5

 —Estamos estudiando química, ¡deberíamos ser capaces de hacer nuestras propias bebidas en vez de comprarlas! O mejor aún, de sintetizar nuestro propio dinero... —termina Lucas, fingiendo una pequeña risa maligna.

—No creo que vayan a enseñarnos eso. —le interrumpe Marcel, haciéndole rodar los ojos. —No me mires así. Venga, va, quizá nos lo enseñan en cuarto año como asignatura optativa. —Lucas cierra un puño en el aire, triunfal, pero pronto su mueca de alegría se desvanece.

—Pues ojalá nos enseñen cómo hacer que los idiotas se evaporen pronto, porque lo necesito...

—Hola. —saluda Damián, sentándose a su lado. Su mano aún está un poco roja, pero ya casi está recuperada.

—Adiós. —le responde Lucas, girando su cara en dirección al beta e ignorando la presencia del alfa.

—Oh, vamos ¡Solo intento entablar una conversación contigo! —se queja el alfa, suena ciertamente molesto y eso hace que a Lucas se le pongan los pelos de punta, pero lo disimula a la perfección.

—Sí, claro, como esta mañana ¿No?

—Esta mañana solo estaba tratando de despertarte, omega gruñón. Y ahora solo trato de ser tu amigo. —el otro frunce el ceño todavía más al escuchar eso, unos segundos más tarde su mueca rabiosa revienta por una carcajada que sorprende a todo el mundo.

—¿Ser mi amigo? ¿Un alfa? Inténtalo, te deseo suerte, amigo. —dice Lucas con tono mordaz, añadiendo más ironía de la necesaria en la última palabra. Damián sonríe en respuesta, una de esas sonrisas ladeadas que uno solo ve en las películas o en sueños.

Lucas se dice a sí mismo que si es la sonrisa de un alfa, solo puede ser en películas de terror o pesadillas, aunque la de Damián parezca esculpida por ángeles.

—Bueno, me lo tomaré como un reto. Uno que pienso cumplir. —fanfarronea el chico, deslizando un poco la silla cerca de Lucas, quien se percata y solo lo mira asqueado.

—Espero que cumplas con la orden de alejamiento que voy a acabar poniéndote, alfa. —ladra, su tono duro y enfadado dejado claro que de los dos no es él quien bromea.

Damián solo sigue sonriendo, confiado. Lucas maldice por lo bajo que las mentiras tengan que salir de algo tan engañoso como unos labios besables.

—No puedes ser así con los alfas siempre ¿Cómo va a querer alguien poner una marca en tu cuello si tienes ese carácter tan seco? —Damián apoya su rostro en sus nudillos, observando como la cara de Lucas cambia, poniéndose roja de ira.

Para Lucas la mordida, así como la voz no son buenos temas y no sabe cuál odia más. ¿Qué nadie querrá morderlo? Se alegra, se alegra malditamente mucho. Lucas ya ha visto lo que sucede con una marca abandonada como para no querer una nunca; porque nadie quiere algo que luzca bien hasta que alguien deja de llegar a casa y la piel se ennegrece como si fuese producto de la gangrena. Solo que lo único que deja de vivir es el corazón y, por desgracia, uno no puede amputárselo y dejar de sentir. Lucas no lo haría, pero sabe que su padre pagaría millones por eso, igual que pagó tanto por sanar la infección de su piel que le dejó algo tan incurable como la soledad.

—¿Seco, uh? Tranquilo, ahora lo arreglo. —murmura el chico levantándose, el té en una mano y la otra encerrando el corazón en un puño.

Damián deja de sonreír cuando el omega le lanza todo el contenido del vaso con encima. La cafetería entera los mira y cuando las feromonas del alfa se disparan, el tiempo parece detenerse alrededor de Lucas. Ira. Hay olores que no es bueno percibir en un alfa, la ira es uno de ellos, se expande por los lugares como un enjambre de avispas, virulenta, rapta todo el aire y cuando entre los pulmones de un omega como Lucas, el oxígeno arde en los alveolos. Se ahoga, Lucas puede sentir que se ahoga. El alfa se levanta de la mesa, chorros de té goteándose por el cabello y cayendo por las línea sde expresión de su rostro; muestra los dientes, alza un labio levemente, su lobo ruge desde su pecho y Lucas siente la vibración taladrarle el cerebro.

Entonces Marcel vuelve a hacer su papel de ángel de la guarda y lo toma del brazo antes de echar a correr. Dando tumbos y trastabillando, Lucas logra salir —o más bien ser arrastrado afuera— de la cafetería. El aire limpio parece un mangar y lo respira con voracidad, tomando tanto como puede en cada bocanada.

—Oh, mierda, mierda... Eso ha sido... Oh, no sé si genial o un terrible error. —se lamenta, apoyándose en sus rodillas mientras trata de recuperar el aliento.

—Bueno, lo sabremos en clase. —responde Marcel, torciendo un poco la boca.

Lucas mira a un lado y después a otro. El último profesor del día ha abandonado el aula y Damián también. Lucas no le ha oído ni una sola vez en todo el día, cualquiera diría que ha estado ignorándole durante las clases, pero Lucas quizá está algo paranóico.

—¿Y si me pone la almohada en la cara mientras duermo y me mata? Oh, Dios ¿Y si coge la batidora y...

—Lucas. —le corta Marcel, haciéndole dar un enorme salto. El chico sale de sus cavilaciones, presto a escucharle. —Cómo mucho va a tirarte agua fría para que te despiertes mañana. No lo pienses más, él ha estado ignorándote todo el día, no creo que trame nada malo. Seguramente le has dejado claro con lo de la mañana que no tienes interés en ser su amigo y ya está.

—Sí... —murmura poco convencido. —Sí, tienes razón, debe ser eso. Yo... ah, necesito despejarme, creo, estar todo el día rodeado de alfas me está dejando majara.

—Iré al gimnasio ahora ¿Quieres venir conmigo?

Lucas exhala exasperado, él realmente odia hacer deporte, pero no quiere quedarse solo y mucho menos volver a su piso, así que finalmente asiente y acaba siguiente a Marcel hacia el lugar.

—¿Tú haces deporte? Normalmente los único que lo hacen son los alfas, aunque eso explicaría que fueses tan grande. —dice Lucas, algo distraído por lo grandes que son las instalaciones.

—Sí. Mi familia me ha educado para que lleve de forma correcta todos los ámbitos de mi vida y mi salud física y aspecto son cosas importantes dentro de ella. Aunque soy de complexión grande todos modos. —explica el chico andando por el lugar como si estuviese en casa. Lucas lo sigue, algo inseguro, hasta la zona de los vestuarios.

Se le cae el alma a los pies al ver que son mixtos. Solo que no lo son, solo hay unos vestuarios y son de alfa, pero él tendrá que ir ahí si quiere vestirse y ducharse; supone que nadie habrá pensando en omegas yendo a la universidad, así que mucho menos yendo al gimnasio del campus. De todos modos, trata de disimular su incomodidad y aunque suelta un gemido apenas audible al cruzar la puerta de los vestuarios, sigue hablando.

—Es raro en un beta. En realidad luces como un alfa. —comenta, su voz se normaliza cuando al entrar ve que no hay nadie en el lugar.

Por la hora que es intuye que todos deben estar ya haciendo ejercicio y a muchas horas de terminar como para volver al vestuario a darse una ducha.

—Lo soy en muchos aspectos, pero solo los buenos o al menos los que yo considero buenos. —explica el chico, dejando sus cosas y las de Lucas en su taquilla. —Hay betas que simplemente son betas, otros tendemos más a ser alfas y otros a ser omegas, aunque estos últimos son muy reacios a aceptarlo. —Lucas lo mira extraño, el tono con que ha dicho lo último es raro, parece cargado de un significado que claramente no es para él, pero no puede evitar preguntarse.

Finalmente decide ignorarlo, quizá son solo imaginaciones suyas, está muy paranoico desde la mañana.

—Supongo que a los omegas reales solo nos queda la opción de aceptarlo... —murmura.

Marcel se vuelve hacia él con rapidez, acercándose con pasos decididos y su pupila brillando con convicción.

—No digas eso. Tu naturaleza nunca es algo malo, Lucas, eres un omega y está bien que seas así. —el omega siente sin saber que decir, la mirada de Marcel le perfora la piel, llegando al corazón. Se siente tan profundamente agradecido al ver que alguien ve en él un omega y alguien de quien enorgullecerse al mismo tiempo.

Él siempre ha aprendido que los omegas tienen que vivir con miedo, con vergüenza; sin saber si van a romper sus corazón o sus huesos la próxima vez que salgan a la calle.

Cuando entran en el gimnasio, Lucas se siente mareado y durante unos segundos se queda congelado en la puerta de entrada. Todos los alfas enormes y musculosos lo miran como si fuesen arrojar las pesas a un lado y saltar sobre él cual lobos hambrientos. El olor a sudor y feromonas lo inunda todo, haciendo que el aire sea denso y desagradable como mantequilla. Lucas se sostiene unos segundos contra una máquina de la entrada y no se siente realmente capaz de seguir adelante.

—Empieza por esta máquina si quieres, yo estaré al fondo, en las de espalda. Esta es para trabajar las piernas, pero estarás sentado, así no te afectará el mareo ¿Está bien?

—E-Está bien, puedes irte. Gracias. —murmura débilmente. El beta asiente con seriedad y se queda mirándolo mientras toma asiento, asegurándose de que no se cae ni nada parecido.

Marcel se aleja, dejando a Lucas algo solo y realmente indefenso. Él sabe que es un lugar público, ¡por Dios, es un gimnasio! Pero cada vez que su cuerpo recibe una mirada y siente que sus huesos son blandos como la gelatina, el miedo de ser tomado lo hace dejar de respirar unos segundos. Después de un rato se habitúa un poco al olor, logrando soportarlo. Entonces mira el dibujo de enfrente de la máquina y trata de descifrarlo. Es sencillo, está sentado en una silla con unas extensiones para ponerlos pies, de estas salen unas barras que terminan con almohadillas acolchadas en la zona externa de donde él coloca las rodillas y lo único que debe hacer es usar su fuerza para abrir las piernas y separar las dos estructuras al lado de sus piernas. Unos metros más adelante está la estructura donde él puede seleccionar el peso, unida a su silla con un cordón de apariencia resistente. Lucas selecciona treinta kilogramos, no parece demasiado y él es un enclenque, así que espera poder hacerlo decente al menos. Olvidándose de la realidad a su alrededor, empieza, se agarra a la base de la silla con las manos y hace fuera con sus piernas, logrando separarlas un poco, entonces sus rodillas se distancian, pero el peso cae y el cierra las piernas de golpe. No, no lo está haciendo bien.

—¡Joder! —suelta una exclamación entre dientes cuando sus rótulas chocan y mueve el pivote, seleccionando un poco menos de peso.

—¿Nuevo aquí? —pregunta un hombre parándose frente a él. Lucas está a nada de girarse y gruñirle, cuando ve que su piel bronceada de termina en una camisa de tirantes que anuncia que el hombre trabaja ahí.

—Eh, sí. —responde, incómodo.

Ahora, con menos peso, vuelve a hacer el movimiento y esta vez logra abrir y cerrar las piernas sin herir a sí mismo. Hurra. El hombre ríe y se agacha un poco, regulando la máquina. Lucas se siente nervioso, él esperaba verlo irse, pero en cambio está poniéndolo en su peso de antes, sí, ese con el que no podía moverse apenas.

—No creo que...

—Tranquilo, deja que te ayude. Al principio cuesta encontrar el empuje inicial, pero después ves que el peso adecuado no es tan duro de mover. Ven, tu ayudaré a hacer el movimiento bien, debe ser obtuso para que funcione ¿Sí? —su voz es amable y no para de sonreír con esos dientes bruñidos que destacan sobre lo tostada que tiene la piel. El chico parece agradable, hasta que se pone delante de Lucas y se agacha.

Está entre sus piernas, Lucas entra un poco en pánico y siente la imperiosa necesidad de molerle la cara a golpes e insultarle hasta que le duelan igual las patadas y las palabras; pero ese hombre solo está haciendo su trabajo, así que respira hondo, aparta la mirada e intenta terminar con todo rápido. Si hace una repetición bien, él debería irse. Usa todas las fuerzas que tiene en su cuerpecillo y logra separar las piernas, pero de nuevo vuelven a su posición inicial, chocando.

—No puedo... —se queja, pero el hombre solo sonríe más amplio. Eleva la mirada en busca de la del beta. Mierda. Damián está ahí, mirándolo, oliendo enfadado. Lucas se dice que es por el esfuerzo, que el alfa no está aún cabreado. Lo ignora, bajando la vista. —Quizá con menos peso...

—No, así está bien. Te ayudaré, haz fuerza.

Lucas obedece, de nuevo sus piernas se separan solo un poco y su rostro se pone todo rojo por el esfuerzo. Entonces manos cálidas atrapan sus rodillas y el tipo demuestra que sus músculos no son solo de adorno. Asustado, Lucas contempla como el tipo lo abre y se lame los labios ante las vistas. Ahí entiende que ese no es su peso, el cabrón solo ha puesto de más para verlo jadear del esfuerzo y para poder hacer que sus piernas tiemblan tan deleitosamente entre sus manos. Lucas lo mira con enfado, entonces deja de hacer fuerza, las piernas se le cierran de golpe, pero no chocan entre ellas está vez.

El hombre cae de culo, sosteniéndose la nariz que ha sido aplastada por el movimiento de Lucas.

—Creo que he dicho que pongas menos peso. —recrimina duramente, pero el tipo alza la mirada desde el suelo con fuego en sus ojos y ganas de quemarlo vivo.

Lucas salta con prisas de la máquina, corriendo hacia los vestuarios, lejos de ese trabajador. Sabe que mientras esté de servicio debe quedarse en esa sala, así que ahí está seguro. El chico suspira, sentándose en una banca. El aroma agresivo de la ira se hace intenso, cosa que le extraña porque ahora está solo. Las bisagras de la puerta crujen y esta se abre, sus ojos se amplían miedo.

—Hola. —saluda Damián, su sonrisa ya no luce sincera, aunque conserva su hermosura. Lucas traga saliva.

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