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Gabriel siente que se va a desmayar, tiene la cabeza llena de fuego y palabras, palabras calientes.

<<Follarte>> es la que más resuena y lo hace con la voz del peligroso vampiro. No para de darle vueltas a la idea, han pasado apenas dos segundos desde que lo dijo, pero siente que lleva una eternidad entera pensando en ello. No puede decirle que sí ¡Es una locura! ¿Quién se dejaría follar por su némesis? ¡No él, por lo menos! Pero, por otro lado ¿Resistirá si l dice que no? No lo tiene claro, hay una pequeña esperanza que le dice que sí, que él puede aguantarlo todo, pero los hechos gritan más fuerte.

—N-no sé que hacer —confiesa Gabriel débilmente, apretándose la sesera con las manos y despeinándose en el acto.

—Es solo sexo, no hace falta que te rompas la cabeza con ello. —le dice el vampiro, encogiéndose de hombros.

Luce tan calmado que le desquicia. Él está ahí, debatiéndose internamente con sus valores, sus sentimientos, sus sensaciones, sus necesidades, con quien es, lo que es y qué siente. Él está ahí, cuestionándose toda su maldita existencia y su misión de cazador y Román solo espera pacientemente, como si un sí o un no fuesen la misma respuesta.

Le es indiferente follarse al chico ¡Y eso le cabrea todavía más! ¿Por qué? ¿Por qué siempre tiene que comportarse como si Gabriel no fuese más que una insignificante mota de polvo? No vale nada, para un vampiro no vale nada una vida humana, pero Gabriel pensó que Román... No, no, no es hora de ponerse a pensar en ello. Gabriel debe tomar una decisión y debe hacerlo ya, pero ¿Cómo pensar? ¡Tiene la cabeza llena de quejidos! A veces el dolor en su entrepierna es tan grande que siente que se le desconecta el cerebro, como en un apagón. Su cuerpo está recibiendo demasiados estímulos de golpe, va a colapsar.

En el momento en que Román separa su huella del culo de Gabriel, este se siente de repente frío y vacío y un deseo enorme y desconocido crece dentro de él. Llenado, quiere ser llenado, quiere que alguien le abra, le parta, le rompa con fuerza, quiere ser usado y jodido hasta su maldita muerte y...

<<Estúpida droga ¿Qué cosas estoy pensando? A ver, Gabriel, piensa racionalmente. No puedo aguantar así, hay que hacer algo, pero tener sexo con él... ¡Ya sé!>>

—Usa... usa solo los dedos. —pide Gabriel, girando su cabeza un poco para ver a Román.

El vampiro asiente con simpleza.

—Como digas. —le responde tranquilamente, después le lanza la camiseta que antes llevaba a Gabriel y este le mira con duda. —Muérdela, va a doler y me molestan los gritos.

Un escalofrío lo recorre y, pálido como la cal, coge la camiseta y se la pone entre los dientes. Una duda lo asalta ¿Qué ha hecho? Está poniéndose tan, tan vulnerable frente a su enemigo que es aterrador. Gritos. Le ha dicho que gritará. Gabriel tiene miedo, quiere retractarse, pero es muy tarde.

Román mete su índice de lleno, sin previo aviso, y Gabriel se marea tanto que siente que va a desmayarse. No se queja, no quiere parecer débil, al fin y al cabo, es un simple y estúpido dedo en su trasero, ha pasado por cosas mucho peores, no va a rendirse ahora.

Román empieza a moverlo, sacándolo hasta que solo queda dentro la punta y volviéndolo a meter con gran velocidad, arquea un poco el dedo, cuando está dentro del angosto recto, para tratar de llegar a su próstata. Un punto raso y suave, como protuberancia muy leve y casi mullida que, cuando toca, hace que Gabriel tenga las piernas rígidas y muchos gritos atrapados en esa camiseta que muerde. Gabriel cierra las piernas fuerte, da un grito desafinado y después las relaja. Se ha vuelto a correr, pero sabe que no es suficiente.

Agrega un segundo dedo y el chico mueve sus manos en un intento fallido de golpearlo por la intromisión. La cavidad del chico está tan mojada que se desliza con facilidad, la superficie es irregular, pero caliente y agradable, tan pequeña que se adapta a su tamaño chupando sus dedos y abrazándolos de una forma única, el anillo muscular luce ahora enrojecido, un poco inflamado y presiona fuerte contra sus dedos a causa del nerviosismo de Gabriel; si fuese humano, eso le estaría cortando la circulación.

Gabriel gimotea bajito y murmura cosas que ni él quiere entender. No sabe que está pasando, pero se corre de nuevo y de nuevo necesita más, pero ¿el qué? El vampiro ya le ha dedeado con el índice y el corazón y sus dedos son realmente grandes y largos, siente su entrada ardiendo de dolor y necesidad y el recto, por la intromisión, le duele tanto que le asusta. Aunque también nota ese embriagador placer que le hace venirse sin pausa.

Román mete un tercer dedo, ve la entrada del chico estirarse, dilatándose tanto como su crueldad quiera, Gabriel grita sintiendo que está siendo roto por la mitad y hace un movimiento involuntario, como alejándose del vampiro. En respuesta Román le toma de la cadera y la maneja a su gusto, acercándolo, haciéndolo hincar sus rodillas y sacar el trasero. Ahora sus dedos llegan todavía más al fondo y es impresionante.

Se siente tan lleno, apenas puede hablar, es una sensación indescriptible. Sus entrañas queman, el hombre aumenta el ritmo y Gabriel se corre de nuevo, llorando.

Román quita los dedos y Gabriel se siente frío y vacío, una sensación que le duele y le desgarra hasta en el corazón. Jadea y cae de nuevo rendido contra el colchón, mirando al vampiro con súplica. Y su corazón duele todavía más cuando ve que Román luce simplemente aburrido.

—Los dedos no sirven. —Román tuerce la boca al decirlo y encoge uno de sus hombros.

—Duele mucho, cada vez duele más. —Más que informarle, el chico le suplica.

—Ya te lo he dicho, puedo joderte si quieres, no es un problema para mí, eres tú quien parece inseguro.

El dolor sube y sube desde su entrepierna y Gabriel no puede entender cómo se ha corrido tantas veces y aún quiere más; su cuerpo está hambriento, hambriento como un lobo que, si no recibe lo que quiere, le devorará a él. Lo consumirá a base de dolor, va a romper su cordura con dientes afilados, grandes colmillos que se le clavan en la entrepierna, el abdomen, el cuello y, oh, Dios, ahora los siente en la cabeza. No puede resistir más, necesita que la droga deje de hacer ese horrible efecto.

Piensa entonces en algo espantoso ¿Qué había sucedido si Román no hubiese ido a salvarle? ¿Si ese omega no le hubiese ayudado? Los lobos lo habrían hallado en ese estado y lo habrían follado por turnos antes de matarlo. Lo habrían violado. Quiere vomitar. Esas imágenes no alivian su calentura, pero tampoco la avivan, sin embargo, si piensa en Román siente un fuego enorme prenderse en él y un pensamiento más que claro.

<<Fóllame, fóllame joder.>>

La droga le hace estar confundido ¿Por qué esas palabras suenan entonces tan claras?

—Hazlo, hazlo maldita sea...

—Ya te lo dije hace un tiempo, ¿no? Que seguro que un día pedías por mí. —Román se burla y Gabriel le asesta una mirada asesina.

—No te hagas ilusiones, idiota, es por la droga. —logra rebatir, después abre los ojos enormemente mientras ve al otro desnudarse.

Román se quita la ropa sin prisas, pero sin vaciles.

Su camiseta acaba pronto en el suelo, junto a la ropa interior de Gabriel, y el chico ve al vampiro sonreírle socarronamente. Su cuerpo, como ya sabía, es enorme. Por culpa de la penumbra no distingue gran cosa, pero las pobres luces que arrojan algún que otro haz de brillo sobre el vampiro, dejan ver de él siluetas y contornos hipnóticos. La profunda curva de la clavícula, un surco oscuro donde Gabriel siente podría ahogarse, la sombra enorme que proyectan los pectorales y las hendiduras de abdomen trabajado, cerca de las del ombligo. Un camino de denso bello negro baja elegantemente hacia la entrepierna y Román le deja seguirlo con la vista, bajándose los pantalones y la ropa interior a la vez.

La ropa se desliza no sin dificultad por sus piernas anchas y deja a la vista un enorme miembro que cuelga flácido entre sus piernas y, aun así, tan imponente que hace a Gabriel tragar saliva, junto a dos pesadas bolas.

—Tendrás que hacer algo, aun no estoy duro.

Gabriel pone los ojos en blanco ¿De veras? ¿De veras tiene él que ganárselo? No es como si él hubiese escogido esta situación. El maldito vampiro lo mira con arrogando mientras sostiene su miembro por la base y se acerca a él. Gabriel se incorpora lentamente, sentándose como puede y lo próximo que nota son las manos de Román tomándolo del cabello.

—¿De qué mierda te ríes? —pregunta Gabriel al ver la risa traviesa del otro mirándolo desde arriba.

—Nada, simplemente... me pareces adorable. —comenta usando la otra mano para acariciarle el rostro unos segundos y después tomar su pene de nuevo, alineándolo con los labios del chico.

—Vuelve a reírte y te la arranco. —amenaza Gabriel, demasiado avergonzado para mirarle a los ojos, pero si baja la mirada se topará con la polla de Román, así que decide cerrarlos.

—Me volvería a crecer. —le rebate el otro, todavía riéndose.

Gabriel chasquea la lengua, no se siente con fuerzas para seguir hablando, así que simplemente abre su boca, dispuesto a tomar la polla del otro. Le da algo de reparo hacer eso, jamás en su vida pensó que tendría relaciones con nadie, nunca se llegó a plantear tener un amante, y jamás habría imaginado al vampiro original en ese lugar.

El pene de Román le roza los labios, está tibio y blando, pero cuando saca su lengua para lamerlo, este se desliza sobre ella, adentrándose en su boca y empezando a crecer.

Gabriel no toma tan siquiera la mitad del miembro del otro, solo lo necesita duro, no quiere que Román piense que él está haciendo eso porque realmente quiera chupársela, pero... Cuando empieza a moverse arriba y abajo notando el sabor salado en su lengua, la suave piel del vampiro, el venoso contorno de su masculinidad y su tamaño enorme llenándolo, siente un deseo en el que prefiere no pensar.

No necesita mucho tiempo, apenas cinco minutos en los que Gabriel no logra saborear bien su primera mamada. Gabriel es hermoso y el cuerpo de Román responde fácilmente a los estímulos.

Gabriel acaba escupiendo su enorme hombría y jadeando, el otro lo mira masturbándose muy despacio para mantener la erección y dice:

—En cuatro.

Román sigue luciendo era aterradora mirada apática, pero, algo bajo ella parece removerse con emoción y la sola idea eriza todo el vello de Gabriel, que obedece, no sin tropezarse un par de veces.

Una vez en la posición, Román no se hace de esperar, con una mano le toma la cadera, con la otra mantiene su polla en la dirección correcta. Gabriel traga saliva y siente que los pocos segundos de espera se dilatan eternamente en el tiempo. Está ciertamente emocionado, pero tiene miedo, el pene de Damián es más grueso que tres simples dedos y definitivamente más largo, es hermoso, envidiable, pero pensar que va a metérselo es también preocupante.

Él jamás pensó que haría algo así y mucho menos en un lugar así. Por Dios, tienen una escuela encima ¿En qué clase de mundo de locos viven? Gabriel ríe al pensar que sigue siendo el mundo de siempre.

Siente la cálida cabeza del miembro en su culo, deslizándose entre sus mejillas y buscando el virgen agujero. Se muerde el labio, la presión aumenta y el dolor es horrible, tan siquiera ha entrado y ya está al límite. La idea de ser follado le pone a cien, pero no quiere que Román le rompa de verdad.

Impaciente, el vampiro empuja más y de golpe y Gabriel grita y se aleja. No ha entrado, pero ha podido sentir su entrada dilatándose para albergar la enormidad de Román de golpe y su cuerpo ha reaccionado solo al dolor.

—¡Duele, imbécil! —grita, lanzando un intento de patada hacia el vampiro. Después, en un tono más bajo, añade: —V-ves despacio.

—Ir despacio es aburrido —rebate el otro puerilmente y de nuevo intenta empujar.

—¡Ah, espera! L-la tienes muy grande... —masculla Gabriel con su corazón latiéndose en la garganta.

—Lo he oído demasiadas veces como para tomármelo como un cumplido.

—¡Era una queja, no un cumplido! —el vampiro sigue empujando y él quiere ser follado, pero el dolor... —¡Mierda, mierda! Más despacio, maldito...

—Eres un cazador ¿No? Si puedes soportar las heridas en una cacería ¿Cómo vas a estar lloriqueando solo porque no puedes aguantar una polla un tu culo?

—Te odio. —musita, cerrando los ojos para no llorar.

—Si quieres paro y te dejo solo y retorciéndote por el celo.

—Ugh, cállate y solo... da igual ¡Haz lo que quieras!

Después del grito, Gabriel oculta su rostro en la almohada y deja su cuerpo quieto, pero rígido. Todos sus músculos en tensión, la piel quemando como el infierno y su agujero pulsando por ser llenado, el deseo de su cuerpo es claro y lo pide a gritos, pero su cabeza es todo un lío de pensamientos contradictorios, de ganas y anhelos, de oportunidades perdidas o arruinadas. Tiene miedo.

Román lo ve temblar levemente con su rostro prensado contra el mullido cojín, no es la primera vez que folla, ni la primera vez que se folla a un chico virgen, sabe bien que está llorando y nervioso, asustado. Ya ha pasado por eso muchas veces y las últimas de ellas lo ha vivido con total indiferencia, pero... Es entonces cuando suspira cayendo en la cuenta de que para Gabriel sí es la primera vez.

Está tan acostumbrado a ver el mundo desde los ojos de la experiencia, que no había reparado en que Gabriel sigue cegado por todo el desconocimiento, por la torpeza, por el miedo a algo nuevo. Lo toma por las caderas lentamente y lo voltea en la cama, haciéndolo quedar con el rostro descubierto, manchado de lágrimas y con los ojos y la nariz enrojecidas de una forma graciosa y adorable. Los cabellos lacios se pegan en pequeñas ondas contra la frente perlada de sudor de Gabriel y sus ojos comunes lucen ahora totalmente exóticos. No necesitan colores llamativos para brillar, incluso Román siente que sus iris rojos quedan reducidos a burdos colores por la mirada de Gabriel, aros castaños conteniendo un abismo que hace de la pupila un abismo profundo, hambriento, que devora hasta la luz y la refleja con un destello que deslumbra.

Gabriel nunca ha lucido tan hermoso como ahora, estando tan desnudo, tan expuesto. Y no se trata de su ropa tirada por ahí, de su piel descubierta o de sus labios descarnados de tanto morderlos hasta teñirlos de rojo, como si quisieran ser gemelos con la mirada de Román. Se trata de su expresión, de su mirada, de la sinceridad pulsando en cada exhalación, en cada súplica, de los latidos del corazón sonando más alto que sus palabras. De una confesión de amor que tiene en la punta de la lengua y se ve a leguas, aunque la muerda y la trague como un amargo medicamento contra el mal de amor.

Es tan hermoso, y Román sabe que el chico solo se ha desposeído de su arrogancia, de su fachada solitaria y su falsa dureza, por culpa de la droga, pero sabe también que la droga hace de los humanos perros que solo buscan una cosa, donde sea, con quien sea; y Gabriel no es más que un cachorro, pero solo halla lo que quiere con Román. Solo le pide a él, solo se arrodilla ante él, solo le mira a él. Y eso no es cosa de ninguna droga.

La droga le llena de deseo, pero solo Gabriel escoge su objeto y, de hecho, la droga está hecha para crear omegas que pidan a alfas, no a humanos, o brujos o... vampiros. No todo es cosa de la droga.

Gabriel aparta la mirada, girando su cabeza a un lado y dejando su cuerpo inerte sobre las sábanas, las manos tendidas con las palmas hacia arriba y los dedos suaves, a los lados de la cabeza, como ancladas al lecho de plumas de la almohada vieja. El pecho subiendo y bajando, acalorado, con los botones pequeños, duros y rosados como perlitas, el vientre conduciendo gotas de sudor por sus curvas, las piernas separadas y débiles, con rodillas que tiemblan y pies curvos que se deslizan por el colchón como a punto de caer de la cama.

Los dedos se le agarrotan por la nueva oleada de calor y, a contracorriente, el vello de su dermis se eriza. Se le rizan los miembros del cuerpo en una poderosa contorsión, las pestañas se le perlan, los cabellos se le desparraman con locura por la almohada, su boca se abre y se cierra, toma aire y solo halla fuego, expira suspiros y solo escupe humo. Román degusta su aliento dulce y cálido, llega a su nariz la picosa sal del sudor juvenil y la extraña dulzura de la sangre de Gabriel. Hay algo en ese cuerpo, como una especie de cucharadita de magia disuelta en su ser, que impregna todo en él, su piel, su sangre, su sudor, sus lágrimas, su mirada afilada, su boca recta, el saliente de sus huesos, la tersidad de sus músculos, la profundidad de sus hoyuelos e incluso el tono de su voz cuando entona los labios pero no se le escucha al hablar porque las palabras se pierden en el camino, enredadas en cuerdas vocales nerviosas, pero jamás se pierde el aire que expira y llena la estancia de su presencia; hay algo que deja una huella invisible, pero ineludible en cada pulgada de su cuerpo y le hace mínimamente especial, pero bastamente diferente.

No es solo lo que Román siente al verle, no es solo el revuelo que causa en él cuando le mira; los sentimientos amplifican a Gabriel en todos sus sentidos, pero hay algo en él desde el principio, desde antes de ser Gabriel, algo que estaba desde que lo vio de pasada y lo percibió como un humano más. El algo solo suyo, algo que no está en Román ni en sus ojos que le miran con un apasionamiento enturbiado, algo claro, indistinto, pero huidizo, que le pertenece a él y solo a él. 

A Román no le gusta la palabra especial, todo es especial solo la primera vez, después la monotonía hace que la vista se te acostumbre hasta al paisaje más hermoso y confunda la exuberancia con normalidad. Nada es especial si se lo mira dos veces, pero a Gabriel ya le ha mirado más de cien y cada vez ve algo nuevo en él. No es solo ya ese toque indescifrable que halla en todos sus rincones, sino su forma de ser, sus miradas esquivas y sonrisas escondidas, su ojos sinceros y boca mentirosa, su cabeza confusa y graciosa. Cada día lo conoce un poco más y debe decir que, aunque no sabe por qué, siente a veces que no es un humano más.

Por eso le duele tanto que vaya a morir como uno. En su fugacidad es como todo el mundo y eso lo mata.

Suspira tratando de olvidar el destino inevitable que ya conoce demasiado bien y lo mira con ternura, el chico está resignado, mirándolo de soslayo con una impaciencia que no va a verbalizar por orgullo y los puños cerrados con fuerza.

—Gabriel. —lo llama, el chico se voltea como puede con sus pestañas barnizadas de lágrimas y su naricilla respingona enrojecida. El corazón le late fuerte y es el sonido más hermoso que Román ha escuchado en mucho tiempo. —Te haré el amor ¿De acuerdo?

Gabriel se pone todavía más rojo, cierra los ojos como si las palabras fuesen un pesado golpe cayéndola encima, se tapa la cara y espeta:

—¡No digas esas cosas! Solo... haz lo que tengas que hacer —las manos que le cubren la cara están ahora temblorosas y Román puede escuchar un sollozo furtivo que escapa de sus labios —Agh ¿Por qué has tenido que decir algo tan vergonzoso?

—Es la verdad.

—Deja de jugar conmigo, idiota, solo cállate y ha¡Ah, ah, ah! Joder...

El chico grita y se relaja, el vampiro ha puesto prestamente los tobillos del muchacho en sus hombros y, aprovechando el profundo ángulo, ha empujado la cabeza enrojecida de su miembro en su culo.

Gabriel vuelve a tensarse cuando nota la polla de Román empezando a partirlo por la mitad, pero después respira hondo, dándose cuenta de que el vampiro está esperando por él, yendo despacio tal y como le ha pedido al principio.

—Hermoso. —susurra Román, bajando al cuello del chico para dejar ahí un suave camino de besos.

La tentación de morderlo y follarlo salvajemente está tan cerca, pero no puede ceder. Si es brusco con él lo herirá y si lo muerde él perderá su aroma a alfa y no podrá seguir actuando contra ''El aullido''.

Román respira hondo junto al chico, calmándose mientras se empuja dentro de él lentamente. Gabriel es tan cálido, su pequeña cavidad lo aprieta como si quisiera expulsarlo, pero él fuerza su camino al interior con caderas fuertes, decididas, y su interior es maravilloso.

No hace tanto que Román no tiene sexo, pero sí hace mucho que no se siente así de maravilloso. Es como cuando muerde a Gabriel y el delicioso líquido se derrama dentro suyo, llenándolo de vida, de un éxtasis que es fugaz. Y es que ama esa brevedad, es intensidad, ese querer más y no tenerlo; mientras uno extrañe algo, el deseo seguirá vivo y eso es lo que Román odia de su inmortalidad: puede tener tanta vida como desee, tantos milenios, tantos siglos, entonces ¿Cómo va a desearlos?

Román se entierra más y más y cuando llega al fondo Gabriel grita de gusto y dolor, siente a su amante tan hondo dentro de él que le remueve las entrañas, lo reconfigura para ser adicto a él. Cree que se está volviendo loco, pero quizá no quiere su cordura de vuelta, no en ese instante.

—Más, más —suplica, Román se queda quieto, apretando su pelvis contra el culo del chico, demostrándole lo grande que es, lo mucho que le ha obligado a tomar. —¡Por favor! —Su voz suena desesperada, se lleva las manos a la cabeza y suspira cuando el vampiro lo agarra por las corvas, tira sus piernas hacia él, viendo cuan flexible es, y empieza a salir.

Gabriel tiene las piernas completamente abiertas, sus rodillos lados de su cabeza y, en la mente, un enorme agradecimiento por los ejercicios de flexibilidad que le obligaban a hacer en la organización.

Está tan expuesto, con su culo totalmente abierto para el vampiro y su necesitada polla reposando sobre su vientre manchado de tiras de semen. Quiere correrse otra vez, mientras Román se corre dentro suyo. La idea lo enciende tanto que ya casi está al límite de nuevo.

Siente a Román salir de él hasta que solo queda la cabeza del miembro dentro, después mete un poco, vuelve a sacarlo y repite la operación varias veces, volviéndolo loco.

—Por favor... —gimotea y es esa vez la que Román entra de lleno, haciéndole sentir que es todavía más grande que antes. —¡Oh, joder, joder, joder! —Tira de sus cabellos, siente que va a enloquecer por tanto placer, tanto dolor, tanto <<¡lo que sea, pero que no pare!>>

Román se poya en sus rodillas, pone las manos firmemente en las piernas del chico abriéndolas más y empieza a follarlo hondamente, establece un ritmo brutal con sus caderas, saliendo casi del todo y entrando de lleno en cada estocada. Y es fantástico, su polla crece más y más y Gabriel la toma entera sin más quejas que gemidos y súplicas por que siga. El chico jamás le pide que lo joda más fuerte, pero Román lo hace de todos modos y al muchacho parece encantarle.

Cierra los ojos, tira la cabeza hacia atrás y toma la suficiente iniciativa para sostener sus propias piernas abiertas para el vampiro; Román, ahora con las manos libres, toca el cuerpo del chico. Una mano le aprieta el abdomen con fuerza, la otra rosa sus tetillas con maldad, volviéndolas más y más sensibles. Gabriel suelta una de sus piernas y alarga la mano; está tan doblado que logra llegar al abdomen del vampiro con la punta de sus dedos y las desliza por sus abdominales; se muerde el labio mientras traza ahora el mismo camino, pero con las uñas, la piel del vampiro se siente tan tersa y fuerte, tan jodidamente bien. Lo desea tantísimo.

Desliza los dedos por las hebras de cabello rizado de su pubis y llega a la ancha base de la polla que está haciéndole sentir tantísimas cosas, desliza su dedo hasta su entrada, lo introduce, sintiendo el roce del miembro de Román al follarlo, el maravilloso, tira del anillo musculas y duele, pero quiere abrirse para él.

Román sonríe, Gabriel es tímido e inocente en cierto sentido, sigue siendo un buen chico y teniendo un corazón tan grande como ingenuo, pero ahora es sucio, un pervertido y jamás imaginó esa faceta de él pero la ama.

—Oh, joder, se siente tan bien —el chico confiesa sin pudor, aunque tras esas palabras se pone rojo, como si hubiese escapado sin su permiso.

Román se agacha y lo besa con brusquedad, mordiéndole los labios, tirando de ellos, empujándose más al fondo.

El interior del chico se contrae y gime altamente en su boca, dejando que el vampiro devore todos esos sonidos. Román da una última estocada, sintiendo el cuerpo del pequeño aferrarse al suyo. El semen caliente de Gabriel le golpea en el abdomen y después la cabeza del chico cae con los ojos cerrados y llenos de lágrimas. Lo ve fruncir el ceño cuando a él un hormigueo intenso le recorre el cuerpo y acaba corriéndose dentro de él.



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