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El chico le sigue silenciosamente, accediendo sin siquiera tener que hacerlo explícito. Le asusta pensar en lo que sucederá ahora, en lo que sabe que sucederá ahora, pero en vistas de lo tierno que su amo se está esmerando por ser tiene cierta confianza en que no le hará mucho daño. De camino al cuarto de baño el pasillo se le hace demasiado corto y al entrar por la puerta sus creencias en las buenas intenciones de Desmond empiezan a tambalearse. No es que este le dé motivos para dudar, es que Tom los encuentra fácilmente cuando recuerda su sangre sobre esas mismas baldosas. Toma aire con los ojos cerrados, tratando de meditar por unos segundos y así despojarse de esos recuerdos negativos. Debe quedarse absorto en sus respiraciones más de lo que pretendía, porque al abrir los ojos el vampiro ya está denudo y en frente suyo. Está un poco inclinado, con unos dedos removiendo el agua de la bañera y la otra mano regulando la temperatura.

—Desnúdate, la gente normal no toma baños con ropa puesta. —le llama la atención el vampiro, burlándose un poco.

—Perdón, estoy nervioso. —se excusa y acto seguido hace una pequeña reverencia y lleva las manos a los botones.

Sus dedos tamborilean nerviosamente y con cada movimiento se le resbala la superficie de entre las manos y falla en su misión. Intenta tomar la pequeña pieza de nuevo, pero está tembloroso y sus pobres manos no atinan. Estresado por la espera que está creando con su torpeza, maldice en voz baja, entonces la risa del vampiro se escucha justo enfrente suyo y alza el rostro para hallar al otro a pocos centímetros de él. Da un salto, pero permanece en su lugar cuando las manos del hombre son tendidas hacia su ropa, dispuestas a desnudarlo si es que el pobre Tomás es incapaz.

—Háblame de algo, Tomás, no quiero verte callado y aterrorizado como si fueses solo un objeto al que voy a usar.

—¿No será así? —pregunta inocentemente con la mirada fija en su pijama ahora abierto. El hombre no responde, solo se acerca más, deslizando las manos por sus hombros y bajando por los brazos con tal de retirar la prenda hasta hacerla caer al suelo. —Usted va a... prepararme para usarme ¿No es eso?

—No seas tonto —reprende Desmond tomándolo de la muñeca para acercarlo a la tina llena de agua. —, si quisiese usarte lo haría sin más. Lo que quiero es que puedas disfrutar cuando te haga mío. No quiero que siga siendo una experiencia traumática para ti.

El chico asiente y trata de no pensar más en el tema. En lugar de eso se fija en la forma en que el agua se mueve y ondea mientras Desmond entra en la bañera y lo ayuda a él a meterse también. 

—¿De qué quiere hablar, señor? —cuestiona mientras se agacha para poder sentarse en la tina.

Se pone frente a su amo, no junto a él y pega la espalda tanto como puede a la curva de la bañera. No lo pretende, pero su postura es defensiva. Desmond lo nota, pero sabe que acollarlo no lo haría sentir más seguro, sino más atrapado.

—No lo sé... Dime, antes de que la guerra sucediese ¿Qué tenías planeado hacer con tu vida?

Tom no sabe cómo recibir esa pregunta. Le recuerda a todas sus oportunidades perdidas, pero a la vez es una muestra del hombre interesándose por él más que como un pedazo de carne y eso le hace sentir bien. Acompañado. Igual que Todd e igual que chico anónimo.

—Quería muchas cosas, es acordarme y me hago un lío... ¿Usted también deseaba algo cuando era humano?

Desmond niega riendo.

—No recuerdo demasiado de ese tiempo y si me gusta ser vampiro es porque odié ser humano, así que no creo haber deseado nada. Quizá... quería dedicarme a algo que me diese de comer, supongo ¿Tú que tenías pensando?

—Quería ser veterinario y vivir con mis mejores amigos —confiesa riendo por lo iluso que suena. —, pero supongo que no importa ahora. En este mundo los humanos solo podemos ser mascotas. Ah... me habría gustado tanto ir a la universidad. —suspira con los ojos cerrados.

Al abrirlos el vampiro lo mira con una mueca entristecida, dejando de frotar su cuerpo al oírlo, los separa ahora una débil barrera de agua y espuma. Tom lo imita y guarda silencio mientras alcanza una esponja y se enjabona también.

—Víctor no es veterinario, pero sabe mucho de medicina y aún conserva muchos libros, algunos de ellos sobre medicina en animales. Él podría ayudarte con eso, le encanta enseñar. Y a mí me gustaría verte estudiando, quizá incluso podrías enseñarme un par de cosas a mí cuando sepas suficiente.

La mirada de Tomás sube y, resplandeciendo, choca contra la de Desmond. Lo mira a los ojos sin vergüenza o miedo, solo un enorme y candoroso agradecimiento que logra llenar su mirada de luz. Desmond quiere abrazarlo cuando lo ve tan contento y cuando lo oye empezar a agradecer torpemente. Cada balbuceo agudo y bobo, cada mordisco que se da en el labio, cada camino que la lengua sigue para humectarlo; quiere que Tom le agradezca con un beso casi tan tierno como esas palabras deshechas. Empieza a llorar de golpe, Desmond se acerca, preocupado, y lo recoge entre sus brazos obligándolo a mostrar la cara que ahora oculta entre sus manos.

—¿Qué sucede? Tomás, respóndeme ¿Qué pasa? —insiste con la voz colmada de preocupación.

Tom siente que su mundo derrumbado no es todo polvo, hay aún pequeños pedazos de él que puede volver a erigir. Y si no todo está perdido, si su vida no se reduca a asentir, arrodillarse y querer morir, hay lugar en ella todavía para la esperanza de ser feliz algún día.

Algo tan bobo como una clase y un par de libros le arranca una reacción tan brutal que parece surrealista. Antes su educación era un derecho, ir a clase era obligatorio y aunque le gusta aprender se quejaba de sus tareas y no veía la hora de terminar las clases y salir con sus amigos; ahora extraña tanto esa vida de antes, esa vida sencilla y humana, no una perfecta, sino una normal, que recuperar, aunque sea un pequeño trozo de ella le parece la mayor conquista. Pensó que nunca volvería a leer un libro y a aprender, a crecer como persona en un aula, a tener un profesor favorito, a fantasear con conseguir un doctorado, a luchar contra pruebas y tiempos de entrega escuetos para retar a su intelecto.

Pensó que nunca nadie volvería a preguntarle qué quiere ser en vez de grabar a fuego en su piel lo que está condenado a ser.

—Es-estoy contento, amo —dice entre hipidos, separándose un poco de él para verlo a la cara mientras habla. —, me hace mucha ilusión poder seguir mis estudios. Yo... yo ¿Qué tengo que hacer en compensación? Puedo dejar que usted me toque o-

—Tom —le detiene el rubio usando un tono calmado, pero serio. —, no tienes que dar nada a cambio. Dejaremos lo que teníamos planeado hoy para otro día, ahora vamos a salir del baño, te daré ropa y vas a calmarte.

El chico asiente, llorando de nuevo por lo agradecido que se siente. Sale de la bañera con los dientes castañeándole de los nervios y Desmond tiene que agarrarlo de las caderas y prácticamente colocarlo como a un muñeco sobre el baúl de mimbre. Se siente patético, casi ha tenido una crisis nerviosa por algo tan simple como saber que va a poder aprender sobre veterinaria. Siempre supo que su cuerpo era frágil y no podría tomar un buen par de golpes bien, pero descubrir que las tuercas de su mente también se han aflojado y que apenas puede resistir las emociones fuertes lo destroza.

<<Soy tan patético, tan débil... si no fuese así quizá nada de esto habría pasado.>>

—Lo siento, amo —murmura. Se da cuenta, al dirigirse hacia él, de que ha estado tan ensimismado que ni se ha percatado de que el vampiro ha tenido que secarle y ponerle un nuevo pijama, como si fuese un niño que no puede valerse por sí mismo. —, soy un inútil.

—No digas eso. —le reprende duramente Desmond, su rostro se deforma en la conocida mueca de enfado que para Tom es el preludio de una horrible humillación.

Se encoge haciendo un ruidito asustado y trata de responder sin que la voz le abandone.

—Es verdad... solo lloro y no soy capaz de hacer nada... es como —sorbe, los ojos de le llenan de lágrimas nuevamente y esta vez no se esfuerza por secarlas. —como si estuviese roto. Estoy estropeado, no valgo.

Tomás chilla al ser cargado de golpe por el vampiro. De un segundo a otro pasa de estar sentado, murmurando sus inseguridades, a estar sobre el hombro del vampiro votando mientras este anda apresuradamente hacia la habitación. No tiene siquiera tiempo a preguntarse qué sucede o tratar de hacerse una idea: la puerta se abre, se cierra de un portazo y es lanzado a la cama. Todo en un segundo. Inmediatamente después Desmond se sienta en ella y lo arrastra hacia hacerlo quedar tumbado sobre su regazo.

—Retráctate. —ordena a la par que alza su mano. Los ojos de Tom se dilatan viéndola moverse en el aire, comprendiendo. No tiene tiempo de gritar para cuando recibe el primer azote. —No digas nunca más esas cosas si no quieres ser castigado. —ruge furioso.

Otro azote. Ni siquiera siente dolor, el shock le roba toda noción de placer o displacer que su piel pueda sentir, pero no le quita el nudo en la garganta que siente al saber que está siendo castigado de nuevo. Palmadas en el trasero. Una violación. Ambos son castigos para Desmond, solo se pregunta ¿Le dará tan fácil uno como le da el otro?

—Mascota, retira tus palabras. —insiste, seguido de otro azote. El aire vibra cuando su mano lo corta como rápido cuero, la piel se pone roja con la forma de su mano, la cara de Tom, blanca. Se congela. Es lo mejor que podría pasarle, convertirse en hielo y no sentir nada nunca más.

Pero siente, siente y llora como un loco sobre el regazo de Desmond. Chilla, patalea, estalla sin poder controlar la fuerza o la velocidad con que sus miembros se agitan en el aire tratando de romper la red de tristeza y miedo que su amo ha tenido entorno a él. Desmond se altera y lo saca rápidamente de su regazo, recostándolo en la cama. Muerde su propio labio hasta hacerse sangre al darse cuenta de lo que ha hecho: lo ha castigado, lo ha castigado por sentirse mal. Él jamás ha sabido hacer las cosas de otro modo. Cuando algo no le gustaba, lo corregía a golpes. Sus manos piensan antes que su cerebro y ante una conducta que lo aflige golpea antes de conversar, lo lleva en las venas.

Sabe que la culpa es suya y solo suya si Tomás siente que su existencia es miserable e irrelevante y aun así lo ha golpeado por ello incluso cuando días atrás le rogó que fuese sincero con sus sentimientos. Tom se ha abierto con él y él, desagradecido, le ha abierto las heridas.

—Perdona... —susurra, sosteniéndolo contra la cama para detener los movimientos agitados, temeroso de que Tom se haga daño. —Soy un idiota, no mereces que te castigue por esto.

—No quiero castigos sin motivo, no quiero que me viole de nuevo, no quiero, no quiero, no quiero, no quiero.

El chico murmura erráticamente, cierra los ojos y tapa sus oídos. Intenta no ver ni oír esa escena horrible que lo atormenta cada día y noche, pero, pobre de él, se encierra en sí mismo buscando huir de algo que tiene clavado dentro, en su memoria. Desmond le quita las manos de los oídos, sorprendido por la fuerza del pequeño cuando pierde la cabeza.

—¡Tomas! —grita, tratando de traerlo de vuelta a la realidad.

El chico abre los ojos despacio, se calma y lo mira cansado.

—Tomás, perdona, he reaccionado mal. No es tu culpa, no eres débil o inútil, solo... eres demasiado bueno para encontrar un lugar que te valga en este mundo. Cuando has dicho que eras inútil me he enfadado tanto... molería a golpes a cualquiera que se atreviese a decir algo malo de ti, no esperaba que fueses tú mismo... Odio que digas esas cosas, no son ciertas ¿Un inútil? Tomás ¿Sabes cuantos humanos han pasado por mis manos? Y tú eres el único, el único que me ha logrado hacer sentir así, que ha logrado que me replantee todo, que quiera cambiar. Eres demasiado especial como para que digas eso de ti. Eres tan listo y tan comprensivo y eres fuerte, pero también bueno. Nunca había conocido a ningún humano capaz de soportar tantas cosas horribles y seguir siendo una buena persona. Además, cada vez que me miras o que sonríes o que me tocas siento que se para el tiempo, oh, dioses, eres tan, tan malditamente especial. Quiero protegerte, pero no sé cómo hacerlo de mí mismo, siento haberte golpeado, Tom, no pienses cosas horribles de ti, solo de mí.

Se sosiega por completo, quedando en la cama tendido con la misma energía que un muerto.

—Yo... no quiero pensar cosas horribles. De niguno.

Desmond asiente, se inclina para besar su frente y sale de su habitación. En toda la noche no se siente digno de aparecer de nuevo y seguir atormentado al muchacho con su pésimo autocontrol, así que ordena que le traigan las comidas y únicamente vigila a los empleados desde el marco de la puerta.

Conversa con Vlad y Víctor sin sacar el tema, aunque el primero se queja varias veces de que ese tiempo de reposo que le está concediendo a la mascota no es más que un capricho sin sentido. Víctor, por otro lado, parece preocupado y le asegura a Desmond que irá a ver al chico la noche siguiente si es que este no está demasiado estresado como para recibir visitas. Él tiene solo algunas nociones de psicología, pero se figura que cualquier conocimiento puede ser útil en contraste al de Desmond, que solo se basa en la violencia y el miedo.

Cuando amanece Desmond vuelve a su cama a dormir, se siente un extraño en su propio lecho cuando entra con cuidado de no despertar al huésped ya dormido. Después se acurruca en una postura redondeada, tratando de ocupar poco espacio y no molestar al pobre y cansado muchacho. Incluso mientras duerme tiene horribles ojeras oscuras.


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