Pero ve a Tomás así y duda. Está hecho un lío. El olor de la sangre y el miedo lo excitan inmediatamente, su erección se alza con firmeza a través de su ropa y contra uno de los muslos de Tomás, poniéndolo más histérico y se siente asqueroso por excitarse tantísimo con algo que a la vez le hace sentir como una absoluta mierda. Suspirando, cubre al chico con el pijama y sube sus pantalones.
Se aleja un poco, su magno cuerpo deja respirar al del pequeño sin aplastarlo contra el mármol de la cocina y se desliza por el filo de este caer. Tomás se sostiene el rostro una vez arrodillado en el suelo, se limpia las lágrimas, y se gira postrándose frente al vampiro. Después empieza a besar los pantalones del hombre, justo en la entrepierna.
—L-Lo haré señor, lo haré lo mejor que pueda si me perdona, por favor. —solloza, alzando las manos para alcanzar la cremallera.
La imagen no puede sino encenderle: su hermoso esclavo rogando por clemencia con sus manos y boca a disposición de su sexo, listo para llorar, gimotear y sangrar todo lo que pueda mientras él le usa como le plaza. Es tan genial, pero no puede soportarlo. Ama verlo sufrir y odia hacerlo sufrir. Con una mano aparta el rostro de Tomás de su bragueta a medio bajar y dice.
—De pie, no tengo ganas de esto ahora. —el chico lo mira con pánico.
Sexo oral es todo lo que puede ofrecerle con tal de no ser abusado de esa horrible forma de nuevo, si no le queda eso ¿Qué más tiene? Se alza con las rodillas débiles y el hombre vuelve a acorralarlo contra el mármol, solo que ahora es su espalda baja la que se choca con el frío filo. No puede doblarse hacia atrás para huir de él, simplemente quedarse quieto esperando que suceda lo que tenga que suceder. El hombre lo agarra de la cara con firmeza, pero sin hacerle daño, y lo atrae hacia él. De nuevo: un beso.
Casto, corto, obediente a los latidos del corazón del chico. Suave al inicio, contenido en sus movimientos y frustrado cuando se separan porque el chico se pone nervioso.
—¿No va a... —pregunta sin apenas aliento, mirándole los labios con los ojos brillosos.
—No lo haremos así ¿De acuerdo? Vamos a tener sexo de todos modos, tu cuerpo me pertenece, pero vamos a ir despacio y vamos a esperar un poco. —ofrece el hombre con voz enternecida, siente que delira cuando se escucha a sí. Su corazón habla, queriendo curar y cuidar al pequeño, arrullarlo con su consuelo.
Es una locura. Intenta lo imposible, saciar sus instintos con cuenta gotas. Lo quiere suyo, pero no lo quiere roto. Y sabe que ambas cosas son la misma. Nota en la nuca una mirada asesina, no necesita ver por el rabillo del ojo la figura larguirucha y oscura que acaba de pasar como por casualidad por su lado. Siente el aroma de Vlad y nota en su presencia un desagrado suficiente para iniciar una pelea, pero no tiene tiempo ni ganas.
—Ahora ven, tengo mucho trabajo que hacer y tú deberías ayudarme a relajarme de mientras.
El chico accede sabiendo y lo sigue escaleras arriba, con miedo a caerse, pero durante una fracción de segundo, cuando su pie se desliza demasiado por un escalón y siente en su vientre la impresión de la caída inminente, su amo deja de estar delante suyo. En un parpadeo su figura se desvanece y sus manos lo agarran por detrás. Los dedos firmes lo asen por la cintura, enderezándolo para que siga subiendo e impidiendo que se caiga. Él da un pequeño brinco por el agarre, pero sigue en vistas de que apenas quedan ya unos cinco escalones.
—Eso es, buen chico. —murmura el vampiro en su oído. Se oye dulce y zalamero, no parece él, pero agradece que lo calme de ese modo.
Si solo fuese así siempre.
Una vez en el piso de arriba Desmond pasa un momento a su despacho a por varios papeles y después Tom le sigue hasta la biblioteca, donde la iluminación es mejor para el trabajo. Al entrar cierra la puerta tras de sí y se dirige al escritorio que Tom tiene prohibido tocar pero que revisa siempre que puede en busca de las palabras del chico anónimo.
Le pone nervioso ver a Desmond ahí ¿Y si se da cuenta de que él también ha pasado por ese cajón misterioso? Duda que sea posible, pero de todos modos mira al hombre con horror mientras este abre el primer cajón y observa el diario fijamente. Lo vuelve a cerrar sin más miramientos, solo ha comprobado que siguiese ahí y Tom muere de ganas de preguntarle ¿Por qué? ¿Por qué conserva ese diario? ¿Por qué lo... atesora? Le recorre un escalofrío al pensar que lo lee por diversión, recreándose en el miedo de esa antigua presa, pero no tiene sentido. Si fuese tan sádico de disfrutar de la lectura de ese viejo diario no habría desistido en su intento de tener sexo con él por unos cuantos sollozos. Pero entonces ¿Por qué guardar el diario?
—Señor ¿Qué debo hacer? —pregunta quedándose en medio de la sala con las manos recogidas en su regazo.
El hombre no sabe bien que responder, únicamente lo ha traído con él para no dejarlo a solas con Vlad. Es su amigo, jamás tomaría la sangre o el cuerpo del chico sin su permiso, pero lo conoce demasiado bien que ningún humano está tranquilo en su presencia.
—Ven, ven aquí.
El chico camina hacia el escritorio con algo de dificultad y al hallarse en frente el vampiro lo mira como a una obra de arte uno segundos, planteándose cual será su siguiente orden. Se levanta de la silla, quedando demasiado alto para que Tom pueda verlo si mira al frente; baja la vista, esperando cualquier cosa. Últimamente ha descubierto que una de las cosas que más le aterran de su amo es lo imprevisible que es. Un día es esquivo y al siguiente un sádico que lo golpea hasta dejarlo sin sentido y al otro le gusta darle besos en la boca. A veces se hace ilusiones, espera atención o contactos agradables y recibe lo contrario, así que no sabe hasta que punto agradece que Desmond sea bueno si solo lo será muy, muy eventualmente.
El vampiro pone una de sus manos sobre su hombro y lo empuja levemente; las corvas le chocan con el borde la mesa y termina sentado en ella, con las piernas colgando y balanceándose puerilmente. El hombre se sienta de nuevo, viendo al chico sentado en su escritorio. Le agarra uno de los tobillos al vuelo, alzándolo y haciendo que Tomás estire una de sus piernas para mostrarle la articulación.
Tom se tapa la boca a la vez que da un grito asustado y recuerda cuando el hombre le cogió esa misma pierna y torció, con las manos con que ahora lo sostiene, su pobre tobillo. Empieza a tener sudores fríos temiendo que Desmond quiera volver a mandarlo a la silla de ruedas; quizá le divierte tenerlo ahí y humillarlo de ese modo.
—¿Duele? —pregunta apretándole un poco. El chico asiente, totalmente rojo. —¿Igual que antes?
—N-no, solo un poco, amo.
—¿Estás seguro? Apenas he apretado y estás casi llorando. —replica, soltando su tobillo y tomándole de la barbilla para hacer que le mire a los ojos. Tomás los cierra.
—Es porque estoy asustado, lo siento.
Desmond cambia la posición de su mano: del mentón a la mejilla. Lo acaricia con los nudillos.
—¿Mejor? —pregunta susurrando sobre sus labios.
Tomás se atreve a abrir los ojos, mirando con curiosidad los de vampiro. ¿Acaso le acaricia para hacerle sentir bien? Asiente, emocionado. Una sombra de sonrisa pasa por sus labios y Desmond suspira.
<<¿Por qué tienes que hacerme sentir así?>>
—Vlad cree que soy demasiado blando contigo —le explica, cuando el chico lo mira asustado y trata de alejarse un poco, por instinto, lo agarra por un muslo y lo desliza cerca de él de nuevo. Lo acaricia todavía, buscando dejarle suave y receptivo para sus palabras. —, pero yo quiero probar algo nuevo contigo. Fui duro y no pudiste soportarlo... —prosigue apenado, bajando la vista a las muñecas atravesadas por cortes. —No quiero hacerte daño, lo sabes. Me gustas y también lo sabes. ¿Qué te parece... —muerde su lengua, tratando de no decir algo tan impropio de un vampiro fuerte y tan propio de un bobo enamorado. —si me enseñas a ser bueno contigo? Eres mi mascota, pero quiero una mascota feliz, no solo obediente.
—Señor ¿Se está riendo por mí? Si es así, dígamelo, por favor... no quiero mi corazón roto más veces ¿De veras quiere que intentemos llevarnos bien? —pregunta con el corazón en un puño y los ojos llenos lágrimas agridulces, una mezcla conocida entre alegría y miedo.
—Te he hecho mucho daño, solo quiero curarte y que no vuelvas a querer morir, pequeño. Te quiero... conservar. —Tomás asiente, tratando de entrever en sus palabras algo más que los deseos crueles que le harían querer mantenerlo con vida.
—Gracias, mi señor, ¿q-qué debería hacer?
Desmond no lo sabe demasiado bien, pero recuerda los miles de consejos y palabras de ánimo que sus dos mejores y fieles amigos llevan siglos diciéndole.
<<Piensa en el humano, en qué necesita, en qué quiere. Ponte en su lugar de nuevo.>>
—Decir cómo te sientes cuanto pretenda hacer algo contigo y obedecer cuando yo juzgue y tome una decisión al respecto.
Asiente, jugando con los dedos en su regazo.
—Puedo preguntar... ¿Por qué le gusto, señor? No quiero molestarle, s-solo querría saber...
El hombre sonríe y se acerca un poco, roza la nariz con la del chico y después los labios. No le besa, pero suspira sobre ellos y los del chico se abren para acoger el aire, respirar su aliento, adorarlo. Se le llenan los pulmones de la esencia de su amo, del sabor de sus palabras ante de que las pronuncie. Se humedece los labios, casi con anhelo.
—Porque eres el primer humano que no me odia. Eres tan bueno que en vez de morderme la boca cuando la acerco me besas, eres tan bueno que después de todo lo que he hecho sigues queriendo ser mi amigo. ¿Cómo? —pregunta separándose, viéndolo a los ojos con una intensidad que brilla en los ojos del contrario, en vez de hacerlos huir amedrentados por la imagen del fuego infernal que una vez lo marcó. —¿Cómo puedes ver algo bueno en mí si incluso yo soy incapaz?
—No puedo... no puedo perdonarle las cosas tan malas que me hizo, pero sé que usted en el fondo es humano. Incluso cuando me compró, cualquier otro me habría matado por mirarle a los ojos y lo que vi... le vi tan solo y aun ahora lo veo, un hombre solo. Pensé que quizá me compró porque necesitaba compañía, alguien que le abrazase, me recordó a mí y ahora, incluso aunque odio esa parte monstruosa de usted que me hace daño, incluso aunque le odio y me odio cuando pienso en cómo me violó, sigo mirándolo a veces y pensando que me recuerda a mí y que necesita un abrazo.
Desmond se voltea de golpe, apoyando las manos en el rostro. Tom se asusta, temiendo haberlo ofendido con sus palabras y se abraza a sí mismo en la mesa, queriendo detener los temblores. Se reclama mentalmente como ha podido ser tan idiota de comprar a un grandioso vampiro, a un líder de un clan, a un semi puro de renombre como él, con algo tan bajo y lastimero como un humano.
Desmond lucha por no llorar, dándole la espalda y sintiendo como las palabras del chico todavía le apuñalan.
—No quiero que me odies, Tomi. —El humano juraría que el hueco de su estómago se hace gigantesco cuando escucha al vampiro llamarle así. Nadie le llama así desde la escuela y desde Todd. Quiere llorar, es la primera vez que su nombre es sostenido con la graciosa vocal, como suavizándolo, acariciándolo con los labios que lo dicen. Suena tan cariñoso, desearía tanto volver a los tiempos donde lo oía todo el rato hasta el punto de no emocionarse por ello.
Desmond se voltea, abrazando al chico de golpe y haciendo que su corazón no tenga tiempo a alterarse. Al contrario, se relaja entre sus brazos, se funde incluso si el hombre está frío porque al caer sobre la piel mortal, sus lágrimas se vuelven cálidas, como la sangre.
El corazón del chico late por ambos y los ojos de Desmond sangran por ambos.
—No quiero que te odies a ti tampoco. Quiero borrar esas cosas, quiero que me perdones y ser un amo al que temas, pero en el que puedas confiar también. —le confiesa entre lloros, estrechándolo más y más fuerte. El chico le corresponde, desconcertado al principio. Le acaricia la espalda en respuesta y siente la piel del vampiro erizarse. Entonces cae en la cuenta de algo, quizá es la primera vez en la vida que alguien acaricia a Desmond. —Tus castigos nunca serán tan horribles, no quiero que vuelvas a preferir la muerte. Si eres malo yo seré un amo responsable, te haré arrepentirte, pero jamás de ese modo.
El chico asiente, agradecido, deseando desde el fondo de su corazón que el vampiro cumpla con la promesa.
Ambos se separan, Desmond mira con una sonrisa melancólica al chico y este, con manos temblorosos y el labio inferior roído entre sus dientes, se atreve a alzar una mano y tomar con ella la cara del vampiro. Desmond abre los ojos por el atrevimiento y entonces Tomás le limpia las lágrimas, recogiéndolas con su palma como agua de lluvia y pasando los dedos por su piel con temor. Temor no por él, sino por Desmond: luce tan frágil que teme romper su piel como papel si la acaricia.
Lo mira girarse, besar su palma llena de lágrimas como bebiendo de ella con adoración, sumisamente. Entonces se pregunta ¿Ese hombre le ha ultrajado, le ha llevado al suicidio? Y sabe que la respuesta es un sí y un no. Un no porque Desmond no es ese monstruo sin corazón que pretende ser y que lee en el diario. Y sí, porque es él quien reina en sus pesadillas, es su nombre el que lleva quemado en la espalda y es ese el hombre que tendrá que rogar por su perdón y si es que todavía tiene espacio en su maltrecho corazón para un acto de bondad más.
—Por favor, mi señor, termine con todo este dolor que siento cada noche y cada día.
<<¿Hay alguna forma de terminar con el dolor, Morien? Muéstramela, haré lo que sea.>>
Desmond agarra al chico por las mejillas, lo mira profundo en los ojos y lo besa.
Lo besa verdaderamente esta vez. Voraz, sediento de sus labios, los busca y roba con cada movimiento de los suyos, los junta para atrapar la dulzura del chico, se separa al sentirse harto de tanto azúcar y vuelve al segundo, adicto a esa cosa tan candorosa que lo deslumbra. Cierra los ojos, no los necesita, no necesita ese rojo sangre con el que solo sabe mirar desde arriba, solo labios, ni siquiera los colmillos, solo unos labios callados, unos labios que conocen la mala respuesta a esa pregunta y que por eso besan la buena. Su lengua no habla, no engaña con pérfidas palabras ni pretende arrastrar al chico a un ciclo irresistible con argumentos tentadores, solo lo lame, lo prueba y lo hace delirar. Le arranca el raciocinio con la boca, así como la sangre cuando lo mordía con afilados colmillos. Primero solo lame sus labios, una advertencia de lo que hará más adelante, un pedir permiso para pervertir esa dulce parte de él. El chico se comporta receptivo, separando los labios cuando escalofrío lo atraviesa. Desmond ahonda con su larga lengua, busca la del chico, quiere hacerla moverse, imitarla en ese baile que Tom sigue con torpeza, quiere escucharla desvariar. Pero su corazón se acelera.
Sabe que Tom no entiende bien lo que sucede y que su diablo pide más y más de él, pero es muy pronto. Los malos recuerdos volverán y un beso es un beso. Todo lo lindo que Desmond quiera, todo lo agradable que Tom pueda recordar, pero es un simple beso y solo en los cuentos de hadas pueden romper los maleficios. En la vida real Desmond sabe que necesita mucho más para quebrar esas memorias sangrientas. Necesita más que sus labios, sus manos trabajando para construirle una vida mejor, su corazón entregado a escuchar los latidos pequeñitos y preservarlos. Y aun así no sabe si será suficiente, así que se separa.
—¿Ha sido agradable? —pregunta mirando los labios de Tomás. Enrojecidos e hinchados como frutas de la pasión, quiere probar de nuevo su calor, besarlo y bajar con la boca hasta que no quede centímetro de él que su lengua no se sepa de memoria.
Si pudiese, en ese mismo momento tumbaría a Tomás sobre la mesa, desnudándolo con tanto cuidado que sus manos solo tocarían el satín, indignas de encontrarse con la piel, y después haría una cartografía de su dermis con los labios como pluma; recorrería todos los lugares de Tomás donde perderse es encontrar un tesoro y los marcaría con un rojo bonito. Pero es demasiado pronto, así que solo escucha, porque es lo que Tomás necesita: tener voz.
—Ha sido... bonito. Siento cosquillas en los labios, señor ¿Es normal? —pregunta tiernamente, llevándose los dedos a la boca.
Al notarla algo más abultada de lo normal por el ansia del beso se palpa los labios con las yemas, como ahuecándolos. No los reconoce bien, así que intenta vérselos poniendo boca de pato y los ojos bizcos en esa dirección.
Desmond ríe y le acaricia la cabeza.
—Es normal, no te preocupes. —le tranquiliza, empujando la boca de trompita del chico con los dedos para deshacerle la graciosa mueca. —¿Querrás más besos?
—S-Si usted quiere, amo, puede tomarlos. —explica entristecido y bajando la vista. No tiene caso negarle nada a un vampiro.
—¿Tú los quieres? —le insiste, dándole un par de toquecitos con el índice en la nariz a modo de reprimenda.
—A veces dan un poco de miedo... cuando me besa pienso que me morderá o que... hará algo más.
Desmond asiente y acaricia un poco su cabello, bajándolo de la mesa. Decide que será cuidadoso con los ósculos y vigilará las reacciones del pequeño para saber cuándo puede besarlo y cuando no.
—Bien, baja. Puedes esperar por aquí mientras hago el trabajo. —le indica Desmond, queriendo retomar su normalidad tras una conversación tan emotiva con el pequeño.
Todavía tiene cosas que hacer, además, necesita distraerse tras haber tomado tantas decisiones precipitadamente. No piensa retractarse, pero quiere pensar en ello en un rato. Tom decide arrodillarse frente a los estantes para poder leer los títulos de los libros. Acaricia algunos, los lomos polvorientos se aclaran con el paso de su índice, algunas letras brillan. Un tomo delgado baila bajo su dedo y antes de que pueda leer siquiera el título o el autor se le cae de lleno en la cabeza.
—¡Ah! —chilla cuando el volumen le da con el canto en la coronilla. El libro cae abierto al suelo y el se rasca donde posiblemente vaya a salirle un chichón para calmar el dolor. Desmond se gira hacia la escena. —¡Lo lamento amo, ahora mismo lo recojo!
El vampiro solo asiente, ve al chico coger el libro del suelo. Lo está mirando por el rabillo del ojo. Coge el libro, dispuesto a guardarlo, pero reacio a cerrarlo. Poco acostumbrado a leer y olvidando que lo tiene prohibido, leer una de las líneas en alto con dicción torpe y los ojos achicados.
—Pero, así como el amor te corona, también te crucificará, lo mismo que te ayuda a crecer, también te poda.
—Kafka, la metamorfosis. —cita el vampiro.
Le quita el libro de las manos a su mascota, queriendo leer la portada y comprobar si está en lo cierto. Sonríe, había dudado unos segundos porque el libro tiene una temática que no refleja demasiado en esa frase, pero aun así ha dado en el clavo. Tomás lo mira con curiosidad. —¿Lo has leído?
El chico niega, todavía boquiabierto por la habilidad de su amo de recordar y ubicar con tal precisión las palabras. Desmond le tiende el libro al libro al chico de nuevo y vuelve los ojos al papeleo que estaba rellenado. Tomás se estira un poco para guardarlo, pero Desmond interrumpe y dice:
—Léelo.
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