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—De veras, demasiado trabajo. Aplaza la reunión. —se queja Desmond dejándose caer sobre el sofá.

Su amigo Víctor ríe y niega.

—Soy tu guardián y el médico de tu mascota ¿Desde cuándo soy tu secretaria también? —pregunta risueño, alzando una ceja.

Desmond se encoge de hombros y acto seguido rodea los de su amigo con un brazo y lo acerca a él de forma amistosa para fregar sus nudillos contra su cabeza.

—Desde el momento en que si no lo haces vas a tener problemas conmigo —amenaza puerilmente mientras sigue despeinando la cabellera vikinga de Víctor y haciéndolo manotear al aire inútilmente.

Ambos ríen con fuerza, pero tratan de contenerse. Pese a que Vlad se ha ido pronto a dar una vuelta por su distrito Tomás sigue durmiendo y no han visto al chico peliblanco, así que lo más seguro es que esté descansando también, sobre todo tras el castigo que recibió anoche. Ninguno de los dos lo presenció, pero ambos pueden oler, en la impecable cocina y el bruñido suelo del salón, los relucientes escalones e incluso la puerta del dormitorio de su amo, la sangre derramada del pobre chico que él mismo tuvo que frotar hasta dejar todo impoluto.

—Mido más que tú, yo debería ser el abusón —se defiende el más grande de ambos, irguiéndose en el sofá y colocándose sobre su amigo.

Bajo el magno cuerpo de Víctor incluso un gigantón como Desmond luce pequeño. Una vez sobre él y con todas las de ganar, Víctor inicia un ataque de cosquillas que es tan infantil como efectivo. Desmond trata de protegerse pateando a su agresor y cubriéndose el vientre y los costados con las manos, rueda sobre el sofá de un sitio a otro, tratando de escapar de su rápido contrincante, pero Víctor lo pincha aquí y allá con sus dedos y lo tiene retorciéndose bajo él.

—¡Baila para mí! —se burla, haciéndole dar saltitos y tener contracciones con solo poner su índice derecho bajo el costillar izquierdo de su amigo. Desmond trata de lucir enfadado, pero está llorando de la risa.

—¡Toma eso! —le responde haciendo un brusco espasmo con el que termina golpeándole la cabeza a su amigo con su duro cráneo. —Soy mayor —le recuerda, el hombre se lleva la mano a la frente enrojecida, echándose para atrás. —y un semi puro —añade, siendo él ahora quien acorrala al otro bajo su tamaño—, así que sigo siendo yo el más fuerte.

—Eso hasta que me chive a Martha de que me has atacado.

El vampiro rubio se hace el profundamente ofendido, alejándose de su presa y retirándose de la batalla de cosquillas. Víctor se alza triunfal, con una enorme sonrisa y limpiándose el polvo de las solapas de la camisa mientras disfruta de su victoria.

—Eso es trampa —se queja Desmond, cruzándose de brazos.

—Es trampa que tú te aproveches de que yo soy más joven. ¡Tú me convertiste! Deberías cuidar de mí, no atacarme. —dramatiza, exagerando una mueca triste. Desmond trata de no reírse en su cara, pero Víctor se lo pone difícil al tratar de lucir desvalido y tierno cuando tiene el aspecto de una mole de músculos y facciones masculinas.

—Oh, puedes cuidar de ti perfectamente sin mi ayuda, lo sé bien. ¿Recuerdas cuando nos conocimos? Lo primero que hiciste fue acuchillarme, cinco veces. Una fue en la entrepierna.

Víctor suelta una estruendosa risa, demostrándole que claramente la memoria no le falla.

—Tenía que defenderme. —se excusa encogiéndose de hombros. —Te felicito por no haberme matado.

—Estuve a punto.

—¡Oh! —chilla con sorpresa, llevándose una mano al pecho como si fuese un herido en combate. —Menudo golpe más bajo.

Desmond arquea las cejas, ofendido por la implicación en las palabras del otro y luego ambos se echa a reír. Desmond se apaga el primero, tosiendo violentamente.

—Alguien tiene la garganta seca —advierte su amigo —¿Cuánto hace que no bebes sangre?

—Lo suficiente como para necesitar comer hoy —responde rodando los ojos y suspirando después hasta quedar alicaído. —, no sé cómo lo haré. Me da miedo asustar demasiado a Tomás, aunque ambos sabemos que todos los amos se alimentan de sus mascotas...

—Podemos salir y cenar fuera si lo deseas. —propone Víctor, pero Desmond niega.

—La sangre embotellada sabe a muerto, alimenta una gota de cada cien y hoy los locales con comida viva están cerrados. Malditos lunes. —chasquea la lengua. —Quizá deba beber del humano de Vlad, él me da permiso y así gano más tiempo para hacer que Tomás se sienta cómodo.

Víctor se remueve en el sofá, incómodo.

—No creo que sea buena idea. —responde secamente. Su amigo lo mira con extrañez y él se ve obligado a explicarse. —Ayer le castigó y perdió sangre, estoy algo preocupado por él y, de hecho, iba a aprovechar ahora para revisarle. Si tengo que esperar a que él acuda a mí por una herida ya puedo ir enterrándolo...

—Víctor... —Desmond se muerde el labio y su amigo lo mira con inocencia, esperando que continúe su frase. El rubio suspira vencido, al parecer su tono de advertencia no ha sido suficiente para transmitirle su preocupación a su mejor amigo, así que deberá ser más directo. —Es el humano de Vlad.

—Sí, bueno, pero él nos ha dado permiso a ambos para hacer lo que queramos con él —responde como si nada, encogiéndose de hombros —, hace unos segundos tú hablabas de morderle.

—Creo que Vlad prefiere mil veces que te jodas al niño a que lo cuides y lo sanes. —responde con tono perspicaz, lanzándole una miradita insinuadora. Víctor se hace el tonto, como si no le hubiese visto, y aparta la mirada. —De todos modos, no te encariñes demasiado de él. Ese chico lleva demasiados años con Vlad, no es uno de esos casos médicos lastimeros que puedes comprar por unos cuantos miles, no te lo vendería.

—No seas ridículo —responde el otro con un vago gesto de manos. —, no le estoy cogiendo más cariño del que tengo permitido, solo me gusta ayudarlo. Soy así con todos, ya lo sabes.

—En ese caso —le responde con una sonrisa tierna, se detiene, mira el reloj, y sigue hablando. —ves a revisarlo ahora que Vlad tiene todavía un rato antes de volver. Sé que no tienes nada que ocultar, pero sabes que él se molestará si cree que sí.

—Iré ahora a verlo ¿Quieres que revise a Tomás también después de que le muerdas?

Desmond hace una mueca de conformidad y dice, acomodándose en el sofá:

—Solo si veo que lo necesita, sino me gustaría quedarme a solas con él. El mordisco es muy íntimo para un humano, quiero que se sienta seguro conmigo. Voy a abrazarle después de morderle, eso le hará sentir bien ¿No?

Víctor se levanta con una mueca bobalicona de felicidad y niega, incrédulo, con la cabeza.

—Después soy yo el que se encariña —se burla socarronamente, alejándose del salón.

Sube las escaleras con pasos prestos, como si llegase tarde y no es sino hasta que llega al segundo piso que se da cuenta de con cuanto ahínco sus pies se mueven hacia la habitación de Vlad. Realmente quiere ver a ese chico y se pregunta hasta qué punto es por su gran empatía por los humanos, especialmente los heridos o por su interés por ese chico en particular.

Se dice que debe ser lo primero, ama cuidar de los desgraciados y ese humano es, posiblemente, el mayor de los que ya visto jamás. Además ¿Por qué iba a sentir algo por él? Solo conoce la anatomía de sus lesiones y las pocas y ofensivas cosas que su amo escupe de él de vez en cuando, pero no conoce a ese chico más allá de su piel.

<<Ni siquiera sé cómo suena su voz>>

Se ríe pensando en lo ridículo que ha sido asustarse al dudar de si le estaba tomando cariño o no.

Toca a la puerta, esperando pacientemente una respuesta, pero entonces recuerda que ese humano no tiene permiso para hablar y, de tenerlo, no se sentiría con la autoridad suficiente como para tener que decidir él quien entra o quien sale de la habitación. De hecho, es triste saber que no tiene siquiera derecho a su intimidad, pero Víctor se dice que no debe pensar en esas cosas, no sabiendo que no hay nada que él pueda hacer. Si ese muchacho canoso estuviese en una exposición de humanos, si Vlad lo devolviese como a un juguete viejo, él lo compraría sin duda y le quitaría el polvo a esa antigualla hasta dejarlo como nuevo. Le daría nuevas normas, nueva piel y nuevas sonrisas. Quizá serían sus primeras. Pero no puede y hacerse ilusiones es una idiotez, lo sabe, así que olvida todas sus fantasías mientras lo busca con la mirada por la habitación.

Lo halla rápido, está sentado a los pies de la cama con los brazos y las piernas extendidas, como un muñeco sin pilas. Tiene trazas de sangre en las palmas y bajo la ropa de gasa hay manchas que gotean hasta el suelo. Lo mira a la cara después de percatarse de su respiración lenta, casi adormilada, y ve sus ojillos anegados luchando por abrirse tras cada parpadeo, apenas parecen dos pequeñas canicas negras hundidas en las abultadas bolsas que las sostienen, como cojines. Tiene las ojeras horribles, intuye que de quedarse todo el día -y posiblemente también el anterior- despierto porque su amo se olvidó de darle permiso para dormir o algo así.

—Hola dulzura—saluda el vampiro susurrando.

Se reprende en seguida por el tono infantil que ha usado, pero pronto todas esas ideas desaparecen de su mente: el chico se percata de su presencia, no mirándolo, sino bajando la vista la suelo, repelida por sus ojos sangrientos. Aun así, no es una reacción de rechazo, se trata de respeto; además, sus pequeños pies y los dedos de las manos se mueven un poco cuando escucha la voz del vampiro, posiblemente debido a un intento fallido de reaccionar.

—Voy a examinarte de nuevo ¿Si? Iremos al baño ¿Puedes seguirme? —el chico asiente con un movimiento mecánico y él, con ciertas dudas, decide creerle y andar hacia la salida de nuevo.

Detrás de él escucha un golpe blando y, después algo deslizarse. Cuando se voltea para descubrir el origen de ese sonido descubre al débil chico arrastrándose por el suelo tras sus pasos. Se alarma de inmediato, corriendo a recogerlo, y el esclavo solo lo mira con el mayor desconcierto que ha visto en alguien.

—¡No hagas eso! Si no puedes levantarte te llevaré yo, pero no hagas eso. —le advierte en tono de regaño, cargándolo por el pasillo.

El chico solo se queda boquiabierto y le da la sensación de que no ha escuchado una sola palabra. Abre la puerta del baño, entra y se voltea para tomar la maneta, la cierra de nuevo, recorre la estancia y busca el baúl para dejar al humano arriba. Lo hace de forma rutinaria, como cuando trabajaba en el ejército, pero por alguna razón el chico luce como maravillado por esas acciones tan simples. Mira las manos de Víctor como si estuviese haciendo algún truco de magia y él, sencillamente, no entiende por qué.

El chico se recuesta sobre la camilla improvisada bocarriba, como el vampiro le pidió la última vez. Le sorprende que lo recuerde, pero le sorprende más aún que el chico se haya adelantado a sus órdenes solo para complacerle de más. Realmente es un buen chico, se pregunta por qué recibe tantos castigos entonces. Niega mientras suspira, no es su trabajo cuestionar sus heridas, solo curarlas.

—Bien, cariño, abre tu pijama. —dicho y hecho, para cuando se voltea y todavía no ha acabado de pronunciar la última palabra de su orden, el humano ya está dejando las manos quitas de nuevo, después de desabotonarse.

Expone su desnudez con una naturaleza aterradora. Uno podría pensar que ha perdido la vergüenza, pero Víctor ve más allá de eso; hay lascivia o provocación en sus actos, no está mostrando su cuerpo como algo que usualmente uno ocultaría. Él no es un sinvergüenza, simplemente jamás supo que su cuerpo era suyo. No lo entiende como algo privado, sino como un objeto para los demás, no es que le sea fácil desnudarse, es que vestirse es volverse invisible para sus amos.

El chico se siente más feliz cuando tiene frío. El frío significa poca ropa y poca ropa significa ser bonito y útil para su amo o bien como juguete o bien como decoración. No lo pasa bien cuando performa ninguno de esos dos roles, pero no está vivo para pasarlo bien, sino para dedicar su vida a agradecer el hecho de poder tenerla.

Con Vlad sabe cómo agradecer, le basta con ponerse bajo la mesa con las reuniones y usar su boca para lo único para lo que sirve. Con Víctor es más complejo, él no es su amo, aunque sabe que cualquier vampiro tiene más propiedad sobre él mismo que él, pero puede distinguir entre uno cualquiera y el ser al que pertenece legítimamente, de todos modos, aunque Víctor no sea como Vlad, quiere complacerlo de igual modo y en ese campo de halla perdido.

Intenta estudiar a este vampiro, diseccionar sus acciones, analizarlas y tener resultados concluyentes, pero todo lo que hace parece escapar de su lógica mental. Cuando le pidió que lo siguiese pensó que lo había calado: Víctor quería que se humillase arrastrándose con sus inútiles fuerzas. La sorpresa llegó cuando el vampiro lo recogió para que él no tuviese que hacer aquello ¿Qué sentido tiene?

Por lo que sabe a ese vampiro no le interesa su sangre, su cuerpo o su humillación ¿Qué más puede querer de él? Parece tener un raro gusto por aplicarle en la piel productos que no sabe para qué funcionan y hacerle tumbarse desnudo.

Quizá es simplemente un espectador. Ha conocido a varios, vampiros a los que les gusta mirar más que hacer, solo que ellos observaban mientras otro actuaban y Víctor solo le mira cuando no hay nadie cerca para mover sus hilos. Suspira, vencido por la extraña forma de ser de ese hombre.

El hombre suspira también, pero por algo distinto. Al aproximarse al chico para curarle ve la fuente de las copiosas manchas de sangre, una herida abierta en el pecho. Está hecha con la precisión de una navaja, así que sabe que los trazos no son vanos. Se acerca un poco más a la herida y la pulsa con una toalla limpia empapada en agua, queriendo retirar los restos de sangre. Hay mucha y eso le preocupa, parece haber varios cortes en la piel, todos sangran, pero uno parece más profundo que los demás y de ahí que la hemorragia siga y siga.

Con cuidado, retira capas y capas de sangre que brotan cuando él les da la espalda, logrando por fin ser más rápido que la herida y desnudarla totalmente de su cobertura roja. Ante sus ojos aparece una palabra que le hace torcer los labios.

<<Puta>>

No le gusta esa palabra grabada en la piel del chico y menos con letras tan grandes, profundas y en una zona tan visible. Muerde su propia lengua para no soltar un improperio sobre Vlad delante de su eslavo y simplemente se dedica a coser el corte que necesita sutura. Se trata de la línea de la primera letra, el resto son arañazos, arañazos graves que dejarán marca, pero arañazos en comparación. La recta vertical que le preocupa es más que eso, el filo ha empezado un poco por encima de la clavícula y ha terminado rozando las costillas, atravesando con crueldad uno de los pezones del chico. Es profundo en toda su extensión incluso si los bordes son más superfluos y puede ver en su precisión, que fue trazado muy despacio.

Siente su ira crecer cuanto más imagina a Vlad haciéndole eso al chico, pero muerde su propia lengua hasta llenarse la boca de sangre. Su manzana de Adán se mueve, el amargo trago pasa a su estómago recordándole que su trabajo ahora es coser y desinfectar, no hacerse el justiciero. Además, ese chico no debería importarle.

Nuevamente, mientras lo cose él mira sin objetar nada. Tan siquiera arguye contra la firme aguja con lágrimas silenciosas o un visaje pasajero, se queda ahí, con el rostro sereno, casi sonriendo mientras él trata de reunir la piel cortada.

El humano parece estar bien con esa situación, incluso ha notado que mueve sus pies bajando uno y subiendo el otro, luego alternando en una especie de bailecillo infantil, pero para Víctor la situación es incómoda. Él es parlanchín, desde pequeño habla por los codos, pero durante la guerra su chachareo se volvió casi procedimental; tenía que hablarle todo el rato a sus pacientes para asegurarse que escuchan y respondían, de que seguían vivos y concentrados en ello. Muchas veces tuvo que hablarles solo para que no muriesen en el más desgarrador silencio.

Con ese humano es imposible, las palabras no salen porque sabe que no serán devueltas. El chico está expuesto a sus ojos, pero se le antoja hermético en cierto modo. Tiene ganas de dejar la medicina a un lado y buscar los compartimentos secretos de su cuerpo con los dedos, como esperando abrirlo y ver qué clase de alma tiene dentro. Lo intenta mirándolo a los ojos, pero son opacos como lunas tintadas y, además, huyen de los suyos como pequeñas alimañas.

—¿Duele? —pregunta mientras cose. No lleva ni un cuarto de la herida, así que quiere asegurarse de no avanzar demasiado si es que el chico no puede soportarlo.

Él asiente con una sinceridad pasmosa. No lo mira suplicante ni nada por el estilo, solo le informa de que, efectivamente, está padeciendo. Tampoco espera nada a cambio, siempre que un vampiro le pregunta si algo duele es porque aman saberlo, así que responde orgulloso que sí con tal de hacer a Víctor sentir grandioso.

En vez de eso, el hombre hace una expresión fastidiada. No fastidiada realmente, sino preocupada, pero es la primera vez que el muchacho está en contacto con un sentimiento parecido viniendo de un bebedor de sangre.

—No quiero anestesiarte, es peligroso, sobre todo dada tu condición, así que pondré una crema sobre la herida que quitará un poco el dolor ¿Si?

Aunque Víctor hace una pregunta, no recibe respuesta, el chico se queda patidifuso mirándolo ¿Va a quitarle el dolor? Tuerce su cabeza ¿No es eso lo mismo que quitarle la diversión? El grandulón es un vampiro raro entre los raros, lo más excéntrico que ha visto jamás. Si quería coser sin hacer daño podría haber tejido un suéter en vez de usar sus heridas para ello, pero él está agradecido de todos modos. El hombre es gentil y pese a que le brinda una confusión que hace doler su cabeza, también le reconforta.

El chico piensa que dejaría que ese le cosiese toda la piel a cambio de su compañía. Embarra con dos dedos la zona herida, haciendo que una mezcla viscosa y brillante recubre la piel antes ensangrentada. El muchacho mira con curiosidad la mezcla en su piel y después se distrae paseando la mirada por el resto del lugar. Hay un sitio muy espacioso, como un plato hondo gigante, solo que achatado por los extremos, que le gusta. Ha oído hablar de eso, se llama bañera y cumple la misma función que el hoyo donde él es forzado a lavarse, solo que en las bañeras el agua está calentita y uno puede tardar todo lo que quiera.

Suspira, suena como un sueño, pero sabe que nada tan agradable ha podido ser creado para un humano. Por lo que a él respecta todo objeto está creado por y para servir a los vampiros y él no es un vampiro, es un objeto.

—¿Mejor, cariño? —pregunta amablemente el vampiro, usando ese nombre encantador que le hace zumbar los oídos.

El chico dirige inmediatamente la vista a su interlocutor, pero nunca a sus ojos; se sorprende al ver que el tipo sigue con su aguja atravesándole la piel, sobre todo porque ahora no siente nada más que una leve presión y quizá un pinchazo de vez en cuando. Parpadea varias veces, mirando la escena como si no fuese real.

El vampiro lee fácilmente su expresión impresionada y ríe por ello.

—Sí, mucho mejor —se responde a sí mismo. —. Después de esto iremos a la cocina, tu dieta es parte de tu salud y no puedo tratar bien tus heridas si no puedo controlar lo que comes.

El humano asiente de forma autómata y con un muy leve brillo en los ojos. Está feliz de que por fin le toque comer esa noche, después de todo lleva tres sin hacerlo y agradecerá un solo bocado de pan con todo lo que tenga a su disposición.

Muchas veces Vlad le hace humillarse, cortarse o practicarle sexo oral como ruego por su comida, él está muy acostumbrado a esas cosas y se considera orgullosamente un experto en ello, pero con Víctor se siente inseguro ¿Qué querrá el vampiro a cambio?

Lo mira de nuevo y nada, sus intenciones y deseos siguen tan ocultos a su vista como los colmillos. El hombre está aplicando un líquido de olor pungente sobre la herida con seriedad, arde un poco al principio y siente un extraño burbujeo bajo la piel, pero a los minutos se pasa y la zona vuelve a estar insensible.

—Ya puedes vestirte —le informa Víctor, dándole la espalda para lavarse las manos.

La última vez lo acarició hacia el final de su sesión y el humano todavía recuerda la sensación de sus dedos con una mezcla de curiosidad y horror que ahora mismo le decepciona. Por alguna razón estaba esperando que sucediese de nuevo, pero Víctor está más distante.

Sin pensarlo más ni hacer esperar a su superior decide sentarse en el baúl y abotonarse de nuevo el pijama sucio de sangre. Tomaría uno nuevo, sabe dónde están, pero necesita permiso de Vlad primero; muchas veces le hace vestir con ropa sucia o maloliente y él sabe muy bien que no tiene derecho a quejarse. La mitad de las veces es por diversión, la otra mitad para educarlo.

Suspira, recordando su infancia o los fragmentos que quedan de ella en su mente. Al principio dormía sobre una manta tendida en el suelo de su celda y cuando Vlad empezó a enseñarle como usar su cuerpo para ponerlo al servicio de los placeres de un vampiro empezó a orinarse encima mientras dormía. Él solía hacer un ovillo con la toalla sucia, ponerlo en el extremo opuesto de la habitación y dormir frío, pero limpio. Entonces Vlad se percató de ello y lo hizo dormir enroscado en las sábanas impregnadas de sus propios deshechos hasta que nunca más se lo hizo encima.

El chico se pone en pie para seguir a Víctor fuera del baño y escaleras abajo, pero el vampiro repite el extraño acto de antes y lo toma en brazos para llevarlo a su destino. Se acurruca en su pecho sin quererlo y se pregunta qué clase de vampiro es ese tan raro. Vlad siempre le dijo que era repugnante, que debía ponerse de rodillas y orar en agradecimiento a que lo tocase, sin embargo, Víctor parece tan tranquilo poniendo sus manos divinas sobre él.

Se siente avergonzado, como cuando era un niño cubierto en su propio pis que rogaba por un abrazo contra los barrotes de su habitación. Aprendió pronto que no merecía abrazos, pero Víctor le está haciendo preguntarse si él lo ha aprendido también.

En lo que parece un parpadeo el chico pasa de estar en el baño a ser dejado cuidadosamente sobre el suelo de la cocina, donde se arrodilla mirando al vampiro, esperando órdenes.

—Sigue durmiendo —informa una voz a sus espaldas —¿Qué haces? —cuando la sombra parlanchina se revela del todo, el peliblanco reconoce a Desmond y baja la cabeza ante su presencia.

—Haré algo de comer para él, no va a curarse bien sin nutrición. —explica el grandulón.

Es entonces cuando el cerebro del humano chasquea y comete la osadía de mirar a un vampiro a los ojos. Mira Víctor solo un segundo antes de corregir su error, pero lo mira fijamente, como si estuviese loco.

¿Ha dicho que va a prepararle comida? ¿Va a ensuciar sus manos que ni la muerte se atreve a tocar con sucios alimentos para humanos? ¿Lo hará para él, por él? No tiene sentido, definitivamente debe alejarse de ese vampiro tan rápido como pueda porque está desquiciado. Es una lástima que no quiera.

Como un buen chico, él se queda ahí esperando, arrodillado.

—¿Sabes cocinar? —pregunta Desmond alzando una ceja medio socarrón y medio curioso.

Víctor asiente, abriendo la nevera y deslizando los ojos por los diferentes compartimentos. Finalmente saca un trozo de salmón que afortunadamente está descongelado, unas judías verdes y un huevo y lo deja todo sobre la mesa.

—¿Quieres que te haga algo a ti también? —pregunta con falsa coquetería a Desmond.

El otro vampiro le sigue la broma bajando un poco el cuello de la camisa del más corpulento y acercándose a la zona como si fuese a morder.

—Recuerdo que la última vez que me ofreciste comida estuvo deliciosa. —murmura sobre su piel, haciéndole cosquillas al hablar.

Víctor ríe mientras empieza a filetear el salmón y pone en un cazo a hervir las judías.

—¿Recuerdas el sabor de mi sangre? —le pregunta poniéndose más serio y realmente queriendo saber la respuesta.

—Claro, fuiste una presa genial. —responde Desmond volviendo a subir la camisa de su amigo y terminando con la broma. —Sabías realmente ácido, pero de un modo delicioso, además luchaste tanto ¡Lo que daría por volver a cazarte! Fue tan divertido.

Víctor ríe en alto y después niega.

—Yo no lo recuerdo como una noche demasiado feliz, es decir —corrige, gesticulando con la mano y asiendo a su vez el cuchillo con el que corta la comida. —, fui feliz de ser inmortal después, pero recuerdo que pensé que eras la muerte.

—¿Y no lo soy? —pregunta de nuevo, acercándosele por detrás.

Desmond entonces rodea la amplia cintura de su amigo con sus brazos, siendo consciente de sus intimidantes dimensiones, y posa sus labios en el cuello del hombre. Le gusta ser cercano con Víctor, aunque sabe que su contacto jamás pasará más allá de la ropa y tampoco lo desea.

—Claro que sí, maestro. —responde con un tono dócil.

Víctor habla monótono, calmado e incluso hecha el pescado condimentado a la sartén con movimientos que parecen una danza. Cuando Desmond le recuerda su época de neófito, lo obediente que fue, lo servicial que se portaba, él se pone de repente suave y blando entre sus manos, como listo para ser amoldado.

Desmond se separa, feliz de oír a su amigo llamarle con ese nombre teñido de respeto y sumisión que en su día se ganó. Víctor es tan grande y fuerte, un perro guardián envidiable, pero no tiene interés en atraparlo con ningún tipo de correa, él es su amigo. Es por ello que lo libera de su apremiante abrazo y se dedica a hablar con un tono más jovial, relajando el ambiente mientras lo observa cocinar.

—Recuerdo que cuando te presenté como mi pupilo muchos pensaron que había cambiado de gustos.

—Yo no te gusto de ese modo. —responde el otro negando con suavidad.

—Imagínate, tendría problemas para encontrar hombres como tú si esas fuesen mis inclinaciones.

Desmond se fija en que el agua ha empezado a hervir y en la sartén el aceite ya está caliente, haciendo que el pescado se dore. Percibe el característico aroma salado de la comida siendo cocinada y aunque no le causa repulsión, tampoco le atrae, aunque lo que sí que le llama la atención es un sonido que parece conectar con ese olor. Es el sonido de la saliva del humano, cada vez que lo mira está babeando como un animal y tragando como un loco para no ponerlo todo perdido.

A Tomás también se le hace la boca agua con los platos deliciosos, pero nunca pensó que esa expresión podría ser tan literal. Es en ese momento en que cae en la cuenta de que posiblemente sea la primera vez en la vida de ese esclavo en que huele algo tan elaborado.

—Si esas fuesen tus inclinaciones tendrías serios problemas de obediencia de mi parte. —le responde el otro, retador.

Desmond le regala media sonrisa lasciva.

—No creo que tantos como dices.

—Lo que usted diga, maestro. —le da la razón burlonamente, aunque sus palabras suenan cómodas de todos modos. —Dime ¿Tomás parecía dormir bien? Me preocupa que no descanse lo suficiente.

Desmond asiente, acto seguido añade:

—Trato de que sean ocho horas siempre, aunque suelen ser más, sobre todo si despierta por el día con pesadillas.

—¿Tiene muchas? —ve al rubio asentir por el rabillo del ojo. —¿Qué le atormenta?

—¿Tú qué crees? —pregunta apoyándose en el mármol y frunciendo el ceño. Víctor no le responde a su pregunta retórica por la naturaleza de esta y porque está demasiado concentrado sacando las verduras del agua hirviendo para echarlas a la sartén con el pescado un huevo que acaba de abrir y batir prestamente. —Siempre son pesadillas conmigo. Me siento horrible.

—Bien.

—¿Bien? —pregunta algo ofendido.

—No que tenga pesadillas, sino que te sientas horrible. Lo mereces y si sabes que lo mereces es que estás mejorando. —responde simplemente, sin tratar de edulcorar la verdad de sus palabras.

Desmond asiente pensativo, su amigo siempre le trata de proteger de todo, pero cuando se trata de injusticias que él mismo comete dispara sus palabras a quema ropa sin ningún tipo de remordimiento. Le gusta esa honestidad de Víctor, le recuerda que fiel no significa cegado.

—Cuando despierte deberé morderle, ah, no sé siquiera cómo lo haré, aún le asusto mucho.

Víctor deja el contenido de la sartén en un plato hondo mientras suspira y, dejando el utensilio en la pica, hace una mueca pensativa.

—Cuanto tú eras humano ¿Cómo te habría gustado que Morien te mordiese?

La pregunta es como un dardo que da de lleno en el interlocutor, puede verlo en la mueca herida que hace al oír ese viejo nombre, pero decide ignorarlo porque sabe que Damián necesita eso ahora.

—Llegó el momento en que le pedí que me besase e incluso intenté acariciarlo mientras lo hacía, daba tanto miedo y me sentía tan solo que solo deseaba contacto. —explica en unos susurros.

Entonces se para a mirar al chico a sus pies, no le gusta revelar sus vulnerabilidades tan fácilmente ante alguien, pero ese muchacho humano le conoce desde hace demasiado tiempo y ha oído demasiadas cosas entre él y Vlad como para ser ajeno a su pasado.

—Entonces dale cariño, hazle sentir seguro. —explica su amigo mientras lleva el plato a la mesa.

Justo en ese momento la puerta principal cruje y Vlad entra por ella con una gran sonrisa.

—¿Médico y chef? —pregunta burlón, acercándose rápidamente a la cocina. —Al final serás más útil de lo que me pensaba.

—También es mi protector. —le recuerda Desmond, poniendo una mano en el hombro de su amigo para elogiarlo.

Víctor sonríe y baja la vista, le avergüenza cuando la gente habla tan altamente de él, cosa que rara vez suele pasar.

—Le he cocinado algo para que se recupere más rápido —explica Víctor al ver que Vlad mira el plato de comida y después al peliblanco a sus pies.

—De acuerdo —dice con calma, para la sorpresa de todos, pero entonces coge él el plato. —, pero él no tiene permitido comer como más de lo que es, un animal. Ven, sube —ordena, palmeando la mesa. —, danos un espectáculo mientras cenas.

El débil chico escala con dificultado por las sillas hasta llegar a la mesa, tratando, sin ayuda alguna, de subirse a ella. Mientras Vlad esparce la comida por la superficie, lanzándola como quisiese semblarla por toda el área.

—Sentémonos y conversemos mientras él nos entretiene —propone risueño, separando la silla de la mesa que la preside para después ponerse él ahí.



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