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Siento haber tardado en actualizar, he empezado la uni y resulta que casi todo es presencial y es un lío tremendo uwu


—Bien, el bosque está a menos de cinco kilómetros, los demás llegarán en media hora, nosotros podemos ir más despacio, estamos a más de mitad del camino.

Román escucha al lobo que le habla, asiente y eleva sus brazos desperezándose, como si estuviese cansado, también finge un sonoro bostezo y aprovecha las palabras del licántropo para excusarse y andar un poco más lento.

—Estás cansado ¿No? —pregunta el tipo respondiéndose a sí mismo con una risa burlona. —Menudo golpe debe haber sido para ti venir de una manada de inútiles para acabar aquí trabajando duro.

Román responde con una frase genérica que ni piensa mientras la dice y, colocándose a la espalda de ese tipo, baja silenciosamente a Gabriel de su hombro, llevándolo en brazos. Coloca una mano en su nuca, tirando del nudo de la mordaza, liberándolo. El chico muerde el aire un par de veces, sintiendo la mandíbula entumecida, después forma un ''gracias'' mudo con los labio y señala con los ojos y girando la cabeza a su espalda, donde tiene las manos atadas.

Román desliza la mano que tiene en la nuca del chico por toda su espalda, despacio y silencioso, hasta llegar a la parte baja de esta. Coge de la mano a Gabriel, palpándolo sin mirar, pues sus ojos están fijos en la espalda del lobo que le guía, atento para asegurarse de que no se voltea. Después Román toca la circunferencia de la esposa derecha, la rodea con los dedos y llega a la cadena, delgada y colgante. No necesita la llave que le han dado antes, además, haría un chasquido metálico al usarla, en vez de ello, pinza la cadena con los dedos, como dándole un pellizco a un hilo suelto de la ropa, y apretando un poco, logra aplastar los eslabones y romperlos.

Gabriel tiene las manos libres y están a unos siete kilómetros del local, Román puede recorrerlos en dos minutos, aunque haya tardado muchos más siguiendo a ese lobo a una velocidad moderada.

Ahora solo necesita acabar con él y...

<<O que acaben con él>> Piensa con una sonrisa cuando el chico que tiene en brazos salta de ellos de repente, abalanzándose hacia la espalda del lobo. Gabriel se cuelga de él en un instante, rodeándole la cadera con las piernas y el cuello con un brazo, el derecho, mientras que la mano izquierda toma su propia muñeca y tira para hacer palanca y aplastar el cuello del lobo.

—Hijo de puta, la cacería ha empezado. —le susurra.

El lobo apenas es capaz de reaccionar, no comprende lo que pasa y se voltea hacia Román con los ojos desorbitados y las piernas temblorosas. Román nunca pensó que en treinta segundos Gabriel ya tendría a un mastodonte de casi dos metros con el rostro azul y saliva cayéndole de las comisuras, el chico realmente mente es fuerte.

Pero un lobo es un lobo. El tipo hecha sus manos a la espada y coge a Gabriel por sus hombros, los dedos le tiemblan y está confuso, le cuesta agarrarlo, pero cuando hincha los dedos, no lo suelta hasta que lo arranca de su cuerpo y lo lanza contra el suelo.

Gabriel cae de cabeza y se escucha un crujido. Román se queda congelado, mirando con terror su cuello. Ciertamente curvo, en una mala postura y aguantando el peso de un cuerpo que cae, pero no roto. Respira con más calma al ver que las vértebras están en su sitio, pero ¿Entonces el crujido... No tiene tiempo de pensar, tiene que matar al lobo antes de que sí tenga motivos para preocuparse por la vida de Gabriel.

Con rapidez, se acerca al lobo y lanza un puñetazo. Le atraviesa el vientre, puede sentir la carne elástica ceder bajo sus nudillos, las costillas chasquear a su paso y los calientes y viscosos adentros del lobo derramarse por su piel. Pero no lo ha matado. Los licántropos en su forma humana son más débiles que los vampiros, pero cuando se convierten...

Román siente las costillas del hombre crujir de nuevo, ahora creciendo, expandiéndose, apuñalándole el brazo que está atrapado en un abdomen que se renueva.

—Mierda... —Román mira con terror como la piel del vientre, manchada de sangre, se convierte en un húmedo pelaje y la herida del tipo se cierra entorno a su codo.

Lo ha atrapado, mira arriba, el rostro deformado de un lobo con ojos de hombre le sonríe con una hilera de dientes amarillos, después alza una enorme zarpa. Es el fin, lo hará pedazos y no se curará hasta que ese lobo se haya dado un festín con Gabriel y esté limpiándose entre los dientes con sus huesos.

—¡Eh, tú, chucho, te equivocas de juguete para mascar! —grita Gabriel, mostrándole al depredador el dedo del medio. —¡Cuidado! —chilla después, más fuerte y empezando a correr. —¡Que se te escapa la presa!

Aprovechando la distracción Román toma tiempo suficiente para empujar al animal con una mano y tirar con la otra, logrando reabrir el agujero en medio de su cuerpo y liberar su brazo.

Las vísceras del lobo cuelgan de su estómago abierto y ondean cuando este se mueve, posicionándose para echar a correr tras Gabriel como si no sintiese dolor.

Román le sigue cuando el lobo salta sobre sus patas traseras y trata de alcanzar a Gabriel con la boca abierta y los dientes empapados en saliva. Está hambriento y lo matará de un mordisco si lo alcanza, sin embargo, el idiota de Gabriel se ha ofrecido como carnada y Román está completamente iracundo. Pero no es momento de regañarlo, sino de evitar que se convierta en comida de perros.

Salta detrás del lobo, cogiéndolo por la cola y tirando hacia atrás. El animal se va frenado en su ataque y cae sobre su espalda, sin embargo, Román no es tan fuerte combatiendo contra un licántropo y no logra lanzarlo muy lejos: cuando él llega al suelo, el lobo ha girado sobre sí y vuelve a estar sobre sus cuatro patas, rugiendo antes del próximo ataque.

Gabriel frena en seco, volteándose cuando percibe que Román a intervenido y se queda congelado ante el enorme lobo que tiene solo a unos metros. Correr no le servirá de nuevo, pero esta vez tampoco lo necesita.

Román se interpone entre ambos y sonríe al lobo.

—Tú no eres tan fuerte como el de la última vez —apenas sin dejarle terminar de hablar, el lobo trata de aplastar su cráneo entre las mandíbulas, pero termina mordiendo aire cuando Román se aparta, asestándole un golpe en la quijada cuando tiene la oportunidad. El lobo gimotea y cae al suelo y, antes de que logre levantare, Román pisa su hocico con fuerza, anclándolo al suelo de tal manera que el asfalto se agrieta. — y tampoco tan listo.

El lobo trata de rugir, pero Román pisa con más fuerza y el animal chilla, un crujido horrible hace bailar los huesos de Gabriel y cuando el lobo vuelve a alzarse, después de cargar con la cabeza contra Román, obligándolo a apartarse, la mandíbula inferior cuelga junto a la lengua y de ella chorrea sangre que se entremezcla con sus afilados dientes rotos.

El lobo trata de morder de nuevo, pero solo logra mover el colgajo de carne que tiene por boca ahora y a Román no le es difícil golpearlo de nuevo, ahora en la frente. Lo hace tambalearse atrás, confundido y mientras recula, el hombre empieza a recobrar su forma humana. El dolor le impide concentrarse y su cuerpo necesita un descanso. Poco a poco, se vuelve más y más pequeño, hasta que Román sabe que puede encajar su mano en su cuello y lo hace sin vacile alguno, encerrando la garganta en los dedos y apretando mientras le mira a los ojos.

Espera pacientemente, sosteniéndole la mirada hasta que esta se queda sin vida. Y lo suelta sin pesar alguno, lleva demasiados años robándole la luz a inocentes como para sentirse mal por un enemigo ahora.

—¡Eso ha sido flipante! —chilla Gabriel con el corazón a mil. Sigue doliéndole ver a un hombre morir, pero su cerebro no piensa ahora en ello, no piensa, directamente, sino que se da un excitante baño en adrenalina.

—¡Idiota! —le responde el vampiro, visiblemente menos contento y atrapando ahora la garganta del chiquillo. —¿Por qué has hecho que te persiga? ¡Podrías haber muerto! ¡¿Es que eres idiota?!

El rojos de sus ojos brilla y su rostro se deforma monstruosamente por la ira; Gabriel siente sus pies dejar el suelo y el cuello palpitar contra los dedos que lo aprisionan.

—N-no... —murmura, luchado por aire.

Al escuchar su voz entre cortada, el vampiro se da cuenta de lo que está haciendo y suelta a Gabriel. El chico cae de rodillas, tosiendo y luchando por aire en cada inhalación.

—Idiota, podrías haber muerto... —repite Román, ahora en un murmullo, cruzándose de brazos. —Te dije que te preocupases por tu vida.

—Y lo he hecho, estabas cerca y tú siempre me proteges ¿No es así?

Y no es que a Gabriel le guste Román o nada de Román, él siempre dice que le odia, que se llevan como el perro y el gato, pero en ese momento admite para sí que le ha encantado la forma del vampiro de sonrojarse.




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