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Despierto de golpe, arrancado de mi sueño por un violento tirón en mi garganta. Cuando abro los ojos veo que el vampiro está tirando de mi cadena hacia el interior de la casa y yo estoy siendo arrastrado por el cuello con esa soga de metal. Con prisas, agarro un par de eslabones y me apoyo para lograr ponerme en pie. Todo mi cuerpo tiembla de debilidad y la herida punza y arde con solo unos segundos de estar consciente.

Se acerca a mí con su imponente figura y cierro los ojos aterrorizado, encogiéndome. Lo único que sucede es que quita la cadena de mi cuello y acto seguido me froto la piel enrojecida con las manos, suelto un suspiro de dolor.

El vampiro se queda mirándome unos segundos y yo no me atrevo a mirarle de vuelta, solo bajo la vista a los pies, una de sus manos parece querer alzarse hacia mí, hace un breve amago de tocarme la cabeza, pero después la cierra en un puño y me da la espalda, empezando a andar.

—Sígueme, humano, debes limpiar el estropicio que dejó mi última mascota, después de eso no necesitarás limpiar más por esta noche. —me ordena.

Estoy feliz al saber que solo queda una habitación por ordenar y que mi quemadura no duele tanto ya, será menos agónico que anoche, sin embargo, ha hablado de su anterior mascota y eso crea un nudo en mi garganta.

—Mi señor ¿Qué sucedió con su mascota? —pregunto nervioso, ascendiendo por las escaleras tras él.

Chasquea a lengua por mi pregunta, pero aun así responde.

—Simplemente me dijo que no cuando le di una orden.

Tuerzo la cabeza ¿Eso es todo? ¿Se negó a obedecer un simple mandato? Entonces ¿Qué pasó con ella? Quizá la dio a otro vampiro, la vendió o la devolvió a la casa de crianza, pero en ese caso no entiendo qué es lo que debo limpiar exactamente.

Nos paramos frente una puerta robusta, de madera oscura y tallados hermosos. Yo la observo desde su espalda y él pasa una mano por el marco, como si le trajese recuerdos, entonces hurga en su bolsillo, sacando una llave. Si necesita cerrojo debe ser un lugar importante y eso me pone nervioso.

—Este es mi dormitorio —explica, entonces la llave chasquea dentro del pomo, girando, doy un bote cuando la retira —, si alguna vez te traigo aquí y no es para limpiar ten por seguro que estás en problemas ¿Entendido?

—S-sí, señor. —asiento débilmente mientras el crujir de las bisagras imita mi voz.

Cuando él abre la puerta no espera a que yo mire dentro, solo pone una mano en mi espalda y me empuja bruscamente junto a la frase:

—Haz un buen trabajo y quizá no termines como ella, mascota.

Caigo sobre mojado y tan pronto como tomo aire mi espalda se dobla por un latigazo que viene de mi columna y siento veneno recorrer mi garganta entera hasta el vómito brota de mi boca incontrolablemente. Ese olor, ese terrible olor que impregna cada una de las paredes ¿Qué es? Me aterra abrir los ojos, huele a muerte.

Pero cuando Desmond me patea en la espalda por haber vomitado no puedo evitar que mis ojos se abran con enorme sorpresa y entonces mi mente es incapaz también de digerir la escena. Así como mi cuerpo, mi cerebro vomita esas ideas, las rechaza; me levanto por instinto, tratando de correr lejos, pero el vampiro me empuja de nuevo arrojándome a las entrañas de la habitación, donde el olor es tan repugnante que caigo de rodillas por solo aspirarlo.

—Maldito asqueroso. Vas a limpiar eso también y vas a limpiarlo bien si es que no quieres problemas.

Sollozo e hipeo al escuchar su temible voz, me llevo las manos al pecho por el dolor. Moriré, moriré de miedo, de dolor, de angustia. Él da un portazo y escucho la llave girar en la puerta desde fuera y creo que se me parará el corazón.

No sé cómo, pero logro abrir los ojos de nuevo y contemplar la dantesca escena. Y podría haberlos cerrado si quería verla, porque sé no voy a olvidarla nunca, que cada vez que trate de dormir me asaltará horriblemente este paisaje desolador.

Se trata del infierno, estoy en el infierno y sus paredes están teñidas de rojo, como las leyendas cuentan. Solo que no es fuego lo que lame la estancia y deja su color en ella, son sangre y entrañas, desparramadas por todos lados.

Lo único reconocible de su cuerpo es el rostro, con los dientes arrancados, escupidos cerca, un ojo reventando y llorando sangre desde la cuenca y las mejillas llenas de arañazos. El rostro es lo único que queda sin estar hecho trozos, está apoyado en el suelo, bajo la cama. Estoy seguro de que Desmond le arrancó la cabeza a la chica y la lanzó como un pedazo de carne inútil ahí abajo, pero por alguna razón parece que aún hay temor en su mirada. Es como si la cabeza estuviese en la penumbra, no arrojada, sino escondida del vampiro incluso después de su muerte.

Lloro y me abrazo a mí mismo sobre un charco de su sangre. Quiero rezar por ella, pero no hay Dios alguno que nos ampare, no si ha trazado un destino así para alguien. Yo solo pedí un ángel y el mundo entero se ríe de mí.

Es horrible, ¿es ese mi destino? Miro el rostro de la chica de nuevo, la carne está empezando a descomponerse y el pelo está arrancado a tirones. Y, sin embargo, tengo la sensación de que ese cadáver es lo más humano que hay en esta casa.

Trago saliva y retengo el aliento, tratando de no vomitar. Los ojos llenos de lágrimas me confunden cuando trato de ver algo, pero entre sangre y carne distingo dos cubos, uno con agua jabonosa y el otro vacío, y un par de trapos viejos colgados en sus asas, dispuestos ahí para que yo cumpla mi tarea.

Y durante las primeras horas no me siento capaz en absoluto de no hacer nada que no sea abrazarme o llorar, pero entonces veo a la chica de nuevo, su ojo triste me mira, pidiéndome que la salve y sé que es demasiado tarde.

Pero no para mí.

Con las pocas fuerzas que me quedan me armo de valor, me tambaleo hacia el cubo y hundo un trapo en agua. Después lo llevo al suelo y froto, mezclando su sangre y mis lágrimas.

Escucho el chasquido de la llave de nuevo y Desmond abre la puerta para encontrar su habitación impoluta, dos cubos, uno con espuma y agua rojiza, el otro con los trapos empapados e irrecuperables y lo poco que queda de la chica. Y me encuentra a mí, bajo la cama, abrazado a mis piernas y llorando sin control mientras veo la sangre seca en mis dedos y nudillos de tanto frotar y me pregunto si es mía o de ella.

Tan pronto como lo veo corro a sus pies de inmediato, arrodillándome a ellos, abrazando sus tobillos porque solo él es mi salvación y mi condena.

—¡Por favor, por favor amo sáqueme de aquí! —le suplico con la voz rota, enloquecida. El solo sacude los pies, deshaciéndose de mi agarre y dejándome tirado en el suelo, llorando. —Por favor, seré bueno, seré bueno, pero no me haga más esto, por favor.

Él solo me toma del cuello sin hablarme, me dirige a otro sitio, otra habitación. No sé a donde voy, pero mientras me alejo de ese infierno de paredes rojas empiezo a sentirme más y más asustado del hombre que me guía. Tan frío, tan horrible.

Temo perderme a mí mismo en sus manos.




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