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Esteban acaba de ir al cine con Marcel y es la primera vez que paga su entrada para no ver la película y que aun así lo ha disfrutado de lo lindo. No es que la película fuese mala, tampoco sabe si ha sido buena, no ha prestado atención. Durante toda la película ha estado con los ojos fijos en el perfil del otro beta.

Ha contemplado lo estables que son las líneas de su rostro, lo robusto de su seriedad y lo atractivo que es su rostro ecuánime. Le dan ganas de romper esa harmonía echa indiferencia, de separarle los labios con una sorpresa o de fruncir su ceño con un enfado. Marcel es hermoso, extraño y Esteban no puede parar de mirarlo y admirarlo; cuando el beta más grande tomó su mano al inicio de la película y entrelazó los dedos, comenzando después a acariciar su brazo bronceado con el dorso de la mano contraria, Esteban supo que eso le mantendría atento por horas y así fue: cuando el beta le toca se siente como un omega bajo la mano de un alfa, se siente pequeño y protegido, maravillado por lo poderoso y gentil que es el hombre que lo corteja.

Ha oído en clase, los últimos días, algún comentario sobre como se ha condenado a ser un beta en vez de seguir fingiendo que era un alfa, en como se ha vuelto esclavo de Marcel; le fastidian esos comentarios y ha amenazado de muerte a un par de tipos por ellos, pero en el fondo, muy en el fondo, cuando piensa en ellos en la soledad de su alcoba, se hecha a reír. Tan ridículos... Nunca me había sentido más libres. Vivir en solitud le parece lo contrario a ser libre, sin embargo, entregar su libertad a Marcel es la prueba más grande de que la tiene en primera instancia.

-¿Cómo te lo has pasado? -pregunta con tono serio, cerrando la puerta de entrada una vez ambos entran en su habitación.

Esteban da un par de distraídas vueltas por el comedor, riendo de disfrute.

-¡Ha sido genial! -grita, alzando los brazos para recibir entre ellos a Marcel; él no le devuelve el abrazo, pero no se sorprende: Marcel es poco afectivo y ya bastante extraño ha sido que le acaricie en el cine (aunque lo agradece demasiado). -Dios, ni siquiera me divertí tanto en las citas que tenía con omegas, ni siquiera en la que acababa con el omega chupándome la polla. -ríe, secándose una lágrima con el dorso de la mano.

Su estómago duele de tanto reír y siente que su corazón duele de ser tan, tan feliz.

Recuerda las citas que tuvo anteriormente. En todas ellas tenía un par de ojos ilusionados sobre él, esperando algo de él, como si fuese un espectáculo y tuviese que entretener a los omegas con su presencia. Se sentía más como un payaso y un guardaespaldas a la vez que como un novio o un amante; los omegas siempre callaban y creaban ese silencio incómodo que él debía llenar con palabras, pero sin nada que decir realmente; los omegas siempre le seguían dócilmente a donde quiera que fuese, exigiéndole que hiciese planes y reservas, sin darle el placer de dejarse llevar y quizá acabar en un lugar inesperadamente certero. Oh, y los omegas siempre se escondían tras sus espaldas cuando alguien les decía algo grosero, esperando que Esteban fuese a perder un par de dientes en una pelea solo por defender su honor.

Ahora no es como si él hubiese intercambiado papeles con los omegas y Esteban fuese su alfa. Sí, se siente protegido, dominado y guiado, Marcel el paternalista, severo y controlador, pero no es explosivo, no gruñe, no habla a voces, no inicia peleas. Con él todo ese sereno, pero siente a veces que en una mirada tranquila se halla una tensión que le roba el aliento, una tensión que no sabe qué sucederá cuando se libere. Y eso le hace sentir vivo.

Como ahora mismo. Ha terminado su frase y Marcel ha cerrado la puerta y se ha volteado, mirándolo a los ojos. Su rostro no denota nada, los ojos están fríos, las cejas reposan llanamente y su boca es una línea enmarcada por atractivos labios. Cualquiera diría que es una cara inexpresiva, y lo es, pero mientras el beta se acerca a Esteban, este siente que algo bajo la piel arde, algo sutil como para pasar desapercibido a la vista, pero poderoso, como para calentar su piel desde la distancia, haciéndolo sudar.

Esteban no sabe si el comentario sobre las mamadas ha molestado a Marcel, lo ha puesto celoso o simplemente lo ha encontrado inadecuado, pero puede ver una reacción en él; lo ve en sus andares lentos y deliberados, que quieren hacerle saber que va hacia él y lo atrapará sin dificultad alguna, lo ve en esa mirada fría que lo analiza como si se preguntarse cómo debe devorarlo, lo ve en la forma en que Marcel lleva las manos a la hebilla de su cinturón y lo afloja poco a poco.

-Cuando un hombre corteja a otro... -empieza, dejando el cinturón calmadamente en sofá tras Esteban, rozando su cintura con el dorso del brazo y quedándose tan cerca que más que aire, comparten aliento. -este suele cumplir todos los deseos del chico cortejado, para asegurarse de que no le dice que no. Apuesto a que todos los omegas que te chuparon la polla lo hicieron pensando que ese era tu deseo. Todos fallaron... -susurra, inclinándose hacia su cuello y usando un seductor tono sombrío. Su mano se eleva y lo toma por el cuello también. Con una lenta caricia sube hacia el cuero cabelludo, donde los dedos causan un hormigueo placentero. -Ahora yo sé qué es lo que verdaderamente deseas, beta.

La caricia ya no es caricia, sino agarre y el cosquilleo y una poderosa punzada de dolor que pone en alerta todo su cuerpo. Marcel no está tirándole del pelo sin cuidado, lo está tomando duramente, pero con control y la sola idea de la disciplina que las manos de ese hombre pueden enseñar a su cuerpo le hace estremecerse y temblar. El agarre entonces dirige su cabeza, tirando hacia abajo hasta que lo hace caer de rodillas; Esteban no se resiste a ello, verdaderamente ansia y disfruta el ardor de los jalones de Marcel en su pelo y el de sus rodillas desnudas prensándose contra el suelo. Ama esa pequeña pizca de dolor que mantiene su cuerpo a raya y sumiso, que le hace olvidar que aprendió a ser un alfa y que le enseña a ser un buen chico para su hombre.

Nadie dijo que las caricias de un amante tenían que ser dulces. Y definitivamente Esteban las prefiere picantes, que dejen ardor allá por donde pasan y que la piel tarde semanas en olvidarlas.

Marcel lo mira con seriedad desde arriba, viendo lo nervioso que está el chico. Ambos saben qué está pasando y qué pasará, sin embargo, Esteban luce tan asustado y emocionado a la vez y, sobretodo, tan inexperto. Pobre alma, nadie te ha enseñado lo que te gusta... Pero no me quejo, será divertido educarte, mostrarte como tu cuerpo debe recibirme, como debes gemir y pedir, como debes disfrutar. Como realmente eres. Marcel toma aire, manteniendo la compostura, no quiere apresurarse, tampoco ser demasiado condescendiente, quiere que las cosas duren el tiempo que tengan que durar. Ni un segundo más, ni un segundo menos. Él jamás toca a otras personas, pero cuando su piel desea fundirse con otra, quiere que las cosas se hagan bien, no con prisas.

-E-Es la primera vez que hago esto... -dice el beta, riendo nerviosamente. El agarre en su cabeza se mantiene, haciéndolo sentir tenso.

Esteban traga saliva cuando no recibe respuesta alguna; en su lugar Marcel lo mira directo a los ojos, comprobando que los del sumiso están sobre la mano que ahora empieza a desabrochar la bragueta.

-Oh, vaya... eres directo, eh. -continúa riendo sin ser capaz de sonar convincente. Sabe que suena ridículo, pero en su garganta nuevas carcajadas nerviosas pugnan por salir, aunque no sea conveniente.

Marcel mete la mano dentro de su ropa interior una vez la bragueta está abierta. En un par de segundos Esteban tiene a un centímetro de sus labios la erecta hombría de alguien que le pide lo que siempre ha temido amar. La tentación de tomarla en sus manos y adorarla, lamerla, complacerla, le hormiguea en la punta de los dedos y los labios, pero algo en él le detiene. Vergüenza. Una profunda vergüenza de su deseo, como si alguien pudiera reprocharle a tu cuerpo aquello que lo hace reaccionar, arder.

-No uses tu boca para hablar. -regaña el hombre, sus gafas deslizándose levemente por su nariz, su cuerpo firme y la mano sosteniendo su eje frente a la boca del sumiso.

Su polla es larga y ancha, la cabeza rosada y con leve forma de hongo y el tronco revestido de venas se ensancha levemente al final, allí donde una mata de vello de aroma almizclado corona grandes testículos. Esteban nota su boca salivar al ver el panorama; quiere agacharse y pasar la lengua por las pesadas bolas, ascender por los cabellos rizados del hombre y recrearse en su aroma varonil y después trazar un camino desde la base hasta la punta, con la lengua y los dedos. Lo desea tanto que entreabre su boca y su mano hace un amago de alzarse; el aliento cae sobre el miembro del beta, la calidez recorre su polla y envía escalofríos a su sistema, aumentando el deseo en él.

-¿Quieres hacer esto? -pregunta firmemente, conociendo la respuesta. No soy yo quien necesita oírlo, es él.

El beta mira sus ojos y después su ardiente entrepierna. Él mismo siente que va a culminar en sus propios pantalones si la situación se vuelve más caliente. ¿Qué si quiero? Joder, lo necesito. Llevo queriendo hacer desde el día en que empecé a negármelo. Joder, no puedo... no puedo mentirme más...

-Sí... -lloriquea. -Sí, por favor.

Marcel le sonríe entonces, orgulloso, y toma su pelo con más fuerza para dirigir la cabeza del chico a su polla. Esteban no se resiste, solo abre la boca y nota pacientemente como la gruesa y cálida polla hace arder sus labios, después su lengua y poco a poco su garganta. Su cuerpo se arquea con la primera arcada, pero el dominante entra lento y lo obliga a tomarlo casi por completo, haciéndole aguantar la sensación. El sabor salado inunda su boca y el aroma de Marcel llena el aire, todas sus respiraciones son Marcel, todo su aire, el oxígeno de sus venas... está intoxicado de él, lleno de él. Ahora él es su motivo de seguir vivo y de rodillas, de que sea quien es, de que haga lo que hace.

Se siente tan liberado, tan poderoso. Ha podido escoger y ha escogido arrodillarse, en vez de pararse bien alto frente a los demás. Le gusta eso, le hace sentir completo y seguro de sí mismo. El beta no le deja pensar mucho más en todo el tema, consumido por el deseo empieza a embestir su boca. Primero se mueve lento y poco, deslizando apenas unos centímetros sobre la humedad de su lengua y forzando su garganta de nuevo. Esteban gimotea al sentir la intensidad con la que su boca es follada, el miembro pulsa dentro de ella y el vaivén sobre sus labios y que golpea su garganta, lo está dejando agotado. Las caderas del beta más grande se mueven con un ritmo brutal, los embates son fuertes y él debe afirmar su mano en la nuca del chico para mantenerlo en el sitio mientras se complace con lo húmeda y tórrida que se siente su cavidad oral.

El beta da una larga embestida en la boca de Esteban, hundiéndose profundamente en su garganta. El chico trata de gemir y gritar, pero el miembro impide el paso del aire; se siente vulnerable, con la gruesa polla atravesando su cuello y llenándolo, ahogándolo. Trata de liberarse y luchar por aire, pero dos manos son puestas en su cabeza y lo empujan con una fuerza descomunal hasta hundir su nariz en la mata de vellos.

-Ahora, cuando saque mi polla de tu boca, quiero que me demuestres lo mucho que quieres chuparla. Sé bueno para mí. -ordena, liberándolo de golpe.

El chico se tira hacia atrás violentamente, tosiendo y jadeando para tomar el aire que le falta. Su cara rubicunda recobra el color normal y después de unos minutos puede respirar con normalidad. Cuando lo hace, se arrodilla con la espalda erguida de nuevo y ve la virilidad del alfa, aún más dura y apuntando hacia él, con toda su superficie recubierta en su brillosa saliva y la punta goteando. Se le presenta de forma tan jugosa que no puede detenerse cuando sus manos buscan la polla y la rodean, sintiendo la sangre palpitar en las anchas venas, la rigidez de la excitación y el calor de la carne ajena. Masturba a Marcel lentamente, mirándolo a los ojos, deseando ver en ellos algo nuevo; y lo ve, el beta suspira mientras cierra los ojos, tratando de manejar el placer que esas inexpertas manos le proporcionan y, cuando abre los ojos, el frío en ellas se ha derretido, solo hay llamaradas de deseo y una promesa de que ese fuego va a consumirlos a ambos.

El corazón de Esteban se acelera, lo está haciendo bien y se siente como si acabase hacer lo imposible. Emocionado, quiere probar cuan buen chico puede ser, así que cierra los ojos y besa la cabeza del miembro a la par que sigue bombeándolo con las dos manos. Primero desliza los labios sobre ella, después besa lento y al final, su lengua se aventura a trazar círculos y hundirse un poco en la hendidura de la cabeza del miembro, recogiendo el intenso sabor a sal. Esteban siente que sus pantalones le aprietan demasiado, su erección pulsa contra los tejanos como un barra de hierro ardiente y el dolor recorre todo su cuerpo como un latigazo que lo activa, pero no quiere tocarse, ahora solo desea complacer al hombre que le está cortejando.

Tratando de hacerlo mejor, eleva los ojos y observa en los de Marcel como la pupila se expande devorando todo color con un pecaminoso negro mientras él devora su miembro más y más hondo, hasta sentir dedos enredándose en su pelo y las caderas del otro empujando hacia él con ímpetu. Marcel muerde su labio y deja ir un ronco sonido de gusto mientras su semilla se derrama en la boca del pequeño chico. Una sensación demasiado mágica para ser real y demasiado física para ser mentira posee su cuerpo, el orgasmo lo deja con los músculos tensos y el deseo saciado, recorre su cuerpo con rapidez, como un escalofrío, y se va. Acaricia el cabello de Esteban cuando el chico traga su semen sin que él deba ordenárselo y observa con gracia como ha manchado sus pantalones, corriéndose de lo erótico que le ha resultado tener su boca al servicio de otro hombre.

-Mi precioso beta ¿Cómo te sientes? -pregunta, ayudándolo a levantarse.

-Me siento... yo mismo... -admite con una enorme sonrisa.

Nadie debería decirnos nunca qué sentir, ni nosotros mismos. Al cerebro se le engaña, pero al corazón no y a la piel tampoco; el alma sabe cuándo ama, el cuerpo sabe cuándo desea.

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