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La noche es tranquila, la luna se alza sobre el cielo, creciente, amenazando con devorar el abismo del cielo, los lobos festejan o trabajan en el exterior, pero bajo tierra montan guardia, estoicos como piedras y, tras una enorme puerta que apenas deja pasar el sonido, el omega cocina una comida para él y el chico humano que tiene ahora siguiéndole de un lado para otro, diciendo que quiere ayudarle.
El extraño vampiro que le acompaña y con el que no deja de pelear cada vez que habla está sentado en la cama, observándolos con cierta curiosidad.
—Si quieres ayudar puedes empezar a picar los pimientos y la cebolla mientras yo pongo a hervir las verduras y marino la carne ¿Está bien eso? —dice el dulce omega, recogiendo su media melena en una coleta baja y sacando después de la despensa y la mini nevera los alimentos mencionados.
Gabriel asiente y pone los ingredientes sobre la tabla de cortar, después toma el pesado cuchillo como si nada y empieza a manejarlo con una precisión que deja al omega anonadado y con una mueca graciosa.
—Los cazadores de vampiros tenemos destreza con estas cosas. —le dice el chico, riendo por lo tierno que se ve su acompañante todo boquiabierto y con las claras cejas alzadas. —Matar sanguijuelas no es mucho más difícil que cortar cebollas, tienen el mismo intelecto.
—¿Y por eso te cuesta tanto darme en el corazón? —pregunta Román desde detrás, sonriendo con saña.
—Lo he logrado varias veces, si fueses un vampiro normal ya estarías muerto. —informa Gabriel, empezando a cortar la cebolla con más fuerza.
—Y yo he logrado morderte, si fueses un humano normal ya te habría comido del todo.
Gabriel no responde y el omega los mira con curiosidad, entonces chilla cuando ve al muchacho girarse violentamente y arrojar el cuchillo al pecho del vampiro. Román no lo esquiva, aunque podría, simplemente baja la cabeza como una especie de reverencia y hace que el filo se le incruste en medio del cráneo, después sube la cabeza, luciendo el cuchillo como una especie de corona. El omega se apoya en el pequeño mármol, no le gusta la violencia y siente que va a desmayarse, solo es inmune a esos mareos cuando la adrenalina le recorre el cuerpo y, mientras uno cocina la cena, no tiene demasiada adrenalina en las venas.
—Has fallado —se burla el vampiro, apuntando al cuchillo de su cabeza.
Después agarra el mango y se lo desencaja de golpe, lanzándoselo de vuelta a Gabriel, que se cubre con la tabla de cortar.
—Casi me matas. —le recrimina, sacando el cuchillo y poniéndolo bajo el grifo para quitar la sangre.
—Ups, se me olvidó pelear contigo flojito para que no te sintieses humillado por perder.
Gabriel gruñe de nuevo, coge el cuchillo con fuerza bajo el grifo y se voltea hacia el vampiro con cara de pocos amigos.
—¿P-podemos no apuñalar más a nadie, por favor?
Ambos miran al omega algo avergonzados, él los está ocultando y arriesgando su vida por ellos y están ahí asustándolo en su propio hogar.
—Gracias... —suspira aliviado cuando Gabriel vuelve a su labor de picar la cebolla. —¿Es siempre así?
—Menos cuando follamos. —comenta Román tranquilamente.
Gabriel deja de cortar las cebollas de repente, se pone rojo y abre los ojos como si fuesen a salírsele de las cuencas.
Los recuerdos vuelven de golpe, siente una extraña mezcla entre deseo y rabia, vergüenza y excitación y ¡Como odia los sentimientos encontrados! Pero odia más a Román ¡Definitivamente lo odia!
<<Cabrón, había logrado evitar pensar sobre ello, ahora...>>
Gabriel entonces muerde su labio impidiéndose gritar como un histérico y suelta una falsa risa sarcástica.
—Y no volverá a suceder.
—Oh... —el omega dice, tragando saliva incómodamente y no sabiendo dónde meterse.
Gabriel le mira con compasión y decide explicarse:
—No somos más que compañeros de trabajo, el sexo fue por culpa de esa droga que me dieron. No pasa nada, es solo sexo. —intenta imitar a Román cuando le dijo lo mismo, pero cuando termina la frase se siente ridículo. No suena convencido.
—Oh, entiendo, pero ¿No os lleváis bien? Siempre discutís.
—Es una relación agridulce. El niñato es la parte agria y yo la dulce. —aclara el vampiro.
—¿Yo la agria? Si a ti ya se te ha pasado la fecha de caducidad hace mil años. —ríe el pelinegro.
—¡Ya entiendo! Es como una relación de amor odio ¿No? —pregunta emocionado, como un niño pequeño, solo que la única reacción que consigue son dos estruendosas risas que no sabe cómo interpretar.
Tampoco le importa, es la primera vez que hace reír a alguien y le ha hecho sentir muy, muy bien, así que va a atesorar ese momento.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunta Gabriel de la nada. —No has tenido tiempo de presentarte.
—Es gracioso, más o menos... Uno de mis padres murió en el parto y el otro jamás ha querido darme un nombre. Me llama... otras cosas, da igual —niega con la cabeza, yendo a buscar un cazo para hervir el agua y dándole así la espalda a ambos —, llamadme omega sin más si queréis o...
—Ángel. —salta Gabriel de repente, sonando totalmente convencido.
—¿Qué? —pregunta el omega, volteándose hacia él con las cejas enarcadas.
—¿Te gusta? Es un nombre hermoso, te queda bien.
—Tiene razón. —le apoya el vampiro.
El muchacho parpadea perplejo e incluso se muerde la lengua para comprobar que no todo es un sueño.
<<¡Auch!>>
No, definitivamente no lo es, pero se siente como uno. Su padre jamás se molestó en pensar para él una forma adecuada de llamarlo y Gabriel y Román, en solo unos segundos, se han logrado poner de acuerdo por él, para él. Para darle un nombre. Le han hecho sentir más persona de lo que jamás su padre le hizo sentir en dieciséis años.
—E-Es muy bonito... —confiesa, poniéndose totalmente rojo y notando los ojos picosos.
—Claro, un nombre bonito para alguien bonito. —le sonríe Gabriel, tratando de animarlo y ve como inevitablemente sus ojos se llenan de lágrimas.
Querría decirle algo, pero de inmediato se voltea hacia el cazo, removiendo el agua y tratando de pasar inadvertido. Gabriel entiende su incomodidad y por la forma en que Román le mira, él también -o eso o le es indiferente-, así que ninguno dice nada sobre ello.
—Ángel —lo llama Gabriel. Es la primera vez que alguien le llama por su nuevo nombre, así que el chico se sobresalta un poco y después ríe por su torpeza. —¿Me das el pimiento?
El chico asiente vigorosamente y casi que le lanza la verdura a Gabriel, sus manos tiemblan tanto que el pimiento rebota entre ellas y se escurre hacia el humano, que lo capta al vuelo con una sonrisa tranquilizadora.
—No te sientas mal por no tener un nombre, el mío es inventado. Cuando me convirtieron en vampiro perdí la memoria así que no supe como me llamaba. —explica el vampiro, levantándose de la cama y estirando sus piernas.
Empieza a andar por la angosta estancia, curioseando allá donde puede.
—¿Entonces de donde viene Román? —pregunta Gabriel, volteándose.
—Román es solo el nombre de mi primer amante, —Gabriel le da la espalda de nuevo, una risa irónica llega a sus labios a la par que un picor de ojos cuando piensa que para él, Román es su primer amante también. — le prometí que lo usaría siempre.
<<Y él no rompe sus promesas nunca...>>
—Eso es tan romántico... ¿Le querías mucho? —pregunta Ángel, juntando sus manos cerca de su barbilla y poniendo ojos soñadores.
—Supongo, no recuerdo ni siquiera su rostro o como besaba, pero no quería romper mi promesa.
—¿Por qué? Me refiero, si ya no le recuerdas...
—Solo prometo cosas que realmente deseo hacer es... es como si me lo prometiese a mí mismo y si las incumplo ¿Qué me queda? Siento tan viejo he perdido a muchos, no quiero perderme también a mí.
Gabriel corta el pimiento en silencio, no quiere interrumpir a Román con uno de sus bobos comentarios y tampoco sabe qué decir después de escuchar algo tan serio. Román siempre hace lo mismo, se comporta como si nada le importase una mierda y, de un momento a otro, suelta una bomba como esa y finge que no ha sido nada, solo palabras. Cuando Román habla así, Gabriel querría sentarse a escucharlo, sentarse a su lado y rodearle con los brazos por cada palabra dolida, por cada mirada al suelo. Suena tan humano cuando habla así, que siente que lleva toda su vida equivocado.
—Entiendo —murmura comprensivamente Ángel, dándole una dulce sonrisa. —¿Y qué otras promesas has hecho? Deben haber sido todas muy importantes.
—Bueno, la última que hice fue... —el vampiro finge estar pensativo, dándole a Gabriel tiempo para saber la respuesta antes de que la diga. Se pone las manos tras la cabeza y se deja caer sobre la cama, con la vista perdida en el techo gris. —prometí proteger a Gabriel.
El omega los mira sorprendidos, llevándose la mano a la boca como un niño pequeño.
—Eso es muy tierno de tu parte ¿No? —pregunta, mirando ahora a Gabriel, que solo está volviendo a su mala manía de apuñalar los alimentos en vez de cortarlos.
—No necesito protección, no es tierno, es innecesario. —explica Gabriel, más calmado que lo su rostro rojo brillante expresa. —Bah, vale, puede que sea necesario, pero que sepas que no me gusta que me vayan salvando.
Román sonríe enormemente cuando el chico dice lo segundo. Y no es que a él le gusten las princesas en apuros, sobre todo porque es consciente de que nadie tiene salvación al final, pero le gusta que Gabriel admita las cosas. No puede hacer las cosas solo, ni él ni nadie. De no ser por Román, Leoren y Ángel no habría llegado a donde está ahora.
<<No me gusta admitir que necesito ayuda, pero ellos merecen saber que realmente me han ayudado mucho. Leoren, mereces el cielo por todo lo que has hecho por mí.>>
—Si no te gusta que te salven quizá deberías pensarlo antes de ponerte en peligro por los demás —recrimina el vampiro, después mira al confundido omega y añade: —es todo un temerario, parece que quiera morir más que yo.
—¡Oh, es cierto! Me había enterado de que estabas buscando acabar con Urobthos, pero ¿Por qué querrías morir? —pregunta Ángel poniendo los últimos ingredientes en la sartén para saltearlos y volteándose para mirar a Román.
—El mundo me aburre, tan simple como eso.
Y aunque el chico asiente y parece que lo entiende, luce insatisfecho con la respuesta.
—No puedo imaginármelo —ríe con cierta tristeza, girándose de nuevo hacia la cocina —, hay tantas cosas que quiero vivir que no puedo imaginarme a alguien hartándose de ellas. Quiero salir afuera y correr por la calle, que me de el sol, ver las estrellas, entrar en un lugar lleno de desconocidos y perderme entre personas que no van a estar exigiéndome mil cosas, quiero pasar desapercibido y luego hacer amigos, quiero irme de excursión un día a la montaña con tiendas de campaña y esas cosas y conocer un lugar tan nuevo que pueda perderme en él, quiero hablar con personas y hablar de tonterías, perder el tiempo y que me de igual porque me lo estoy pasando bien y también quiero una habitación grande, con espacio para poder aprender a bailar, y salir al escenario algún día, pintado, disfrazado y que la gente me vea pero no pueda tocarme desde abajo, quiero que me aplaudan y quiero dar paseos largos sin rumbo, que se me haga tarde, tener prisa, tener un lugar al que ir, quiero conocer a alguien y enamorarme sin querer y amarle muy fuerte y muy rápido y desenamorarme y volverme a enamorar otra vez que y que no sea como la primera vez y poder experimentar y conocer a tanta gente y tantos lugares. No puedo imaginarme a alguien cansado de pasear, de respirar, de observar cada pequeña cosa, de perderse en lo grande que es el mundo o de hartarse de que el corazón se le vuelva loco por una persona o dos. Simplemente no puedo imaginarlo, la vida es tan bonita y me gustaría tanto vivirla que... que cuando tú dices que estás harto me hace sentir tan horrible, tan mal por ti, yo... Lo siento, lo siento estoy hablando demasiado, soy un pesado, lo siento si...
—¡No eres un pesado! No digas esas cosas —Gabriel grita, bajando el tono después a medida que su voz es consumida por la tristeza.
—Lo siento, soy idiota, no debería decir...
—¡Pero no te disculpes! —vuelve a alzar la voz Gabriel.
Ángel lo mira con la boca abierta, él suele decir cosas malas de sí mismo para ahorrarse que sean los demás quien las digan, no espera más reacción a ellas que un asentimiento sencillo, pero Gabriel le ha defendido, es la primera vez que alguien se enoja con él por menospreciarse. Y aunque odia que le griten y después de oír a Gabriel se ha puesto un poco nervioso, también se siente bien que el chico le haya hecho retractarse.
—Cuando salgas de aquí podrás hacer todas esas cosas, no te preocupes. —añade el vampiro, mientras Gabriel se calma. Después de eso Román sonríe con la vista fija en el humano y en cómo ahora remueve la olla con el rostro rojo, avergonzado por su excesiva reacción. —Y no hagas enfadar al niño.
—Perdón...
—No soy un niño. —murmura el otro entre dientes. —Y tú no eres un pesado y deja de disculparte. —añade, mirando a Ángel de reojo.
—Lo s... Gracias. —se corrige a tiempo, sonriéndole a ambos. —La cena casi está, siéntate y ahora lo serviré todo ¿Quieres pan?
—Estoy bien —niega Gabriel, alzando la mano y dirigiéndose a la cama, donde se sienta al lado de Román.
El omega tararea una canción corta e incompleta mientras vierte el caldo, las verduras y la carne en un par de platos hondos y humeantes, lleva una silla grande y, comparada con los muebles del lugar, lujosa, justo enfrente de la cama y se sienta en ella, encarando a sus invitados. Sopla un poco los boles de comida y después de dar un trago al suyo y asegurarse de que no quema demasiado, le tiende el otro a Gabriel.
El chico da un sorbo, dándose cuenta de que está mucho más hambriento de lo que pensaba ¿Cuánto hace que no come nada decente? Román le llevó comida pobremente preparada para el viaje a Madrid y, una vez allí, lo único que el chico ha tenido el placer de comer son los contenidos insulsos de las neveras del comedor del instituto donde Román le ha desvirgado. Se dio un buen atracón, pero ahora siente que no ha comido en años y que tiene un vacío en el estómago donde podría arrojar toda la olla sin consecuencias.
—Deberíamos pensar en cómo obtener la llave de Farken —dice Román, viendo con curiosidad como los dos chicos comen. Ambos están tan absortos en su plato que apenas dejan hueco para respirar entre sorbo y mordisco, se pregunta si comer y beber sangre son cosas parecidas, le gustaría poder recordar como era comer, como era ser humano.
Suspira.
—¿Cuánto tiempo tenemos exactamente? —pregunta Gabriel, alzando su cabeza del plato como un perro alerta, mirando fijamente a Ángel.
El chico tarda unos segundos en comprender por qué le pregunta a él y en reaccionar.
—Ah, pues, hoy es jueves por la noche ¿No? —pregunta al aire, pero asiente para sí y se toca el labio superior con la punta de la lengua, pensando. Gabriel se fija en lo fina y rosada que es, un color tenue y primaveral que tiene también en sus codos y rodillas, así como la punta de su nariz. Ángel le parece bonito, pero de un tipo de bonito que no es de este mundo y eso le hace sentirse preocupado: si Ángel es vendido a un vampiro de Urobthos sabe que su belleza será una maldición. —Pues antes del amanecer del martes mi padre hará que el vampiro venga.
Román asiente, Gabriel cierra los ojos. Tienen prácticamente menos de cuatro noches para hacer su movimiento, sea cual sea y les duele la cabeza de tanto pensar porque todos los posibles planes acaban con Ángel muy lejos de ellos.
—Yo solo quiero ayudar, no estorbar, si no consigo que todo acaba antes del martes no os pr-
—Acabará antes del martes y punto. —sentencia Gabriel, mirándolo a los ojos con fiereza, el chico siente que pese que solo es un humano lo que tiene delante, se le encoge el corazón y asiente.
—Sí, perdón.
Gabriel se muerde el labio por la disculpa y otro chico se pone un poco nervioso al notarlo, no quiere ser pesado y sabe que lo está siendo.
—¿Tienes alguna idea de cómo conseguir la llave de Farken? ¿Dónde la tiene? —pregunta Román observándolo mientras pasa la lengua por sus colmillos. Duelen. Y las encías le pican como si fuese a salirle una especie de sarpullido, tiene hambre.
—La lleva colgada al cuello siempre, así no se la pueden robar, pero hay un momento en que se la quita, solo uno —Ambos se inclinan sobre sus asientos, instándole a hablar. Ángel se pasa una mano por la nuca, mira al suelo y dice: —en las noches de caza.
—Mierda... —suspira Gabriel, dejando el plato vacío a un lado y tumbándose en la cama con derrota. —¿Cada cuánto es?
—Cada muy poco, aunque... —el omega se muerde el labio de nuevo y el aroma dulzón de su miedo y nerviosismo se expande por la habitación como miel pegándose en la nariz de Román cada vez que trata de respirar, aunque reconoce que algo en su aroma le recuerda al desinfectante y se siente ciertamente bien. El olor de un semi lobo, aunque ese tufo neutral a asepsia le recuerda a algo ¿Lo ha olido antes? Cuantas más vueltas le da está seguro de que sí, pero no es capaz de saber dónde. —la noche de caza de ayer no fue exitosa por tú, l-la presa —murmura una disculpa mirando al suelo cuando se ve obligado a referirse así para hablar de Gabriel. —, te escapaste, así que posiblemente celebrarán otra si hallan una presa que consideren digna, pero no sé qué presa podría serlo...
—Yo lo fui una vez, puedo serlo dos. —declara Gabriel y entonces Román se voltea violentamente, cogiéndolo del cuello.
Ángel se asusta, echándose para atrás en su silla y dejando que el plato vacío caiga de su regazo.
—Ni se te ocurra ¿Me has oído? —gruñe el vampiro mirando a Gabriel con los ojos inyectados en sangre. —Ya hablamos sobre esto.
Gabriel se zafa del agarre mordiendo la mano del vampiro hasta que la separa y diciendo, con ojos entrecerrados y fieros:
—No recuerdo tal conversación.
Ángel deja de respirar durante un momento y no es capaz de entender cómo un pequeño humano es capaz de lucir tan desafiante teniendo frente a él a la criatura más antigua de la tierra.
—Te dije que no te volvieses a poner en peligro ¿Acaso eres idiota? No vas a salvar a nadie si te matas por culpa de un estúpido plan arriesgado.
—¡Me pongo en peligro cuando me sale de los co-
—T-tiene razón, es peligroso. —murmura Ángel jugando con sus manos en su regazo.
—¿Acaso alguien tiene más ideas? —pregunta cruzándose de brazos.
Román y Ángel se miran con el ceño fruncido, pero ninguno es capaz de responder nada. Román chasquea la lengua, rindiéndose, y dice:
—Con una condición, yo estaré ahí y si algo sale mínimamente mal nos iremos, nada de intentar pelear por tu cuenta, nada de ponerte arrogante con los lobos ¿Entiendes? Te capturan, te comportas sumiso y cuando te vayan a cazar y te salvo y punto. Vamos a hacer un plan y vamos a hacerlo para que tú estés seguro ¿Queda claro? Dije que te protegería, pero tú también debes poner de tu parte.
—No, no puede ser así. —niega Gabriel con desfachatez mientras Ángel especta la pelea con el labio inferior pelado de tanto morderlo. —Si tu vienes a rescatarme, que te repito que ya puedo defenderme solo, nadie va a poder conseguir la llave.
—¡No puedes defenderte solo! Casi te matan la última vez, Gabriel...
El mencionado solo rueda los ojos y hace un ademán como para restarle importancia y mientras Román suena realmente preocupado. Ambos han dicho que son solo socios, pero Ángel empieza a dudarlo.
—Estaba drogado y ya no lo estoy. Se hará así y punto.
—Voy a romperte las piernas para que no lo hagas si sigues así. —advierte Román con un tono calmado que le eriza la piel a ambos chicos.
El omega se asusta cuando Gabriel baja de la cama, abre los brazos y dice.
—Adelante, inténtalo, pero si gano yo se hará como yo diga.
Román se levanta también, el semblante sombrío, los colmillos visibles, es aterrador. El vampiro truena sus dedos, Gabriel cierra sus puños con fuerza y traga saliva. Van a hacerlo, van a pelear.
—¡Lo haré yo! Chicos, yo iré a por la llave. —interviene de repente, levantándose también y respirando agitadamente. —Yo soy el único que conoce este lugar completamente y sé dónde deja la llave Farken cuando se va de caza, además, cuando él se vaya no quedarán demasiados lobos así que los eludiré para escaparme de esta habitación ¿Si? Mientras yo busco la llave tú puedes proteger a Gabriel. De... de hecho tengo una idea.
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