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 —¡Tú! —llama Marcel al otro beta, quien ya está saliendo por la puerta de la clase con los hombros encogidos y un semblante pensativo.

El chico da un respingo al oírlo, sonríe grande al ver que se trata de él y cuando se da cuenta de su expresión la cambia por una más seria, pero con las mejillas teñidas de rubor. Aún con si cabezonería, se nota que quiere estar cerca de su amante cuando se dirige hacia él con pasos apresurados.

—Ho-hola... —saluda el chico, sintiéndose ciertamente tímido. El alfa le había dicho que le pediría una cita al omega al acabar las clases, así que se pregunta si Marcel ha robado la idea y quiere ahora pedirle una a él. Sabe que Marcel no es así, pero tiene esperanzas.

—¿Vas a tartamudear ahora? Esta mañana me pedías con claridad que te diese más fuerte, no comprendo porque estás vergonzoso si...

—¡A-Ah, cierra la bocaza, patán! —le grita, muerto de vergüenza y alzando las manos para tapar la boca de Marcel.

Este esquiva el gesto, pero se calla y se encoge de hombros. No entiende que hay de malo en lo que dice, es verdad.

—Como sea, sígueme. Tengo que llevarte a un sitio antes de la una. —dice el beta, empezando a andar hacia la salida. A Marcel se le sale el corazón del pecho al oír eso ¡¿Ha hecho una reserva?!

Esteban se siente flotando mientras va tras el beta, hablando escasamente pero sintiéndose reconfortado por el silencio que le provoca. No es un silencio incómodo y siente que a través de él puede conocer mejor a Marcel que a través de palabras; de algún modo Esteban piensa que la gente habla mucho y es puro ruido, que ya casi nadie es lo que dice, así que cuando alguien calla y le da paz, lo valora enormemente.

Empieza a sospechar que no es una cita cuando se meten en un edificio gris y lleno de pasillos del campus. Todo está limpio y es luminoso, pero cada cosa en ese lugar es una réplica de otra que hay a diez metros, así que siente es algo mareante. Llegado a un punto Marcel se detiene frente a una puerta específica de un pasillo, con un código de números y letras en esta. Marcel revisa el código y lo contrasta con un documento que tiene en su móvil, después asiente y da con sus nudillos en la puerta.

—¿Qué es esto?

—Esto eres tú a punto de hablar de lo que pasó con ese grupo asqueroso de alfas en las duchas con la persona encargada de expulsar a alumnos del centro.

—¿Qué? —pregunta Esteban, quedándose helado. Una sensación de terror lo sobrecoge, es como si volviese a las duchas, como si todos esos alfas lo rodeasen, sus manos reptando sobre su piel sin consentimiento, sus ojos grabando en sus pupilas el sufrimiento. De repente, se siente diminuto, como siempre ha odiado ser. —No puedo. —dice con un hilo de voz.

Marcel mira al pálido chico, sabiendo bien lo que está pensando. Esteban es tan transparente, tan fácil de leer para él y siempre desea pasar a la página siguiente cuando la última línea llega; aunque ahora solo esté leyendo en é el horror de ser débil, de ser un beta. Sabe que el chico se siente indefenso, sabe que teme que esos hombres vengan de nuevo y esta vez nadie le salve.

Marcel da un paso al frente.

—No... —Esteban jamás llega a decir que no puede, sus labios prefieren el sabor de los de Marcel que el de la impotencia.

Un tierno beso para el tiempo, sus labios aplastados contra los del otro, sintiendo su calor, su textura; suaves como el satén y tórridos, siente que ahora está seguro; entonces la boca de Marcel se mueve despacio, besando a Esteban como con miedo a romperle. Sus manos lo tratan rudo siempre, pero sus labios jamás mienten, y ahora le besan como si fuese su mayor tesoro. Se mueven despacio, atrapando los belfos de Esteban, chupándolos, dejando leves mordiscos y humectándolos cuando la lengua afilada y traviesa se atreve a probar el meloso aliento ajeno. Cuando el beso se rompe con un sonido chicloso, Esteban suspira, sus mejillas rosadas, sus labios carmesí y el pecho derretido.

—No eres cobarde o débil por ser un beta, pero sí por quedarte callado cuando te hacen daño. Así que no seas débil, es algo que puedes elegir y no tiene nada que ver con que seas beta ¿Entendido?

Esteban asiente, reteniendo la respiración.

—Em, supongo que podéis pasar. —dice una mujer de grandes gafas y expresión sorprendida, mirándolo desde el marco de la puerta. Intenta aguantarse la risa cuando Esteban se pone totalmente rojo.



—¿Ves? Ella ha dicho que harás algo al respecto ¿No te sientes mejor ahora? —pregunta Marcel, trayendo un vaso de té a Esteban; ni siquiera le gusta, pero ha estado tan nervioso después de describir lo sucedido que necesita calmarse de algún modo.

—Sí... no se me había ocurrido hablar con el personal de la universidad sobre lo sucedido, solo pensé que si lo olvidaba estaría bien y ya está... —murmura, sintiéndose ciertamente estúpido ya que las palabras sonaban mucho más coherentes en su cabeza. —Aunque tengo algo de miedo... ya sabes, soy un beta y aunque siempre lo he sido, es como si fuese algo nuevo para mí. Oh... mis padres... cuando ellos me vean sin mis pastillas y seguramente saliendo con alguien que precisamente no sea una omega diminuta posiblemente van a... no sé, van a sufrir un infarto o algo así. —comenta Esteban, una pequeña risa nerviosa escapa de su boca y habla rápido. Pasa la manos por su cara constantemente, nervioso. —Y, uh, los alfas... ahora que no parezco uno de ellos tengo miedo a que me hagan daño... es tan penoso...

—No tienes que tener miedo, si te tocan yo les haré algo peor. —dice totalmente serio.

Esteban no puede evitar soltar otra risa nerviosa y taparse la cara.

—Eres... eres... impresionante. Sé que soy un imbécil la mayor parte del tiempo, pero me han enseñado tantas cosas sobre mí y has hecho tanto por mí sin motivo alguno... eres increíble. —el increíble hombre serio piensa, teniendo otro ataque de risa nerviosa.

—Sí tengo motivos. —declara el otro con normalidad.

—¿Cuáles? —pregunta Esteban, curioso. Da el primer trago a su infusión y nota el ardor bajar por su garganta, a lo que hace una mueca de disgusto. Intenta dar otro trago.

—Al principio fue porque me pareció que tu arrogancia era molesta y que sería divertido enseñarte una lección. —explica, su boca es una línea sin expresión y su lenguaje corporal es relajado. Mira a Esteban a los ojos y sin inmutarse suelta: —Ahora es solo porque me gustas.

Esteban tose violentamente, tratando de no convertirse en un geiser de té. Marcel ha soltado esa bomba con normalidad, pero aun así el otro ha sentido el enorme impacto en él.

—¿A qué te refieres con gustar? —pregunta con las manos temblorosas, al igual que la voz. Su cara está roja, su corazón late desbocado y los ojos le lagrimean esperando una respuesta cruel.

—Ya sabes lo que significa gustar. Estoy pensando en cortejarte. —suelta, encogiéndose de hombros.

Si a Esteban se le había olvidado como beber hace unos segundos, ahora no sabe cómo respirar.

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