37

 


—Pero mira que tenemos aquí...

Lucas se paraliza en al suelo, la tensión se apodera de todos sus músculos hasta dejarlo rígido como una estatua. Conoce esa voz y el cabello castaño que le pertenece, la sonrisa ladina y cruel y los ojos oscuros que no parecen tener ni principio ni fin. Por favor, no. El omega alza la vista, pero no logra más que emitir un quejido lastimero y arrastrarse unos centímetros en dirección contraria cuando ve a Matthew y el grupo de alfas que lidera tras él, sonriendo victoriosos.


—Marcel... —susurra Damián, mirando hacia la puerta con el ceño fruncido.

—¿Qué sucede? —pregunta este, manteniendo su cabeza en dirección al profesor para disimular.

—Déjame pasar.

—¿A dónde vas? —pregunta, intrigado. —Va a empezar el temario nuevo, no deberías perdértelo. —advierte con normalidad; Damián niega frenéticamente.

—Creo que... creo que he oído algo, solo déjame pasar. Será un momento, si no pediré los apuntes. —dice luciendo como un total paranoico. Realmente se siente así, pero su alfa ha escuchado algo, algo leve y agudo en la lejanía. Podría ser el chirrido de una puerta vieja, pero también podría ser Lucas en problemas.

Sabe que es muy poco probable que haya oído a Lucas, solo los lobos que se están emparejando tienen tanta sensibilidad respecto al otro, así que debe haber sido su imaginación, pero ¿Y si no?

—Como quieras, luego te dejo los apuntes si quieres. —Damián asiente, levantándose discretamente de su silla y pasando por el espacio entre la de Marcel y la mesa. Cuando lo tiene frente a su cara, el beta obstaculiza su camino poniendo su pierna y habla. —Una cosa ¿Es por Lucas? —Damián lo mira a los ojos con intensidad, su iris centellea cuando escucha el nombre del omega y la urgencia de salir de ahí lo hace sentirse atosigado. Asiente lento, tragando saliva. El beta baja la pierna. —Gracias por cuidarlo, necesita a alguien como tú.

Damián se sorprende por esas palabras y más viniendo del beta, a quien considera más frío que el ártico, pero no tiene tiempo a pararse a pensar en ello, tiene que saber si el omega está bien. Proteger lo que es de uno... Sus instintos hablan por él, las piernas se le mueven solas por el pasillo.

Su corazón parece llamar a Lucas con cada latido.

Se congela en medio del pasillo cuando escucha risas y su nariz es golpeada por el dulce aroma del lubricante natural del chico. Proviene del baño y cuando más se acerca, más empalagoso se siente el aire, como si el chico estuviera totalmente cachondo. Ha entrado en celo... Damián se alarma siente el lobo regocijarse en su interior, toma aire por diez segundos antes de tomar la puerta del baño, y piensa mientras inspira y expira. Sabe que ahora él es una amenaza también, así que deberá controlarse. Le duele pensar en ello, pero es cierto; Damián quiere cuidar a Lucas, pero eso no evita que algo muy dentro de él quiera hacerlo pedazos. Un hombre jamás deja de ser un lobo.

Abre la puerta con los ojos cerrados, entra y la escucha cerrarse detrás suyo. El instante que tarda en decidir abrirlos parece eterno, en él suceden tantas cosas: el calor del lugar lo golpe, el aroma dulce, pequeños sonidos indefensos llegan a sus oídos. Abre los ojos y su boca se abre al unísono, desencajada por la sorpresa.

—Tienes suerte, amigo. —La voz de Matthew se escucha detrás de él y este le da un par de palmadas en la espalda. Damián no reacciona, sus ojos están clavados en la escena y su cuerpo y mente tratan de asimilarla. —Hubieses llegado un de minutos más tarde y ya habríamos empezado la diversión.

Damián traga saliva, todavía en shock.

Cuando respira el aire quema sus pulmones y llena su boca de amagos de dulzura, quiere dejarse de tonterías y probar la azucarada piel con sus propios labios. Y ahora le resultaría tan fácil que... No, ahora no. Tan fácil que el lobo se da cuenta —no, 'por favor, no puedo hacerle esto a Lucas— y logra engrandecerse en su interior, logra aullar más alto que sus pensamientos y arañas más doloroso que los pensamientos. Tantos lobos en ese baño y tan poca humanidad en sus deseos... Damián trata de apartar la mirada de la escena, girando la cara a un lado. Ve sus ojos en el espejo del baño, su boca y su nariz. Su rostro sonriendo con maldad y sus propias manos desajustándose el cinturón ¿Cuándo? Ni si quiera trata de responderse, él no tiene ya el control. Nunca lo ha tenido estando en celo.

¿Cinco, seis? En total son siete alfas en celo, en unos diminutos baños, y con un omega en celo totalmente indefenso. Esos chicos han tomado las manos del muchacho y las amarrado con las mangas de una sudadera a su espalda, después le han arrancado los pantalones y la ropa interior y lo han empujado contra el lavamanos. Ahí es cuando Damián ha entrado, en el preciso instante en el que Lucas estaba con sus piernas rollizas estiradas, su torso apoyado sobre el mármol y la entrada rosada y virgen totalmente expuesta y lubricando como si realmente desease esa violación grupal. Un alfa a su lado le fuerza a abrir las piernas para revelar más eróticamente su fruncida intimidad y otro, un poco más atrás, le tapa la boca con una mano y rodea poderosamente su cuello con la otra.

Todos están en celo ahí, no hay más que hambre y una presa, sin una pizca de compasión. Damián muerde su labio, tratando de no sonreír por lo deleitoso que se ve Lucas con sus redondas y lechosas nalgas abultando tras su espalda, levemente separadas dejando ver el lampiño agujero y el tierno y pequeño miembro que cuelga entre sus piernas. Oh, sus piernas, no son esbeltas, pues él es bajito, pero podría detenerse a mirarlas como si fuesen kilométricas; los tobillos son tan menudos, encajarían tan bien en una mano grande que los sujetase para mantenerlo firme cuando sus piernas empezasen a temblar de placer, su piel pálida luce tan tierna y, en los muslos, tan llena; allí la carne abunda más y hace que sus caderas luzcan más amplias, quiere morder esa jugosa piel y perfilar con la lengua las sinuosas curvas de sus muslos.

Quiere acercarse y ver más de cerca esa piel pura, tomar más de cerca bocanas de aire que sabe a miel, pero Damián sabe que cuando dé un paso nada le impedirá dar dos, ni tres, ni los que sean necesarios para llegar al chico y comprobar cuanto pueden hundirse sus dedos en él o cuan rojo puede volverse el blanco de su grupa si la golpea con todas sus fuerzas, o qué cara pondrá Lucas si sus dedos se cierran sobre su cuello y lo desvirga de golpe sin dejarle siquiera tomar aire para pedir piedad. Damián, para, miedo... él tiene miedo... está llorando... Dios, quiere lamer sus lágrimas y probar el contraste salado de ellas, notar esa pizca de electricidad en la lengua y darle a cambio una cálida explosión dentro suyo. Quiere demostrarle lo mucho que su lobo desea comérselo.

—Cómo eres el alfa más poderoso de aquí, deberías ser tú el primero... —la voz de Matthew saca a Damián de su ensimismamiento. Apenas han pasado unos segundos desde que entró y su cabeza a estallado con mil posibilidades. Cuando lleve horas follándose al omega, se sentirá como en una eternidad de placer. —Vamos... ¿A qué esperas? —lo incita, empujándolo hacia el chico.

Los dos alfas que sostienen a Lucas en su posición se apartan cuando Damián avanza un poco, bajando sus cabeza con respeto. Ya nadie retiene a Lucas más que la atadura en sus muñecas, pero el chico no se mueve y es obvio por qué. Su cuerpo apoyado en el mármol es el único entibo del omega, sus piernas flaquean y todo su cuerpo se halla sudoroso y necesitado. Lucas forcejea contra sus ataduras, aunque el dolor en su cuerpo le fuerza a quedarse quieto y ser como todo omega es en celo: sumiso.

—Damián... —logra murmurar cuando lo ve a través del espejo, el alfa lo mira. No hay rastros del verde y el azul, solo un negro abismal, animal, devora sus miradas. Lucas llora, Damián no puede no sonreír. —Por favor, no... —susurra de nuevo, pero el alfa olvida todo el dolor que le provocan sus súplicas en el segundo en el que Lucas gime por la desesperación.

Solo quiere escuchar más de eso, no le importa cuántas lágrimas y súplicas le acompañen. Solo quiere romperlo, joderlo tan fuerte que él sea el primer hombre y el último. Su único alfa, su alfa... No, no... pero no así. ¡Contrólate Damián!

—Está asustado. —logra articular el alfa, Matthew estalla en carcajadas al oír eso.

—Y tú estás en celo, así que ¿Qué más da? Los omegas no están para ser respetado o ser felices, están para satisfacer nuestros deseos. Da igual que no quiera tener sexo, alfa, tú sí quieres y eso es lo que importa. Solo hazlo, no te arrepentirás. —Damián aprieta sus puños, el tono del otro alfa suena suave y embelesador, como una melodía que su cuerpo quiere seguir; desea tanto moverse al ritmo violento de esas palabras, darles la razón y simplemente dejarse ir... pero no, no puedo... Lucas...

El omega lloriquea aun tratando de librarse de sus ataduras da un agudo chillido cuando ve a unos cuantos alfas sacar sus miembros entre suspiros, empezando a masturbarse.

—¡Cierra la boca, zorra! —el alfa castaño suena ahora totalmente furioso, Lucas cierra los ojos y sella sus labios al oír esa voz ronca y visualizar la mano alzada que lo amenaza.

El omega deja ir diminutos quejidos, temblando sobre la fría superficie mientras su cuerpo arde demasiado como para que la diferencia de temperaturas no sea violenta.

—Mierda... —masculla Damián, cerrando el puño y apartando su mano cuando casi la dirige a su bragueta. Matthew lo mira con picardía y se pone delante de él, mirándolo a los ojos.

—Tenemos a un alfa tímido... —susurra riendo, lame sus labios con su afilada lengua, rematando la caricia sobre los propios belfos al dejarla siseando en la comisura.

Una de sus manos agarra el pantalón de Damián con fuerza, la otra se acerca al mismo lugar. Lentamente. Damián contiene el aire, tratando de no jodidamente empujar al alfa e ir directo a por Lucas, poniéndose como un loco. Los sonidos adorables, el aroma del omega el celo, el goteo de su espeso lubricante sobre el suelo, la excitación haciendo vibrar el aire, el alfa incitándolo a seguir sus instintos... Damián se siente como un jodido rey y solo quiere una cosa: reclamar lo que es suyo, mandar y que quien debe servirle obedezca incluso si duele. Dolor... Lucas... Quiere enseñarle a ese omega lo que es ser llenado de golpe, lo bien y ardiente que se siente cuando un hombre te toma por completo hasta hacer sangrar tus entrañas. Quiere convertirlo en su puta y hacerlo gemir como una, hacerlo gritar, pedir, da igual si pide que siga o pide que se detenga; solo quiere esa voz rota y débil llenando sus oídos, hinchándole el pecho de orgullo. Quiere más de ese combustible que hace que su cuerpo queme.

El alfa desbrocha su bragueta y baja un poco los pantalones de Damián, cuidadosamente, pues un alfa siempre respeta a los de mayor rango. Mirándole a los ojos hunde sus dedos en la ropa interior, pasando las yemas encallecidas por la cálida línea de vellos de su abdomen hasta llegar al pubis. Rodea la polla del alfa con su mano, tan ardiente, tan grande, pesada y dura. Las venas palpitan contra su mano y el presemen mancha su palma mientras bombea muy despacio. Da un paso al frente, deslizándose bajo la longitud de Damián y sosteniendo las grandes bolas entre sus dedos, las masajea con presteza, tal y como sabe que a un alfa le gusta. Su rostro deja de ser visible, ahora, en el cuello de Damián, se acerca al oído y susurra:

—Vamos, sé un alfa y haz de ese chico un omega. —la voz grave del otro lo activa, el lobo habla a través de labios humanos y el de Damián lo escucha desde dentro. La manada aúlla en los baños, un ruido que solo escuchan los animales dentro suyo, pero más poderoso que simples palabras.

El alfa pasa de largo, soltando la entrepierna de Damián y este anda en línea recta, mirando a Lucas fijamente. Su deseo solo le ciega parcialmente: no ve lágrimas, no ve dolor, decepción o tristeza, solo ve las piernas abiertas del chico, lo delicioso que se ve temblando en esa posición y lo fácil que se le antoja penetrarlo sin siquiera preocuparse por prepararlo. Lucas batalla más duro por liberarse cuando ve a Damián acercarse y llora en alto, soltando esos sonidos lastimeros con que los omegas llaman a sus parejas para ser protegidos.

Damián se siente aturdido entonces, el chillido atravesándolo como un alfiler; tan delgado, pero tan hondo en su corazón. De repente sus dedos clavándose en la piel de Lucas le duelen a él, sus ojos depravados disfrutando del horror en la cara del pequeño le decepcionan a él y su deseo le asusta a él. Damián se voltea, mira el espejo y no se ve entre quienes se reflejan.

Ve un grupo de bestias sedientas, capaz de arruinar una vida por minutos de diversión. Ve esa clase de alfas que Lucas odia. Y no se reconoce cuando él resulta ser uno de ellos.

No soy así, no soy así, no soy así... Trata de pensar que él es el mismo tipo amable que le sonríe a Lucas y le abraza, que le protege, pero mira abajo y se ve separando sus nalgas, alineando su eje con su entrada. Su mayor peligro... yo... Ni siquiera puede pensar, el lubricante empapa su glande y arde, el hormigueo sube por su miembro y se instala en sus bolas aumentando la tensión. Necesita correrse y más vale que sea dentro de Lucas.

—Alfa... no me hagas daño... me dijiste que tu no... —Lucas trata de hablar, todo su cuerpo quiere empujarse hacia atrás, tomar la hombría de Damián y rendirse, ser el juguete de esos hombres y no poder siquiera verse en un espejo por la vergüenza al día siguiente.

Su voz... tan dulce...

—¡Cállate! —Damián sorprende a todos y en especial a él cuando chilla y empuja a Lucas al suelo. Él trata de concentrarse en ser bueno y no violar a Lucas, pero esa maldita voz angelical solo le hace desear arrancar de ella maldiciones y sonidos obscenos.

El chico cae de lado, sin poder usar sus manos para protegerse, desde ahí Damián lo toma del pelo y tira de él, obligándolo a arrodillarse.

—Pórtate bien, joder, omega... no me hagas romperte... —susurra cuando el chico gimotea y trata de moverse. El alfa afirma el agarre en su cabello, apretando su puño, y tira arriba de nuevo, haciendo que Lucas se ponga de pie de nuevo. —Vamos, date la vuelta. —ordena. El chico lo mira a los ojos, lloroso, y asiente sin esperanza alguna.

Es para lo único para lo que todos los alfas te quieren. Damián es un alfa, por encima de todo.

Se voltea renqueando y no recibe más ayuda que un par de tirones de pelo que le hacen sentir nervioso y dolorido, las descargas de dolor van de su cuero cabelludo a todo su cuerpo, haciéndolo estremece. El chico es empujado de nuevo contra el mármol y Damián toma sus muslos con fuerza, obligándolo a abrir sus piernas. Su polla late por la necesidad de ser rodeada con el calor de Lucas y los testículos se sienten pesados y pequeños pinchazos lo hacen desear al muchacho más.

—Por favor... eres el único alfa en el que he confiado... —suplica el omega.

Su voz suena tan triste ahora. El miedo apenas hace temblar su tono, las palabras salen de él con fluidez, como una flecha atravesando a Damián con lo muy decepcionado de Lucas suena.

Dicen que los alfas son peligrosos para los omegas y nunca al revés. Damián puede decir que es mentira, porque con esas palabras Lucas ha tomado a un lobo en celo y le ha dado tanto dolor, que el deseo ya no parece suficiente para calmar nada. Siente que su corazón late contra cristal roto, que sus costillas se cierran en su pecho y los ecos de las palabras le apuñalan; Damián siente que Lucas puede matarlo con solo la verdad y su propio corazón roto.

—Vamos, Damián, no puedo esperar a follarlo cuando tú lo hayas dejado bien abierto... —la voz de Matthew suena entre jadeos a su espalda y se le antoja repugnante el aliento vertido en su cuello. Tan ominoso, sin una pizca de la sutil seducción que lo embriagó minutos atrás.

El lobo de Damián resurge de nuevo al escuchar eso. ¿Otro alfa? ¿Otro alfa tomando a Lucas? La ira se disipa por todo el lugar con un aroma furioso y negro, los alfas retroceden y a Matthew la expresión sádica se le desencaja un poco, dejándolo con una mueca preocupada.

Damián gruñe, sabe que ahora que su lobo está de vuelta queriendo dejar la piel de Lucas llena de marcas de su propiedad su aroma y esencia enterrados profundo en ese cuerpecillo, no tardará demasiado en perder el control de nuevo, así que debe huir de ese ambiente opresivo donde cada respiro es un coctel de feromonas que lo droga. Sube los pantalones de Lucas rápido, sin quiera ajustárselos apropiadamente, y lo hecha sobre su espalda.

—¿Qué mierda haces? No es solo para ti. —brama Matthew indignado, interponiéndose en su camino.


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