—Eso fue lo que pasó. —dice Lucas, mirando al suelo y esperando una respuesta por parte de su amigo.
Damián se levanta del sofá, dejando de prestarle atención el omega y dirigiéndose hacia la puerta.
—¡Espera! ¿Ahora a dónde vas? —pregunta el pelinegro, confundido.
—A darle una paliza a Matthew. —dice con simpleza, tomando el pomo de la puerta en su mano y dispuesto a cumplir con su palabra.
—¡Damián! —exclama el omega, levantándose de golpe y corriendo hacia él. Cuando llega a su lado empuja la puerta, evitando que el alfa se vaya a ser, básicamente, su sicario.
—¡¿Qué?! ¡Se lo merece! —vocifera con exasperación. Lucas bufa, harto de tener que explicar lo mismo dos veces.
—Sí, y te expulsarán. Y no quiero que te expulsen, déjalo ¿Vale?
—No, no vale.
—¡Damián!
—¡¿Qué?! —vuelve a preguntar, más desesperado que la última vez. Para los alfas las peleas son rutinarias así que no entiende que hay de malo en que vaya a afilar sus nudillos en la cara de otro tipo. Sin embargo, las normas del campus son estrictas y Lucas sabe qué pasará si Damián deja a Matthew hecho papilla. —Va, solo le dejaré un ojo morado. Porfi ¿Puedo? —pide en tono infantil, juntando sus manos.
—No puedes. Damián, te echarán. Quiero que te quedes. —Lucas toma aire y después coge las manos del alfa entre las suyas. Lo mira a los ojos con súplica en ellos y susurra: —Conmigo.
El alfa suspira y mira los ojos asustados del menor. Su tierna boquita curvada en una mueca de pena y las cejas arqueadas con preocupación. Damián suelta el pomo de la puerta, llevando su mano hasta el mentón del chico y obligándolo a mirarlo.
—Tú sabes cómo manipular a un alfa, pequeño tramposo... Está bien, tú ganas. No le agrediré. —se rinde, rodando los ojos y usando un tono colmado de pesar.
Lucas da un saltito laureado y su expresión pasa a ser reluciente en solo un segundo. Es tan adorable que Damián deja pasar que le ha manipulado y simplemente le acaricia la cabeza, pensando que él también quiere estar con Lucas.
Lucas está bajo un montón de mantas que casi hacen que pase inadvertido, su cuerpo delgado apenas es un relieve en la cama, pero Damián puede oler que está ahí, además de que puede escuchar sus profundas respiraciones y los leves ruiditos que hace cuando está dormido. Tiene un sueño muy profundo y el alfa lo agradece mientras sale por la puerta a hurtadillas.
Después recorre el pasillo con los pies descalzos para no hacer ruido y el teléfono en su mano derecha. Mira a los lados, buscando un número de habitación que coincida con el que hay en pantalla. Sesenta y seis, sesenta y siete, sesenta y ocho... ¡Sesenta y nueve, bingo! Mira a los lados parándose delante de la habitación y después da suaves toques con sus nudillos. Se escucha un gruñido molesto desde adentro y pasos torpes, acompañados del sonido de una caída y maldiciones lanzadas al aire. Unos minutos después la puerta se abre, mostrando a un chico despeinado que no para de bostezar y luce unas ojeras enormes bajo sus ojos. Lleva el pijama arrugado y tiene un rastro de saliva en una de sus comisuras, así que Damián sabe que lo ha despertado.
—¿Eres el compañero de Matthew? —pregunta en voz baja. El otro asiente despacio y cabecea un poco para después frotarse los ojos. —¿Está aquí ahora? —el chico niega. —¿Cuándo volverá?
—Se ha ido a una fiesta. Suele venir a las cinco de la mañana ¿Por? —dice con la voz ronca por la modorra. Damián mira fugazmente su teléfono y se tranquiliza al ver que aún tiene un par de horas.
—Necesito que te vayas de aquí, me gustaría discutir unas cosas a solas con él esta noche. —el gran alfa avanza un paso, haciendo que el otro se sienta aturdido y frote sus ojos de nuevo, haciendo una mueca de desagrado.
—¿Qué? Tío, yo solo quiero dormir...
Damián casquea la lengua y mete la mano en su bolsillo, buscando algo. Saca unos cuantos billetes y al otro alfa se le abren los ojos como si le acabasen de tirar un cubo de agua helada por encima.
—Con esto tienes suficiente para un hotel. El resto deberías gastártelo en médicos si se te ocurre decirle a alguien que he estado aquí hoy ¿Entendido? —sus ojos pasan rápido del dinero al rostro de Damián al sentirse cohibido por la amenaza.
—Uh, sí, tranquilo... —murmura, apartando la vista y tratando de procesar todo. Hace cinco minutos estaba durmiendo, ahora debe buscar un hotel y no contar eso a nadie si no quiere acabar en el hospital.
El alfa más grande toma la mano del confuso chico y deja el dinero en ella antes de empujarle fuera de la habitación y dar un portazo, encerrándose; después escucha los pasos taciturnos del muchacho por el pasillo. Damián mira su teléfono de nuevo, tiene mucho tiempo y, por suerte, mucha batería.
Está algo nervioso por la llegada de Matthew, a él las peleas no le causan inquietud, sabe que siempre gana, pero Lucas le ha prohibido pegarle y piensa respetar su deseo, así que deberá ser imaginativo y hacer algo nuevo.
Usa el tiempo que le sobra para pensar en algo, ya tenía una idea de que iba a hacer cuando llegó, pero ahora debe pulir un poco los detalles. No negará que su plan el simple, así como no negará que está nervioso, no tiene idea de cómo saldrá, pero toda duda es suprimida cuando su mente evoca la imagen de Lucas indefenso y lloroso; la ira le inunda las venas y jura que en ellas no tiene más que hielo, porque sería capaz de hacer para proteger a ese omega cosas que nadie con sangre en las venas haría. Sin embargo, Lucas ha prohibido la violencia física y él ha prometido hacerle caso, así que no piensa defraudarle y mucho menos arriesgarse a ser expulsado y que pongan en la habitación de Lucas a otro alfa.
Si le expulsan habrá perdido varios meses de su vida, deberá esperar un año entero para poder empezar de nuevo la carrera, perderá el contacto con muchos compañeros de clase que le gustan, no se graduará junto a su mejor amigo del alma y habrá desperdiciado miles de euros. Son muchas cosas que debería evitar, muchas cosas que parecen nada cuando las piensa junto a la idea de otro alfa durmiendo bajo el mismo techo que Lucas. Pudiendo oler su dulzura todo el día, escuchando su tranquila respiración por las noches o topándose con la tierna imagen del despeinado omega en un pijama con dibujitos infantiles cada mañana. Damián aprieta el puño inconscientemente al pensar en ello; nadie tiene derecho a ver a su Lucas así. Adorable, débil, sonrojado e incluso molesto, quiere guardarse esas dulces expresiones solo para él, esos tonos de voz agudos y preciosos, esos mofletes inflados y labios mordisqueados. Y sobre todo esas lágrimas sinceras, desnudas.
Una llave entra en la cerradura con un sonido grave, sacándolo de sus pensamientos, ve al alfa abrir la puerta torpemente y dar tumbos hacia el comedor donde él está, con los ojos achinados y los pies desacompasados. El aroma a alcohol y feromonas inunda todo, tapando el tufo de la ira que flota en el ambiente. Matthew cierra la puerta y se gira, empezando a hablar mientras trata de enfocar su vista en la silueta sobre el sofá.
—Tío, deberías haber venido, había una omega ¡Menuda omega! Oh, joder, te habría... —el borracho para en seco, deteniendo su bobalicona risa cuando sus ojos captan a alguien que conoce, pero que no espera. Entrecierra los ojos para ver mejor y cuando se cerciora, lame la sequedad de sus labios antes de articular una pregunta con tono rasposo. —¿Qué haces tú aquí?
Llevarte al mismísimo infierno, hijo de perra.
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