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Ángel conoce bien lo que sucede cuando él mismo es quien busca a su padre, de hecho, ese es su primer recuerdo: haber tenido un mal sueño sobre el monstruo de Frankenstein e ir andando por el oscuro pasillo envuelto en mantas en la búsqueda de su papá, encontrándose tras la puerta de la habitación con una verdadera pesadilla.

Desde entonces Ángel ya no teme al monstruo de Frankenstein, se compadece.

Su padre amaba experimentar y aún lo ama, más que a su propio hijo. De hecho, su hijo no es más que un experimento fallido, un tubo de ensayo humano lleno de cosas buenas para nada ¿Para qué ponerle nombre? Ángel solo fue, como su padre mismo describió en los informes que encontró en el despacho de Farken, el decepcionante resultado de inseminar a un omega con el esperma de un cambia cuerpos con la intención de crear un omega capaz de transformarse en lobo.

Si Ángel no fuese Ángel, sino la bestia faunesca y asesina que su padre tenía en mente, él escalaría lo suficiente en la manada como para llegar a la cima y subir un escalafón en Urobthos. Pero jamás lo hizo, Ángel arruinó su oportunidad, una oportunidad que intentó tener años y años después, dando solo como resultados omegas muertos en partos e hijos que no pasaban de las dos semanas en la incubadora. Si los bebes no hubiesen fallecido nada más venir al mundo, Ángel sabe que su padre se habría deshecho de él mucho tiempo atrás.

Si lo mantiene vivo es porque él es la única esperanza de su padre de lograr su sueño: una manada perfecta, donde tanto alfas como omegas sean máquinas de matar implacables, hombres cuyo cuerpo resiste el dolor de romperse y sacar de dentro el mayor regalo de un licántropos, una bestia asesina.

Pero jamás fueron perfectos, fueron lo peor que Nombre pudo haber imaginado, fueron Ángel: un ser débil y sensible, de celos extremadamente dolorosos y una molesta empatía. Una criatura tan inofensiva y repugnante como sus miles de hermanos muertos.

Y es que, para Nombre, su hijo estaba muerto la mayor parte del tiempo: jamás le dio un nombre o una fecha de cumpleaños, jamás le dejó tener amigos o salir, jamás le dejó respirar sin la opresión de sus órdenes. Hizo lo posible por ahogar a su hijo en vida hasta matarlo lentamente. Lo quería muerto, excepto en ciertas ocasiones.

La primera fue cuando su hijo, a los cuatro años, tuvo la osadía de interrumpirlo en sus experimentos alegando tener terrores nocturnos. Algo chasqueó en su mente cuando el niño le dijo que tenía miedo. Miedo. Él podía usar el miedo para despertar al lobo dentro de Ángel, quizá no era un experimento fallido, quizá solo tenía que presionar un poco, tocar los botones adecuados... Y jamás funcionó.

<<No podía dejar que funcionase.>>

Ángel no puede hacer más que recordar tan horribles memorias de su infancia mientras su padre, ahora en la segunda noche de su vida en que él mismo ha ido en su búsqueda, conecta a su cuerpo cosas que no comprende, pero que sabe que le hacen sufrir. Quiere arrancarse esos cables con las garras, romper la silla en la que está a mordiscos y abrir el pecho de Nombre para ver si en él hay siquiera un corazón, pero sabe que no puede, que no debe.

Si le mostrase a su padre que siempre tuvo razón, que desde pequeño es tan lobo como niño, eso solo significaría una cosa: más guerra, más muerte. Y Ángel no soporta la sangre y mucho menos en sus manos.

Cierra los ojos y respira, su padre no le dice nada, tan siquiera advierte más que con una sonrisa lo que sucederá, pero Ángel lo sabe bien. Una descarga, electricidad que se siente como fuego quemándole los huesos, escrutiñando su interior en busca de algo que él no quiere ser. Una bestia.

No es la peor tortura que ha vivido, o eso se dice, recuerda las veces en que, en su celo, su padre le negó cualquier tipo de atención médica y solo le dio un grupo de alfas deseosos de romperlo. Perdió la virginidad así a los diez y mientras sucedía él supo en todo momento que podría haberlos matados a todos en cualquier momento, pero solo apretó los dientes y aguantó como hace ahora. Aguanta y llora, no lucha porque ¿Para qué va a luchar? ¿Para salvar su patética vida? Una vida que es solo un experimento fallido, los sedimentos del deseo de un desquiciado. Su vida es solo un arma y prefiere no dispararla, no vale lo suficiente como para arriesgarse a matar a alguien.

Solo que esta vez, los experimentos no son tan ácidos, tan horribles. Por primera vez, Ángel sí desea que el experimento termine antes de que él muera. Quiere vivir, porque sabe que su padre necesita no tener nada encima para experimentar más que su bata de laboratorio y algo más de ropa, porque sabe que la llave está en la cómoda a su lado y que su padre la olvidará mientras se pierde en el resultado de la operación, porque sabe que la robará, que irá al despacho de Farken y puede que su vida salve a otras.

Puede desafiar a su naturaleza, a su creador. Y no hay nada que quiera más en el mundo que eso.

—Tan decepcionante como siempre... —susurra una voz cansada desde detrás suyo, viene de unos metros más allá del respaldo de la silla donde está, pero Ángel siempre la escucha pegada a su cráneo, haciendo eco dentro de él ahora, luego y cuando trata de dormir. —Puedes largarte.

El muchacho asiente, se levanta apoyándose en la silla con los dedos agarrotados y al tratar de dar el primer paso, sucede algo que no es nuevo para él: arrastra la pierna con el pie inerte, colgando como un zapato cosido al extremo de su pantalón. Respira hondo y da otro paso, alejándose de la silla y perdiendo su punto de apoyo. No puede caer, no ahora. Ve desde lejos la cómoda caoba donde su padre guarda instrumentos que han catado su piel y, sobre esta, la llave.

Se voltea disimuladamente, su padre simplemente se rasca la cabeza como si quisiera llegar al cerebro y manosea unos papeles llenos de líneas que no entiende. Avanza otro paso, cierra los ojos, respira, está a tres pasos de la cómoda. Da uno y siente que caerá y vomitará; si cae y se golpea la cabeza podría perder el conocimiento y todo se iría al traste.

No puede permitírselo, tiene que hacerlo, por Gabriel y por Román, por las únicas personas en su vida que lo han tratado como a un igual. Da dos pasos más, uno por cada uno, y se le caen las lágrimas del dolor. Ni siquiera está seguro de qué le duele, siente que su cuerpo es de tela, relleno de algodón y que él es solo una cosita minúscula, un alambre delgado, que lo atraviesa y trata de moverlo, un alambre largo y retorcido lleno de metal oxidad y dolor. Y duele toda su extensión, duele como si le hubiesen pinzado y temblase cual cuerda de guitarra, pero produciendo una horrible melodía.

Tiene la cómoda delante, así que tose, se queja y deja que su tobillo se tuerza a un lado y su cuerpo caiga golpeándose contra al borde de la cómoda.

—Lárgate ya, vas a desordenar todo. —farfulla Nombre, pero ni siquiera se gira, ya está acostumbrado a los trompicones que su hijo da después de que le torture.

—S-sí... —responde el otro, tan sumiso como de costumbre, solo que esta vez deja la habitación con una sonrisa en la cara y una llave entre las manos.

Gabriel y Román deben estar por llegar si no es que ya están ahí, así que debe darse prisa. No necesita hacer demasiado, solo subir un piso para irse al ático, dejar abierta la ventana del pasillo principal para que esos dos entren e ir con ellos al despacho de Farken. Son tres sencillos pasos, pero casi se muere dándolos en la habitación de Nombre, no está muy seguro de poder hacer esto ahora.

—Vamos, vamos, vamos, jope. —murmura con frustración, golpeándose las rodillas con los puños en un intento desesperado de reanimar sus piernas.

Se pellizca el muslo fuerte, logrando la reacción que esperaba, el pequeño pinchazo de dolor lo pone más alerta, le ayuda a moverse un poco mejor, más rápido, pero sigue siendo torpe y tiembla como una hoja al viento. Cuando llega al final de esa planta se ve tentado de usar el pequeño ascensor, pero su padre le oiría subir y acabaría con él antes de que pudiesen abrirse la puertas, necesita usar las escaleras, las malditas escaleras.

Así que se tira al suelo y deja sus inútiles piernas tras de él mientras se agarra a los escalones con las manos y empuja. Nunca ha sido débil, tiene los brazos delgados y bonitos, como de porcelana, pero su fuerza es sorprendente, aun así, cuando va por el décimo escalón apenas puede respirar y ahora le tiemblan no solo las piernas, sino también los brazos. Pero necesita subir por lo menos una decena más de escalones o se quedará ahí tirado.

No es que Gabriel y Román no puedan abrir la ventana ellos mismos desde fuera o hasta romperla, es que esa es su señal de que ha obtenido la llave. Si no abre la ventana a tiempo, abortarán el plan y <<¡No es justo! Ya he conseguido la llave, ahora solo queda lo más fácil, por favor, por favor, no quiero ser inútil también para ellos.>>

Ángel tapa su boca con una mano, con la otra clava las uñas en la madera y empuja fuerte, los gritos se quedan entre sus dedos, se enredan como maleza y los latigazos de dolor que van desde su palma hasta todas y cada una de sus terminaciones nerviosas poco a poco se van perdiendo. El dolor sigue ahí, pero Ángel tiene algo mucho más grande de lo que preocuparse, algo que no ha tenido nunca: sus amigos.

Finalmente llega al último escalón con el cuerpo entumecido y la frente empapada de su sudor, el rubio de su cabello se oscurece, pegándose con pequeñas ondas a su cara, pero en ningún momento se detiene y toma aliento, solo se arrastra más y más porque ¿Qué más da? Lleva toda su vida arrastrándose, viviendo en un hueco de un sótano, como las ratas, comiendo sobras, siendo apaleado, pero esta vez tiene un buen motivo: que será la última vez.

Tiene que morder el saliente de madera de la ventana para reunir la fuerza necesaria para ponerse en pie de nuevo. Sus encías, sus dedos de las manos y sus tobillos palpitan como corazones y finalmente logra alzar una mano y subir el cristal, después se desploma sobre el suelo y lo último que ve es la cadena de la llave atada en su muñeca.

Sonríe.

—¡Ángel! Vamos, tío, despierta.

El omega escucha una voz distante, como si estuviese bajo una piscina, una de agua cálida y reconfortante, una oscura, donde podría dormirse. Las palabras llegan lentas, burbujeantes y le hacen cosquillas, se siente drogado, le cuesta unos segundos entenderlas y unos minutos reconocer la voz de Gabriel.

—Mierda ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?

Ahí está de nuevo, tiene un tono entre irritantemente agudo y agradable, muy típico de los adolescentes. La voz de Gabriel es graciosa, piensa, así que tiene más ganas de reír que se prestar atención a lo preocupado que suena o a preguntarse por qué.

Hay otra voz, el tono ronco de Román, ese tono no perfora el agua como la voz chillona de Gabriel, así que no entiende nada de sus palabras y hasta podría confundirlas con un ronroneo. Piensa en gatos, le gustan los gatos, el agua se siente como su pelaje acariciándolo y realmente se muere de ganas de dormir.

—Oh, joder, lo siento por tu carita, Ángel, pero...

<<¡Ah!>>

Ángel chilla dentro de su cabeza y siente como una garra enorme le toma de la cara y se la araña, arrancándolo del agua en el que se hunde más y más y más; la luz del exterior le hiere los ojos y todos los sonidos llegan de repente, afilados, hirientes. Respira hondo, siente que se estaba ahogando y no lo sabía, después se lleva una mano a la mejilla dolorida, está seguro de que hay una marca roja en ella con la misma forma de unos dedos.

—Menos mal, ha funcionado. —suspira Gabriel, poniendo una mano sobre el hombro menudo del omega. —¿Estás bien? Estabas inconsciente en el pasillo.

Es entonces cuando Ángel toma aire de repente, recordando dónde está y que está pasando. Mira a su alrededor rápidamente, buscando cualquier indicio de su padre de pesadilla y se palpa la muñeca en busca de la cadena, pero se tranquiliza al ver que está en el despacho de Farken y que la llave está encajada en la cerradura. Y aparentemente, está flotando, porque sus pies no tocan el suelo. Mira al otro lado entonces, encontrándose con el enorme vampiro que lo sostiene como una princesa.

Ángel da un gritito avergonzado y acto seguido se tapa la cara con ambas manos y enrojece tanto que jura que se ve su sonrojo a través de los dedos.

—Pero qué... Deja de ser tierno, es una cuestión de vida o muerte. —se ríe Gabriel, masajeándose los párpados. Si sigue mirando a Ángel va a sonreír como un bobo por lo adorable que es y no puede permitirse eso.

Román, impasible, lo deja en el suelo. El muchacho se asusta al apoyar las piernas y contiene la respiración, pero cuando ve que ya puede tenerse en pie sin la ayuda de un apoyo respira con más calma.

—No seas dramático, yo tengo que soportar que tú seas tierno todo el rato y no me quejo, déjale ser. —le recrimina el vampiro, a lo que Gabriel da un golpe en la mesa con el puño, frunciendo el ceño.

—¡Yo no soy tierno! ¡Soy un cazador de vampiros, el fin de tu raza!

—Tierno. —dice el colmilludo, encogiéndose de hombros.

—Bueno, tiene razón. —le sonríe Ángel, acercándose para tirar de una de sus mejillas, haciendo que su cara se vea aún más redonda.

—¡Bueno! Basta ya, tenemos que buscar algo útil antes de que la manada llegue. —sentencia Gabriel.

—¡Oh! —Gabriel se sorprende, recordando la última vez que estuvo ahí. —Todo está lleno de papeleo y no seríamos capaz de leerlo todo tan rápido, pero sé que casi todo lo de las estanterías son informes de actividad de la manada, las cazas, los impuestos a otros licántropos y cosas que no son directamente de Urobthos, pero de las que Urobthos tiene noción, la información verdaderamente relevante, por lo que sé, está en... —Ángel aparta un poco a Gabriel se su camino, rodeando el escritorio y llevándose el índica a la boca cuando retira la silla, dejando al descubierto varios cajones de la parte frontal del mueble. Masca la punta de su dedo con nerviosismo y trata de recordar lo que vio aquella vez. —¡Aquí! El último cajón. —el chico se acuclilla de repente, tomando con la mano temblorosa el pequeño pomo del cajón. —El problema es que aquí está la información más confidencial y esa solo dura un tiempo aquí, después los vampiros se la llevan para que nadie pueda robarla, no sé si habrá algo útil o si se lo habrán llev... —el chico cesa de hablar de repente, su brazo da una sacudida, luego otra y otra más, el cajón protesta con algunos ruidos, pero no se abre. —¿Qué? —pregunta y tira de nuevo. —¿Qué? Oh, no... quizá hay otra llave o otr¡Uah!

El chico grita y se hecha para atrás, ayudado por la mano derecha de Gabriel, cuando el escritorio se parte en dos pedazos y escupe polvo y astillas con un horrible crujido que suena como el gemir de un monstruo. Mira arriba y ve a Román soplar las virutas de madera de sus nudillos antes de tomar los dos pedazos del muebles y separarlos, haciendo que los cajones queden rotos y revelando su contenido.

—No podré romper la puerta, pero te aseguro que una mesa de mierda no va a detenerme. —le dice a Ángel, sonriendo cínicamente mientras alarga el brazo hacia el último cajón o lo que queda de él.

Rebusca entre los pedazos de madera y ahí está, una pequeña carpeta color caqui que pesa prácticamente como si estuviese vacía. Lo que sea que haya dentro, si es que hay algo, es ahora mismo tan valiosos como sus tres vidas.

—Ábrela... —Gabriel prácticamente suplica mientras mira el objeto rectangular con los ojos desorbitados. Si no hay nada dentro, no hay esperanzas tampoco en esa caja de pandora.

Las manos de los dos mortales siguen unidas desde que Gabriel ayudó a levantarse del suelo al omega y ahora, mientras ambos retienen la respiración al ver a Román abrir la carpeta, se toman fuerte de la mano, aprietan y sienten en la palma propia los latidos del otro.

Ángel quiere quedarse con ese momento por siempre. Aprendió a caminar sin que nadie le llevase de la mano y ahora que ya sabe, no quiere que le suelten, es tan agradable. Gabriel entristece un poco, las manos de Ángel son suaves, no arrugadas, claro está, pero pese a ello no puede evitar recordar a Leoren. Con tanta acción en día a día no tiene apenas tiempo para pensar en ella, pero el luto siempre busca huecos entre sus suspiros para colarse.

La carpeta ya casi está abierta, lo que son apenas cinco segundos parecen cinco minutos. Entonces Gabriel ve algo oscuro y pequeño pasarle por el rabillo del ojo, no le da importancia, pero tiene cierta curiosidad ¿Una mosca? Demasiado rápido, entonces...

—¡Aaah!

Se volta hacia Ángel en el momento en que le escucha gritar de forma desgarradora, con la boca abierta para preguntarle qué sucede. Nada sale de sus labios, la respuesta se halla delante de él en el momento en que le mira a los ojos. Al ojo derecho, porque el izquierdo está atravesado por un bolígrafo que chorrea sangre. El omega se lleva las manos a la herida y presiona, pero solo logra arrancarse más y más gritos y más y más sangre. Cae al suelo de rodillas y Gabriel no sabe como ayudarlo, se volta hacia Román en busca de respuesta, pero lo halla de espaldas, mirando a alguien delante suyo.

Mirando a Nombre.

Gabriel siente náuseas, las piernas le tiemblan y se queda paralizado en el lugar, completamente paralizado.

<<Otra vez no, otra vez no, otra vez no>>

No quiere perder a nadie más como perdió a Leoren, no quiere luchar de nuevo contra ese ser sin alma ni corazón, no quiere estar al borde de perder, porque esta vez no está seguro de si va a ser salvado o no. Las promesas de Román pueden ser firmes, pero algo en la sonrisa sádica del tipo hace que se le sacudan hasta los huesos y que se pregunte si alguna vez en su vida va a estar realmente a salvo de él.

Ve a Román echar las manos hacia el bastardo y desea en lo más hondo de su corazón que lo agarre por el cuello y no lo suelte hasta que esté muerto.

Pero eso no sucede.

Román golpea el aire y el hombrecillo alto y delgado desaparece, Gabriel sabe lo que pasará, siempre pasa lo mismo, aparece por la espalda. Pero no es capaz de apartarse, solo de quedarse ahí, estático, mientras Román no puede ayudarle y su amigo está en el suelo con un ojo sangrando y la boca llena de maldiciones.

—No... —murmura, como aquella vez con seis años, cuando simplemente se quedó parado, meándose en los pantalones mientras asesinaban a su madre. —No de nuevo...

Una mano le rodea el cuello, dedos afilados como cuchillos se deslizan por su piel, puede sentir el tacto del otro cortándole.

—Volvemos a vernos, amiguito... —murmura con burla, puede escucharlo reír. —Ah, ah, ah —niega al ver a Román voltearse hacia ellos. —ya sabes como va esto ¿No? Un paso más y le corto el cuello. Ahora, dame esa carpeta —Román le mira con el ceño funcido y un deja vu mareándolo. —me la llevaré y también me llevaré al muchacho, si dejas de seguir hurgando en las cosas de Urobthos, quizá te lo devuelva. Puede que hasta te lo devuelva vivo, no como a esa zorra embarazada.

—Serás hijo de puta... —Gabriel reacciona con los ojos llenos de lágrimas y Leoren en la memoria.

—Papá... —murmura Ángel, apoyándose en la pared con una mano ensangrentada mientras llora por el ojo que no sangra. —papá, por favor, suéltalo.

Gabriel traga saliva y Román mira al muchacho con el rostro descolocado.

<<Ha tratado de matar a su propio hijo...>>

—Cariño, va a ser que no. —se burla el otro. —Ahora vuelve a tu cuarto y me pensaré si dejarte ciego del todo o no, mereces un castigo.

—Papá... —murmura cayendo al suelo de rodillas, abrazándose a sí mismo y ocultando el rostro en el hueco de sus piernas. —No quiero matar, no me obligues a matarte. Por favor.

—¿Qué?

Ángel vuelve a alzar el rostro de entre sus piernas y ahora ni siquiera parece él. La sangre deja de brotar, su cuerpo se yergue sobre sus piernas sin vacile alguno y mientras se pone de pie, crece: sus piernas se rompen en el proceso y los huesos se alargan como goma de mascar, los brazos se retuercen y se convierten en patas, la piel se desgarra con afiladas púas, cabello húmedo manchado de sangre, su boca se estira en un aterrador hocico lleno de sientes y de las yemas de los dedos salen largas garras.

Nombre se queda pasmado viendo como su pequeño y dulce hijo, el chiquillo al que ha tenido encerrado como una rata en un agujero de la pared, se convierte en un lobo que apenas cabe en la habitación. Su cuerpo es mucho más grande que el de cualquier lobo que hayan visto nunca y su pelaje tan negro que duele a la vista. De los ojos azules como el cielo quedan únicamente un hoyo rojo y húmedo y una cuenca que es toda pupila, negra como el pelaje, profunda como la herida.

El lobo ruge, Nombre no es capaz de reaccionar cuando Gabriel lo empuja a un lado y huye de su agarre, simplemente se queda con los brazos flácidos, mirando a los ojos de la bestia como si tuviese al mismo Dios delante.

Se arrodilla con lágrimas corriendo por sus mejillas mientras Gabriel, tembloroso, se lanza a los brazos de Román. El vampiros le abraza y ambos sienten un horrible escalofrío cuando Nombre rompe en una risa histérica.

—¡Hijo mío!

El lobo abre sus enormes fauces y dice, con voz infernal:

—Nunca me llamaste así.

Después cierra la boca de nuevo, sobre el cuerpo de Nombre, arrancado su torso de las piernas arrodilladas, partiéndolo por la mitad en una fracción de segundo y tragándolo en la siguiente. Una lengua de sangre deja la huella de una salpicadura roja en la pared y, en el suelo, entre astillas, están las piernas de Nombre luciendo como la mitad de un muñeco de trapo lleno de sangre.

Román y Gabriel quedan boquiabiertos observando la escena. Ninguno es capaz de comprender como esa bestia escupida por el infierno puede ser... un ángel.

El lobo aúlla, un sonido triste y melancólico que hace estremecerse todo el edificio y, después, cae al suelo sobre sus patas, haciéndose cada vez más pequeño más rosado, hasta dejar en el suelo a un muchachito pequeño y desnudo, como si Satán acabase de parir a un inocente niño.

—Ángel... —Román murmura impresionado, corriendo a recoger su cuerpo rosado del suelo. —¿Estás...

El chico le mira con un ojo empapado en lágrimas.

—Soy un asesino, soy un asqueroso as...

Gabriel le da un tortazo, le mira con el ceño fruncido y le grita:

—¡No vuelvas a decir eso! No has hecho nada malo.

<<Pero ha matado...>>

A Gabriel le duele la cabeza cuando trata de pensar más allá de eso, pero lo único que sabe es lo que siente y siente que si Ángel es un asesino, la muerte tiene que ser un regalo. Ángel no puede ser malvado, no puede ser como los vampiros que caza, no puede ser como... como ¿Román? Pero cuando mira al vampiro, siente exactamente lo mismo que con Ángel.

—Sácanos de aquí, por favor, creo que voy a desmayarme... —le pide a Román.




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