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Tomás está sentado en el regazo de Desmond mientras este habla jocosamente con Vlad y Víctor. Esos dos no suelen intercambiar muchas frases y cuando lo hacen no son amables casi nunca, pero su amigo común tiene una gran presencia y una risa contagiosa, así que logra reunirse con ellos en su salón sin volver el ambiente incómodo; él es el centro de atención en la conversación y eso está bien porque todos se sienten cómodos con ello.

Víctor está sentado junto a Vlad, solo que con un pequeño espacio lleno de aire y rencores entre ellos y, al lado de Vlad, está su esclavo canoso arrodillado. El chico parece invisible incluso para su propio amo y Tom se siente fatal por él. Se siente privilegiado al estar sobre su amo, acurrucado en su pecho para huir de las miradas de los demás y con una mano en su cabello, acariciando casualmente y haciendo que sienta ganas de ronronear.

Por primera vez en mucho tiempo, estar entre los brazos de Desmond significa estar seguro. No quiere desaprovechar esa oportunidad de sentir que su amo y él pueden ser felices juntos, pero a la par siente que se la está restregando en la cara a alguien que no podría ni soñar con estar en su lugar.

En la conversación el trío de vampiros se mencionan nombres y anécdotas que a ambos humanos no les conciernen, hablan también de un momento histórico que Tomás desconoce. No sabe si el otro humano tiene noción de él, su rostro no cambia con su mención, pero tampoco cambia jamás con ninguna otra cosa que no sea las órdenes de Vlad. Él, sin embargo, sabe que en su caso ese momento le es desconocido, la fecha que los vampiros mencionan no era sino un momento de los miles de momentos que pasó en el cautiverio de la casa de crianza. Le horroriza pensar en ese lugar y a la vez le trae recuerdos de Todd. Sigue preguntándose cómo estará, pero sigue sufriendo por el silencio eterno que responde a su pregunta. Los oídos de Tomás zumban cuando escucha su nombre en la conversación y desconecta de golpe con sus pensamientos, prestando inmediata atención a las palabras de Víctor, que es quien habla de él.

—Sí, sí, se portó fantástico en su visita. Tu esclavo también —dice ahora, volviéndose hacia Vlad. —¿Cuál es su nombre?

Vlad solo chasque la lengua.

—Nunca le puse uno. —dice como si fuese obvio.

—Oh... ¿Y qué nombre tenía antes de que lo comprases?

Tomás piensa en el chico anónimo. A él también le fue arrancado su nombre, su identidad; desearía hallar su firma, pronunciar cada una de sus letras como queriendo invocarlo. Quiere llamarlo a través del tiempo y que sepa que no está solo. Pero lo estuvo y posiblemente así murió.

—Nunca tuvo uno, fue mío desde que fue parido.

—Sí —interrumpe Desmond chasqueando los dedos y apuntando al muchachito. —¿Nunca te lo conté? Él es la mascota de toda la vida de Vlad, lleva cientos de años juntos e incluso lo crío él mismo. Cuando fui convertido recuerdo que Vlad y yo solíamos entretenernos mucho con él, es un chico resistente. —ríe negando con la cabeza por el recuerdo de sus tiempos en que era un neófito. A Tom se le escama la piel por el significado de esas palabras. —¡Lo siento, pequeño! Fui un bestia contigo, pero era solo un recién creado.

El chico no reacciona por la disculpa de Desmond, solo asiente como si su cabeza fuese la de una marioneta y deja la vista clavada en el suelo. Sin vida.

—¿Tú lo has probado? —pregunta Vlad dándole un pequeño codazo de Víctor y sonriéndole por primera vez.

El vampiro niega casi con escándalo.

—Está en mala condición, no querría dañarlo.

—Para eso está. —dice encogiéndose de hombros. Vuelve a mostrar un rostro serio.

Los vampiros miran por la ventana mientras bufan fastidiados, así que Tom los imita en lo primero. El cielo oscuro empieza ya a mostrar las primeras pinceladas del amanecer, por lo que deberían ir a dormir. Víctor es el primero en irse, insistiendo en lo muy beneficioso que es un buen sueño para su humor, después es Vlad quien se levanta, no para acostarse él sino para mandar a su esclavo afuera a empujones. El chico no está siquiera resistiéndose o andando lento, simplemente se trata de que su amo ama violentarlo y tratarlo con rudeza cuando no es necesario. Se apena al ver al chico siendo pateado fuera de la casa cuando él mismo estaba dispuesto a irse sin rechistar. Después de eso, el cruel amo se vuelve hacia Desmond, mirándolo con una sonrisa ladina.

—¿No vas a sacar a tu mascota? Lleva varios días durmiendo aquí dentro por tus descuidos, deberías hacer algo antes de que se acostumbre.

Pese al calor de la hoguera, Tom puede sentir el frío invernal volver a su piel. Le llena de zozobra la idea de volver a dormir a la intemperie sin más que un fino ropaje para protegerle.

—No quiero que enferme, lo dejaré dormir dentro.

—¿Vas a qué? —pregunta Vlad, tan sorprendido como Tomás, pero sin una pizca de su alegría. —Las mascotas tienen que aprender su lugar, incluso si es solo para dormir.

—Lo sé ¿Y qué mejor lugar que con su amo? Después de todo, está aquí para servirme. —Desmond dice con orgullo, levantándose. Tomás se cae de su regazo y apenas logra estar de pie después de tambalearse peligrosamente. —Sígueme, mascota, ahora tu función es también calentar mi cama para que duerma más agradablemente.

Tom lo mira con los ojos como platos ¿Le dejará dormir en una cama? ¿En su cama?

—¡Además lo dejaras dormir contigo! Es... repugnante ¿Qué diría Morien de esto?

El rostro de Desmond cambia de un segundo a otro, pasando de ser ecuánime a totalmente aterrador.

—Morien está muerto, no tiene que pensar nada sobre lo que hago y lo que no hago. —responde con voz cavernosa. Acto seguido toma a su mascota de la muñeca con fuerza y le da la espala a Vlad.

Tom sigue al enfadado rubio escaleras arriba a duras penas, su brazo palpita bajo la presión de los dedos de su amo y él da saltos desesperados cuando sus tobillos punzan tratando de igualas las grandes zancadas con que el tipo atraviesa el pasillo. Tom es arrojado dentro de la habitación de Desmond con desgaire y este entra tras él, dando un tremendo portazo. Ya una vez dentro se permite respirar hondo y calmarse, aunque sea solo un poco. Tom lo mira y después mira la cama, tragando saliva. No le parece ya una tan maravillosa idea meterse en las sábanas de ese hombre. Mira la cama con horror, viendo en cada sombra, en cada arruga, la mancha de su vergüenza. Jura ver su sangre en ellas, sus gritos bajo la almohada, la forma de sus uñas amoldada en el colchón.

Entonces es tocado. Dos manos rodeando su cintura, los dedos le rozan el vientre haciéndole hundirlo, las palmas lo atrapan como a una presa indefensa. El vampiro intenta ser dulce después de haberlo asustado con su arranque de ira, pero en sus manos el chico no puede ver que las garras que una vez lo clavaron en esa cama y le arrancaron la dignidad. Se esfuerza por calmarse, por recordar la promesa de ser mejor amo que el vampiro ha cumplido hasta ahora y aunque logra sosegarse un poco no es suficiente para que deje de hiperventilar o para que sus dientes no castañeen. Desmond se inclina, pone la boca en su cuello y dice:

—Tranquilízate, Tomás, solo vamos a dormir. No te pasará nada malo, dormirás aquí, caliente y sobre una cama cómoda ¿No estás contento? Y mañana al levantarme ordenaré que te traigan un desayuno. Después te desnudaré e iremos a darnos un baño juntos y haremos lo que hemos pactado antes ¿De acuerdo? Te haré sentir bien.

—¿Parará si algo... si no puedo tomarlo? —pregunta con los ojos todavía clavados en esa cama que luce como una cruz con clavos que pertenecen a sus manos.

Desmond lo conduce lentamente al lecho, lo amolda con sus manos haciéndolo subir y tenderse a su lado, como si fuesen amantes empalagosos.

—Pararé. —asegura con una voz que lo arrulla. —Ahora duerme, no pasará nada malo. Voy a protegerte.

Tomás asiente y su pecho se sosiega. Late despacio, al son de unas palabras que empieza a creer. La cama es suave y cómoda, en ella no hay piedras, ni tierra húmeda u horribles vendavales que amenazan con hacerlo ondear cual bandera. En esa habitación solo hay oscuridad, calor y el sonido de su respiración agitada apagándose poco a poco.

Desmond no se duerme tan rápido como Tomás, sino que se queda a su lado observándolo y pensando en él. Un insomnio horrible lo azora y tiene la certeza de que no podrá dormir un solo minuto. Aprovechado eso baja silenciosamente de la cama y sale un momento a su despacho para comunicar que quiere que a Tomás se le traiga un desayuno delicioso a primera hora de la noche. Insiste a sus súbditos en que no despierten al chico al traerle su comida y reitera que quiere una comida realmente sabrosa. Los empleados asienten algo dubitativos y Desmond les recuerda que serán reprendidos si fallan en acatar sus órdenes, después corta la comunicación y vuelve a su dormitorio.

El mal genio le abandona de repente al ver al muchacho hecho un ovillo en la cama, al principio no lo encuentra y, tras esa enorme impresión, da un nuevo repaso a la estancia. Le conmueve percatarse de que no había visto a Tom porque su cuerpecillo no se distingue de alguna de las grandes almohadas que tiene en la cama. Se acerca despacio a ella con su vista posada en el chico y una sonrisa tan grande que siente que necesitará más mejillas.

Tom tiene ya la mayoría de edad, de no ser por la hegemonía vampírica él estaría en la universidad o podría estar ya trabajando, conduciendo un coche, pagando un alquiler... pero sigue siendo un niño. Él no ha podido terminar la escuela, no ha podido aprender, crecer o conocer un mundo más allá de las pareces grises de la casa de crianza. Mientras se abraza a sí mismo, el chico gimotea en sueños como una pequeña criatura. Le apena verlo así, por ello se recuesta a su lado y lo tapa. Ahora hace menos ruido, presupone que porque se siente más seguro. Entonces intenta abrazarlo, pero el mero contacto de su piel con la de Tom llena la de este de vellos erizados, sudores fríos y un pulso creciente. Su cuerpo le rechaza y no hay más culpable ahí que él mismo, por haber intentado forzarse en el menor de ese modo. Tomó sin permiso su carne y se introdujo brutalmente en ella, no le extraña que ahora lo escupa y lo aleje a toda costa. Y pese a ello Tom sigue siendo bueno con él, no solo es obediente porque está asustado, sino que además es comprensivo.

—Mi pequeño angelito... —murmura mientras él también se hunde en las sábanas, sabiendo que pasará el día despierto, incapaz de sacarse a Tom de la cabeza.

Durante el largo día Desmond planea lo que hará con su mascota a la noche ahora que dispone de más tiempo para dedicarle. Quiere que se sienta cómodo sirviéndole y que algún día se enorgullezca de ser su mascota, que proclame con voz firme que Desmond es su amo y que no lo querría de ningún otro modo. Pero ¿Cómo hará que Tom le elija si ya le quitó esa oportunidad? Él lo ha comprado, no puede fingir Tomás es ahora libre de quedarse a su lado. No lo es y jamás lo será.

Solo tiene dos opciones: vivir como su mascota o morir. Liberar a un humano o retornarlo a la casa de crianza es dejarlo perdido en un mar lleno de tiburones, sería cuestión de tiempo que otro amo tomase a Tomás bajo su tutela y fuese como él o peor. También existe la posibilidad de que el chico encontrase por fin un vampiro digno de ser su propietario, pero él sabe bien que quedan muy pocos corazones puros en el mundo y que su mascota, con su grácil debilidad y sus tiernas expresiones no atrae precisamente a esa clase de bebedores de sangre.

El hombre queda en trance cuando esas horribles ideas encontradas luchan en su mente por una solución imposible, pero vuelve en sí cuando la puerta de su habitación se abre discretamente. Uno de sus trabajadores entra sin hacer ruido alguno, le hace una reverencia y deja sobre el buró que tiene junto a la cama una bandeja con comida.

Se acerca a curiosear qué le han preparado a Tomás y mira antes por la ventana, asegurándose de que, aunque ya anochece aún dispone de tiempo suficiente antes de que el humano despierte para pedir otro platillo si ese no le convence. El plato se compone de una tostada de pan untada de crema de aguacate y con un huevo frito encima, a su lado hay un pequeño cuenco con plátano troceado, moras y fresas, todo cubierto por un pequeño chorro de miel. También han traído un vaso de agua. Huele un poco la comida, pero solo siente apatía hacia los aromas de alimentos, así que acaba tomando la decisión de quedarse con ese plato meramente porque luce bonito y colorido.

Tom se revuelve en la cama haciendo algunos soniditos y él pone una mano en su hombro y lo mueve muy despacio.

—¿Q-Qué pasa? —pregunta mientras bosteza y con los ojos cerrados. Se los frota con un puño mientras alza al otro para desperezarse.

—Ya han traído tu desayuno, cómelo antes de que se enfríe.

Desmond se entristece al ver que su voz activa de golpe al pequeño como si fuese un bofetón en el rostro. El chico abre los ojos rápidamente, palidece un poco viendo alrededor y comprobando que realmente a ha dormido con el vampiro y acto seguido mira a Desmond esperando sus órdenes.

—No necesitas asustarte, relájate mientras desayunas. —le alienta, acercándole la bandeja.

El chico cierra los ojos y da una profunda respiración, deleitándose con el aroma de la comida recién cocinada. Su boca se hace agua mientras toma los cubiertos y corta la tostada, dejando que la yema se derrame por el plato y empape el pan.

—Gracias por la comida, amo. —dice sin separar sus ojos del primer pedazo de pan hasta que se lo lleva a la boca.

Lo devora con rapidez y pronto ataca el segundo, rebañando el plato y engullendo como si su vida fuese en ello. Desmond ríe al ver al chico comer prácticamente olvidando que había empezado usando cubiertos. Toma el rostro del menor limpia algo de aguacate que le ha quedado en la barbilla por comer de forma tan desordenada y el chico ríe al darse cuenta de lo mucho que se está manchando la cara. Desmond empuja el pulgar dentro de su boca, haciendo que el chico lama el dedo hasta limpiarlo, después lo retira y él mismo desliza seductoramente la lengua allí donde ha estado la del menor. Tomás se sonroja enormemente y desvía de nuevo la atención hacia su plato, ahora buscando con el tenedor una fresa.

—Veo que te gusta. —comenta risueñamente el vampiro.

—¡Esta delicioso, señor! —dice con la boca llena de fruta.

Tiene los labios brillantes por la miel y las mejillas llenas como si fuese una ardilla, así que Desmond no puede resistirse a acariciar su cabeza gentilmente y reír enternecido.

—¿Has dormido bien? —pregunta después de que el chico mastique y trague.

—S-sí, su cama es mucho más cómoda que tener que dormir fuera. Me pregunto... ¿Ha sido solo por hoy o...

—No te preocupes —lo corta Desmond al notar como el chico, avergonzado, va bajando su tono de voz. —, vas a dormir conmigo todos los días.

El chico asiente luciendo feliz y Desmond querría repetirle la misma frase toda la noche si supiese que con ella va a tener la misma expresión hermosa por parte de Tomás. Cuando llora aterrorizado es sin duda apetecible, pero cuando sonríe de esa forma tan sincera es deslumbrante.

El chico termina rápido sus dos platos y el vaso de agua que parece despacharse de un solo trago, así que al verlo satisfecho y lleno Desmond se levanta.

—Bien, iremos a bañarnos juntos ahora ¿De acuerdo?



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