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El chico es arrojado violentamente dentro de la habitación, pero no se queja. Ha caído sobre sus marcadas costillas, hiriéndose, pero su amo no le ha dado permiso para gritar de dolor, así que se muerde la lengua hasta notar un sabor metálico en la boca y procura estar callado porque es un buen chico.

Realmente quiere serlo.

—¿Te lo has pasado bien con tu amiguito Víctor? —espeta Vlad con rabia.

Él se asusta ¿Debe responder? Las únicas veces que su amo se dirige a él es para ordenar, insultar o informar, pero esto de ahora es una pregunta ¿Qué debe hacer con ella? No quiere ser maleducado y dejarla en el aire, pero por otro lado sabe que no tiene el derecho de hablar.

<<Solo habla quien tiene algo que decir, los humanos solo sirven para usar, no para hablar. No tienen nada que decir más que sí, señor y gracias, señor.>>

El chico recuerda las palabras de su amo, así que solo se queda mirándolo a la espera de una orden que sí sepa acatar. El otro no le especifica qué hacer, aunque tampoco parece molesto por su silencio, actúa normal. Y con normal me refiero a que azota la puerta para cerrarla y después golpea al chico en la cara, mandándolo de vuelta al suelo nuevamente.

—Te ha curado, te ha preparado la cena, parece que empiezas a acomodarte a esa clase de vida. Dime ¿Crees que te la mereces?

El chico niega al instante, sabe que no. Los humanos solo merecen lo que sus amos creen que merecen y Vlad le ha dicho una y mil veces que en su caso no es nada.

<<Ni la vida, deberías agradecerme que te deje conservarla, pedazo de escoria.>>

Sin embargo, los recuerdos de Vlad diciéndole esas verdades hasta grabárselas a fuego se ven difuminados por otros recientes: el tacto de las manos de Víctor en su cuerpo, el tono de su voz, la expresión concentrada que pone cuando clava una aguja en su piel, el aroma del atún cocinado, la forma en que frota sus dedos delicadamente para echar sal...

Toda su mente está llena de esa gran incógnita de rostro masculino y gestos angelicales. No cree que él merezca las cosas agradables que ese vampiro hace, pero sin duda no puede evitar disfrutarlas. Tampoco puede evitar sonrojarse.

—Maldito idiota —espeta su amo con rabia, escupiéndole en el rostro. El chico se mantiene estoico, arrodillado y con la vista en el suelo. — ¿Crees que le gustas? ¿Es eso? ¿Crees que puedes gustarle a alguien?

El chico piensa que obviamente no, pero las preguntas hacen que su corazón se acelere y, acto seguido, se confunda. Vlad empieza a reír histéricamente al ver el rostro consternado del chico, para de golpe y entonces lo agarra del cuello, levantándolo.

—¡No seas estúpido! ¡Nadie puede ver nada en ti! —le grita, arrojándolo después contra la puerta.

El pomo le da en las lumbares dolorosamente, pero él solo choca y cae, como hecho de trapo. Sabe que debe aguantar la paliza si su amo necesita desahogarse; después de todo está vivo por y para eso únicamente.

—Víctor solo te ve como un muñeco de pruebas al que hacerle experimentos —le dice, aun riéndose. Se agacha a su altura, inclinándose pronunciadamente, para verlo al rostro, aunque el chico no pueda imitar el gesto. —, no le importas una mierda, igual que a tus padres.

Vlad parece calmarse un poco después de gritarle eso; su expresión furibunda se relaja un poco, las arrugas fruncidas de su rostro se suavizan y de pronto una sonrisa satisfecha lo atraviesa. Su humano solo aguanta las duras palabras con un semblante calmado, aunque realmente no le duelen demasiado. No es ninguna novedad que sus padres no le querían, lo sabe desde que se pregunta quiénes son. Llamó papá una vez a Vlad, fue su primera palabra y una de las últimas. Esa noche Vlad le explicó que sus padres le habían vendido a él para librarse de su molesta existencia y aunque no lo entendió entonces, lo hizo unos años más tarde.

No le preocupa demasiado, sus padres no son nadie, son solo otros humanos y los humanos no valen nada nunca, lo único que importa es su amo.

—¿Sabes? Deberías hacerle un favor a ese vampiro amigo tuyo y darle más donde coser.

El chico asiente mientras Vlad lo toma por el cuello de la camisa y se le arranca de un tirón. Los botones salen desperdigados y la tela se raja con fuerza contra su piel, dejándola roja; quita los harapientos pedazos de ropa que quedan todavía en su cuerpo con violentos tirones hasta que lo desnuda, entonces mira con el ceño fruncido como la palabra que escribió en su pecho está emborronada por un hilo negro.

El chico mira fríamente como Vlad le hecha las manos encima de nuevo, deshilachándolo. Por primera vez siente que se caerá a pedazos.

La piel abierta, enrojecida, vuelve a mostrar ese insulto en letras de color vibrante y ahora su amo ya no parece sentir tanto interés en él porque le está dando la espalda. La sangre corre desde su pecho hasta el suelo en finas, pero largas gotas, como cabellos cobrizos. Los toca con sus dedos, empapándoselos, después frota las yemas contra la herida, extendiendo su propia sangre; cierra los ojos e imagina que son las manos de Víctor poniéndole aquel líquido transparente, no porque quiere que la piel deje de dolerle, sino porque quiere que ese hombre le consuele.

Vlad le saca rápidamente de se ensoñamiento golpeando su mano. El chico se queja en voz muy baja y extiende la palma.

—Veinte —dice el vampiro, dejando bruscamente una navaja en la mano del chico. Entonces abre la puerta de repente, golpeando la cabeza del chico que solo se aparta. —. Veinte cortes en cada brazo como castigo. Cuando vuelva los abriré todos de nuevo y te morderé.

El muchacho asiente de forma dócil. Veinte laceraciones no son demasiadas en comparación a otras que ha tenido que infringirse en el pasado, quizá Vlad está de buen humor.

Él, desde luego, sí que lo está. Si se corta veinte veces Víctor va a coserlo seguro.

Por primera vez en su vida siente la tentación de sonreír, solo que no sabe que los humanos pueden. Una tórrida sensación le inunda el pecho, después las muñecas.



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