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—Vamos a las montañas para un acuerdo comercial. —dice un alfa con simpleza, no le revela nada a León realmente. —Y tú eres una pequeña sorpresa para los Seth.

—¿Por qué?

—Ah, me duele la cabeza. —advierte uno de los alfas, ignorando la pregunta de León, entonces añade: —Menos mal que antes del mediodía habremos llegado y no tendré que oírte más.

El corazón del chico se acelera de repente. Si están llegando significa que lleva por los menos dos días inconsciente en ese carruaje y a eso debe sumarle unos días más inconsciente, los que pasó en tierras de Kez mientras decidían que hacer con él.

Se mira el cuerpo, sabiendo entonces que los morados son de alfas que, aunque hayan respetado su virginidad por asuntos ajenos a él han hecho con su cuerpo todo lo que han querido. De repente se siente repulsivo y tiembla de frustración. Quiere ducharse.

Antes se duchaba a diario, aunque fuese en el río tras el castillo de los Kez, debía hacerlo a menudo y con fuerza para eliminar de su cuerpo el aroma de los débiles feromonas que podían delatarlo. Ahora que se ha presentado su primer celo ya no tiene sentido, no puede ocultar lo que es de los alfas.

Su vida de ahora en adelante será como estar encerrado en ese carruaje solo que con más alfas que quizá no tengan la consideración de responder a sus preguntas y que tiene bien claro que no van a respetar su virginidad. León se apena de no tener el cuchillo que su madre le dio encima, de ser así lo usaría para seguir su consejo, pero él ya perdió esa oportunidad hace tiempo y no hay forma de recuperarla. Quizá, si tiene suerte, alguno de los brutales alfas de Seth lo mata la primera noche. Sí, eso sería algo bueno en comparación a lo que le espera si sobrevive en las tierras de esos monstruos despiadados y primitivos.

El resto del viaje León lo pasa tirado en el suelo, viendo a los guardias cabecear. Agradece haber pasado su primer celo inconsciente, sobre todo porque sabe que no llegará al segundo. El viaje dura apenas tres horas más y el chico las pasa pensando en su familia y en los tres años que ha pasado sin ella.

El primer año que logró llegar a Kez lo pasó aterrado, viviendo en el bosque como un salvaje y comiendo restos que encontraba en el suelo de las calles más cercanas a la zona boscosa. El segundo año se recompuso poco a poco porque el frío invierno lo forzó a intentar fingir ser un beta y vivir en esa gran y odiosa ciudad. Debía hacer algo o moriría de frío y aunque lo intentó siempre acababa robando algo de dinero y pasando una u otra noche en cualquier posada, huyendo de una muerte que pensaba que deseaba.

El tercer año pensó que se había vaciado de dolorosos recuerdos, que lo había ahogado todos en lágrimas que ya no podía llorar. Ahora, sin embargo, salen a flote, igual que un llanto tan desolador como el del día que su padre y su hermano no volvieron de cazar y que vio como su madre perdía a su hijo no nato y la vida de un mismo mordisco.

Se le revuelven las tripas, pero no tiene nada como para echar, así que rota en el suelo, quedando de lado, y empieza a notar que el calor y la sed le dan un extraño y vaporoso sueño. Empieza a quedarse dormido, mecido por el traqueteo del compartimiento en que viaja, pero de golpe se desliza sobre el suelo como si le diesen un tirón y los guardias se despiertan de golpe. León levanta la cabecita con miedo, soltando algunas feromonas que huelen a vainilla, y tarda medio minuto en entender que se han parado. Oye otros muchos caballos relinchar y escucha a personas pisar tierra firme.

Huele el frescor de la montaña, tan delicado, natural y diferente del que se respira en el reino de Kez. Ahí solo huele a alfas, alcohol y cenizas, poco a poco la naturaleza se deteriora bajo el comando de ese hombre y sus aromas suaves se desvanecen como humo de incienso. Cuando un año después de todo lo ocurrido León se enteró de que la zona silvestre y hermosa donde había vivido su pueblo era ahora una base militar se le cayó el alma al suelo.

Uno de los guardias baja y el otro se queda a custodiarlo. Como no le quita el ojo de encima y León está horriblemente incómodo pone la cara contra los tablones de madera y se oculta, intentando a la vez prestar atención a la conversación que sucede afuera.

—Oh, por los dioses —dice el guardia que ha salido, acto seguido León escucha algo caer al suelo y adivina, por lo siguiente que dice, que se ha arrodillado con prisas: —Gran coronel Kajat, jamás creí que su majestad de Seth enviaría a alguien tan importante para un simple acuerdo comercial. Discúlpenos, mi gran coronel, nosotros somos solo guardias reales de bajo rango.

León siente que el cuerpo entero le tiembla y odia las muchas feromonas que su omega asustado derrocha al imaginar qué clase de alfa debe ser Kajat como para que ese intimidante guardia real suene ahora asustado.

—No soy más importante que los guardias de bajo rango —dice eso con un tono receloso, imitando al lobo marrón. —o que los mercaderes que me acompañan para este intercambio. Estoy aquí para protegerlos porque en nuestra manada nadie es dejado atrás.

—Por supuesto, gran coronel.

León siente un escalofrío cuando procesa la voz de Kajat: áspera, demandante y llena de seguridad. Una vez oyó la voz de mano de un alfa de las tierras de Kez y pese al enorme miedo que sintió, no se sintió ni la mitad de tenso que ahora escuchando a Kajat hablar con normalidad.

Le parece extraño a él también que hayan mandado a un coronel, a uno de los grandes líderes del ejército, a un simple acuerdo económico, pero luego recuerda que los lobos negros tienen fama de ser barbáricos y comprende que quizá le han mandado como sicario por si las cosas se ponen feas. Su cuerpo se estremece entero y el guardia que está en la cabina con él ríe bajo.

—Diles a tus hombres que descarguen mis carruajes y hagan el recuento de la mercancía. Después podéis pagarnos y cuando mis hombres hagan el recuento del oro podréis guardar las mercancías en vuestros carruajes.

El alfa da cuatro gritos bruscos que alarman a León. Se oyen distintas pisadas en la tierra y escucha como los hombres salen de los carruajes paralelos al suyo para descargar los del coronel de los lobos negros. Su corazón se dispara, pronto será entregado a ese temible Kajat.

—Mientras tus hombres hacen el recuento, déjame darte un mensaje de parte de su majestad el rey Dem y del consejo real. —un silencio incómodo se forma y León imagina que el alfa asiente porque el coronel carraspea y procede a decir: —Esta es la última transacción económica que la casa Seth hará con la casa Kez a precios tan bajos. Considérelo una muestra de compasión del rey y el consejo respecto a la creciente pobreza de sus territorios y una forma de disculparse por si nuestra realeza ha causado alguna ofensa al rechazar la mano de Lady María —el hombre hace una pausa y añade, en tono casi socarrón. —varias veces hasta el momento.

—Le haré llegar el mensaje a su majestad el rey Dem. —dice el alfa apresurado y conteniendo la ira que posiblemente empieza a formarse en su vientre.

A lo lejos un mercader grita:

—¡Dos hileras enteras de lana, dos cajas de joyas, cinco de semillas para plantaciones hibernales y diecisiete de artesanías! Mi señor, está toda la mercancía. —dice el chico, respirando ahogadamente.

—Bien, tráele el dinero al coronel. —ordena el alfa, el otro, que debe ser un beta, corretea a toda prisa hacia otro carruaje cerca del de León y este suspira con angustia por lo que está por venir. —Mientras tus comerciantes cuentan el dinero —dice el alfa, en un tono ahora más bajo que a León se le hace trabajoso oír. —, querría yo también comunicarle algo de parte de su altísima majestad del rey Dem de la manada de Kez.

—Adelante. —aunque más que un permiso, el tono de Kajat suena a orden y eso hace el omega de León se revuelva dentro suyo pidiéndole ir corriendo cual cachorrito y arrodillarse sus pies. León se resiste con un gruñido.

—En agradecimiento por su amabilidad y como petición de que se siga teniendo en cuenta a Lady María para ser desposada por el heredero del reinado de la manada de Seth, por favor, acepten un exótico regalo.

—La manada Seth ha dejado ya muy claro y en numerosas ocasiones que el heredero no desea casarse con la omega de la manada Kez, —dice Kajat en tono torvo —no aceptaré nada si es a cambio de un precio que la corona no está dispuesta a pagar.

—Es un regalo —insiste el alfa con tono seductor —, no hay nada que la corona Seth nos deba por ello, sino no sería un regalo. Lo único que pedimos es que, si el regalo es su agrado, el príncipe heredero, cuando esté por fin interesado en contraer matrimonio y repase su lista de casas que buscan a un alfa que despose a los omegas, tenga, por favor, en cuenta que casa le obsequió con el regalo que tanto es de su agrado.

—Y dime ¿Qué clase de dádiva podría ser tan maravillosa como para que la corona tenga a su reino en más alta estima que ahora? Debo recordarle —empieza, siseando amenazantemente y con soberbia, lo que hace al omega sentirse sumiso. —que la gran mayoría de lujos que la corona Kez tiene en este momento a su disposición vienen de la amabilidad de mi reino.

—Y le estamos agradecidos —reprende con falsedad. —, de ahí el regalo. Le traemos un pequeño y hermoso omega para el disfrute y uso de su príncipe heredero.

León siente que el mundo se le cae a los pies. Piensa en el príncipe usándolo, destrozándolo y quiere huir de su piel. El lobo lo araña por dentro y su corazón duele como el mismo día en que se volvió un lobo sin manada.

Se escucha una risa sarcástica.

—¿Un esclavo omega? No me hagas reír, la fortaleza Seth tiene a los omegas y betas más serviciales, leales y hermosos de todo el mundo. Y si insinúas que este siervo es de esos que sirven no a las familias, sino a los jóvenes alfas a desfogarse en su habitación —el hombre ríe de nuevo, a León se le hiela la sangre y empieza a sudar frío. —, créeme que en la corte el heredero tiene a su disposición a todos los omegas que quiera, podría coger a cualquier criado y desquitar sus instintos recién despertados con él o ella ¿Por qué cree el rey Dem que un criado extranjero, venido de sus tierras pobres, sería mejor que uno de los que el heredero ya tiene en su propio palacio?

—Dígame ¿Se oye hablar en la fortaleza real de los lobos blancos? —cambia de tema abruptamente.

León siente vértigo, una sensación punzante le atraviesa la tripa y a su paso deja un rastro de hielo. Se congela, el dolor lacerante arrancándole lágrimas que ya ha llorado mil veces, y todos sus recuerdos felices volviendo a él como una tortura. Piensa en los pelajes suaves de los lobos de su manada, en cómo llevaban a cabalgar a los niños y como cuando volvían a ser humanos toda la aldea se ponía en fila y se trenzaban el largo pelo unos a otros. Ahora nadie más tendrá esos recuerdos, nadie más conocerá la gentileza, las costumbres y el hogar de los lobos blancos, porque León es el único que queda y es, como todos los de su raza, incapaz de dar a luz a un lobo engendrado por un alfa de otra manada.

Se siente fútil, pero se enjuga las lágrimas, preparándose para fingir que está más entero de lo que realmente está. Si se muestra débil frente a un lobo negro ya puede ir cavando su tumba, aunque no tiene demasiadas esperanzas porque nadie le dice que siendo rebelde vaya a irle mucho mejor. La diferencia, piensa, está en morir rápido o no.

—Los lobos blancos son una leyenda que todo lobo que respete a los dioses ha oído y nuestro reino no es una tierra abandonada de las manos de los dioses, en absoluto —recalca Kajat con todo ofendido. —, pero espero que no pienses que somos tan ingenuos. La raza de los lobos blancos existió antaño, cuando no había guerras, pero todo lobo sabe que se extinguieron milenios atrás, víctimas de su carácter afable y de presa.

—Eso pensaba también su gran majestad Dem, pero en una expedición —el hombre hace una pausa, como preocupado— una de sus tropas halló una pequeña aldea, una aldea de lobos blancos... Tuvimos que sacrificar a los alfas para prevenir cualquier guerra y a los betas también. Los omegas que restaron fueron pocos, una raza débil incapaz de soportar los embarazos o hasta el sexo si eran muy jóvenes, pensamos que todos habían muerto al año de hallar esa aldea y traer a los omegas con nosotros, pero resultó que uno huyó y halló la capital de Kez por su cuenta, fingió ser beta y afeitó su cabeza. Si no fuera por que hará una semana entró en celo en un lugar público, no lo habríamos encontrado. Pero lo hicimos y el rey Dem quiere ofrecérselo como regalo, el último omega de la raza de los lobos blancos —expira con cautela y un halo de misterio, dejando que un corto silencio se apodere del momento y León pueda escuchar su propia respiración irregular —¡Tráelo!

El grito hace dar un repullo al peliblanco y lo siguiente que sabe es el que el alfa lo ha tomado con fuerza del brazo, presionando los hematomas, y lo saca a rastras. El sol lo golpea de lleno y sus ojos sensible se cierran. León no ve el escalón y tampoco lo baja, el alfa lo arrastra sin cuidado, haciendo que sus pequeños pies resbalen por la tierra rocosa y se haga un par de cortes. El chico chilla cuando nota al otro alfa cogerle el brazo libre y alzarlo. Se siente crucificado y entiende que lo están exponiendo ante Kajat para que decida si lo acepta o no. León no sabe que opción le da más miedo, pero lo descubre cuando abre los ojos poco a poco y ve al comandante.

La imagen del comandante le opaca el sol sin dificultad y su oscura figura se erige en un paisaje desolador que le hace retener el aliento. Dos caballos negros y gigantescos descansan a su espalda luciendo como corceles salidos del infierno, guardando un carruaje enorme donde León teme hallar su fin. El hombre que lo encara viste solo con fino cuero color tierra y lleva a la espalada un mandoble más largo que el cuerpo del pobre omega. León entiende por qué el hombre no lleva armadura así como también el porqué de los gigantes caballos y la gigantesca espada: él va en proporción.

Podría jurar que no es humano. Kajat hace a los alfas frente a él lucir pequeños y macilentos, los devora a ambos con su corpulenta sombra. León tiene sus piernas a la altura del rostro, tan anchas y musculosas que parecen las de un hombre a medio transformarse en lobo; sube, hallando un torso igual de trabajado y unos brazos que ocupan, cada uno, más que el delgado torso del omega, cruzados sobre su abultado pecho. León traga saliva, puede incluso ver la hipertrofia de los músculos tras el cuello. Parece una bestia. Y sobre ese imponente encuadre un rostro de mandíbula cuadrada, labios delgados y ojos grandes y oscuros lo examina.

Tiene el cabello corto y negro como el carbón, frondoso como las dejas, las pestañas y una barba que apenas empieza a crecerle. Y aunque su expresión dura hace que el omega gima y se resista en vano contra sus captores, queda paralizado cuando el hombre rompe sus defensas y lo mira totalmente boquiabierto.

—Es... no puede ser —dice alejándose un paso del omega, como si fuera él el asustado. Después olfatea el aire, reconociendo las dulces feromonas de terror. León suplica e implora, pero los gritos son ignorados por todos los presentes. —, es un lobo blanco de veras.

—Así es. —dice con orgullo el guardia que lo ha arrastrado afuera. —¿Aceptaría llevarle este regalo al príncipe?

—Por supuesto. 




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