48

 Esta historia está a la venta en Amazon en todos los países, así que si queréis apoyarme, no esperar a las actualizaciones u obtener los capítulos extras solo disponibles en la versión de pago, podéis comprar este libro en físico o en ebook, que es mucho más barato (menos de 5 dólares) ^^


Gabriel despierta cuando el olor a frito le llega a la nariz y le amenaza con ahogarlo en su propia baba. Salivando y agarrándose el vacío estómago, sigue el aroma hasta la cocina, donde puede contemplar una de las escenas más hilarantes e increíbles que ha visto nunca.

Ángel está cocinando una deliciosa comida con carne y verduras, aprovechando que esta despensa es de mucha mejor calidad que la que tenía en aquella horrible celda y, a su lado, Román está protegiéndose la cara con un brazo, temeroso de los chispeos de aceite, mientras intenta hacer patatas fritas. Se siente un poco ofendido, el vampiro parece más asustado de la comida que de él cuando pelean ¿Acaso una freidora es un adversario más digno que un cazador?

—¡Oh, hola! —le saluda Ángel con una sonrisa de oreja a oreja cuando se voltea para servir el segundo y último plato de pollo al curry con ensalada y arroz. —Has dormido casi veinte horas, así que pensamos que tendrías hambre. Siento haber ensuciado tanto... —dice mordiéndose el labio mientras mira de reojo el mármol de la cocina, lleno de especias, salsas y arroz crudo derramado por doquier. —con solo un ojo es mucho más difícil cocinar.

—¿Qué?¡Oh, no no! No te preocupes, no pasa nada, muchas gracias, de verdad, muchas gracias... —dice el muchacho totalmente ojiplático, todavía recuperándose del shock de haber visto a una criatura milenaria teniendo problemas para hacer patatas fritas.

Gabriel se siente en su silla y ve entonces como Román sirve las patatas, quejándose de que se quema mientras lo haces. Lo mira extraño, con una ceja enarcada y la otra alzada.

—Tendré que hacerle algo de comida a mi comida, no hay más remedio. —murmura sonriéndole con grandes colmillos, quitándole importancia al hecho de que esta no es la primera, aunque si la más graciosa, vez en que Román se preocupa suficiente de la mala alimentación de Gabriel como para ponerse a cocinar. —Acábatelo todo —añade secamente, sentándose a la mesa, después se apoya en el dorso de su mano para sonreírle escalofriantemente y lamerse los labios mientras añade: —, después quiero comerte.

Ángel se tapa la boca al escuchar el comentario y enrojece un poco, viendo la forma tensa en que los dos se miran. Gabriel le lanza una furiosa mirada furtiva de ''no es lo que piensas ¡Ni se te ocurra pensarlo!'' y el chico simplemente se sienta en la mesa en silencio.

—Si vas a intentar morderme, recuerda que no te será tan fácil. La última vez te dejé que me mordieses solo porque yo estaba cansado, no tenía mis armas y porque llevabas mucho sin comer y te necesito con energías, pero ahora —lo apunta con el cuchillo, le sonríe de vuelta y después apuñala el trozo de pollo haciendo temblar la mesa—, te cortaré los colmillos a la mínima oportunidad.

Román le sonríe, entrecerrando los ojos mientras lo mira como un enamoradizo adolescente y con todo suave y zalamero responde:

—Eres tan tierno cuando te crees que puedes conmigo...

—Y tú tan idiota cuando te clavo una estaca en el corazón por ser un engreído. Estoy deseando ver como pierdes.

—No me gustan las peleas... —murmura Ángel incómodamente, mirando a su plato sin tocarlo mientras hace un leve puchero.

—No te preocupes —responde Román mirándolo con una mueca tan amable que parece ser incluso otra persona. La lujuria y el sadismo con el que observa a Gabriel no parecen poder estar pintadas en el mismo rostro que su ocasional pero sincera dulzura. —, esto es un trato que hicimos: si yo tengo hambre trato de cazarlo, si él me caza a mí no como en unos días, si yo le cazo a él... explícale que pasa, presa mía.

Gabriel escupe un trozo de calabacín con salsa de tomate en la cara del vampiro al escuchar lo último y, acto seguido, grita:

—¡No me llames así! —Sin mucho cuidado pincha después la rodancha de verdura que desciende desde la frente del vampiro hasta el puente de su nariz, haciéndole un pequeño rasguño, aunque este no se queja y se limita a limpiarse la asquerosa salsa con una servilleta. —Lo que pasa es que me muerde. Fin. —explica a Ángel sin apenas mirarlo, de hecho tiene su vista en el plato y usa la periférica para observar a Román y, si sus ojos no le engañan, este se acaba de burlar de él lanzándole un beso.

Durante su estadía en Madrid y con las miles de cosas que han pasado en solo unos días, Gabriel ha tenido la sensación de que Román no ha tenido tiempo para ser Román, el cínico vampiro que a veces parece que ligue con él y otras le desprecie, que actúa como si todo fuese un bobo juego y que le pone de los nervios. Tiene la sensación de que en Madrid, con el peligro tan cerca de él, Román se ha obligado a ser más serio, a ser su perro guardián y aunque la mera idea de que el vampiro se ha esmerado en protegerle le hace sentir estremecimientos en todo el cuerpo, agradece tener al Román bromista y cínico de vuelta. Aunque las cosas son un poco diferentes ahora.

Gabriel se pone profundamente rojo cuando ve que el otro le lanza otro beso nuevamente y Ángel solo ríe con inocencia, pensando que todo es un juego de niños. Y no lo es, Gabriel no considera un juego el serio hormigueo que siente sobre los labios cuando recuerda a Román besándole, no considera una broma el calor que se vierte desde su garganta hasta su pelvis cuando piensa en sus beses bajando por su vientre, deteniéndose juguetonamente en la ingle, en sus dedos acariciando un camino marcado por la lengua, en su cuerpo empujándose contra en el suyo, dentro del suyo. Cuando piensa en Román haciéndole el amor.

—¿Pasa algo? —pregunta Ángel, poniéndose serio de golpe.

—¿Q-Qué? Nada. —espeta el muchacho con prisas, llenándose después a boca de comida para evitar conversaciones incómodas.

—Es un licántropo, él también puede escuchar como se te dispara el corazón. —comenta tranquilamente Román.

—¿Entonces es como un juego? —pregunta el omega de repente, haciendo que ambos lo miren con algo de confusión. El chico ya ha empezado a comer y Gabriel se sorprende al ver que lo que para él son bocados imposibles de masticar, para el omega no son más que mordisquitos. —Me refiero —empieza con la boca llena, pero se la tapa y traga tranquilamente un enorme pedazo de carne, casi sin masticar. Gabriel recuerda lo de Nombre y de repente su apetito se reduce drásticamente. —a lo de que peleáis para ver quien caza a quien.

—Sí. —responde Román.

—¿Qué? ¡No! No es un juego, es una guerra.

—Oh, vamos —le replica el vampiro rodando los ojos. —, pero si es divertidísimo.

—¡Yo no me divierto! —se queja aporreando la mesa, a lo que el vampiro ríe.

—Eres adorable cuando te enfadas.

—Eres un imbécil. —dice con la lengua trabándosele en la boca, el vampiro ríe y él solo deja de mirarlo, reanudando su comida. Después mira a Ángel, señala al vampiro y repite: —Es un imbécil.

—Yo creo que tiene razón, eres adorable... —le responde con un tono pueril.

Román le saca la lengua y Gabriel le patea la espinilla por debajo de la mesa.

—Pues ahora sois imbéciles los dos.

Y cuando Ángel y Román tratan de aguantarse la risa para no ser pateados por la pequeña bola de furia que es Gabriel, este no se puede resistir a reír con ellos.

Después de eso conversan amenamente, tratando de olvidar sus problemas. Nadie quiere hablar de Urobthos o de la manada de Ángel, nadie quiere recordarles a todos que sus vidas están en peligro y que posiblemente su misión de salvarse a ellos y salvar al mundo de una organización de asesinos acabe con todos ellos fracasando y muriendo y, aún si tienen éxito o mejor dicho, para que tengan éxito, uno de ellos debe morir de todos modos. Nadie quiere decir lo que todos ya saben, así que solo hablan de lo que desconocen.

Román le explica a Ángel su primer contacto con un hombre lobo, la vez en que lo cabalgó mientras huían de pueblerinos enfadados, armados con mucho más que antorchas y palos. Ángel les explica qué quiere hacer con su vida después de que todo eso acabe, después de Urobthos y ''El aullido'' estén acabados y pueda llevar una vida serena.

Quiere estudiar, ir a la universidad y ser profesor de ciencias. Quiere enseñar y que la gente se divierta aprendiendo, quiere vivir rodeado de alumnos, en una clase amplia donde nadie se sienta solo nunca y, después, cuando termine su jornada ir a su autocaravana y dormir cada noche en sitio diferentes. Quiere una casa con ruedas que le permita viajar y viajar, ver algo distinto cada vez que mire por la ventana y quiere enamorarse de cada sitio exótico, de cada persona que conozca, de cada clase a la que enseñe.

Cuando Román le escucha luce orgulloso y Gabriel se esmera por parecerlo también y no es que no lo esté, pero la tristeza lo disimula. Él no ha pensado que hará cuando todo eso acabe; él prácticamente nació para ser un cazavampiros y aunque su máxima ambición es acabar con todos ellos, le da vértigo pensar que hará cuando conquiste esa cima ¿Arrojarse al vacío? Cierta parte de él siente que ha nacido para matar a vampiros y que sin ese propósito estará vacío. Quizá se ha obsesionado, pero sin ello sabe que jamás habría salido adelante, sabe que todas las noches en que robó armas de sus jefes y se las metió en la boca con el dedo tembloroso en el gatillo habrían acabado con un disparo. Su objetivo de acabar con esa raza es lo único que tiene, aunque eso mismo le consuma.

Cuando todo termine ya no tendrá un motivo para vivir, sus padres seguirán muertos, Ángel se habrá ido a un país lejano y Román...

<<Román estará muerto.>>

Se le hace un nudo en el estómago y unas repentinas ganas de llorar lo asaltan.

Cuando todo termine estará solo, como al principio.

<<¿Y que haré?>>

No llega a responder esa pregunta, solo sigue repitiéndola en su cabeza mientras la conversación avanza y él no presta ninguna atención.

Eventualmente terminan de comer y de hacer la sobremesa, Ángel, por orden del vampiro, va al baño a lavarse la cara y mirar su ojo, vigilando que no tenga nada raro y él se queda recogiendo los platos sucios mientras Román le sigue como una sombra. Cuando se quede sin ella ¿Qué será más que un muñeco sin alma? Román lo abraza por detrás y besa su cuello con los labios levemente húmedos y un poco fríos, se siente como electricidad dándole un agradable chispazo en la piel a Gabriel y este suspira, dejando que sus brazos se relajen y dejando de frotar el plato con el estropajo.

—Tengo hambre... —advierte el vampiro, besando de nuevo su cuello, esta vez desciende un poco, tiene el atrevimiento de rodear su cintura con un brazo y subir por el pecho con la mano opuesta.

Repasa el contorno de su garganta con los dedos, después desabotona su camisa por arriba, dejando más de su piel al descubierto, acaricia un hombro, bajando la camisa un poco; cuando el otro queda desnudo lo besa con la pasión que si fuese su yugular. Gabriel suspira de nuevo. Le gusta sentirse pequeño y maleable en las manos de Román, le hace sentir vulnerable y protegido a la vez. Es como si ser débil, como si ser humano, no significase vivir aterrorizado.

Pero sabe que la vida no es tan sencilla, que todos los hombres mueren y que los débiles son aquellos que no luchan antes de hacerlo.

Hunde la mano en el fregadero, encontrando el cuchillo con el que ha estado amenazando a Román durante toda la comida, se da la vuelta y lo empuja contra su pecho. El cuchillo se desliza sobre el aire, haciendo a Gabriel dar un paso en falso hacia delante y tambalearse, busca con la vista a Román, que le saluda burlonamente apoyado en la pared en la otra punta de la habitación.

—Tramposo, no me has dado tiempo de coger mis armas.

Román se encoge de hombros y, acercándose, susurra:

—Pobrecito, que injusta es la vida ¿No?

Cuando sonríe sagazmente, Gabriel se muerde la lengua y corre hacia él con el pequeño cuchillo en la mano. Román se prepara para parar el ataque, romper el utensilio frente a las narices del cazador y inmovilizarlo contra la pared. La idea le hace relamerse, pero entonces Gabriel le despista triando el cuchillo al suelo y agachándose para pasar de largo. Se voltea, confuso, y maldice al ver que muchacho va a la habitación, donde tiene sus armas.

Román corre hacia él, pero el muchacho le frena dándole con la puerta en las narices y un segundo antes de abrirla escucha los muelles de la cama rechinando. Eso significa que Gabriel ha ido a por la larga daga que oculta bajo la almohada ¿Había algún arma más cerca, quizá en la mesita de noche? Román no lo recuerda, pero actúa de todos modos. Entra violentamente y se lanza sobre el muchacho que está de espaldas en la cama, palpando con una mano bajo la almohada.

Está totalmente indefenso, así que es su oportunidad de saltarle encima como un tigre y destriparlo.

O eso piensa, porque cuando está a punto de caer sobre su cuerpo, Gabriel se voltea con el táser en su otra mano y presiona el botón, apuntando hacia el vampiro que cae de boca en la trampa. El cuerpo de Román choca con la corriente eléctrica y se siente como fuego bajo su piel. Grita y tiembla mientras el muchacho presiona el botón hasta dejarse el pulgar blanco. Sigue buscando con la otra mano en la cama mientras el vampiro se electrocuta hasta que ¡Bingo! Ha encontrado la daga, así que rueda fuera de la cama, empuñando ahora sus dos armas.

Román se desploma sobre las sábanas y no hace un solo movimiento en un rato, Gabriel se acerca cautelosamente, si va a apuñalarle debe ser ahora. Da un paso, dos, aun está demasiado lejos para darle en el corazón, pero también para que el otro lo alcance. Está inseguro ¿Debería dejar pasar la oportunidad o arriesgarse? Él siempre ha sido más de lo segundo, pero desde que conoció a Román ha cambiado un poco, es extraño, ahora se piensa un poco más las cosas.

Antes siempre se lanzaba de cabeza al peligro alegando que no tenía nada perder, pero ahora...

<<¡¿Es que acaso no te preocupas por tu vida?!>>

Niega con la cabeza, eso no es una misión de la organización, son él y Román... ¿Jugando? Sí, debe admitir que todo eso tiene algo de emocionante, quizá lúdico. Así que ahora sí que decide arriesgarse, alzando la daga con una mano y dejando la otra al lado de su cuerpo. Román actúa rápido, coge el taser de su mano y, en vez de arrancárselo, lo patea en el estómago enviando al chico al suelo.

El vampiro lanza el arma eléctrica al otro lado de la cama, ahora solo necesita quitarle la daga.

—Pensaba que me lo ibas a poner difícil. —dice Román haciendo un falso puchero mientras se agacha y observa a Gabriel tratando de ponerse en pie de nuevo después de la caída.

La hoja de Gabriel destella rápida frente a sus ojos, la ve pasar a milímetros de la pupila pero se aparta con suficiente tiempo para tomarla con la palma de la mano y acompañar el movimiento de Gabriel, exagerándolo y haciendo que la tire al suelo.

—¡Mierda! Serás... —Román entonces baja más, empujando al chico hasta que su espalda toca el suelo y su cabeza se golpea levemente con este.

—Ha sido fácil... Mucho amenazarme y después eres tan blando —dice socarronamente, acariciando una mejilla del chico con el índice mientras observa su rostro furioso.

Tiene las cejas muy oscuras y cuando las frunce su pequeña frente se llena de expresivas arrugas y lo mismo con sus ojos: grandes, oscuros, pero llenos de sentimiento.

Entonces Gabriel agarra al vampiro por las solapas de su camisa y lo atrae hacia él, besándolo.

Román apoya sus manos en el suelo, a los lados de la cabeza del muchacho, siente que una de sus pequeñas manos sube por su camisa, acariciando su costado lleno de músculos, dejando que los dedos bailen por la curva del dorsal. Sus menudos se sienten bien, son curiosos, lentos, acarician con torpeza, pero a la vez son tan cálidos que no quiere corregir su camino, solo desea que le toque más y más y...

—Mira que dejarse engañar por un truco con viejo.

Román se separa un poco más de los labios que, burlones, rompen el ósculo para herirle. Mira hacia abajo, viendo en su pecho la punta de la daga de Gabriel.

<<Cuando todo termine, quiero que termine así...>>

Sonríe melancólico, imaginando el agridulce momento de su verdadera muerte, si es que llega, cuando Gabriel le de su sueño eterno que tengo ha buscado, pero, antes, le bese haciéndole plantearse si cualquier sueño, sin sus besos, no es más que una pesadilla. Entonces una punzada le atraviesa, no el filo de Gabriel, sino una duda más dañina, quedándose atrapada en su cerebro como una espina.

<<¿Y si me arrepiento?>>

Nota que Gabriel se ha quedado absorto en sus ojos dolidos y ardientes, el rojo sangre se refleja en el iris oscuro del chico y Román se da cuenta de lo triste que luce su mirada. Se da lástima a sí mismo, pero no es momento de compadecerse, sino de actuar, aparta el filo del chico de un manotazo, aprovechando la distracción. Gabriel trata de alcanzarlo, pero ya ha volado lejos y no puede, Román le arranca maldiciones y lo inmoviliza contra el suelo subiéndose a horcajadas sobre él y tomando sus muñecas delgadas en sus manos, azotándolas sobre su cabeza llena de dudas.

—Has perdido. —sonríe Román, descendiendo un poco hacia su cuello.

Gabriel bufa cuando los besos empiezan, su cuerpo se relaja al instante, se vuelve más suave y blando, como si el otro lo amasase con su cariño.

—La próxima vez perderás tú.

Román sube por la quijada del chico con sus labios hasta encararlo y le sonríe de nuevo. Ahora Gabriel no está seguro de ver la burla en sus labios.

—No lo dudo. —le dice antes de darle otro beso, esta vez en los labios.

El chico le corresponde con un beso fiero, demandante. El vampiro apenas acaricia la boca del otro con la lengua cuando la de Gabriel se abre paso sin permiso, buscando entre los labios de su amante las respuestas a las preguntas que hace tiempo le hizo. Y sus bocas se unen y se separan con chiclosos sonidos, Gabriel se aleja como empujándolo para tomar aire y hundirse de nuevo en sus besos, después vuelve a él como una estrella colisionando, sus labios son tan devastadores, se mueve con un ansia tan voraz ¿Quién diría que es él la presa? Devora a Román, le muerde los labios, se los estira, mientras el vampiro lo besa suavemente y es paciente con él. Gabriel jadea, pide y sigue, zarandea sus muñecas y se zafa del agarre, como un animal escapando, solo que sus manos no huyen, se pegan al cuerpo del vampiro como imanes y lo acarician, clava los dedos, arrastras las uñas, como queriendo dejar su marca y que destaque de entre todas las demás.

Gabriel lo besa prácticamente furioso, vengativo por todo el silencio que el vampiro le da, le muerde la lengua, la castiga por no decirle las palabras que tanto desea oír. Más que lujurioso, Gabriel está enfadado, pero ambas emociones coexisten, convergen en el ojo de la huracanada vorágine de sentimientos que tiene Gabriel en el pecho, devorando todo lo demás.

Para él, cuando Román toca su piel no existe nada más en el mundo.

—Mi sangre... —dice el chico, casi furioso, tirando el pelo negro del vampiro para separarlo de él y hacer que le mire a la cara. —¿Tanto te gusta? ¿Es diferente? ¿Es especial? —<<Soy especial, di que soy especial, dilo...>> el vampiro asiente, los párpados casi bajados como si un sopor le invadiese y los colmillos relucientes como siempre. Gabriel les tiene miedo, pero ahora hay algo más. Se muerde el labio, está pensando una tontería, no quiere decirla, se supone que un cazador no debería decirla, pero... Simplemente a la mierda, está cansado de ser lo que tendría que ser y de desear lo que tendría que desear. A la mierda. —Entonces muérdeme, muérdeme fuerte, ¡Muérdeme!

Y Gabriel no sabe si es la adrenalina, lo horriblemente contradictorio que Román le hace sentir o que su cuerpo ya se ha acostumbrado, pero esta vez, cuando el vampiro le sostiene para someterlo a su voluntad y lo muerde hundiendo con fuerza los colmillos, Gabriel solo gime y nota el dolor llenándole todo el cuerpo de una forma extraña, una forma que le hace recordar lo rápido que le latía el corazón y lo muy caliente que su cuerpo estaba cuando el vampiro lo hizo correrse mientras lo follaba. El mismo temblor en todo su cuerpo, las mismas gotas de sudor resbalando por su frente, el mismo ángulo en su espalda se arquea por el vampiro, las mismas manos apretando su cuerpo, la misma boca tomándolo. El mismo latigazo de sensaciones que golpea solo un segundo y lo hace tan fuerte que no te deja siquiera pensar como para poder decir si ha sido dolor o placer lo que acompañaba al golpe. Dios, últimamente todo le hace recordar ese momento.

Y con ello viene la vergüenza. Gabriel tapa su rostro mientras el vampiro sorbe, han pasado unos minutos desde el momento en que clavó sus dientes y ahora ambos se han estabilizado, las emociones ya no revolotean en la cabecita del adolescente haciendo un peligroso coctel con sus hormonas. Ahora puede identificar perfectamente el dolor en su cuello y el asco, pegajoso, frío, que siente bajo la lengua cuando nota que tiene la cabeza sobre un charco de su propia sangre.

Román se separa de él, dejándole la piel del cuello pulsátil, y le mira con los ojos brillosos.

—Espero que lo hayas disfrutado tanto como yo... —susurra de forma demasiado sexual.

Pero el cuerpo de Gabriel está demasiado débil como para actuar, como la levantar sus brazos y atraer al vampiro cerca, como para mostrar el vigor de su deseo, la firmeza con la que quiere a ese hombre contra su piel, está demasiado exáusto como para hacer algo más que no sea observar.

Admira a Román, con la luz del techo colgando sobre su cabeza, dejando que un destello ilumine las formas de su rostro y le hagan verse como un dios misericordioso, el cabello negro y largo opaca la luz, un eclipse de esos que te dejan ciegos si los miras mucho rato ¿Es ese el efecto de la belleza de Román? Una hermosura tan de otro mundo que no puedes robarla sin que te robe ella a ti primero. Y cuando trata de domar esos cabellos, hebras negras que caen sobre su cara pero nunca lo tocan, con los dedos manchados de sangre... el pelo se le queda hacia detrás, más raso que fiero, brillante y obediente bajo el toque de las yemas enrojecidas. Deja en su frente un pequeño halo de sangre, parece un rubor hermoso en esa blancura y es que su piel es tan perfecta. Un lienzo, lleno de imperfecciones, sería indigno de ser comparada con ella, más suave que el satín, más fina que la porcelana ¿Hay material en la tierra que le haga honor a su hermosa, hermosa piel? Gabriel quiere tanto tocarla, pero solo es capaz de mover sus dedos patéticamente, como las antenas de un insecto torpón y ciego.

Se lamenta internamente por no poder alzar su mano hacia el rostro del vampiro, que lo mira con preocupación y cariño, con sus cejas delgadas y negras fruncidas, como un trazo preciso, con su nariz grande, pero simétrica y esos ojos solo un poco rasgados y muy, muy atractivos. Tienen una forma almendrada hacia el centro y las espesas pestañas negras crean una sombra que hace que uno deba mirar largo rato para asegurarse de si eso que ha visto es, efectivamente, rojo. Y cuando lo vez, ya estás perdido, un color hermoso, formado por llamas vivas que convergen en la pupila, perdiéndose en un aviso.

—¿Gabriel? —pregunta y de repente los ojos del chico saltan a los labios danzantes, gruesos, rosados y con el puente levemente acorazonado, hechos para besar o engañar, para mentir bonito, para morder duro.

<<Es un ángel, es un maldito ángel...>>

Gabriel siente que se pierde en él, se ahoga en un mar de detalles fascinantes ¿Qué fue del chico duro que lo vio por primera vez en un bar y se dijo que jamás se dejaría seducir por sus encantos? Quizá no se fijó mucho, pero estaba seguro de que Román era guapo y nada más, pero ahora... ahora no hay aire suficiente como para que Gabriel suspire por Román. No hay, en el mundo, nada que se le compare ¿Qué ha cambiado? ¿Acaso es él una víctima más? Si eso es lo que sienten sus presas antes de morir mordidas, Gabriel se compadece horriblemente de ellas, no por que mueran, sino porque mueren enamoradas de su asesino.

—Estoy mareado... —responde este con simpleza, tratando de salir de su sopor. Está empezando a tener extraños pensamientos y le asustan. Román le asusta.

El vampiro asiente y lo toma en brazos, llevándolo a su cama.

—Al final dormiste mucho y Ángel no pudo tratar tus heridas ¿Necesitas mi snagre?

—La última vez... me hizo sentir raro... —tose Gabriel, acomodándose en el lecho.

—Sí, la sangre te cura, pero si repone la sangre que yo he bebido y te hace estar un poco eufórico, la pérdida de sangre y la falsa sensación de mucha energía podría hacerte sentir mal y podría ser peligroso, quizá te crees que estás mejor de lo que estás y acabas perdiendo el conocimiento o algo así... —Román está pensando en voz alta más que hablar y para cuando termina le hecha un vistazo rápido al chico, se levanta y dice: —Avisaré a Ángel mejor, si te curas de forma natural será mejor para ti.

—Vale... —musita el chico, cerrando los ojos y respirando hondo.

Su cabeza gira y gira haciéndole sentir que no está tumbado, sino en un parque de atracciones montado en la más rápido y aterradora de todas. Cuando no está seguro de si ha pasado un segundo o una eternidad la puerta se abre y una voz dulce le dice algo, después siente el colchón hundirse con el peso de alguien y abre los ojos, viendo a sus dos amigos sentados a cada lado de él.

Román solo lo observa y le explica alguna cosa a Ángel mientras lo señala, no entiende bien lo que dice, su voz suena llena de eco y lejana y Ángel, por otro lado, no dice nada, solo asiente y rebusca cosas en el botiquín de emergencias que Gabriel recuerda tener en el baño, pero no haber abierto nunca.

Siente una pequeña punzada en el labio y en la nariz, entonces parpadea varias veces y su visión se aclara lo suficiente para distinguir una gasa dando toquecitos en esas zonas, por el fuerte olor etílico que desprende, Gabriel entiende que Ángel está desinfectando sus heridas, así que simplemente se deja hacer.

—Espero que hayas mejorado para cuando vayamos a ese cementerio... —suspira Ángel con preocupación. —Tú no trates de forzarte a nada, si vas y sigues débil podría pasar algo malo...

—Tranquilo, no pondría en riegos todo lo que hemos conseguido solo por ir con prisas.

—Eso espero —dice Román cruzado de brazos. —, podemos esperar por ti, unos días de más no van a cambiar nada.

—Estoy nervioso —confiesa Ángel. —, cuando vayamos al cementerio y los lobos de mi manada me vean van a volverse locos.

—No hace falta que vengas —le interrumpe Gabriel incorporándose un poco para mirarle más directo a los ojos mientras le habla. —, tú querías huir de tu manada y lo has conseguido, no tienes por qué ponerte en peligro para ayudarnos en nuestro plan de acabar con Urobthos.

—¡Pero os lo debo!

—No nos debes nada. —responde el vampiro calmadamente. —Nosotros no te vamos a pedir que te pongas en peligro.

—Además, me has salvado la vida como, eh... tres, sí, tres veces. —añade Gabriel.

—Pero yo quiero ir con vosotros y ayudaros y quiero acabar con Urobthos. Puede que yo me haya librado de mi manada, pero si algo así pasaba bajo la supervisión y la aprobación de Urobthos, miles de cosas peores deben estar pasando también y no quiero que nadie tenga que vivir eso. Quiero ayudar, quiero ayudaros.

Ángel suele tener un rostro aniñado y una voz dulce, suplicante cuando se emociona, pero ahora la convicción ha tomado el control de sus palabras y su rostro, dándole un semblante decidido y un tono más grave y firme. Gabriel traga saliva al escucharle hablar con tal fuerza y Román baja su tono para hacerle una última pregunta:

—¿Incluso si ayudarnos puede costarte la vida?

Gabriel siente un nudo en el estómago. Si Ángel acepta no hay nada que pueda hacer y aunque desea ser acompañado en su aventura, reza porque el omega diga que no, porque se vaya a su lado, pero para ir a un lugar seguro. No quiere perder a nadie más, no puede dejar que Ángel sufra el mismo destino que Leoren y su bebé.

—Descuida —dice el omega, mostrando una sonrisa socarrona. —, no dejaré que me maten.




Comentarios