He hecho un grupo de fans de mis historias en Facebook ¿Quien quiere unirse?
Lucas está sentado con Esteban delante, Damián a su derecha y Marcel a su izquierda. Detrás hay un grupito de alfas que susurran como si él no pudiese escuchar las cosas que dicen sobre su aroma y su celo. El chico está totalmente susceptible, tiene grandes arranques de ira por culpa de las hormonas y, de no ser por sus amigos, habría apuñalado con un bolígrafo a un alfa que ha venido antes a ofrecerse a calmar sus deseos.
—Y por eso el homicidio no es la mejor de tus opciones. —finaliza Damián, señalando en una hoja las penas de cárcel que ha escrito, estimando la sentencia de Lucas en caso de que logre matar a alguien con ese dichoso bolígrafo.
—En realidad, si no le pillan es la más efectiva y radical. —le corrige Marcel, encogiéndose de hombros, pero el alfa lo mira con incredulidad. —Es cierto. —se defiende, sin entender qué ha dicho mal.
—Cierto y algo sociópata.... —comenta Esteban rodando los ojos y mirando a su compañero de habitación. Entonces le sonríe al verlo serio y calmado. Loco hijo de puta... —Pero así eres tú ¿No? —se ríe, con su mirada aún en él. Tan loco, tan tú, tan... para mí. Te odio. —Sin embargo, no creo que Lucas pueda calcular tan fríamente un crimen, no considerando sus cambios de humor por el celo.
—¡No tengo cambios de humor! —le grita el omega, empuñando el bolígrafo de nuevo, pero Damián le sostiene la muñeca.
—Claro, y yo no tengo un par de huevos colgando, no te jode...
—Siendo un betita, me lo creo... —se ríe un alfa que pasa por al lado, lanzándole una mirada maliciosa.
—¿Qué mierda has dicho? —brama el beta con ira, aunque el otro lo ignora y pasa de largo.
Esteban de gira hacia sus amigos, chasqueando la lengua e ignorando al entremetido. Entonces ve el bolígrafo de Lucas volar, lanzo como un dardo y con la suficiente potencia como para que, al impactar en el cuello del hombre, le haga un rasguño doloroso. El beta se gira solo para ver a Marcel mirando al alfa y a Lucas y Damián mirándolo con los ojos bien abiertos.
—¿Y por qué tú sí puedes apuñalar a alfas con mi bolígrafo? —reclama Lucas, cruzándose de brazos.
—Por que yo puedo decir que has sido tú y sería más creíble. Estoy cubierto. —comenta con un simple encogimiento de hombros a lo que Lucas lo imita poniendo tonitos.
Los otros dos ríen, el beta por lo raro que llega a ser Marcel y el alfa por lo tierno que llega a ser Lucas.
Unos minutos después la clase empieza y Lucas no tiene mayor problema que el inmenso aburrimiento que le provoca ese profesor.
—Habla como si estuviese a cámara lenta... —se queja Lucas mientras mira el hombre con desprecio. —Maldito viejo...
—Es normal que vaya lento, tiene que traducir todo de idioma de dinosaurio al nuestro antes de hablar. —bromea Damián.
Lucas entonces suelta una carcajada hermosa, radiante y... demasiado sonora para ese momento. El profesor lo mira por encima de sus anteojos y para a clase para dirigirse a él.
—Señorito, si tiene usted ganas de reírse le recomiendo que salga de mi clase y vaya a ver una comedia, no una lección de química. Los átomos no son muy graciosos creo yo. —dice el hombre mientras señala la puerta al fondo del aula con una tiza.
Lucas enrojece y se levanta, no va a discutir con ese hombre, si el profesor ha decidido echarle está seguro que solo podrá ganar que también decida suspenderle.
—Me vas a tener que invitar a cenar para compensar esto, alfa. —le dice Lucas a su amigo, sacándole la lengua mientras se marcha.
No es la forma más bonita que he oído de pedirme una cita, ni la más romántica. Pero es la de Lucas y eso es lo único que me basta. Damián sonríe, mirando como un bobo la puerta después de que el pequeño desaparezca tras ella.
Lucas sale del aula y transita lentamente por los pasillos, ahora tiene mucho tiempo libre y pocas ganas de hacer cosas. Piensa que lo mejor es ir a casa y estudiar un poco para aprovechar ese tiempo. Sí, haré eso... Espera ¿Qué está...
—¡Ah! —grita de la sorpresa, cayendo doblegado de rodillas en el suelo. Es como si un aguijón gigante le hubiese abierto un boquete en su vientre bajo.
Su estómago duele horriblemente y entonces el dolor se convierte en calor y su cuerpo prende como si fuera de papel. Se siente abrasado, su piel se sonrosa y suda, sus ojos ven borroso y las manos le tiemblan, cuando trata de ponerse en pie las rodillas se le unen como si fueran imanes y cae de nuevo. Se sostiene el vientre como si el ardor fuese a fundir su piel y los intestinos fuesen a caer desparramados por todo el suelo. Una segunda punzada de dolor lo atraviesa y logra contener el grito, pero se retuerce y golpea su cabeza contra el suelo. Su pelvis hormiguea y mil aguijones diminutos la perforan desde dentro. Su miembro despierta entonces, pulsando como una barra de metal caliente contra los pantalones, duele tanto que ni siquiera desea tocarse. Siente la humedad deslizarse entre sus nalgas y su entrada pulsar como si fuese un corazón, latiendo tan fuerte que duele.
Su cuerpo se siente vacío, tan vacío que no tiene voz para gritar o lágrimas que llorar, solo siente ese impulso irreverente de ser llenado, de ser tomado y destrozado hasta que no quede de él nada y nada duela porque su piel ha sido devorada por completo.
Escucha pasos acercarse a él, aunque sus ojos solo ven borrones distantes que podrían ser solo su imaginación engañándolo.
—¡Ayuda! —usa todas sus energías para gritar, entonces se encoge contra sí mismo, como si su voz le hubiese roto, desgarrado el cuerpo desde la boca hasta los pies.
Siente que ahora su ser no tolerará más gritos, más voces; solo una silenciosa sumisión.
Los pasos se acercan y las manchas en su visión se vuelven inconfundibles zapatos. Lucas suspira con alivio al ver que alguien le socorrerá.
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