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Los planes no salen siempre como uno lo desea y eso no es necesariamente malo, Román siempre ha aprendido que la vida no está del lado de nadie y las circunstancias son solo cientos de monedas al aire, no se trata de esperar que todas caigan de cara, ni que un milagro suceda, no se trata de creer en ti mismo hasta el punto de engañarte, diciéndote que un mundo para que el eres insignificante te sonreirá, se trata de tomar todo ese caos de moneras en cara y cruz, toda esa vida dispersa, esas coincidencias, esos errores y, como los artistas que salpican el lienzo de pintura o las hojas de tinta, crear una bella oportunidad.

Román sabe que Gabriel no lo ve así ahora, acaba de morir una persona, así que no va a considerarlo bello y menos una oportunidad, pero él sí, por eso ha bebido del cadáver antes de arrojarlo al vertedero.

Por eso ahora Román, oliendo a alfa, está entrando a ''El aullido'' con Gabriel a rastras.

La discoteca se queda muda cuando alguien abre la puerta de una patada, entrando con respiración pesada y un aroma virulento a alfa y sudor. La música electrónica y las luces que danzan por la pista parecen de repente solo ruido de fondo y mínimos destellos, los ojos y la atención de todos están clavados en el muchacho al que un lobo de cabello negro y rostro desconocido trae agarrado del brazo.

—He encontrado al humano. —sentencia Román.

Después lanza a Gabriel en medio de la pista, haciendo que se golpee el rostro contra el suelo.

El silencio parece detener el tiempo, después todos aclaman a Román y aúllan por él mientras los hombres de seguridad que custodian el paso al nivel superior se lo llevan a rastras.

Román se muerde el labio, todo sale según lo planeado no, mejor, sin embargo siente como si le arrancasen el corazón cuando se llevan al chico.

—No pareces tener tu celo aún. —dice un hombrecillo alto y larguirucho mientras bosteza.

Ángel le da un asentimiento que parece preocupado.

—Dolía peor que un celo, pensé que me moría. —explica el muchacho y, por suerte, su preocupación por sus dos únicos amigos es tal que logra sonar suficientemente lloroso para ser creíble.

—Haremos una cosa, pasarás un par o tres de noches aquí en la enfermería, en observación. Yo estaré en la sala de al lado, por ahora voy a darte una medicación para el dolor que puede hacerte sentir algo mareado, pero que debería funcionar, si mañana estás bien solo tendrás que pasar dos noches aquí, si veo que no mejoras subiré la dosis y si en la tercera noche sigues mal me plantearé usar morfina. Por ahora descansa, bebe mucha agua y espera pacientemente, he tomado muchas muestras de ti y ahí afuera hay mucho lío, así que los análisis pueden tardar un poco ¿Si? Por cierto, tu padre tendría venir a verte...

—¿Es necesario? —le interrumpe sin querer, su voz suena todavía más delgada que antes, como i estuviese a punto de quedarse afónico.

—A eso iba —sonríe el doctor, colocando una mano en el hombro del chico. —en unas horas se hará una especie de noche de caza improvisada, así que quizá esté ocupado... si mejoras rápido puedo usar eso como excusa para mandarte de vuelta a tu habitación y que tu padre ni siquiera tenga tiempo de venir a verte ¿Eso está bien? Por eso he empezado con una dosis algo alta de medicación.

—Mucho, gracias. —responde con una leve sonrisa, siempre sonríe al menos un poco cuando habla con Ive.

Ive es el médico de la manada, un alfa con la altura que se esperaría de él, pero un cuerpo delgado como el de un omega, de hecho, tanto se parece a un omega que tan siquiera es capaz de convertirse en lobo. Él mismo se hizo pruebas y diagnosticó que, aunque a diferencia de un omega sí tenía la capacidad de cambiar de forma, su cuerpo era demasiado débil para soportar la transformación. Sin embargo, Ive es brillante, gentil y puede curar a más de cincuenta hombres en una noche sin sudar una sola gota.

Quizá por que es tan bueno y talentoso es que le sabe mal engañarlo, no ahora, sino constantemente. No le ve mucho, apenas cuando tiene el celo (si es que arma un gran escándalo, como ahora) o cuando alguna vez su padre le hace alguna visita y lo deja lleno de horribles marcas, pero casi siempre dice alguna mentirijilla, ya sea para recibir más medicinas para el dolor, para que Ive advierta a su padre de que no puede ser tan rudo o para guardar su pequeño gran secreto. Su as en la manga.

—Me retiraré ahora ¿Si? Tengo que prepararme por si hay heridos en la caza, la última vez hubo incluso un muerto... Ah, ese humano es más peligroso de lo que parece...

—Ten cuidado.

Ive asiente y Ángel ondea la mano para despedirse, el médico se quita sus guantes y los deja a un lado antes de abandonar la pequeña y blanca habitación. Ángel cierra los ojos y escucha, cuando los pasos de Ive atraviesan la habitación contigua y después bajan por las escaleras es cuando se pone en marcha. Salta de la cama para recuperar su ropa, arrancándose la bata de gasa y haciendo con ella una bola que lanza a la basura. Justo después toma la bandeja con agua, puré y pastillas y tira estas últimas a la basura.

Está a punto de marcharse, pero se encuentra algo mareado por todas las emociones que está viviendo y sabe que la noche de caza aun no ha comenzado: escucha a los lobos excitados y gritones en las plantas de abajo. Le resultaría peligroso salir ahora, con todo el lugar abarrotado de alfas hormonales y hambrientos, así que vuelve a su lugar y come algo de puré. Necesita energías para lo que va a hacer.

—¡Eh, chico nuevo! —Román reconoce la voz del tipo rapado, aquel con el que habló la primera vez que se infiltró en el lugar oliendo a alfa. Esta vez no le acompaña su otro amigo, pero sí su fiel vaso de alcohol medio derramados. —Felicidades.

—¿Por qué? —pregunta, después se da una paliza mental por la estupidez. Se supone que es un lobo de refuerzo enviado desde una manada de vagos y que ha encontrado al niño que está dando problemas a Urobthos, es obvio que lo van a felicitar.

—¡Pero qué humilde! —ríe, sentándose en la barra a su lado y rodeándole el hombro con su brazo derecho. —He hablado con el jefe, me ha dicho un par de cosillas que te van a hacer ilusión, se supone que no te lo tengo que decir y eso, pero somos colegas ¿No?

—Claro tío, dime. —sonríe, girándose en su asiento para mirar al tipo a la cara.

—Dice que quiere conocerte después de la cacería y hablar contigo ¡Él nunca presta atención a los refuerzos! Así que debes ser muy especial, eh, has encontrado a ese maldito crío, obviamente lo eres ¿Sabes lo que opino? Que te va a dar un ascenso, ahora debe tenerte limpiando las jaulas de los humanos, eh —después de eso alza el baso y ríe estruendosamente, sonido que queda cortado por un eructo. —Hace poco el jefe ha echado a una tipa problemática de la manada, bueno, no me lo ha dicho, pero no la he vuelto a ver y como a nadie le gusta hacer preguntas sobre desapariciones de lobos al jefe porque se enfada, la respuesta es muy obvia. La tía no tenía el mejor trabajo del mundo ¿Sabes? Pero no está mal, trabaja en el sótano, vigilando la habitación del hijo de su mano derecha, una perrita a la que no nos dejan tocar, pero ¿Qué se le va a hacer? Lo bueno es que es un trabajo fácil, no sé como pudo cagarla tanto esa tía. Bueno, sí lo sé, abandonó el sótano con un montón de lobos diciendo que no se quién le había dicho que tenían que ir a por el humano y el vampiro por orden del jefe. Debió írsele la cabeza y el jefe se la habrá cortado.

El tipo le da una fuerte palmada en la espalda, Román ríe con él, pero sus ojos quedan perdidos en el fondo de la habitación con preocupación. La noche de caza ha sido anunciada para dentro de unas dos horas, se llevaron a Gabriel hace una prácticamente ¿Para qué tanto tiempo? ¿Le estarán drogando otra vez? ¿Se estarán ocupando de él como él lo hizo aquella noche en el instituto?

De repente Román se levanta, tirando el taburete al suelo. El tipo que tiene tomándole de los hombros se tambalea como un borracho y se ríe bobamente.

—Tranquilo amigo, ya sé que tienes hambre, pero ¡Traigo una buena noticia! —Román ni siquiera le está escuchando, tiene la vista fija en los dos seguratas que le separan de Gabriel y la mente llena de escenas horribles donde Gabriel sufre, sufre porque él ha sido incapaz de cumplir la promesa. —El jefe ha dicho que como tú lo has capturado, es más seguro que seas tú quien lo prepare para la caza. El tío de la última vez murió.

De nuevo, el lobo vuelve a reír tan enérgicamente que Román se pregunta si no estará sufriendo un ataque de epilepsia. Tampoco le importa demasiado.

—Entonces ¿Puedo ir ya a prepararle?

—¿Tan pronto? —pregunta el otro alzando las cejas con sorpresa. —Bueno, sí, pero no entiend... Oh, ya veo, quieres tomarte tu tiempo, eh, pillín. —un codazo en las costillas hace que Román haga una leve mueca de dolor y, tras su espalda, aprieta el puño al pensar en ese lobo repulsivo que le habla, que le habla de ese modo de Gabriel. —Segunda planta, pasillo derecho, tercera puerta, si no me equivoco. Y no lo mates, que ese placer se lo ha pedido el jefe, va a liderar la caza esta vez.

—Entendido, gracias. —Román se esfuerza por alejarse dándole una palmadita amistosa y una sonrisa, cuando lo que realmente quiere es golpearlo hasta que le crujan los huesos y arrancarle la maldita cara con los dientes.

Pero se contiene, su mano derecha está tras su espalda y su puño está lleno de sangre.

—¡Adiós amigo! —se despide el lobo rapado ondeando un nuevo vaso en el aire, todo el contenido cae por los bordes mientras lo zarandea.

Román se dirige con paso firme hacia los tipos de seguridad y no necesita decir nada: le reconocen y abren el paso para él. Mientras sigue las indicaciones que su enemigo le ha dado, los licántropos con los que se cruza le sonríen y dan palabras de ánimo, le halagan e incluso le abrazan amistosamente. Son grandes y fuertes, sus brazos le incomodan, pero lo que más le duele son las comisuras de sostener esa chirriante sonrisa.

Finalmente, llega a la habitación y toma el pomo entre su mano con sudores fríos recorriéndole el brazo y cuando entra, contiene su respiración.

Al inhala el aroma de Gabriel le llena los pulmones como un fantasma poseyéndolo, el aroma de su sangre es tan maravilloso, tan intenso, se derrama por el aire. Román abre los ojos. Y por el suelo. El rojo le salpica los zapatos y sube la vista, viendo a dos grandes alfas, uno sentado en un rincón, aplaudiendo, haciendo virar en su índice una cadena con una llave, el otro se deja los nudillos mientras golpea a un Gabriel esposado y amordazado en la cara.

—Oye, hemos empezado la diversión sin ti. —dice el del suelo, levantándose para lanzarla la llave a Román.

El vampiro, sin mediar palabra y tensando la mandíbula, la intercepta en el aire y resiste las enormes ganas de correr a liberar al chico. Por suerte apenas han empezado, tiene un párpado inflamado, al igual que el tabique nasal, y la sangre viene de un profundo corte en su labio, pero poco más. Puede curar eso después con una gota de sangre, puede hacerlo.

Respira hondo, se lo repite y logra calmarse lo suficiente como para entrar, cerrar la puerta y no matar a los dos lobos ahí mismo.

—¿Quieres darle tú? Después le toca a él. —dice el hombre de los nudillos rojos, señalando al tipo que le ha entregado la llave y que ahora se vuelve a sentar.

—No vamos a golpearlo más ¿Somos lobos o cachorros? Porque, que yo sepa, un lobo no necesita que le apaleen a la presa para poder cazarla. Dudo que al jefe le haga gracia encontrarse con un conejito muerto, en vez de con uno peleón cuando la cacería empiece. —el tono de Román es grave, rasposo y suficientemente parecido a cuando le susurró ciertas cosas mientras lo tomaba como para hacer que Gabriel se siente cálido y su piel se erice.

—Tienes razón. —dice el lobo sentado, después mira la otro, que chasque la lengua y aparta la vista.

—Sí, eso... —se rasca la nuca, sintiéndose incómodo. Seguramente esté pensando que debió llegar a esa conclusión antes que Román, lo cual es bueno, ambos lobos no parecen sospechar nada. —, las cosas se han acelerado un poco, el jefe no quiere empezar, así él va a avisar a los demás lobos para que se preparen, en una hora y media empezará todo, así que yo te acompañaré al bosque. Podemos salir ya, lo siento, no vas a tener tiempo de divertirte con él antes.

—Puedo ir solo. —lo corta Román, avanzando un paso al frente y tomando a Gabriel por las esposas para alzarlo y después echárselo al hombro.

Los dos lobos se miran con sorpresa cuando hace eso y el muchacho solo emite un pequeño ruido de molestia. Cuando lo han traído hacia el lugar a cuestas el humano se ha resistido tan fuerte que han necesitado llevarlo entre los dos ¿Por qué está ahora sumiso? Se dicen que debe ser por los golpes, pero ¿Un chico que ha matado a un licántropo y ha huido en plena noche de caza no debería poder aguantar más?

—La última vez hubo un muerto, te acompaño y punto, son órdenes del jefe.

<<Esto no estaba en el plan, pero prefiero no meterme en líos ahora que las cosas están saliendo bien. Además, así podré tener unas cuantas palabras con él.>>

—En marcha entonces.

Es como si una enorme ola se llevase un castillo de arena, como la extraña calma llena de murmullos que queda después de una tormenta. Ángel siente exactamente eso cuando el edificio queda vacío, una enorme oleada de gritos de júbilo lo llena unos segundos antes de ello, como si fuese a estallar, pero los lobos se marchan rápido, deshinchado el lugar de sus presencias. Está solo.

O prácticamente solo. Él le explicó a Gabriel y Román que solo durante las noches de caza Farken se quitaba su preciada llave, pero jamás les dijo dónde la ponía, solo que él la iría a buscar y es que ¿Cómo iba a decirles la verdad? Gabriel habría insistido en enviar a Román junto a él en vez de llevárselo a la cacería para protegerlo si él les hubiese dicho la verdad y la sola idea de pensar que el pobre chico muere hace el pecho de Ángel encogerse.

Gabriel le ha dado un nombre, su primera sonrisa y esperanza. Y él quiere, como mínimo, no causarle más problemas, quiere ayudar, dar su vida si es necesario. Aunque tiene miedo ¿Cómo no? Es su temible padre quien guarda la llave de Farken mientras este se ausenta.

El líder no confía suficiente en él como para que tenga una propia, pero desde que decidió ofrecer a su hijo a Urobthos, el lobo le deja guardar su llave como muestra de confianza y orgullo. Además ¿Quién mejor para guardarla que un cambia cuerpos que no necesita salir durante la noche de caza? Mejor que cualquier perro guardián.

Ángel toma aire, se levanta y sus pies descalzos se mueven solos hacia un lugar que ya conoce. Lo conoce demasiado bien, tanto que puede ir con los ojos cerrados, viendo solo oscuridad, como cuando era un niño de ojos vendados, esperando encontrar una sorpresa al final del pasillo. Después de la primera vez el camino se quedó grabado en su mente y contó los pasos, cuando los números ascendían hacia su final, los pies le temblaban.

Ahora hacen lo mismo.

<<Cincuenta y dos pasos, cincuenta y tres, y cuatro...>>

Se le acelera el corazón. Se le seca la boca. Se le agarrotan los dedos. Un paso más. Los dedos se le cierran sobre el pomo. Abre los ojos.

<<Tú puedes, tú puedes, yo puedo.>> Piensa el primero con la voz de Román, el segundo con la de Gabriel, el tercero con la suya.


Abre la puerta.

Las bisagras crujen y el interior de la estancia es revelado, un hombre alto y delgado se voltea, ve a Ángel de arriba abajo y sonríe de forma escalofriante.

—P-papá... —Ángel lo llama, quedándose sin voz.

Ese nombre es una mentira y lo sabe, de padre solo tiene la sangre, pero ¿De que sirve si no tiene corazón al que llegarle? Ese tipo aterrador que de un parpadeo se coloca a su espalda y cierra la puerta tras de sí, de pone sus afiladas garras en sus hombros como si fuese un cuervo que lo caza, que ríe en su oreja despertando mil recuerdos a la vez...

Ese hombre no se llama un padre, ni siquiera tiene un nombre.

<<Nombre, así le llaman los demás.>>




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