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—¡Hola! Pasa, pasa.
Víctor ondea su mano con amabilidad y sonríe grande, mostrando los colmillos y las adorables arrugas que se forman al lado de su boca cuando la estira. La cabellera argentada que tiene en frente se asoma un poco más por el hueco de la puerta, como un animal husmeando. Reconoce a su segundo paciente, la mascota de Vlad. Le gustaría tener un nombre para referirse a él, ya que odia pensar en el de ese cínico vampiro cada vez que ve al muchachito.
El chico baja la vista sin hacer siquiera un amago de mirarlo a la cara, entra al baño con pasos decididos y cierra la puerta como queriendo no hacer ruido, después se inclina en una pequeña reverencia antes de acercarse haca él. El muchacho es educado, eso debe concedérselo a Vlad; aunque sabe que lo preferirá más rebelde cuando sepa con qué métodos su propietario le ha enseñado a tener tanta compostura. Víctor se mantiene en su silla y palmea baúl que tiene delante, donde Tomás ha sido examinado antes.
—Siéntate aquí, cariño.
Obedece sin un ápice de duda, se acerca al lugar manteniendo una distancia respetuosa con Víctor y después se planta en ese baúl como si fuese a posar para una sesión fotográfica. No cruza sus piernas, no juega con sus manos en el regazo, no arquea la espalda o siquiera gira el rostro, solo se queda ahí, sentado como un muñeco.
—Muy bien, desnúdate. —su voz es suave y dulce, la fuerza un poco para sonar relajante, sobre todo ahora que se ve de soslaya en el espejo y comprueba cuan grande es. Lo suficiente para que ponerse de pie y que el chico no alcance siquiera su pecho.
Le gusta ser un hombre de proporciones intimidantes, su trabajo es ahora proteger y su sola sombra vale para ahuyentar a malhechores, pero a la vez le apena verse tan enorme frente a algo que quiere proteger. Se siente como cuando era médico y cualquier herido al que trataba de salvar terminaba hecho pedazos por sus manos. No era mal médico, pero las trincheras no eran el mejor hospital.
Se desliga de esos pensamientos, vuelven con frecuencia a su mente, pero cada vez es más fácil desecharlos. Esta es la vez que más fácil le ha sido gracias al bonito muchacho que tiene delante quitándose la ropa a petición suya. Se repite una y otra vez que solo va a hacerle un examen rápido, nada más, no permitirá que sus manos busquen algo tan alejado de las heridas como el placer o que sus labios se posen en piel alguna si no es para tomarle la fiebre. Él sabe controlarse, pero le agita un poco no poder suprimir esos deseos. Con Tomás están acallados, es bonito, pero ya está, sin embargo, ese chico que tiene delante...
El muchacho se deshace de la tela que lleva cual túnica, revelando la totalidad de su piel desnuda. Dobla la prenda tratando bien el satín blanco, aplanándolo con la mano para que no quede una sola arruga y, mientras, su amo le ha dejado la piel hecha un desastre. Tiene cicatrices mal curadas en todos lados, mordiscos, quemaduras, laceraciones y otras cosas que no quiere ni nombrar. Lo único que está algo mejor es su cara y sus manos, supone que para que Vlad tenga algo hermoso que contemplar mientras le entrega al chico sus placeres y su semilla.
Es tan cruel...
Tiene en la espalda insultos escritos, escarbados con uñas afiladas, repasados varias veces; en los tobillos profundos cortes que demuestran que Vlad lo ha castigado varias veces cortando sus tendones; en la entrepierna está una de las cosas que más le entristece, una amputación mal hecha, desgarradora, el chico se ha curado suficientemente bien como para poder ir al baño, pero todo ahí es inservible para sentir placer. Y duda que Vlad se esmere en buscar su próstata cuando lo folla, sabe que posiblemente la evite, así que no hay forma alguna en que ese pobre muchacho haya disfrutado jamás. Lo ha cosificado por completo.
Se siente terrible por él, desearía ponerse a sus pies y besárselos, subir con su boca por las heridas horribles que lo definen y acabar en sus labios. Pobre cosa. Sabe que ni toda la medicina del mundo va a devolverle lo mucho que Vlad le ha arrebatado. Y eso si es que acaso le queda algo. Los ojos son como cuencas vacías, grisáceos y de pupilas abismales, quizá un día fueron azules, pero ahora la negrura se ha tragado todo el color y solo queda una mirada que parece de cristal.
Una vez desnudo el chico no vuelve a sentarse en el baúl, sino que se arrodilla frente a este, dándole la espalda al vampiro, entonces lleva sus manos a la espalda y la mejilla al suelo, alzando sus caderas para ofrecerle su sexo a Víctor.
—Cariño... —le llama enternecido. Al muchacho le cuesta entender que le habla a él, así que no reacciona a ese nombre que le sueña tan extraño. —no vamos a tener sexo.
El peliblando se levanta de golpe, no asustado, ni sorprendido, solo apresurado. Víctor lo mira con curiosidad hasta que entiende qué está haciendo, el muchacho se le acerca, le ofrece su brazo rasgado en sustitución a su trasero. Víctor niega nuevamente, apartando al brazo del chico con delicadeza. El humano ahora sí que luce confundido. Si no es sangre o sexo ¿Qué iba a querer un vampiro de él? Empieza a respirar dificultosamente, no sabe qué tiene que hacer y él siempre lo sabe. Le hace sentir seguro saber qué esperarse, pero ¿Ahora qué? No quiere hacer las cosas mal, él es bueno, obediente, y sabe lo que los vampiros quieren, pero ese hombre... ¿Qué quiere Víctor de él? ¿Azotarlo? ¿Torturarlo? No hay nada ahí para ello ¿Qué entonces? Sufrir por los placeres de un bebedor de sangre es su cometido, sin él no sabe qué debería hacer no tiene propósito y bien podría estar muerto.
—Soy un médico... tu médico ¿Sabes lo que es eso?
El chico da un salto atrás y lo mira parpadeando varias veces con una perplejidad pueril, como si no creyese todavía que el sonido de la voz de Víctor le perteneciese. No responde.
—¿Sabes lo que es un médico? —repite más despacio.
El oyente se acerca un poco, volviéndose a sentar con hesitación y niega. No le gusta reaccionar así, Vlad odia cuando lo hace, pero es la primera vez que un vampiro conversa con él. Las palabras amables y las preguntas curiosas se preguntan solo entre vampiros, los humanos son incapaces de hablar con ellos, son inferiores ¿Por qué Víctor intentaría hacer semejante acto contra naturaleza?
—Un médico es una persona que cura a otras. Si tienes una herida hago que se vaya antes, que no sangre.
El peliblanco se horroriza al oír eso y se aferra a sus muñecas cortadas ¡¿Qué no sangre?! Ese ser debe estar demente ¡Sangrar es su función! Su sangre y su culo son las dos únicas cosas buenas que tiene, sin ellas los vampiros no le dejarían vivir ¿Por qué iba a hacerse menos útil? Es la primera vez que escucha la palabra ''curar'', pero tiene claro que deberá estar alerta por si la oye de nuevo, no es algo bueno.
—No, no te asustes. Es... como cuando algo se rompe y lo reparas ¿Si?
Asiente, ahora más calmado. Él puede entender eso, lo hará más resistente, así Vlad podrá jugar más rudo y más seguido. Está feliz, va a hacerlo más útil para su amo y si servirle es su único motivo para estar vivo, lo está haciendo también mejor como ser humano, como persona.
Le gusta Víctor, pero es extraño. Está esperando a que lo golpee o lo insulte, eso le hace sentir cómodo porque le lleva a lugares que conoce, a situaciones donde sabe qué esperar. Ahora no tiene ningún desenlace posible en mente y eso le asusta.
—Bien ¿Tu amo te deja hablar? —le pregunta. El chico niega una vez, un movimiento corto, casi calculado. —Entonces te haré solo preguntas de sí o no. Antes que nada, túmbate aquí, bocarriba primero.
El cuerpo extendido del chico hace que Víctor recuerde los cadáveres mutilados que vio en la guerra. Sintiéndose algo enfermo por la imagen, decide empezar a examinarlo. El problema es que no sabe por dónde. Tiene tantas heridas que siente que no hay una sola parte de él que no necesite horas y horas de atención, en especial su pobre y dañado cerebro, no puede verlo, pero imagina todas las laceraciones que recorren su infancia y el dolor de su pisque que lo empuja a sacar siempre conclusiones horripilantes, imagina en su pobre cabeza un daño irreparable.
Y el odia no poder salvar a las personas que cree que lo merecen. El peliblanco es un mártir que lleva tanto tiempo siéndolo que posiblemente no lo sepa. Suspirando profundamente Víctor decide centrarse solo en las heridas abiertas para esa sesión: una mordida en el cuello, dos en los muslos, laceraciones en el vientre y un corte en cada muñeca.
—¿Comes adecuadamente?
Frunce el ceño al oír una palabra tan larga. No sabe que significa, así que la elimina de la pregunta, quedándose con una más simple. Entonces asiente porque sí, come, no muy a menudo, pero cuando es bueno, Vlad está de buen humor y tiene mucha suerte, él se acerca a su jaula y le arroja algo que le ha sobrado de alimentar a los perros salvajes que tiene en el jardín. A veces es pan, otra carne cruda y alguna que otra huesos. Esos son los que menos le gustan, no llenan demasiado y hacen doler su tripa, pero son mejor que nada.
—¿Bebes agua cada día?
Él asiente, no sabe muy bien lo que es un día, pero puede imaginarlo. Él duerme, a veces mucho, otras poco y algunas nada, y luego se despierta por un tiempo hasta la próxima vez que vuelve a dormir, así que llama a esos plazos de tiempo día porque escuchó a Vlad usar esa palabra de un modo parecido alguna vez. Y, bueno, bebe agua cada vez que se despierta. Vlad lo arroja al foso con agua fría para que se asee y siempre aprovecha para beber un poco antes que la sangre o la suciedad hagan que el agua sepa extraña.
Y hablando de cosas extrañas, Víctor le está pareciendo todo un bicho raro. Está tocándolo, pero sin deseo ni ira, sino con algo pastoso y frío en los dedos, es de un color traslúcido brillante y lo masajea sobre sus heridas más rojas. No tiene idea de qué diantres hace.
—Date la vuelta. —pide, sin tocar las heridas de sus brazos.
En su espalda tiene algunos arañazos a medio curar y cortes en las corvas, así que Víctor aplica ahí también pomada para desinfectar, desinflamar y prevenir que otras cosas malas le pasen.
—Te estás portando muy bien. —lo halaga, masajeándolo.
El chico suelta el aire de sus pulmones, siente que se desinfla como un globo. Realmente empieza a sentirse como uno con la piel blanda, los huesos hechos de suave aire, los miembros ya no tirantes y rígidos, sino de tela. Es como un embrujo que le cierra los ojos y lo hace respirar tomando más aire del que merece.
Entonces, algo raro sucede, los dedos presionan un punto dolorido de su espalda y se le escapa un sonido. No es un grito de dolor, al contrario, el empuje de las manos de Víctor es balsámico y hace que el dolor punce un instante y se vaya al siguiente, es... placentero. Y es la primera vez que lo siente.
También es la primera vez que gime.
El chico corre a taparse la boca, aterrorizado por la nueva melodía que su garganta ha tocado sin permiso. Se siente aterrado ¿Qué esa nueva sensación que le hace perder el control de su cuerpo? Él es bueno, un chico bueno, no quiere que una sensación rara y hormigueante le haga ser gandul y desobediente.
Él conoce la sensación del dolor, del frío extremo, del calor de un cigarro o un hierro enrojecido contra la piel, conoce como es caer sobre un lecho de espinas, erguirse para ser azotado, ser ahogado en un glaciar, examinado entero por electricidad vibrante. Su cuerpo conoce todo lo que puede imaginar, pero esto... esta nueva sensación que las manos de Víctor componen en él es algo que no puede concebir. Apabullado, se agarra la cabeza cuando no puede parar de escucharse a sí mismo pidiendo por más dentro de ella.
—No pasa nada —dice Víctor colocando una mano en su hombro y tumbándolo. De nuevo esa aterradora blandura llega a su carne con el toque del vampiro. —, solo te has relajado. Hace mucho que no lo haces ¿Cierto? Conmigo no tienes que temer, tranquilízate todo lo que quieras, cosita.
Él asiente porque es lo que los humanos tienen que hacer cuando los vampiros les dicen algo, pero la realidad es que no ha entendido nada. Sigue pensando en la sensación extraña y en cómo quiere conocerla de nuevo, acostumbrarse. Le gustaría quedarse por siempre en ese baño y que Víctor le tocase las heridas con esos dedos mágicos que hacen ventriloquía con sus labios.
Pero es imposible: él ha nacido para servir a Vlad, pretender cualquier otra cosa es... es ser un desagradecido con su dios que le permite vivir únicamente a cambio de su cuerpo.
—Siéntate de nuevo, voy a coser los brazos. No tengo anestesia aquí, si duele quiero que muevas la cabeza y pararé.
Afortunadamente dejó a Desmond un par de útiles en su botiquín por si los puntos de Tomás se saltaban, así que ahora no tiene más que abrirlo, desinfectar la herida y ponerse a suturarla. Cuando clava la aguja espera un segundo, aguardando por el posible espasmo que vaya a tener el chico, no quiere herirle por error cuando eso pase, pero tampoco le da oportunidad de hacer: contra su pronóstico, no se mueve. Mira a los ojos del peliblanco mientras lo cose, tiene la mirada perdida en sus brazos, absorto como un niño viendo dibujos animados. La boca está levemente abierta. Se pregunta si no le duele, pero sabe que necesariamente tiene que estar sintiendo todos y cada uno de esos pinchazos porque de no sentir nada en su piel Vlad no se esmeraría tanto por torturarlo. No, no es que no sienta dolor, es que está acostumbrado.
Afectado por la idea, sigue cosiéndolo como a un muñeco al que se le sale todo el relleno y él, con sus dóciles ojitos de botón, lo mira. Es como si estuviese fuera de sí, como si después de tanto ser golpeado le hubiesen sacado de su cuerpo a patadas y ahora supiese como salir cuando algo duele y entrar de nuevo, solo que esta vez Víctor lo ha arrastrado a casa con sus dedos y algo de gusto.
—Ya está. —le sonríe agradablemente, levantándose de su asiento y moviendo la silla de nuevo hacia el rincón donde estaba.
El chico parece despertar de un trance y sacude la cabeza. Después se levanta como un resorte, se viste con su empobrecida ropa y se pone detrás de él, esperando a que Víctor vaya hacia la puerta y la abra para poder seguirlo y salir de ahí.
El vampiro lo guía, hace girar el picaporte y le muestra el pasillo. Por primera vez el chico parece dudoso, se queda unos instantes en el umbral de la puerta, reteniendo el aire. Conoce esa escena, ese breve suspenso donde los suspiros se atoran en la garganta, es el mismo gesto vencido y a la vez melancólico de los soldados que dejan un lugar seguro para volver a la batalla.
Pone una mano en la cabeza del chico y revuelve su cabello.
—Si te sientes mal ven a verme, te curaré de nuevo.
Otro gemido escapa de la boca del chico cuando los dedos se hunden rozando el cuero cabelludo. Oprobiado, se tapa la boca y sale corriendo. Huye de él.
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