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—No sé, creo que si no entro yo estará más tranquilo. —suspira Desmond, rascándose la nuca mientras su amigo sostiene el pomo de la puerta de su dormitorio.

—Por eso mismo, necesita empezar a aprender que puede sentirse tranquilo cerca de ti también. Y tú necesitas aprender cómo hacer que eso pase. —reprende severamente el grandulón.

Finalmente, Desmond accede con un asentimiento alicaído.

El más joven abre la puerta sin prisas, barriendo la habitación con la mirada. Tom está en la cama, no tiene pinta de haber salido de ella desde la noche anterior, tiene los cachetes un poco hinchados y la nariz enrojecida, está removiendo perezosamente la sopa que los trabajadores han traído hará casi una hora. No ha tocado el postre.

Al ver a Víctor el chico alza la cabeza y hace un amago de sonreír que se queda en un intento cuando ve que tras las espaldas del gran hombre desfila también su amo. Se encoge un poco cuando este se tumba en la cama a su lado. Después Víctor se sienta en la orilla, pero cerca de él y donde puede mirarlo a la cara sin tener que girar la cabeza.

—Hola, cariño ¿Cómo te sientes? —pregunta amablemente.

Tom queda embelesado por la suavidad con que Víctor habla, siempre que lo ve tan grandote e imponente se olvida de lo agradable que es. Vítor aprovecha su sorpresa para quitarle la cuchara de la mano al chico y este le facilita la tarea con su agarre débil. Hunde la cuchara en el plato, pescando con ella algunos fideos junto al caldo amarillento, lo sopla, aunque ya no está caliente y lo acerca a los labios de Tom. No rompe el contacto visual con él en ningún momento y el humano no siente que él deba hacerlo, no están enfrentando miradas, solo se están viendo como un par de amigos. Víctor lo mira con cariño, él le corresponde con ojillos agradecidos. Abre la boca y sorbe la sopa. Está algo salada, pero es agradable, se pregunta por qué no la ha probado antes. El vampiro empieza a hablar, dejando sutilmente la cuchada en el plato; la siguiente cucharada la come el chico solo, ha recuperado el apetito.

—Desmond está algo preocupado por ti, por eso he venido a verte de nuevo ¿Tú cómo estás?

—¿Preocupado? —pregunta con sorpresa. El vampiro, desde detrás suyo, le rodea el vientre con un brazo y apoya su cabeza en su hombro.

—Me importas, Tomi, lo sabes... —susurra dulcemente.

—Pero mis heridas y lesiones no han empeorado, amo, ¿Qué es lo que le preocupa? —su tono pueril, la forma en que ladea la cabeza al confundirse, sus delgados labios formando la pregunta en un susurro tímido... Desmond quiere abrazarlo hasta que toda esa vulnerabilidad esté cubierta de él.

Quiere ser un armazón, no tener uno.

—Las cosas horribles que dijiste ayer de ti y... tus reacciones cuando te toco. Me preocupa que siempre vivas con pensamientos horribles, quiero que seas feliz. —explica Desmond despacio.

—Tom ¿Piensas aquellas cosas que dijiste? ¿Piensas que eres inútil? —Víctor suelta la enorme bomba con una voz relajante y poniendo una de sus manos sobre el muslo de Tomás.

El chico agradece el contacto.

A veces lo odia hasta el punto de sentir arcadas por sus dedos tocando su propia piel, pero otras, como ahora, siente plenamente la mano de Víctor en su pierna y la de Desmond en su tripa y solo quiere tomarlas ambas y acariciarlas, besarlas, en agradecimiento por arrastrarlo de nuevo al mundo real.

—Las... —el chico se voltea, mira a Desmond con el labio atrapado entre sus dientes y dice. —Amo ¿Me castigará si digo algo que no le agrada?

Al vampiro se le rompe el corazón al escucharlo preguntar algo así, entonces recuerda que el día anterior él le castigó por eso mismo y se siente tan asqueroso. Tiene miedo de mirarse al espejo y ver a Morien reflejado. Ya no quiere ser como él y menos con Tom. Quiere salvarle de actos tan terribles como el que cometió la noche anterior o la horrible madrugada en que le robó su flor. Quiere salvarse a sí mismo de seguir siendo la marioneta de su horrible... horrible...

—¿Amo?

Desmond sale de su ensimismamiento cuando la insegura voz insiste. Entonces se inclina sobre el rostro del pequeño, buscando en él esa dulce tentativa de mirar al demonio a los ojos del mismo modo en que miraría a un hombre. Al ver el gesto se inclina un poco más y besa sus labios como siempre lo hace, con una delicadeza que recién ha descubierto en él.

—Mi niño, no te preocupes. Eres libre de decir lo que quieras.

—Gracias... —murmura dulcemente, pensando en el beso.

Cuando Desmond lo besa todo luce tan diferente, está oscuro, pero no tiene miedo y sabe de qué son preámbulo los besos, pero su amo contiene toda lascivia en esos casuales ósculos, haciéndole sentir tantísimo cariño que no es capaz de tragar ni una sola gota de sexo. Le calma.

—Yo... a veces me siento así y me odio, siento que quiero hacerme daño de nuevo. No es... que quiera morir, pero siento que merezco ser castigado, que solo sirvo para que usted me use y me muerda y que tan siquiera soy capaz de aguantar eso y quiero herirme por ser tan inútil, amo, quiero cortar mi piel, quemarla, darme golpes contra las paredes con la cabeza y arañarme y golpearme. Y a veces quiero hacerlo para huir de usted porque soy un debilucho y... No lo sé, a veces simplemente me duele tanto el corazón que siento que necesito hacerme daño para distraerme ...

Desmond exclama llevándose la mano al pecho, las palabras lo apuñalan certeramente y desea poner fin a su dolor y al del chico de una vez por todas, pero sabe que todo es su culpa y que su pena es su condena y la del chico un recordatorio perpetuo de sus malas decisiones. Tom pagará por ellas porque eso le duele mil veces más que pagar él mismo sus errores. Abraza al chico con fuerza, retirando la comida a medio acabar y escondiendo el rostro en el hueco entre el cuello y el hombro de su mascota. Tom lo siente aferrársele por detrás y simplemente se deja hacer. Esas manos que el asen, los brazos que lo demandan cerca y el cuerpo helado que lo afirma desde detrás y tiembla de frustración no es nada que le recuerde, en lo más mínimo, a las garras que lo desnudaron o al cuerpo infernal que lo quemó con su nombre y después, con la marca de la humillación.

No le abraza su amo, le abraza Desmond.

En cierto modo ese desespero, esa pena alta que grita entre disculpa y disculpa, ese aferrarse a él como si fuese lo único que queda en pie en el mundo, le recuerdan a la que una vez fue la víctima de Desmond mismo. ¿Acaso no era el chico anónimo igual de fanfarrón de su fuerza y después igual de lastimero en su desmorone? Se pregunta si Desmond, después de robarle al pobre muchacho su alegría y posiblemente su vida se quedó de él sus penas también, si con la sangre que bebió venía incluido su terrible tormento y ahora el vampiro lo lleva en las venas.

—Tomás, escúchame. —lo llama Víctor, tomándole ahora de la mano y acercándola hacia él. —Cuando sientas ganas de hacerte daño no te calles ¿De acuerdo? Ve corriendo y díselo a tu amo, da igual si él está haciendo algo importante, si está con alguien o si está descansando. Corre y díselo y si él no está ven a buscarme a mi ¿Si? Haremos que esos pensamientos se vayan y así puedas vivir más tranquilo. Y no pienses que eres un inútil, tú no fuiste creado para complacer a nadie, ni a tu amo, simplemente estás viviendo en un mundo injusto, pero que aquí el destino de los humanos sea ser esclavos no significa que hayan nacido para eso ¿Entiendes?

—Lo entiendo —dice el chico asintiendo despacio—, pero aun así quiero herirme cuando tengo miedo. —confiesa apenado.

—Desmond... —lo llama Víctor, haciendo un gesto de cesión con su cabeza.

El aludido toma la palabra y hace girar a Tomás entre sus brazos hasta que lo encara.

—Tomás, trabajaremos juntos en ello ¿De acuerdo? No voy a morderte ni a tocarte de esa hasta que te sientas seguro. Iremos despacio, tanto como lo necesites y mientras tú y yo estemos haciendo algo que te asuste puedes pedir lo que quieras para estar mejor ¿Si?

—¿Puedo pedir que me tome de la mano? —Desmond asiente y Tom traga saliva asintiendo. Una minúscula sonrisa se forma en su rostro y el vampiro se siente tan feliz, tan orgulloso de haber logrado esa reacción en él. —Y... ¿Puedo pedir algo ahora? —pregunta mordiéndose el labio y jugando con sus dedos nerviosamente. Desmond asiente, extrañado y a la vez emocionado al ver que el chico está teniendo suficiente confianza como para pedirle cosas. —Brandon... el... el humano de Martha ¿Puedo llamarle? Él es mi único amigo y si el chico que Martha compró es Todd, mi Todd, quiero preguntárselo, quiero saber si está bien.

Desmond aprieta la mandíbula. Una mascota llamando a un líder vampiro de otro territorio para hablar con sus humanos es una idea... excéntrica. Excéntrica y malditamente inaceptable. Cualquier vampiro que se enterase de que el gran padre del clan Gaard se ha dejado mangonear por un humano hasta el punto de darle un acceso para comunicarse con el exterior y que le ha permitido tener amigos, le perdería el respeto inmediatamente. Pero es Tomás quien se lo pide. Su adorado Tomás que ahora mismo se sirve de un inteligente ardid: un puchero. No es intencional, Desmond sabe que no es tan taimado como para saber lo que ese tierno gesto causará en él, pero eso no cambia lo que causa. Quiere apretarlo contra la cama y morderle la boca hasta dejarla colorada de sangre. Lo adorable siempre le inspiró un tipo de atracción peculiar: la de querer algo, pero querer desgarrarlo, no abrazarlo.

Suspira.

A Tom no le podría hacer daño. Se lo piensa de nuevo ¿Qué daño puede hacer que le permita al joven tener un amigo? Debe sentirse tan solo... no quiere que enloquezca por ello y aunque siente el deseo de encerrarlo y tenerlo solo para él, sabe que ese egoísmo viene más de su crueldad que su amor. Tom necesita ser comprendido y Desmond sabe que él jamás podrá despojarse de su poder ni de sus actos; no es un igual para Tomás ni aunque se arrodille frente a él, pero Brandon lo es. Otro humano. Tom necesita eso.

—De acuerdo... Puedes ir a llamarle ahora. —el chico salta de emoción y abraza a Desmond en el acto.

—¡G-Gracias amo!

Tomás se separa inmediatamente, aparta la mirada con cierto bochorno y deja al vampiro tan encantado que no puede dejar de sonreír.

Víctor los mira enternecido, no son dos tortolitos con una preciosa relación, pero tiene esperanza en que algo bello pueda florecer entre ellos con el tiempo y la paciencia necesarios.

El grandulón se levanta de la cama, despeina la cabeza de Tom como si fuese un cachorro y se despide.

—Desmond, después hablaré contigo, Tom, a partir de mañana despiértate pronto, desayuna nada más levantarte y ven directo a la biblioteca.

El chico asiente desconcertado.

—¿Por qué? —pregunta antes de que el otro cierre la puerta.

—Porque no quieres llegar tarde a tus clases. Ahora voy a ser tu profesor particular de medicina veterinaria.



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