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—Toma —ofrece Román extendiendo su mano abierta hacia el chico, en su palma una cortada diagonal y mucha sangre oscura. —, necesitas curarte. —le insiste.
Y se prepara para volver a hacerlo, pero no es necesario. Gabriel toma la mano del vampiro con dos de las suyas y la ladea hacia su boca, volcando el contenido férreo de esta entre sus labios. Bebe ávidamente y aunque el sabor le de arcadas, sigue sorbiendo y sorbiendo, a la espera de que esa sangre que sabe a rayos le cure el cuerpo. Román lo mira con satisfacción y una ceja alzada ¿Acaso no dijo que haría cualquier cosa antes de beber de su asquerosa sangre? Bueno, eso fue la primera vez, y Román sabe que Gabriel ha cambiado. Lo aprecia.
Todo cambia, no solo las personas, sino también las épocas, los amaneceres y atardeceres, los colores del cielo antes de una catástrofe e incluso el canto de los pájaros en medio del sosiego. Todo cambia.
<<Menos yo.>>
Román ríe irónicamente por su estúpido pensamiento. Lleva con eso en la cabeza siglos y no se lo puede arrancar, cuando salieron las primeras películas de ciencia ficción, después de verlas se preguntó si acaso tenía algún chip de la cabezonería implantado en el cerebro. Eso explicaría muchas cosas, pero siempre ha sido demasiado inteligente como para creerse algo tan reconfortante.
—¡Joder! —Gabriel se queja, echando la mano del vampiro a un lado como si fuesen las sobras de una comida horrenda.
El vampiro se la mira: Gabriel la ha lamido como un perro hasta limpiarla.
—¡¿Por qué no me cura?! ¡Se supone que tu maldita sangre me tiene que hacer estar como siempre! —se queja con las manos aferradas a su vientre, como si tuviese dolor de estómago. Pero Román sospecha que no es precisamente eso.
—Tu cuerpo está perfectamente. —le informa, dando un par de vueltas alrededor de él para confirmarlo. Y, en efecto, Gabriel no tiene ya ni un solo rasguño o moratón. —¿Y qué te sucede, tu humor es malo siempre, pero ahora pareces poseído?
Gabriel lo mira con enfado y trata de asestarle un puñetazo, el cual Román esquiva con facilidad, apenas parece que se haya movido. Gabriel se queja, pero no por la frustración, parece más bien dolor.
—Lo que me sucede es que tu estúpida sangre no me cura del todo ¡Joder! —lanza, llevándose las manos al bajo vientre con desespero.
—Ah, déjame ver. —comenta el vampiro, apartando las manos del chico de su abdomen para que deje de cubrirse y pueda tratar la supuesta herida incurable.
Le preocupa bastante, su sangre siempre cura, no es una cuestión de probabilidad, es un hecho y siempre, siempre se cumple. Retiene la respiración separando los brazos del chico de su cuerpo, no ve sangre, pero necesita hacer que deje de estar encogido para ver mejor. Intenta tumbar al chico, pero Gabriel le suelta un arañazo en la cara y grita como un salvaje.
Cuando Román se toca la mejilla puede notar su carne hundida y la sangre manando. Gabriel le ha arrancado piel con las uñas y no le preocupa la herida, se le curará en un segundo, le preocupa ese pequeño demonio que tiene en frente.
—¡No me puto toques, imbécil! Haces que duela más. —y acto seguido lanza un pertinente gemido de agonía. No parece fingido en absoluto.
Gabriel se hace una bolita y empieza a sudar, Román lo mira con preocupación. Debe atender la herida ya o lo que quiera que sea que le está torturando, porque podría no ser una herida. Podría ser una maldición y su sangre no cura los productos de la brujería, pero no había brujas entre los lobos ¿Verdad? Si solo tuvieran a Leoren para preguntarle... Pero ella se ha ido, como siempre, como todas las personas a las que Román ama y ¡Maldición! Quizá como Gabriel dentro de poco si no actúa.
—Ugh —el chico sigue en un tono más bajo, no porque suene más aliviado, sino más cansado. —¿Dónde... —Se lame los labios, mira a su alrededor parpadeando como si acabasen de encender las luces. —estamos?
—Seguimos en Madrid —explica el vampiro, cosa que Gabriel encuentra demasiado obvia y por eso le responde con una mueca. —, pensé que si salíamos habría alguien controlando quien va y viene y nos atraparían. Este es un lugar temporal. Estamos en el sótano de un instituto, donde se guardan cosas viejas y polvorientas, eso nos ayudará a camuflar tu olor. Yo sigo oliendo a alfa.
—¿Qué? —pregunta el chico, incorporándose de golpe y volviendo a desplomarse un segundo después. Mira a su alrededor con los ojos entornados, están sobre colchones desnudos, pequeños, posiblemente usados para las noches de acampada en el instituto de los adolescentes, lo siguiente que ve con bombillas a medio fundir y un valle de cajas y más cajas que seguro están llenas de cosas inútiles. —¿Cómo hemos llegado aquí?
—Amenacé al conserje, este sótano es muy espacioso, casi tanto como el edificio entero y nadie lo usa, por si acaso también he amenazado al hombre para que evite que nadie entre aquí. Desde arriba no se nos escuchan apenas y con todo el ruido de los alumnos y todos sus olores para los lobos será casi imposible encontrarnos. Podemos estar aquí un tiempo, mientras pensamos qué hacer.
Gabriel asiente en silencio, apretando los labios. Tiene gotas de sudor bajándole por la frente y su cabello negro forma ondas pegándose a esta. Pese a ello, todos los bellos oscuros de su cuerpo están puntiagudos, su piel eriza y su boca quedándose azul como por el frío. Algo malo le pasa a Gabriel y debe descubrir el qué.
—Déjame ver tu herida.
—¡Para! —chilla alterado, antes siquiera de que el vampiro pueda llevar sus manos al lugar. —No es una herida ¿Vale? Solo duele.
—Si es interno mi sangre debería haberlo reparado también. —explica con calma, Gabriel está colmando su paciencia, pero no quiere ponerse violento y empeorarlo. —Déjame verla, ahora. —insiste y esta vez es una orden.
Gabriel grita por ese tono de voz tan firme, tan grave y diligente. Un capataz da una orden y su cuerpo la obedece antes que él.
—N-no... —murmura desesperado, abrazándose a sí mismo.
—Entonces —Román suspira, mirando al chico con una ceja alzada y una leve sonrisa involuntaria surgiendo por uno de los lados de su boca. —, será por las malas.
Gabriel trata de defenderse cuando Román lanza sus manos hacia él. En otras circunstancias le habría dado una buena guerra al vampiro y ambos abrían acabado forcejeando por la victoria, de tener armas encima, Gabriel habría tenido incluso posibilidades de ganar, pero ahora la situación es muy diferente. Román quita las manos del chico del camino aguantando sus muñecas en su zurda, con la facilidad con la que alguien deshojaría una flor.
Cuando nota que Gabriel está tan débil que tan siquiera es un oponente digno afloja un poco y decide tomarlo con calma. Cuando su agarre se relaja la resistencia de Gabriel sigue siendo igual de infructífera, pero su rostro es más plácido, solo un poco, como si el contacto de sus pieles le quemase.
Después de tener las manos del chico fijadas sobre su cabeza, Román empuja sus rodillas, que están encogidas, cubriendo su abdomen, hacia abajo. El chico da patadas, pero se sienten más como ráfagas de aire que moverían solo una lata vacía. Las aparta de su camino y, como Gabriel no es capaz de estarse quieto y dejar de molestar, Román se sube a horcajadas sobre él y deja las piernas inmóviles cuando lo hace. Se asegura de ser lento, él es enorme en comparación a ese chico, así que no quiere aplastarlo, pero aun así Gabriel grita como si acabase de romperle los huesos y Román lo mira con los ojos abiertos.
—Gabriel, tranquilo, solo quiero mirar qué te duele. ¿Recuerdas que te prometí que no dejaría que nada malo te pasase? Esto es parte de ello. —explica y suelta las manos del chico cuando ya no le escucha resistirse.
Está temblando bajo su peso, los brazos quedan flácidos y clavados sobre su cabeza, como si hubiese perdido todas las fuerzas.
—No te vi protegerme cuando ese lobo me pegaba una paliza, ni cuando me drogaban —espeta Gabriel con ira, empezando a moverse para tratar de tirar al hombre que tiene encima, aunque sin resultados. Sube la vista, su corazón punza al ver a Román tan decaído por sus palabras.
—Lo siento... —murmura el vampiro. Y Gabriel no tiene forma alguna de demostrar que dice la verdad, pero le cree, le cree tanto que siente su corazón hacerse añicos ¿Cuántas veces se habría disculpado el inmortal, el inmortal Román en los últimos siglos? Sabe que no debe tomarse sus palabras a la ligera y mucho menos sus tristes ojos.
—Da igual... —gruñe, apartando la mirada y con un leve rubor cubrir sus mejillas. No quiere verle a los ojos, pero querría ver que ese cinismo alegre vuelve a ellos. —S-solo quítate de encima. Es por la droga ¿Vale? Así que ya se pasará.
<<La droga...>> Román recuerda lo que el chico con aspecto de doncella le dijo sobre Gabriel y sobre a droga, recuerda que susurró que solo había una forma de que el chico se librase del dolor. Nunca dijo cual, pero empieza a hacerse a la idea.
—¡¿Qué coño haces?! ¡Te he dicho que pares! —Gabriel vuelve a revitalizarse cuando el vampiro sube su ancha camiseta, mostrando sus pantaloncitos cortos y su tripa.
Mueve sus manos como serpientes aviesas que intentan atacar a todo lo que ven, Román vuelve a retenerlos con más facilidad que antes y ve el rostro de Gabriel de un color rojo violento y sus ojos llenos de lágrimas. No sabe como calmarlo, pero lo importante ahora es atender su dolor, no se berrinche. Baja los ojos por su cuerpo, hallando sus brazos marcados, su abdomen delgado, pero ejercitado, de un cremoso color pálido donde descollan los pezones, rosados y erectos como si realmente hiciera frío, y una leve sombra de bellos oscuros, pero finos, que borde el pantalón, un poco bajado. Y es ahí donde encuentra algo interesante, en el pantalón. Se sorprende un poco al ver las manchas y, reconocer por el aroma almizclado que le llega de qué son. Para ese momento Gabriel está estático, sin decir nada, simplemente esperando que la tierra lo trague o que la droga le haga sufrir combustión espontánea.
Román nota un bulto creciente donde la cremallera del chico, no exagerado, pero sí lo suficientemente grande como para lucir doloroso.
—Mantén tus manos quietas. —y esta vez su voz seria no denota una orden o no solo eso, es una advertencia. El tono ronco implica un peligroso ''o si no...'' que hace que Gabriel se estremezca.
Cuando le suelta las muñecas el chico desobedece, pero para llevarlas a su rostro y taparlo por la vergüenza. Román piensa que es mejor dejarlo así, no quiere hacerle pasar un mal rato y no necesita exponer su rostro afectado mientras... Bueno, mientras lo desnuda. Porque eso es lo que ha decidido hacer, pero solo eso por ahora. Necesita ver cual es el estado del chico antes de tomar las medidas que sean, así que no puede quedarse de brazos cruzados esperando, no sabe cuando se irá la droga, además...
<<loco del dolor>>
Las palabras del omega le erizan la piel. No quiere eso para Gabriel, en absoluto, solo quiere verlo feliz, darle...
<<Placer.>>
Suspira, para él dar placer es algo tan mecánico como suena, es hacer una entrega, un regalo, pero no es capaz de disfrutarlo. Ya lo dijo, el sexo le hastía, como si hubiese agotado ya la capacidad de su cuerpo para sentirse bien.
—Para... —Gabriel suplica, con los labios temblorosos y todo el cuerpo rígido. —Por favor, para.
—Gabriel —susurra el vampiro, soltando los botones del pantalón del chico y dirigiendo sus manos a su rostro. No está llorando, Gabriel es fuerte, pero está al borde de romperse. —, no estés asustado. Déjame ver, solo quiero ayudar.
Su tono es tan dulce, tan comprensivo. Nada en comparación al personal de la enfermería de la organización, aquellas bestias en piel humana que le arrancaban la ropa, le ataban a camillas y le ponían inyecciones dolorosas que él aseguraba no necesitar. Solo fue una pequeña época, quizá cuando era pequeño, pero su mente la tiene tan incrustada que no puede negar que haya sucedido.
—Es por culpa de la droga, yo no...
—Lo sé —le interrumpe, acariciando un poco su cara. Después suspira y se inclina hacia él, rozando sus labios en un beso tan tenue que le causa más anhelo que no haberlo tenido jamás. —, lo sé. —susurra sobre sus belfos.
Ve que el chico está más tranquilo y vuelve a incorporarse y a llevar sus manos al pantalón apretado. Desabrocha los botones y la cremallera muy, muy despacio porque, aunque Gabriel se rehúsa a decirle nada, puede ver como tiembla y se muerde el labio por el dolor cada vez que lo roza.
Baja los pantalones despacio y ve la ropa interior del chico húmeda, estirada por la erección bajo ella.
—Desnúdate. —ordena, empezando a bajar sus pantalones.
—¿Q-qué? —Gabriel pregunta nervioso, mirándole como si acabase volverse loco.
Entonces su mente procesa esa orden tan caliente y se retuerce sobre la cama, gritando, gimiendo y su polla endureciendo en el pantalón.
—Te duele porque eres como un omega en celo ahora, un omega acostumbrado a esto podría aguantar, pero un humano que no está acostumbrado no. Tienes que solucionar este asunto.
—¿¡Y que quieres que haga!? —chilla Gabriel con los nervios crispados y el cuerpo palpitándole, solucionar su problema es lo que más quiere ahora, si hubiese una forma de hacerlo ¡Lo habría hecho! No necesita al señor vampiro sabelotodo para que le recuerde que debe solucionar las cosas.
—Por ahora desnudarte.
El chico accede a regañadientes, no es capaz de seguir peleando con el vampiro, bastante batalla tiene ya contra la maldita droga y, aparentemente, está perdiendo. Extiende sus brazos torpemente, quitándose la camiseta, por uno segundos la tela de la prenda le tapa la cara, no puede ver nada y su cuerpo está tan sensible que no puede saber con certeza qué siente, es como si mil manos le tocasen a la vez por todo el cuerpo. Cuando se libra de la prenda y de la ceguera de tener esta rodeándole la cabeza, se halla a sí mismo con tan solo ropa interior sobre el colchón y debajo de Román.
<<Oh, Dios mío.>>
—¿Ahora qué? —pregunta tragando saliva, sonando más impaciente de lo que jamás ha pretendido.
—Sigues sin estar desnudo. —le dice el otro, señalando sus calzoncillos.
Se quita de encima de él un poco, para dejar que la prenda pase por las piernas cuando la baje, y toma el elástico de su ropa interior dispuesta a hacer justamente lo que ha dicho: desnudarlo.
Gabriel aparta la mirada, es tan vergonzoso. Exhala de placer cuando nota que su polla queda libre de la restricción de la ropa, pero enrojece de nuevo al sentir al vampiro volver a ponerse sobre él.
—No te preocupes, he visto a tanta gente desnuda que no pasa nada.
<<Claro, solo soy uno más.>> Gabriel aprieta los dientes, ese pensamiento debería tranquilizarle, pero solo logra hacer que apriete los dientes y se sienta enfermo de ira.
Román observa la erección del chico con la cabeza ladeada, curioso. Sus testículos pequeños lucen más hinchados de lo que deberían y el tronco de su eje está lleno de pequeñas venitas, después la cabeza redondeada se alza necesitada, brillante por el líquido preseminal y roja como si fuese carne descubierta. Solo para asegurarse de cuan sensible el chico está, desliza la yema de su índice por toda su longitud. No es una longitud impresionante, pero tampoco despreciable, suficiente para tomar un lugar cálido en la palma de Román si es que quiere rodear la virilidad de su compañero.
Cuando la yema roza un camino desde la base hasta la punta, el cuerpo del chico tiembla entero y este gime sin control, arqueándose para buscar más de ese toque, pero, a la vez, llevando sus manos a la de Román para apartarla.
—Para, para, joder... me voy a correr. —advierte el chico, desviando la mirada.
—Quizá deberías, vas a morir de dolor si no logras calmarte como lo haría un omega.
—¿Q-qué? No pienso dejarte hacerm-
Un grito le corta las palabras, su cuerpo quema más y más y cada vez que siente el dolor remite un poco, vuelve nuevamente en una oleada más duradera, más dolorosa, como un mar calmado que se pone bravo de repente.
—Entonces —el vampiro piensa, parece desconcertado un segundo, después sus ojos se iluminan un poco, sonríe y se quita encima del chico, dejándolo tan helado que casi siente la tentación de gritar que le devuelva su caliente cuerpo. —, hazlo tú mismo.
Gabriel parpadea perplejo por la indiferencia del vampiro, que se siente cómodamente en otro colchón y apoya su codo en su rodilla doblaba y su mejilla en la palma de su mano, observándolo con una tranquilidad impropia de la situación.
Gabriel se incorpora despacio, con un horrible dolor en los costados que le impide doblarse con normalidad. Román lo observa detenidamente, el chico se sienta como un indio en el colchón y, desnudo, parece que evite mirar su propio pene. Lo busca con las manos y cuando está cerca, vacila, como si la proximidad doliese. Cierra los ojos, se muerde los labios y atrapa su eje con los dedos, soltando un enorme gemido que evoca en Román recuerdos de todos sus amantes pasados ¿Tenía alguno la dulce voz de Gabriel?
Los chicos no tenían esa nota aguda, afilada, que Gabriel parece haber sacado de una melodía, pero las chicas la entonaban con un tono demasiado débil y hacían que se dispersase en el aire. Gabriel la pronuncia, la mantiene y la hace sonar perfecta.
—No puedo —se queja con el ceño fruncido y abriendo uno de sus ojos, como espiándolo—, no si estás mirando.
Román no pone trabas, solo asiente y se voltea, quedándose totalmente de espaldas.
—¿Mejor?
Y Gabriel susurra una afirmación muy leve, pero no siente que esté mejor. Toda la situación es muy extraña y se siente tan fuera de lugar. Parece uno de esos sueños raros que todo el mundo tiene, de esos donde hay un montón de elementos inconexos entre ellos, todos son coherentes, pero en su mundo, y en el sueño están entremezclados con cosas que no vienen a cuento, formando un extraño colash sin sentido. Cuando uno sueña, le parece todo muy lógico, pero él siente que es consciente de su sueño y que por eso se da cuenta de lo raro que es.
Gabriel respira hondo, sube su mano, la baja y el movimiento es suave gracias al líquido preseminal que le permite deslizarse con facilidad, cuando lo hace duele o quizá le gusta tantísimo que no sabe cómo encasillar esa enorme sensación si no es como dolor. Muerde su labio, pero apenas nota sus dientes ni aunque el belfo pulse, advirtiéndose de la sangre casi brota ya de ellos. La sensación es intensa, mucho más que cuando él se masturba, cosa que hace apenas esporádicamente, pero no tanto como cuando Román le tocó con un solo dedo.
Sigue subiendo y bajando, las otras veces se corrió tan rápido... y ahora está al límite también, pero se siente bloqueado. El placer solo escala y escala y su voz sube proporcionalmente, pero no logra terminar y tiene la extraña certeza de que no lo hará.
—No sirve. —murmura derrotado, soltando su miembro que se balancea adelante y atrás como un resorte.
Román se gira con sus ojos fijos en la polla del chico, examinándola, Gabriel se siente morir de vergüenza. Es la primera vez que alguien le ve en ese estado y tenía que ser Román, su enemigo por antonomasia.
—Quizá debo hacerlo yo —piensa Román en voz alta —, cuando un omega entra en celo es para buscar una pareja, así que tendría sentido.
—Creo... creo que puedo aguantar sin q¡Ah, mierda! —su polla se agita ante la idea que ha propuesto Román y todo su cuerpo duele, latigazos salen desde su espina dorsal y le castigan por tratar de contradecir sus deseos.
Odia esa maldita droga, la odia con todo su corazón.
—Vale, hazlo, pero rápido, por favor, esto es demasiado vergonzoso... —se queja, cayendo rendido sobre el colchón.
Román se levanta y se siente esta vez a su lado, atrae al pequeño con sus manos y lo maneja fácilmente, como a un muñeco de carne. Gabriel quema como si tuviese fiebre alta y puede escuchar como la sangre corre nerviosa por todo su cuerpo, más que de costumbre. El apetito se le abre y su mente empieza a crear deliciosas escenas donde él, que antes había sido humillando y apuñalado por el pequeño cazador, se aprovecha de su debilidad y toma de él cuanta sangre le pide su apetito. Pero suspira y se contiene, no es momento para ello.
Pone la espalda de Gabriel contra su turbio pecho, apoya la cabeza del chico en su hombro donde puede ver su rostro desesperado de reojo, después le abre las piernas dejando al descubierto su virilidad y la toma con una de sus manos. Gabriel gime alto, se retuerce en sus brazos por la enorme sensibilidad y se le saltan las lágrimas. Está a la vez en un lugar horrible y maravilloso, los omegas, dicen, puede delirar del placer que sienten por causa de la sensibilidad de sus cuerpos, pero una cantidad tan grande de sensaciones desborda a un humano, es tortuosa.
Gabriel balbucea algunas cosas, suplicando.
—Shhh, tranquilo —murmura Román, acariciándole la tripa como si simplemente fuese un niño con dolor de estómago. Las piernas le tiemblan y la mano firme que le sostiene el pene sigue ahí, aferrada a su eje de una forma tan caliente que aunque no quiera ver, no puede evitar tampoco apartar la mirada. —, ven haré como cuando te muerdo.
Gabriel no tiene tiempo de pensar, el vampiro se pone a besar su cuello, después mueve la mano. No necesita más que eso, se corre al instante escupiendo largas tiras blancas y jadeando como si le arrancasen de sí mismo. Su cuerpo entero se tensa mientras el vampiro bombea su polla y un hormigueo que se siente más como un terremoto le recorre los huesos y, después, se queda rendido en sus brazos sin fuerzas siquiera para abrir los ojos. Su pecho sube y baja, su polla sigue estando dura y luce ahora más roja, más necesitada.
—No funciona... —murmura con desespero Gabriel quejándose por el dolor que nuevamente vuelve, castigándolo por haber fallado. —No funciona ¿Qué hago? Me duele mucho, Román, en serio, me duele mucho...
El hombre lo mira con curiosidad. Hay gotas de semen en el suelo a unos metros de ello, Gabriel se ha corrido muy fuerte, pero el colchón está húmedo ¿De qué? Se asoma para mirar bajo las piernas del chico y cuando un aroma dulce lo golpea sabe que no puede ser sudor. Una duda le asalta la mente.
Toma al chico por sus axilas y lo levanta, para tumbarlo de nuevo, esta vez bocabajo.
—¿Qué haces? ¿Qué sucede? —pregunta Gabriel con tono adormilado.
El vampiro ve sus nalgas brillas y el líquido derramarse entre ellas.
—Estás lubricando, como un omega. —le explica tranquilamente, tomando una de las mejillas de su culo en su enorme mano y separándola. Su entrada está rosada, suave y húmeda, prácticamente palpitando con la necesidad de ser llenada por un alfa grande. —Necesitas atención no en tu pene —Román lame su pulgar libre, lo baja entre las nalgas del chico y aprieta la yema contra su anillo muscular, sin hacerlo ceder aún. Gabriel grita de placer por la presión y sus caderas se mueven solas hacia arriba buscando el dedo que Román retira después. —, sino aquí.
—Quieres decir... ¿Quieres decir que...
—Sí, tendría que follarte si quieres que se pase el dolor.
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