Damián despierta pronto, las clases empezarán en una hora, así que tiene tiempo de sobras para vestirse, tomar algo y perder un poco el tiempo. Quien no parece controlar muy bien la situación es Lucas, el chico ha olvidado poner a cargar su móvil por la noche, así que Damián sabe que no va a sonar ninguna alarma; lo correcto sería despertarlo de inmediato para no hacerle perder el tiempo, pero solo toma asiento en el suelo y se queda mirándolo. Es tan tierno, tan pequeño y tan jodidamente... para, Damián. El alfa dentro suyo gruñe y araña, pero aunque duela sabe que lo correcto es no dejar que el lobo cace nunca sin principios. Y sabe que lo que su lobo pide ahora mismo va en contra de sus principios.
El día anterior Lucas y él no pudieron hablar o, mejor dicho, él no pudo hablar y Lucas no quiso. El chico se comportó esquivo, cenó rápido y se fue a dormir al sofá-cama a una hora sorprendentemente temprana. Parecía que odiase a Damián y, bueno, él mismo declaró algo parecido al día anterior, pero Damián no iba a creerle. No le conocía, no podía odiarle. Sí, Damián se dice a sí mismo que va a hacer que Lucas se trague sus palabras o, sino, al menos se convertirá en la excepción de la regla.
Cuando lo ve dormir, Damián tiene que morderse fuerte el labio y respirar hondo para calmarse. Mala idea, el aroma dulce el alfa inunda sus fosas nasales y recorre todo su cuerpo como fuego líquido. El chico gimotea palabras ininteligibles y se abraza a las sábanas, después emite un par más de quejidos y frunce el ceño. Está teniendo un pesadilla, así que aunque sea tierno Damián opta por despertarlo. Se acerca a él con pasos silenciosos y observa su rostro pálido y pequeño, extiende la mano, acunando la diminuta mejilla en ella. Su piel es cálida y suave —y dulce, apuesta a que es dulce como la miel—, tanto que Damián realmente no quiere dejar de tocarla. El chico se queja de nuevo en su sueño y luce lastimero, así que Damián acaricia la mejilla con su pulgar, tratando de calmarlo, entonces la yema de su dedo roza la comisura y después los labios. Damián, sabe que debe apartarse de ahí antes de actuar como un alfa imbécil. Él toma aire, antes de intentar apartarse.
Lucas abre los ojos de golpe, lo primero que ve es el rostro serio de un alfa encima suyo; después el aroma a excitación le recorre el cuerpo como un estímulo eléctrico y le hace activarse. Nota la mano en su mejilla, cálida, no, ardiente. El omega dentro de él se siente acorralado, amenazado. Actúa.
—¡Ah! ¡Suéltame! ¡Lucas, ya está, ya! —grita el alfa mientras sacude su brazo tratando de librar del pequeño.
Los dientes se clavan en la palma de su mano con crueldad y nota la piel pulsar contra la presión dolorosa. La cabeza del chiquillo se sacude con los vaivenes de su mano y nota la fuerza del mordisco aumentar con el tiempo. El alfa pone la mano contraria en la frente del chico y empuja la cabeza contra la almohada, después tira de su mano mordida en dirección contraria, logrando soltarse. Cuando todo termina mira su mano enrojecida, distinguiendo a la perfección las hendiduras de los dientes de Lucas. Se pregunta cómo pudo pensar que era adorable hacía unos segundos. Ese pequeño diablo...
—Mierda ¿Estás loco o qué? —pregunta agitando la mano en aire, tratando de calmar la quemazón.
—No me toques sin mi permiso. No vuelvas a hacerlo, nunca. —advierte el chico con la voz temblorosa y el cabello aún revuelto. Su pecho sube y baja deprisa debajo de las sávanas.
—Entendido, entendido. Menudo mal madrugador... —se burla el alfa, Lucas le asesta una mirada asesina y él sigue riendo. En cierto modo, vuelve a pensar, es lindo, como un cachorro gruñón. —Me alegro de no haber puesto otra cosa contra tu cara. –bromea y estalla en carcajadas al ver los ojos del omega abrirse como platos y el color subir a su rostro.
—¡Si haces eso la arrancaré de un mordisco, asqueroso!
Lucas se siente nervioso y avergonzado. Los alfas siempre proponen cosas indecentes que él rechaza incansablemente, pero Damián luce tan confiado al hablar así y es tan explícito que realmente no puede controlar su reacción; el chico salta de la cama, corriendo hacia el baño.
—¿A dónde vas? —pregunta el otro, sorprendido por sus prisas.
—A lavarme la boca, no quiero que me contagies nada. —le reprende el hombrecito buscando un cepillo de dientes en su neceser.
—¿Yo? Eres tú el perro con la rabia.
—¡Y tú eres... —su frase es interrumpida cuando alguien golpea la puerta de entrada.
Agradece enormemente que Marcel haya venido a salvarle de su torturador. No lleva ni un día viviendo con un alfa y ya ha tenido problemas de acoso, así que no está muy feliz estando cerca suyo.
—¡Marcel, gracias a Dios! —exclama, abriendo la puerta. Cuando lo hace primero sonríe y después su cara vuelve a la típica mueca de enfado que suele vestir cuando sale de casa.
—¿Esteban? —pregunta Damián, acercándose también al marco de la puerta y saludando con la mano. Su amigo le responde alzando la cabeza y mirándolo con cara de pocos amigos.
—Sí, he venido a buscarte así que por Dios vámonos y llévame lejos de este imbécil. —dice sin escrúpulos, volviendo la vista al beta. Marcel le devuelve la mirada de forma fría y el otro solo chasquea la lengua antes de apartar la mirada.
Ambos alfas se marchan primero, el más grande de todos despidiéndose con un gesto amable de Lucas, quien solo rueda los ojos y da un portazo estruendoso.
—¿Qué tal la primera noche? —pregunta su amigo sentándose en el sofá cama mientras Lucas busca cereales en la despensa. El chico lo mira con los cabellos enmarañados, grandes bolsas y una expresión asqueada; niega.
—No quiero hablar de ello ¿Tú que tal? ¿Leche con cereales?
—Bien. Ya he desayunado. —le responde cortésmente, el otro solo se encoge de hombros y va con él al sofá-cama sosteniendo un tazón en sus manos, aun vistiendo el pijama.
Lucas se muere de vergüenza cuando nota que Marcel está mirando de forma curiosa su indumentaria; al bajar la vista y comprobar que viste un pijama con dibujos de perritos infantiles se siente un completo idiota. Seguramente el alfa debe estar riéndose de él ahora mismo, pero ¿Qué más da lo que piense de él? Lucas se dice que nada, Damián es solo un imbécil más.
—¿Y cómo es que ha ido bien? Tu compañero sonaba como un auténtico cretino. —comenta Lucas con su boca medio llena de cereales. Marcel lo mira con cierta reprobación, pero no le regaña por ello.
—Lo era. —dice con simpleza, su mirada fría y labios serios le dan un aura aterradora a su respuesta y Lucas lo mira asustado.
—¿E-Era?
—No lo digas así, no le he matado algo por el estilo. Solo he tenido que... —el chico deja morir las palabras en su boca y muerde la cara interna de su mejilla, escrudiñando su cerebro en busca de las palabras adecuadas. — que domarle.
Lucas abre la boca de par en par y lo mira sorprendido. Después se seca la leche que cae por su barbilla cuando su amigo lo mira con asco. Traga la comida avergonzado y vuelve a hablar.
—¿A qué te refieres con domarlo? Él es un alfa...
—Él es un alfa y yo un beta, lo sé, pero mírame. Soy grande y fuerte, puedo someter a un alfa y eso hice anoche; él quería someterme a mí, únicamente le enseñé humildad. —el cuerpo de Lucas se congela, no puede creer lo que está oyendo, no puede entenderlo tampoco o, mejor dicho, no quiere. El omega aúlla dentro de él por las palabras rudas y el tono indiferente, su imaginación vuela y termina temblando mientras mira a Marcel con incredulidad. —Oh, no, no. No es lo que crees, nunca haría algo así. Solo le humillé y le hice pedir perdón, no fue nada grave, lo único que salió mal parado fue su orgullo.
Lucas suspira largamente, aliviado. El otro lo mira con más calma, odia que piensen en él como si fuese una de esas bestias temperamentales. Marcel es un hombre moderado y siempre, siempre sigue sus propias leyes.
—Menos mal, eso había sonado realmente aterrador... —confiesa viendo como a su amigo se destensa un poco. —Entonces, sabiendo esto, creo que es buena idea tenerte como amigo. —ríe Lucas; él sabe que Marcel no es su guardaespaldas, pero si ahuyenta a algún que otro alfa se lo agradecerá de por vida. —Ah, me encantaría ser como tú a veces y poder plantarle cara a los alfas seriamente. Rompería un par de caras, o un par de miles de cares.
—No creo que fuese buena idea que tú te enfrentases a un alfa, ni aunque fueses fuerte. Ellos tienen su voz, si algún día uno la usa en ti sería malo. —La voz. Lucas se paraliza, su cuerpo preso de una voz que jamás ha escuchado.
La sola idea le da escalofríos, de esos que te hielan hasta el tuétano de tus huesos y dejan tu cuerpo impregnado en un terror que sobrevive a tu misma muerte. Un alfa pudiendo someterlo con solo palabras no suena demasiado tentador, aunque él sabe que la fantasía de cada omega es tener a un alfa fuerte que te ordene con voz gruesa y poderosa, pero... eso solo termina bien en las fantasías. Lo sabe.
—Ugh, solo pensarlo me pongo enfermo.
—Ya lo veo. —asiente el otro, olisqueando el aire. El aroma de los nervios y la incomodidad de Lucas llena la estancia y Marcel se siente algo atosigado por ello, no disfruta de los aromas dulzones de los omegas. —¿La han usado en ti o algo parecido?
—Algún gilipollas la usó en mi padre una vez cuando yo era pequeño y él vino a buscarme a la escuela. Ugh, solo... —Lucas esconde la cara entre las manos, el recuerdo no es lúcido, pero sí poderoso. No recuerda al alfa, pero sí la forma en que padre le miró, justo como si fuese la última vez que iba a ver a su hijo y quisiera gravarse la imagen en sus retinas. Le miró como si fuera a despedirse —Él tipo solo le dijo algo como ''Ven conmigo, bonito'' y recuerdo que con solo esa tontería papá se quedó paralizado en la calle, se le cayó todo el material escolar que llevaba por mí y en vez de recogerlo solo me soltó la mano y se fue con ese hombre como si realmente quisiera... No pasó nada, por suerte, fue a la salida de clases de cuando yo estaba en primaria así que una maestra lo vio y le llamó la atención al tipo; él solo se disculpó y se fue y seguro que durmió tranquilo, pero papá estuvo toda la noche llorando y cada vez que salía a la calle me cogía tan fuerte de la mano que me hacía daño y...
—¿Lucas? —pregunta el otro, preocupado. —¿Estás bien?
El omega ha empezado a hablar más rápido, su cuerpo tensándose y los dedos cerrándose en puños sin objetivo. Sus párpados apretados y todo el rostro contraído en una mueca de horror; una lágrimas amenaza con caer, pero Lucas se controla lo suficientemente rápido cuando su amigo le nombra y logra mantener la calma. Ahora solo asiente, tratando de normalizar su respiración.
—Sí, es solo que... No sé, odio hablar de alfas, solo...
—¿Quieres que nos vayamos y dejemos el tema? —Lucas asiente, conmovido por lo comprensivo que es su amigo pese a ser incapaz de mostrar un ápice de piedad en su rostro. —Entonces te alegrará saber que el profesor acaba de mandar un correo. Las clases se retrasan una hora. Podemos ir a la cafetería de mientras.
Lucas sonríe cuando escucha eso. Necesita salir de ese lugar con olor a alfa y despejarse un rato. Olvidar cosas horribles de su pasado y sonrisas demasiado bonitas como para ser buenas de su presente.
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