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—¿Crees que funcionará? —pregunta Gabriel pasándose la mano por el cabello.

La oscuridad del almacén del instituto no le deja ver demasiado, así que solo entrecierra los ojos mientras Román suspira y empuja su dedo ensangrentado en la boca del inconsciente Ángel.

—La sangre de vampiro tiene propiedades curativas, pero tiene un límite, su ojo —señala el vendaje que le cubre la cabeza, cortesía de los materiales que han robado de la enfermería del lugar, está todo manchado de sangre y Gabriel no ve que vaya a mejorar. —volverá a recomponerse, pero no sé si verá. Además, esto es así con humanos, nunca he probado con otras criaturas. Por ahora solo podemos esperar a que despierte.

—Sí... —suspira el chico, dejándose caer sobre uno de los colchones viejos, junto a Román.

En el otro está Ángel y Gabriel se pregunta si fue en ese en el colchón en que Román le desvirgó. La idea le hace sentir incómodo, pero no puede parar de pensar en ello.

Se lleva una mano a la cabeza, últimamente las jaquecas son insufribles, quizá tiene que ver con el horrible porrazo que aquel hombre lobo le dio o con la paliza que inició poco antes de que Román llegase. No le ha curado, tiene la cabeza algo ida y el rostro un poco amoratado, además del labio roto, pero prefiere curarse él solo, a su ritmo. Necesita tiempo también para sanar heridas que el cuerpo no muestra.

—Ha sido un golpe muy fuerte para ti verle de nuevo ¿Verdad? A Nombre me refiero...

Gabriel siente un escalofrío, tiene su sonrisa horrible en las pestañas, la ve cuando cierra los ojos y cuando los abre, en esa fracción de segundo en que su vista se oscurece y surge la duda fugaz de si volverá a iluminarse jamás. Asiente despacio y cuando abre los ojos y ve a Román se siente un poco mejor.

—Ha sido aterrador, que vergüenza. —masculla, derrotado.

Román rodea su hombro con un brazo y dice:

—No hay nada de lo que tener vergüenza...

El susurro es tenue y le recorre la piel como una caricia, se siente tan bien que quiere al vampiro diciéndole cosas al oído, cosas suaves, hermosas, quiere que le consuele y le bese en el cuello mientras le habla, que le haga sentir bien. En casa.

—Lo sé, pero... —Gabriel niega, suspirando con pesar. —He pensado en Leoren ¿Sabes? Me he acordado de ella y, no sé, ha sido como si me cayese un balde de agua fría ¿Tú piensas en ella?

—Claro. —responde el otro en un tono que suena casi ofendido. —Pensé que lo conseguiría, después de tantos siglos sigo siendo un idiota y sigo poniéndome triste cuando los mortales mueren, soy un idiota. No me la puedo sacar de la cabeza... Una vez convertí en vampira a una anciana y fue como mi madre, pero murió y con el tiempo me olvidé de ella todo lo que pude, Leoren no es ella, pero me recordó a ella y sé... Dios mío, te juro que lo sé, sé que habría sido una madre genial para su bebé y pensé que realmente lo sería, pero... Pero las cosas no son bonitas, Gabriel.

—Dime algo que no sepa. —responde con una risa de una sola sílaba y un chasquido de lengua. —Ni siquiera le hemos hecho un funeral, yo quiero ir a dejarle flores y a decir cosas buenas sobre ellas, aunque no haya nadie para escucharlas.

—No hay tiempo para eso, pequeño —le responde el vampiro, empujando con suavidad el cuerpo del chico contra su pecho, empezando a acariciar su cabello.

—Es injusto...

—Me lo dirás a mí. —se burla el otro, soltando una de sus típicas risas. Por primera vez, Gabriel se da cuenta de lo vacías que suenan y de repente se siente profundamente mal. —Es injusto que todo el mundo al que quiera muera, pero ¿Qué le voy a hacer? Ya estoy en proceso de suicidarme ¿No? No se puede hacer mucho más.

Y Gabriel, por un momento, se siente aun peor al escuchar eso.

—Idiota.

—¿Qué?

—Quiero que me beses.

Ambos se miran como criaturas extrañas que se ven por primera vez, Gabriel mira al vampiro con enojo, pero este solo tiene el rostro lleno de una genuina sorpresa que incluso le hace parecer más joven. El vampiro tuerce la cabeza.

—¿Por qué? —le pregunta —¿No dijiste que no querías hacerlo más?

—Da igual —responde el otro, enfadado, apartándolo. —, ha sido una gilipollez.

Pero Román tira de su mano y lo vuelve a asir hacia sí para besarlo. Gabriel jamás se opone, solo se queda ahí, arrodillado frente al pecho del vampiro con su boca moviéndose en buscar de unos labios que ocultan colmillos. No debería hacer eso, no debería quererlos, pero ¡A la mierda! Tampoco la organización debería ser corrupta ni Leoren debería haber muerto. Si las cosas no van a ser como tendrían que ser, él tampoco lo será ¡Y que se vayan a la mierda las pocas expectativas que quien quiera que sea tenía de él!

Lo besa apasionadamente, tomándolo de las solapas de su camisa, empujándolo hacia él, demandándolo cerca, grande y cálido. Román corresponde, deseoso, abrazándolo por la cintura con fuerza y bajando en su camino de besos hacia el cuello.

—Tengo tantas ganas de comerte... —susurra sobre la piel de su garganta.

El aliento es casi tan frío como las palabras. Gabriel ríe irónicamente y se pregunta si le ha besado para poder morderle o si realmente él no es el único idiota que deseaba tantísimo ese beso. Como sea, se le caen las lágrimas, esta vez antes de que el vampiro hinque los colmillos.

Se le siguen cayendo después, mientras el vampiro aprieta las mandíbulas y traga con avidez, haciendo que el agarre de Gabriel en su ropa se descuelgue de forma flácida. El hombre se separa de él, limpiándose los labios a lametones después de haber podido saciar un hambre que llevaba días forjándose en su estómago y besa las heridas hasta dejarlas limpias. Después sube mordisqueando su oreja, rozando con la nariz la mejilla del chico y vuelve a los labios.

—¿Y ...—empieza a preguntar Gabriel, tomando aliento entre beso y beso. —tú? —suspira, el hombre le muerde los labios, desatendiendo sus palabras. —¿Por qué ...—mete la lengua, explora su boca, quizá en busca del fin de la pregunta, pero solo lo halla cuando se separa, dejando a Gabriel respirar. —me besas? —el ósculo se frena abruptamente. Gabriel se separa un poco, mirándolo con ojos dolidos. —¿En serio quieres besarme? ¿O es solo para conseguir mi sangre, porque a mí me gusta que me besen y a ti te importa una mierda, como cuando me desvirgaste?

Román pone una mano en su mejilla, limpiando las lágrimas furiosas del chico y quedándose perdido en su mirada unos segundos.

Y es que está desesperado ¿Qué respuesta quiere oír? ¿Quiere un rechazo o que lo acepte como amante, él, que morirá en sus manos, que solo le ha conocido, le ha besado, porque el muchacho deseaba su muerte más que nada en el mundo? Román está demasiado confundido para pensar en qué decir. La respuesta la sabe, la sabe desde hace más de lo que le gustaría reconocer, pero no sabe qué decirle a él.

<<Haga lo que haga le voy a romper el corazón.>>

—Dímelo tú —opta por usar su sonrisa entre zalamera y malvada, acompañada del tono burlón que suele poner a Gabriel de los nervios. —¿Qué crees que quiero de ti?

Gabriel lo aparta de un empujón, ofendido.

—¡No estoy jugando! —reclama y el corazón de Román retumba y duele en su pecho. Él tampoco, pero es menos doloroso fingir que la vida es un juego, porque de tener que tomarse en serio todas y cada una de las desgracias que le suceden en ella, acabaría loco. —Eres un inmoral ¿Lo sabias? ¡No! —chilla cuando el otro va a abrir la boca, seguro de lo que va a decir. —No me vengas con el chistecito de siempre. Te estoy hablando en serio... Dices que me vas a proteger, mueres de preocupación cuando ves que podría morir y luego me dices que me vas a hacer el amor y me besas, pero dices que no significa nada para ti, solo para mí ¡Y una mierda! Eres un mentiroso y no sé si me mientes a mí o te mientes a ti, pero haz el maldito favor de ser un jodido hombre y admitir las cosas en voz alta. No seas un cobarde.

Gabriel a estas alturas ya está levantado, con los puños apretados y el corazón latiendo con fuerza en el pecho. Él no es un sentimental, no es un chico sensible o un pequeño muchacho inseguro, pero Román lo saca de quicio con su personalidad que se asemeja más a un puzle al que le faltan piezas, con sus pistas confusas, su comportamiento a medias. Necesita tranquilidad y solo puede escucharla si sale del corazón de Román, incluso aunque no tenga.

—¿Y qué cambiará si te digo las cosas? Además ¿Qué es lo que quieres, exactamente?

—Dime que soy para ti, quiero que me lo digas. —dice con voz contenida y llevándose una mano al pecho, tiene el rostro cubierto de lágrimas y los hipeos le impiden hablar tan firme como desearía. —Dime ¿Qué soy? ¿Tu compañero en una misión, tu comida, tu amante, tu estúpido juguete humano? ¿Te preocupas por mí o solo me cuidas porque te soy útil? ¿Por qué mierda me besas? ¡¿Por qué mierda me hiciste el amor?! ¿Por qué tuviste que decir esas cosas y por qué me miras de ese modo que hace que se me acelere el corazón y hace que me sienta bien y que no pueda pensar en nada más que en ti? ¿Por qué haces todo esto? —pregunta casi sin voz, arrodillado delante suyo de nuevo. Román lo abraza protectoramente y Gabriel llora todavía más desesperado. —Dímelo ¿Es solo por diversión? Porque yo nunca me había sentido así de bien y de mal, yo nunca...

Román le besa de nuevo y el chico no es capaz de seguir hablando. Si eso es una burla o un consuelo es algo que jamás sabrá y solo deja que los labios del hombre que le destroza con sus mentiras le reconforten con suaves roces. Siente que está en el cielo cuando le besa, pero cuando se separan siempre se pregunta lo mismo, siempre mira a Román y se pregunta si su corazón está totalmente muerto. Si su vida es tan insignificante como la de los demás humanos a los que ha matado o a los que ha perdido y olvidado.

<<Solo soy... uno más.>>

—Gabriel, te prometí que te protegería siempre, así que escúchame —susurra suavemente, separándolo de él con sus manos en las suaves mejillas, barriendo las lágrimas lejos. —: yo jamás te haré daño. No hago esto para reírme de ti, no es así.

Gabriel llora todavía más, negando con la cabeza.

—Eres incapaz de decirlo ¿Verdad?

—Te voy a cuidar, Gabriel, por favor, deja de llorar. —el chico solo lo abraza de vuelta y llora en su pecho.

—Eres un inmoral.

—¿Un inmortal, no te he oído bien? —pregunta con un suave tono de broma.

Consigue lo que se propone: Gabriel ríe. Cuando termina dice:

—Te odio mucho ¿Lo sabes? —el vampiro sonríe enternecido, acariciándole la cabeza mientras el chico respira su aroma masculino, calmándose un poco.

—¿Quién es el mentiroso ahora?

—Vampiro idiota... —refunfuña el chico, mirándolo a los ojos con los suyos todavía húmedos.

Y Román le mira con tanta magia en los suyos, con tanto cariño, que Gabriel cree que no necesita palabras, pero las necesita.

Entonces el colchón de al lado del suyo cruje y ven a Ángel erguirse, ambos se lanzan como hienas hacia él, avasallándolo con preguntas.

—Chicos, chicos, esperad... —murmura riendo un poco. Se lleva las manos a la venda que le cubre el ojo y lentamente la arranca, sin hacer ninguna mueva de dolor. El hermoso color azul está intacto y el muchachito parpadea para después decir, con una triste sonrisa. —No veo.

—¿Qué? —pregunta Gabriel con un hilillo de voz.

—No pasa nada, con el otro ojo puedo manejarme. No pasa na-

—¡Es por mi culpa! Si hubiese visto a ese cabrón antes de que tú...

—Oye... —dice el muchacho con sus rubias cejas fruncidas. —No vuelvas a decir que es tu culpa o yo también te golpearé.

Gabriel trata de reír amablemente, pero se siente horrible. Él le salvó la vida y ahora solo tenía que devolverle el favor y ni eso ha logrado hacer. Ha fallado de nuevo.

—Tuve que estar más atento, yo soy el más rápido de los tres y sin embargo no actúe suficientemente rápido. Es mi culpa. —interviene Román con semblante serio y herido.

Ángel pone también una mano en él, alargándola para llegar a su ancho hombro. Con la otra señala su ojo ciego.

—Me has salvado la vida, esto es solo un precio muy pequeño para pagar. Pequeñísimo. Prefiero ver el mundo con un solo ojo que ver toda mi vida mi estúpida jaula con los dos ¿De acuerdo? —Román asiente y traga saliva. En lo más hondo de su ser envidia a Ángel muchísimo, tan lleno de vida, de ganas de vivirla, de esa extraña capacidad de ver en lo cotidiano algo nuevo y sorprendente. Para Ángel el mundo estaría lleno de colores incluso si fuese ciego, para él, que ve más allá que cualquier mortal, todo es gris. —Ahora, vamos a lo importante ¿Conseguiste los documentos?

—¡Oh, sí! —se sorprende Román, volteándose para señalar con el dedo una carpeta caqui sobre el colchón. —Después de todo el estrés del momento prácticamente me había olvidado de eso.

Gabriel ríe a carcajadas, porque es cierto, todo lo que han pasado a sido por y para eso y pese a ello, siente que él ha estado buscando otra cosa. Otra que aún no ha encontrado.

Román se estira para poder coger la carpeta y abrirla frente a los ojos curiosos de sus compañeros. A ambos les brilla la mirada cuando este la abre del todo, revelando que hay en ella un papel. Es una sola hoja, pero con eso les vale.

—¿Qué es? —pregunta Gabriel viendo los ojos de vampiro ir de lado a lado del papel tan rápido que más que moverse, parece que vibren en el lugar. Sabe que posiblemente ya lo haya terminado de leer y esté repasando.

—Hablan de nosotros, de que lo que se sabe es que estamos en Barcelona y que teníamos un espía en la organización, Leoren. Y como medida preventiva pone que han enviado a los mejores lobos de ''El aullido'' a proteger el secreto de mi inmortalidad.

—¿Dónde los han envidado? ¿Dónde está el secreto? —pregunta Gabriel, gritando histérico.

—Hay una dirección —dice el vampiro, pero tiene el ceño preocupantemente fruncido. Esta vez pasa os ojos lenta y deliberadamente sobre una sola línea, dos veces, y a la segunda la narra: Calle de la Mare de Déu de Port, 56, 58, 08038 Barcelona. Número 616.

—Al final el secreto estaba en el lugar del que venís —dice Ángel quedándose boquiabierto y hasta queriendo reír por lo ridículo de la situación. —Pero ¿Número 616? Debe ser un edificio enorme si esa es la planta.

—No es un edificio. —dice Gabriel, blanco como el papel de calcar y tragando saliva. —Es la dirección del cementerio donde está enterrada Nathalen Georga Keleth.





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