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—¡Mierda! —grita el omega, tapándose la boca inmediatamente después.

Se pega a la puerta y coloca su oído contra esta. Cierra los ojos con fuerza y después los abre con un suspiro.

—Definitivamente están aquí. No podéis marcharos ahora sin que os vean, pero igualmente os detectarán. Tú hueles a omega, no hay problema, pueden confundirte conmigo, pero tú. —señala ahora al vampiro. —Hueles a alfa y ningún alfa tiene autorizado entrar aquí, se van a dar cuenta y entrarán a ver qué pasa...

Gabriel mira con el ceño fruncido al vampiro y se aprieta las sienes, debe pensar rápido o todo su esfuerzo se irá al garete. Todo el esfuerzo de su vida se verá reducido a nada, todo ese tiempo con Román, lo mal que se lo hizo pasar nombre, la muerte de Leoren, la pizca de esperanza de ese omega... todo será en vano.

—Entonces muérdeme, si hueles como un omega ellos no se da-

—No funcionará. —interrumpe el omega, después sube una de sus holgadas mangas, mostrando su muñeca huesuda y pálida. —Debes morderme a sí, si le muerdes a él la poca droga que queda en su cuerpo no será suficiente para enmascararos a ambos. Los vampiros sois indetectables para los lobos, pero harías que su olor humano se revelase y sería un error. Si quieres dejar de oler a alfa tienes que morderme a mí.

Román sonríe con alivio, es una idea más que buena y es innegable que eso les dará un escondite privilegiado y mucho más tiempo para pensar en el siguiente paso. Gabriel lo sabe, pero aun así nota un extraño malestar en su estómago, como si se le encogiera y por alguna razón retiene la respiración mientras el vampiro se acerca al omega.

—¿Está bien para ti que te muerda? —pregunta Román con una mueca alzada y recogiendo su cabello negro tras sus hombros con las manos. El omega pestañea un par de veces y aprieta los labios, haciéndolos lucir más sonrojados, después mira al suelo con cierto pesar, pero asiente. —Que inusual en uno de los de tu especie.

—También es inusual que sea un chico. —le responde sonriendo. Gabriel se fija en que tiene hermosos hoyuelos y lo primero que piensa es que le ha salvado un ángel. Lo segundo es que por alguna razón no se siente bien. —Soy una aberración ¿No es así?

—Un poco, pero no pasa nada. —dice Román insensiblemente, encogiéndose de hombros.

Al ver al muchachito cerrar sus ojos con fuerza y aferrarse a sus propias ropas, Gabriel enfurece. El omega luce tan dolido por unas palabras tan estúpidas y despreocupadas.

—Eres mejor que todos ellos, no eres una aberración —dice firmemente, avanzando un paso hacia ellos dos. —, deja de pensar de forma tan baja de ti, idiota y ¡Tú, deja de decirle cosas horribles, estúpido inmoral!

—Inmortal. —corrige Román apenas audible, moviendo sus labios y sonriendo por la bromita, sonrisa que se le contagia a Gabriel inevitablemente.

El omega los mira con cierta confusión, pero después se pone rojo y dice, tratando de mirar a Gabriel a los ojos.

—G-gracias, eres muy amable.

El muchacho frunce el ceño ¿Amable? ¿Es que acaso no le ha oído llamarlo idiota en su intento de halago? Además ¿Qué esperaba, que el muchacho cuya vida a salvado fuese a ser un capullo desagradecido? Definitivamente ese omega tiene un carácter extraño y no es que le desagrade a Gabriel, simplemente lo descoloca un poco.

—Dejémonos de tonterías —Gabriel señala la muñeca descubierta del omega y añade: —tenemos que darnos prisa o percibirán el olor a alfa aquí dentro.

Román asiente y toma la mano del chico, durante un segundo Román se ve grande y cuidadoso, tomando con delicadeza al chico y él se ve hermoso, diminuto, como una princesa de cuento de hadas. Parece que vaya a besar el dorso de su mano y declarar su amor y Gabriel siente una punzada en su estómago.

<<Me asquean las cursilerías.>>

Pero en un segundo el panorama cambia rápidamente, Román atrae al chico con no mucha delicadeza y muerde su muñeca sin escrúpulos. El omega cae de rodillas, llevándose una mano a la boca y mordiendo su índice por el dolor. Gabriel corre hacia él y le quita la mano de la boca, viendo que sus dientes ya han dejado marca en la rasa piel. Entonces lo toma de la mano, le sonríe como tratando de decirle que todo irá bien y el chico le devuelve una sonrisa descompuesta, empezando a apretar su mano.

Por un segundo Gabriel tiene arcadas, la fuerza de ese omega es mucho mayor de lo que jamás imaginó y cuando le estruja los dedos el dolor le atraviesa como una lanza. Incluso se marea un poco.

Román se despega de la muñeca del chico con sangre chorreándole por el mentón, acentuando su forma angulosa y varonil y el chico se ve sorprendido admirando el rostro del vampiro.

<<Es hermoso>>

Sus labios se entreabren cuando su vista llega a los de Román, recuerda sus besos, sus manos en su cuerpo, su... Gabriel enrojece y afortunadamente para él solo se ha quedado anonadado unos segundos, mientras el vampiro enjugaba la sangre con la manga de su camiseta y el omega miraba su herida con la cara de un niño antes de romper a llorar.

—¿Estás bien? ¿Te duele mucho? —pregunta Gabriel tomando el bazo del chico y volteándolo para poder ver su muñeca. Los dos hoyos son pequeños, pero vertiginosamente profundos.

—Sí, sí —le tranquiliza el muchacho, cubriéndose con la manga de su ancho jersey sin poder evitar coger aire repentinamente por el dolor de la fricción. —, se curará en unas horas, no es tan grave como si fuese humano.

Román entonces pone una mano en el hombro del omega, cosa que lo sobresalta un poco, y desliza la lengua por sus encías en busca de los restos de su reciente comida.

—Tu sangre —dice pensativo y lame su labio inferior, donde quedaba una leve gota. —, tiene un sabor un poco distinto. Es sangre de licántropo, sin dudas, sabe a rayos, pero es un poco menos horrible de la que he probado antes.

Román entorna los ojos, examinando al muchacho que tiene delante. Su piel suave, su cabello dorado, parece un muñeco y sin embargo su fuerza le ha derribado; a su vez, es un hombre y un omega, un licántropo y... algo más, quizá solo un poco. Le causa curiosidad.

—Bueno, la verdad es que soy un mestizo o algo así. Mi padre fue un omega, un licántropo también, normalmente los omegas macho no se quedan embarazados, por eso es inusual que nazca uno, las omegas no suelen concebir a gente como yo... Como sea, mi padre sí quedó embarazado y me tuvo, pero... no me tuvo con un alfa de hombre lobo, precisamente, sino con un cambia cuerpos alfa. Yo nací como un licántropo, pero hay algunas cosas que he heredado de mi padre alfa, supongo que el sabor de mi sangre es una de ellas. —explica jugando con sus dedos como un niño pequeño y nervioso.

Gabriel nota que jamás mira a los ojos de nadie después de hablar más de diez segundos seguidos o así y por un momento le parece hilarante que ese niñito tímido que tiene delante sea el mismo que fue a salvarlo con un arco en mano en la noche de caza.

—Es... —Gabriel deja ir aire, abrumado por la información.

Pensó siempre que los omegas hombres eran apenas una leyenda y que los bastardos entre razas eran imposibles. Y ese omega hermoso es la prueba de que es mentira, es el resultado de una probabilidad estadística ínfima, su sola existencia es excepcional.

—Horrible, lo sé. Soy como un Frankenstein de elementos que no tendrían que ir juntos y...

—Creo que Gabriel iba a decir impresionante, no horrible.

El muchachito levanta la cabeza hacia Román, con las cejas alzadas y después mira con duda a Gabriel, que asiente enérgicamente.

—Eres como un desafío a demasiadas leyes de los mundos sobrenaturales y odio las leyes, así que me gustas. —sonríe Gabriel, haciendo que el chico ría un poco y se sonroje.

—Sois muy divertidos —dice amablemente. —, ojalá papá me dejase salir para conocer a gente como vosotros. —suspira con cierta melancolía y Gabriel conoce esa mirada brillosa que clava en el suelo y refleja una tristeza horrible. Él conoce la forma en que los ojos brillan cuando uno se imagina teniendo seres queridos y la forma en que las lágrimas los hacen aun más brillosos cuando uno recuerda que jamás podrá tener a nadie así. —Como sea, debo ayudaros a que os marchéis antes de que os descubran.

—No tenemos mucha prisa —dice el vampiro tranquila y cómodamente sentándose sobre la cama del omega —, no vamos a marcharnos hasta que consigamos algo de información sobre cómo acabar conmigo. Por ahora no tenemos mucho, así que esperamos poder encontrar algo jugoso aquí.

—Estoy seguro de que Farken sabe mucho, él es muy cercano con los vampiros de Urobthos, pero no sé como podéis obtener esa información, bueno, realmente sí, solo tendríais que lograr entrar en su despacho, pero no es precisamente fácil.

—¿Tú has estado alguna vez? —pregunta Gabriel acercándole al chico la silla que tiene delante del escritorio. Aunque ha dicho que su herida estaba bien, se está llevando mucho la mano a la cabeza y luce más pálido de lo común y Gabriel sabe diferenciar fácilmente los síntomas de un mareo, sobre todo a sabiendas de que acaba de perder mucha sangre.

El omega agradece mudamente, solo moviendo los labios, y se apoya en el brazo de Gabriel para lograr sentarse.

—Estuve una vez, cuando robé la llave de mi padre, yo era muy pequeño y Urobthos aun no exigía tantísimas medidas de seguridad en la manada. No recuerdo demasiado de ese momento, pero sé que ahí es donde Farken se reúne con algunos vampiros de Urobthos porque había tazas de té llenas de sangre para los invitados y en ese lugar es donde archiva todos los informes sobre lo que hace la manda, las cacerías, todo lo que guardan aquí abajo, las manadas que envían por órdenes de superiores de Urobthos. Todo, ahí esta todo, por eso creo que es lo que andáis buscando, algunos quizá no están, he oído algo sobre que los vampiros se llevan los más importantes y los guardan en algo llamado bibliotecas superpuestas. —Gabriel desvía la mirada en ese momento, mordiéndose la cara interna de su mejilla al oír hablar de nuevo de ese lugar, ese lugar que posiblemente le costó la vida a Leoren. Aún la extraña y aunque está totalmente concretado en vengarla, también anhela el momento en que pueda tener la paz suficiente para hacerle un funeral a ella y a su hijo y llorar sobre su lápida. Le gustaría tener a Román reconfortándolo en ese momento, pero cuando llegué, si es que llega, Román habrá muerto junto a todos los vampiros del mundo y esa idea le hace sentir un extraño nudo en el estómago. —El problema es que si mi padre aún tuviese una llave podría quitársela, pero desde aquel incidente y desde que Urobthos se volvió más y más exigente ahora no hay más personas con la llave del despacho de mi padre que él.

—No necesitamos llave si pulverizo la puerta. —Román sonríe desde la cama, tronándose los dedos.

El omega ríe bajito y niega.

—Es una puerta blindada, a prueba de vampiros, de licántropos, de brujos, de todo en general. —Román bufa después de oír esa respuesta y el omega luce un poco decaído, no le gusta hacer sentir mal a la gente.

—¿Y dónde está ese despacho? —insiste Gabriel.

—En el ático, podéis colaros por una ventana en el pasillo de enfrente, pero entrar será totalmente imposible sin la llave. No sé si podría conseguirla... ¿Cuánto tiempo tenéis para hacer esto?

Gabriel y Román se miran entre ellos, asienten y miran al omega.

—Cinco días. —dice Román con convencimiento.

—No vamos a dejarte atrás. —añade Gabriel, con una voz susurrante y tranquilizadora.

El omega traga saliva, aparta la mirada y se sonroja, como siempre. Pero esta vez no se niega.


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