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Tomás, como ya siempre hace, despierta de golpe. Esta vez no es entre sudores y respiraciones agitadas producto de sus pesadillas, sino a causa de un agudo dolor que parece lanzarlo a un abismo. Abre los ojos y ve que ha sido literalmente arrojado al otro lado de la sala y por la forma peculiar en que su estómago punza y sabe que ha sido pateado, pero ¿Por qué iba a pasar eso ahora?

Confundido, rodea su tripa con un brazo y se apoya con el otro para alzarse un poco, dirigiendo una mirada llena de reproche a su amo. Solo que no es su amo a quien ve, sino a Vlad, seguido por esa característica sombra paliducha con mirada de niño muerto.

—Los perros no duermen dentro de casa.

Tom mira a su alrededor. Está en la biblioteca, no recuerda haber leído el diario anoche, pero si que Desmond le advirtiese de que pasaría el día fuera si la fiesta se alargaba. No le dio instrucciones sobre qué hacer al salir el sol, así que tiene un par de memorias borrosas sobre como renqueó hacia el único lugar donde se siente algo seguro cuando empezó a quedarse dormido.

Tomás le frunce el ceño al hombre, incluso aunque odiaba cuando Desmond le pegaba, él era su amo, pero Vlad no tiene ningún derecho a hacerle daño tan siquiera dentro de las retorcidas leyes vampiras. El hombre no dice más, solo se acerca a por un libro de la estantería y se marcha, mirándolo todo el rato mal y pisándole la mano cuando pasa por su lado. Le gustaría también correr a las faldas de su propietario y contarle lo sucedido, pero tras la amenaza que Vlad le hizo aquel día tiene miedo de cuáles pueden ser las consecuencias de hacer algo como eso. Prefiere callarse, así que eso hace.

No sabe cuándo llegará Desmond o si llegará esta noche siquiera, así que no está muy seguro de qué hacer. Debería comer algo, pero Vlad está leyendo en el salón, cerca de la cocina, y Tomás juraría que prefiere hacer huelga de hambre a respirar el mismo aire que ese cadáver malhumorado que está intentando convertir a Desmond en la peor versión de sí. Decide, entonces, quedarse en la biblioteca y él ya sabe lo que eso significa.

El diario está en sus manos y tiemblan, siempre lo hacen, como cuando vas a quedar con un amigo que se mudó hace tiempo. Piensa en Todd, entonces niega. Desmond jamás le dejará buscarlo y el chico quizá no está siquiera tratando de encontrarlo así que debería empezar a olvidarse de él. Pero no puede.

Pasa las páginas recordando las cartas que le escribió por años a Toddy, el papel está rugoso, la tinta algo desvanecida y deja huellas de sudor cuando pasa las páginas. Llega a la nueva página, está algo más arrugada que la anterior, así que teme un poco leerla.

Se halla ante una caligrafía alargada y llena de baches, apenas legible. Ha notado durante el transcurso de las notas como estas se volvían cada vez difíciles de leer; a veces era el temblor, otras la tinta corrida y mayormente una letra torpe, como de un niño. Ahora es la letra de un niño aterrado.

<<Soy religioso. No creo en Dios, pero cada noche me arrodillo y oro, junto mis manos y repito la misma plegaria, pido piedad; no hay una cruz frente a mí, solo un vampiro se brazos cruzados, tan silencioso y frío como cualquier estatua de cristo, pero mil veces más castigador que cualquier religión; los azotes no son correctivos, son pecados incorregibles de él.

Un demonio.

Le pido cada noche, desde hace dos meses, que me mate. Se lo ruego, se lo imploro e incluso se lo propongo seductoramente durante el sexo. He pedido la misma cosa noche sí y noche también de mil y una formas distintas.

Él guarda silencio, me escucha con atención y después me dice que no. Cree que piense que puedo convencerle para después destripar esa pobre ilusión de mi corazón y ¡Oh! Lo consigue cada vez... Logra darme esperanza y dejarme sin ella cada vez que me despierto. Desearía no hacerlo más.

Le he pedido una y otra vez que pare este dolor, que lo pare ¿Acaso hay una forma en el mundo de no sufrir?

Él dice que sí. No duda ni un instante.

Llevo teniendo claro desde el inicio que ese camino es la muerte, pero cuando me escucha para negármela tengo la extraña sensación de que está decepcionado... decepcionado porque no le estoy pidiendo la cura correcta al dolor.

Hay otra, amo ¿O no? ¡Dígamelo, dígamelo! Enloquezco pensándolo y él no quiere ni escuchar esa Pregunta.

Dime, ¿sabes tú cual es la forma de dejar de sufrir en este horrible mundo? ¿Una que no sea acaso abandonarlo? Imagínatelo, un camino hacia una vida mejor, tranquila, una vida de la que poder tomar las riendas. ¿Existe algo así o son solo los delirios de un pobre suicida?

Hoy mi amo se ha reído cuando le he preguntado. Pero ha asentido.

Existe una forma de huir del dolor, pero él jamás confesará ¿Y tú? ¿Conoces ese pecado? Por, por primera vez, me apetece ser malo y si eso me libra de los males.

Por favor, mi Dios asesino, concédeme tu única gracia.

Líbrame de tus males.

Perdóname esta condena a la que llamo vida.

Amén.>>

Tomás cierra el libro y lo deja con cuidado en el cajón. Lo cierra silenciosamente, con la mano tiesa y los dedos de cartón.

Su pobre chico anónimo empieza a enloquecer y aunque en sus trazos se entrevé una rabiosa lucidez, también en su rezo puede ver que ya no distingue de qué habla. Pierde el hilo. Y es que Desmond ha jugado ya tanto con ese gran hombre que lo ha ido deshaciendo poco a poco, lo deshilacha con sus garras y lo hace pequeño hasta reducirlo a un corazón que duda en cada latido del siguiente. ¿Es eso lo que a él le depara? ¿La locura? Le asusta más que la muerte misma; perder la cordura es perderse a sí. Tom no quiere espantarse ante su propio reflejo, no quiere volver a sentirse tan perdido, tan dividido. Sobre todo porque ya lo ha sufrido, enloqueció cuando Desmond lo violó, sembró en él un desquicio que tardó tan solo un día en gestar y cuando toda ese sinsentido le infectó entero, su cerebro dio un chasquido y recuerda haberse partido en dos, como cuando el vampiro lo forzó y le hizo sentir que su cuerpo se rompía a la mitad.

Lo resquebrajó y cuando la piel sangro y se abrió como si le tomaran de las piernas y tiraran en direcciones opuestas, su pobre alma se rasgó también como un saco de tela viejo; todo él se derramó, acabó en dos pequeños montones sin entibo, dos manchas de tinta tratando de articular una historia. Uno pedía ser sacrificado, el otro salvado.

Por eso intentó arrancarse de la vida una y otra vez, llorando en todas y cada una de las ocasiones y con los dedos agarrotados tratando de aferrarse a una vida recién podada por esas mismas manos. Tomás da un largo suspiro y se seca las lágrimas.

Él se recompuso, logró unirse de nuevo lo suficiente como para no enloquecer por siempre, pero teme por el chico anónimo. No morirá, Desmond no le dejará. No enloquecerá más, su amo ya ha hecho de sus pedazos más pedazos y ha dejado nada más que polvo. Pero teme por él de todas formas y eso le lleva a preguntarse algo aterrador ¿Qué hay peor que la muerte y la locura? ¿Cuál es el terrible destino que temer tanto a Tomás, pero no puede siquiera tomar forma en su cabeza?

Necesita respuestas.

Abre el cajón de golpe, toma el libro en sus manos y busca ansiosamente la página en la que se ha quedado, arrugando las demás en el proceso.

Ante él hay una entrada con una sola y espeluznante línea.

<<Dios nos escucha y a mí me ha respondido. Gracias, mi amo. Él me ha dicho que mañana me dirá cuál es la forma de vivir sin dolor. Me ha dicho que me la concederá. Estoy en paz.>>

Quiere volver la página, pero escucha la puerta principal cerrarse. Desmond ha regresado. O eso o Vlad se ha marchado, pero no puede arriesgarse después de tanto tiempo leyendo a hurtadillas ese viejo libro; chico anónimo le ha brindado consuelo en sus noches más oscuras, él al menos le debe una despedida, así que aguantará hasta el capítulo final.

Escucha pasos atronadores subiendo las escaleras, así que sabe que es Desmond quien se acerca. Siente nauseas y tiembla, pero entonces recuerdo que Desmond ha cambiado, en las páginas del diario le causa un terror que le cala en los huesos y lo hace temblar al dormir, pero ahora y aunque siga siendo un monstruo, está esforzándose por ser gentil. Se le ha declarado discretamente y le habla y toca con una suavidad nunca antes vista viniendo de él. Si algo le salvó de la locura no fue su fortaleza mental, él tiene claro que chico anónimo es mil veces más resistente, sino Desmond, ablandando su toque para que la fina piel de su mascota pudiese soportarlo sin romperse.

Abre la puerta, encontrándoselo sentando en el suelo, delante de la chimenea. Se le acerca despacio y con pasos gatunos, de esos que no tienen sonido y dan la sensación de no tener sombra. Cuando llega a su espalda se acuclilla y hunde su nariz en el cabello del chico, sintiendo su aroma dulce. Besa la coronilla, lleva una de sus manos al cuello, otra a la cintura de Tomás, lo sostiene firme, pero lo acaricia con los pulgares.

—Buenas noches, Tomi. —susurra con cariño.

Al chico le enrojecen hasta las orejas al escucharle.

<<¿Cómo? ¿Cómo puede ser este el mismo hombre que ha torturado al chico anónimo? En esas páginas parece que no tenga salvación alguna y ahora... ¿Es acaso un milagro? No puede ser, no existen.>>

Sus pensamientos se desvanecen como una nube cuando el vampiro baja por su cuero cabelludo y llega al cuello, donde deja un nimio beso.

—Hoy no tengo mucho trabajo que hacer, puedo pasar la noche contigo —le explica mientras la mano de su cuello atraviesa la piel pasando bajo el pijama; los dedos fríos le recorren la clavícula derecha y ese acto íntimo le da un toque tenebroso a las palabras del hombre —. Come algo ahora y al terminar quiero que vengas a mi habitación ¿De acuerdo?

—Sí, mi amo. —dice Tomás como un autómata.

El hombre sonríe orgulloso, besa su cuello de nuevo y se aleja hacia la puerta con tranquilidad. Solo cuando la cierra Tom se da el lujo de respirar de nuevo. Conoce las promesas de Desmond, su declaración hermosa y confusa, las lágrimas que lloró por él, para él, pero todavía desconfía y aunque su corazón no tuviese un solo alegato contra las buenas intenciones de Desmond, su cuerpo traumatizado no atendería a razones. Las manos de Desmond pueden ser todo lo agradables que quieran, así también sus labios, ojos e incluso los colmillos, pero ningún contacto gentil tiene la fuerza necesaria para borrar los otros contactos que le han llevado a donde está ahora. No aún. Toda caricia le transporta de nuevo a la violación que sufrió y es algo que no puede evitar.

Suspira pesarosamente, tratando de autoconvencerse de que su amo realmente no hará nada malo.

Se lo repite mientras cruza el pasillo y ahí recuerda la primera que vez que entró en su habitación. Fue para limpiar los restos de su antigua mascota.

Se lo repite al bajar las escaleras y ahí recuerda la segunda vez que entró en su habitación. Fue para ser ejecutado.

Se lo repite mientras corta las verduras y la cerna en la cocina y ahí recuerdo la tercera vez que entró en su habitación. Fue para que amo le dijese que no le dejaría huir quitándose la vida.

Se lo repite mientras mastica y traga, e imagina cómo será cuando entre ahora en la habitación. A su mente le gusta hacer turismo por los parajes de las peores posibilidades posibles y su estómago apenas aguanta tantos sustos. Deja la comida en la nevera a medio acabar y traga con dificultad el último pedazo de ternera que tenía en la boca.

Sube las escaleras, más lento que de costumbre. No sabría decir si está retrasando el momento o si es porque los nervios hacen que sus piernas duelan más de lo común. Cuando pisa el último escalón la respuesta ya da igual.

Toma el pomo entre sus dedos y respira hondo, no quiere entrar sudoroso y agitado, pero sus intentos de sosegarse solo lo estresan más. Sabe que el vampiro puede sentirle desde otro lado de la puerta y que en su intento de tranquilizarse solo lo está haciendo esperar más y más y si algo malo va a suceder eso solo terminará por agravarlo. Abre la puerta de golpe, cerrando los ojos como habría deseado hacer la primera vez.

Desmond lo espera en la cama sentado elegantemente mientras sostiene un libro en una mano. Al verlo lo cierra y se levanta, dirigiéndose hacia él con una sonrisa recién formada. Cierra la puerta detrás del chico que está congelado en su habitación y después pone sus enormes manos en los hombros de él.

—Mascotita... —lo llama entristecido, apretando un poco el agarre para llamar la atención del chico. Este sube la mirada, esperado sus palabras dócilmente. —¿Por qué estás tan nervioso?

—Disculpe, amo, las veces que he entrado en su habitación me ha hecho cosas malas.

El hombre suspira, acaricia despacio sus hombros y lo empuja lentamente hacia la cama.

—No tienes por qué temer ahora, sabes que estoy tratando de ser bueno contigo. Mientras no tenga razones para castigarte no necesito que estés aterrado, así que tranquilízate.

Tom asiente a sabiendas de que será incapaz de acatar sus órdenes y aun así le sigue hasta su cama. El vampiro se sienta en ella y palmea su regazo, instando al chico a volver a esa pose vergonzosa. Obedece y desvía la mirada mientras trata de lidiar con la pesadez del ambiente. Lo toma del mentón y hace que lo mire, pero Tom cierra los ojos con horror.

—Mírame, mírame como me miraste la noche en que te compré. Mírame a la cara. —ordena con la voz ruda y los dedos presionando su barbilla, dejándole horriblemente claro que no le permitirá moverse hasta que vuelva a cometer el crimen de mirar esos dos ojos rojos que tantas cosas le hacen sentir.

—Mi señor, está prohibido que los humanos os veamos a la cara... —trata de argüir, al borde del sollozo. No quiere cometer ese error nuevamente, no quiere tratar de buscar una mirada donde solo hay hambre y hallar en ella un destino que lo ata y lo ahoga.

—Un amo puede hacer con su mascota lo que le venga en gana, Tomás, yo soy tu ley y si te digo que quiero que me veas a los ojos es que no te castigaré por ello.

Tom suspira rendido, cayendo en el mismo instante en que su propietario lo llama por su nombre. Es débil ante ello, después de años viviendo como un animal sería capaz de hacer cualquier cosa por alguien que parece recordar que es una persona.

Bate las pestañas con hesitación, los párpados se separan con un leve temblor y el color miel que rodea su pupila brilla, buscando una mirada amiga. Y la encuentra en el primer vistazo, los ojos de Desmond son sobrecogedores. Tienen en su rojo algo que le resulta familiar, una mezcla hermosa de fiereza contenida, sometida, y de calma que lo deja absorto. Un hombre domándose con tal de no clavarle los dientes con la mirada. Desmond luce tan humano como la primera vez que lo vio y no por ello menos monstruoso que nunca.

Por primera vez ve y entiende que ninguna de sus naturalezas es incapaz de morir por mucho que la ahogue en su mirada. Siempre será un hijo de la muerte y siempre será también hijo de hombres. Un bastardo eligiendo a que linaje quiere honrar. Y Tomás se enorgullece de que con él haya decidido someter a la parte que lo quiere a él sometido.

—Dime ¿Qué ves ahora? ¿Soy como cuando te compré o ya no tengo arreglo? —le pregunta con una nota de preocupación en su voz.

—Sí que lo tiene, amo... es solo... —<<solo que cuando leo lo que el chico anónimo tiene que decir de ti, siento que no tienes solución.>>, traga saliva y con ella palabras que jamás deberían salir a la luz. Suspira con el corazón en la garganta, esperando no devolverlo. Ahora que su amo es más cuidadoso con él le duele responder a sus esfuerzos con mentiras, pero ¿Acaso no es ese diario su único secreto? Cuanto más piensa en ello, peor se siente, pero no quiere renunciar a él, no ahora que está tan cerca del final. —solo, no sé. Cuando usted está cerca recuerdo todo lo que me hizo y no puedo evitar responder con miedo.

Desmond le acaricia el rostro, apartando alguno de sus cabellos de su frente antes de besarla.

—No pasa nada, solucionaré eso. A partir de ahora no tengas miedo de mirarme a los ojos ¿De acuerdo? No quiero que bajes tu cabeza cuando hablamos.

El chico siente su corazón revolotear en el pecho ¿Un vampiro hablándole como a un igual? Asiente, sin palabras. Su amo le sonríe en respuesta y examina su rostro despacio. Sus cejas finas, las pestañas abundantes, la nariz picuda, los labios. Se detiene en ellos. Lo quiere besar, pero no lo hace.

—¿Acabaste el libro de Kafka? —pregunta amablemente, cambiando de tema.

Tomás asiente con orgullo.

—Y he empezado uno de Nietzsche. Es extraño, pero me gusta. —explica, olvidando lo que su amo le ha pedido hace apenas unos segundos y mirándose los dedos mientras juega con ellos nerviosamente.

—Tienes buen gusto, igual que yo. —le responde el hombre de forma risueña, acariciándole de nuevo la cabellera. —Víctor está ahora en la segunda habitación de invitados, vivirá aquí el tiempo que le plazca así que puedes visitarlo si te sientes mal o si te aburres y yo no estoy. Ayer hablamos sobre muchas cosas, tú eras una de ellas. Dice que estás mucho mejor y me ha dado... algunas indicaciones para tener en cuenta contigo ¿Quieres hablar de ello?

—S-sí... —su corazón se acelera y se muerde el labio, sabiendo que su amo puede escuchar lo muy nervioso que está.

—Dice que en unos días podrás volver a tus tareas de siempre. No hace falta que limpies todo, como antes, tengo a muchos súbditos que harían ese trabajo y agradecerían poder servirme. Lo único que quiero que hagas es que limpies la cocina después de hacer tus comidas y que limpies esta habitación y la biblioteca, son espacios privados donde tengo documentos importantes, no querría que alguien a quien apenas conozco entre ahí ¿Crees que podrás hacer eso o todavía te sientes débil?

—No, me siento bien. Quiero intentar empezar mañana, si me quedo mucho tiempo sentado siento que mi forma física empeora y eso me preocupa, limpiar un poco de vez en cuando me ayudará. Además, así estaré distraído, hay muchas cosas en las que no quiero pensar. —Desmond asiente silenciosamente, no quiere preguntarle cuales si sabe que todas ellas llevan su nombre.

—También dice que puedo empezar a beber de ti dentro de poco, sé que eso te asusta más, puedo oír tu corazón volviéndose loco con solo mencionar que voy a morderte de nuevo. —suspira —, ¿Recuerdas lo que te pedí? Te dije que quería saber tus sentimientos y pensamientos, así que, cuando vaya a morderte hablaremos de ellos antes ¿De acuerdo?

—¿Eso cambiará algo? —pregunta Tomás, más hostil de lo que habría deseado sonar. Acto seguido se tapa la boca —Me refiero... —se corrige, sonando inseguro. —, no entiendo de qué quiere hablar, me morderá de todos modos, para eso me ha comprado.

—No solo te he comprado por eso —replica en un farfullo. Tomás se achanta al escuchar el tono enfadado y asiente sumisamente, pero eso solo hace que Desmond se siente más culpable. —. Hablaremos para que puedas estar relajado y para que me digas lo que necesitas para hacer el mordisco más llevadero.

—Gracias, amo... me asusta mucho ser mordido. No es el dolor, no solo es eso... —el chico ríe, alzando sus muñecas cortadas y llenas de puntos. —abrirme los brazos dolió más que un mordisco, así que puedo soportarlo, pero es el miedo lo que me preocupa.

—¿De qué tienes tanto miedo?

Tomás ríe, lo mira a los ojos con una ceja enarcada y toda la ironía que un rostro dulce como el suyo puede retener.

—De usted, mi señor. —responde como si fuese una obviedad. —Cuando me muerde me siento tan humillado, tan pequeño... es como si fuese a desaparecer. Cuando no pierdo el conocimiento me quedo débil y desconcertado y usted siempre me deja en ese estado aterrador solo y lo paso demasiado mal. Siento que no sé si voy a morir o no y que a nadie le importa tan siquiera un poco.

Desmond se voltea deprisa, arrojando al chico sobre su colchón y quedando encima de él de una forma que lo intimida. Puede ver sus fauces colmilludas, el ceño fruncido y el brillo carmesí de su mirada. Los rasgos de un animal hambriento. Va a entrar en pánico, pero entonces las palabras ahogadas del vampiro lo salvan.

—¡No es así! No es así, tu vida me importa, te he dicho que quiero conservarte y te lo diré más veces si eso necesitas. Cuando te muerda te sostendré fuerte hasta que te sientas mejor, pero por favor no pienses que no importas. —su tono se suaviza y el chico tendido en su cama respira hondo y asiente perplejo. Desliza sus nudillos por el pequeño rostro, deleitándose al ver como se pone rojo y sus ojos brillan de la emoción. —No quería asustarte haciendo esto —dice riendo e incorporándose. Toma la mano del chico, ayudándole a levantarse también un poco y dejándolo sentado contra le cabecero mientras él se inclina un poco hacia su postura, acorralándolo sutilmente. —, sabes que me cuesta controlar mis emociones. Pero sigamos, Víctor me dijo más cosas que debería comentarte, dijo que dentro de poco podría volver a... —Tom cierra los ojos, siente el aliento de Desmond sobre sus labios y, más tarde, un beso que trata de consolarlo. Un ósculo lento y suave que no logra quitarle un poco de la rigidez de sus belfos. Sabe lo que va a decir —tener sexo contigo.

Jadea por el horror de lo que esas palabras significan. Sabe que iba a tener que oírlas en un momento u otro, pero realmente tenía la esperanza de que aún no.

—Amo, odio el sexo, por favor, haré cualquier cosa que me ordene y jamás voy a rechistar, pero no quiero tener que hacer eso de nuevo. Dejaré que me golpee como le plazca, eso debería para saciar sus instintos ¿No es así? Tiene que haber una alternativa, por favor...

—Tomás... —susurra interrumpiéndolo y sosteniéndose el puente de la nariz.

—¡Por favor! Puedo hacerle un oral, como aquella vez, todas las que desee, puedo aprender a hacerlo mejor ¡Lo prometo! Pero no quiero que suceda lo otro, es horrible y-

—Tomás, cállate un segundo y déjame enseñarte una cosa.

Se paraliza por el tono demandante de Desmond. Cuando le da órdenes con una voz tan brusca y amenazante es cuando olvida que ese hombre fue humano y recuerda que, ante todo, es su señor.

—Desabotona tu ropa y cierra los ojos.

Tomás apenas puede obedecer una orden tan terrible. La situación no es la misma, pero esas palabras suenan exactamente iguales que cuando el hombre le ordenó desnudarse y ponerse en cuatro. Supo entonces que no tenía escapatoria y lo sabe ahora, solo que, en el pasado, ajeno a la humillación y el dolor de ser forzado, le quedaba aún la esperanza de que no fuese tan horrible. Ahora no le queda nada.

Con los dedos rígidos, logra abrir su bata y dejar expuesta la desnudez de su cuerpo entero. Sus piernas lechosas, su pecho llano, el abdomen con pequeños rollitos cuando se inclina y lo que más le asusta dejar a la vista, su sexo que no parece ya algo sobre lo que tenga propiedad.

Entonces cierra sus ojos y dice.

—Señor, sé que si me toma de nuevo volveré a querer morir. Y he fallado ya muchas veces como para hacerlo mal una más. Mientras usted duerme clavaré un cuchillo en mi pecho, yo no tengo fuerza suficiente, pero si me empujo contra algo sólido llegará al corazón. Moriré al instante, señor, sé cómo hacerlo.

El hombre lo calla con un casto beso, saboreando la sal que baja en riachuelos desde sus ojos.

—No tienes por qué amenazarme con morir, Tomás, no voy a herirte, pero quiero enseñarte que tener sexo puede ser bueno para ti también. Solo quiero darte una pequeña muestra ahora, sé bueno y si algo te asusta dímelo ¿De acuerdo?

—Pero el sexo es doloroso... y hace que quiera morir.

Desmond siente que su corazón se rompe al escuchar esa dulce voz pedir clemencia y ver que, pese a ello, el chico permanece quieto y abierto hacia él, dispuesto a ser receptivo con todo el dolor o el placer que sus deseos le mandan darle. Tomás es tan obediente, no merece recibir órdenes aterradoras.

—De acuerdo... —suspira, empezando a abrochar de vuelta los botones de Tomás y cubriendo esa piel que tanto ansía tocar. El chico abre sus ojos tímidamente, sorprendido cuando ve la escena. —iremos despacio, pequeño, lo que necesites, pero tienes que aprender a confiar en mí. Quiero mostrarte que no tiene por qué ser doloroso, así que la próxima vez que te pida que te desnudes y me dejes hacer con tu cuerpo lo que quiera quiero que trates de calmarte. Prometo que no haré nada malo y si veo que estás pasándolo mal me detendré.

Tom enjuaga sus lágrimas y asiente, después sorprende a Desmond con un abrazo suficientemente cálido como para que no tenga que apenarse nunca más por no poder andar bajo el sol.

—Gracias, gracias por no tratarme más como a un objeto.

—No lo eres —le responde correspondiéndole. —eres mío, pero eres mi humano, no mi comida ni mi juguete.




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