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Román respira hondo, se está quedando sin aliento y eso no es algo que pueda decir siempre. Sonríe amplio porque su enemigo es fuerte, pero es torpe. Un ataque de frente, piensa, es tan ridículo ahora... Ese es su problema, se siente confiado por su enorme tamaño, por las patas musculosas y las mandíbulas de enormes dientes afilados, cree que él no es más que una presa estúpida que se quedará paralizada cuando el mordisco llegue y lo arranque del mundo.

Y Román cree que es un pensamiento muy acertado en el fondo, el enorme animal solo está fiando de su instinto y eso es lo que los animales hacen y por lo que sobreviven. ¿Qué lobo no se lanzaría a su presa cuando está exhausta, luchando por respirar y herida? Incluso si su presa es un vampiro, la herida que Román exhibe es suficientemente grande como para dejarlo vulnerable unos minutos. Su camisa está abierta y bajo los jirones de ropa su pecho también, totalmente rasgado, tres diagonales sanguinolentas y hondas llegan desde su axila hasta el costado homólogo y parece que vaya a caerse a pedazos.

Es normal que el lobo ataque, pero también es normal que pierda.

Román no es un vampiro cualquiera y las heridas que habrían detenido a un chupasangres común a él le abren una puerta o, mejor dicho, unas mandíbulas.

El enorme animal corre hacia él con las patas traseras dobladas, listas para un salto final, cuando se eleva en el aire, volando como una enorme parca de pelo y dientes, sabe que está perdido. No tocará el suelo hasta llegar a su presa y cuando lo haga, esta se habrá convertido en cazado. Román le sonríe, abre sus brazos para recibir el mordisco y atrapa sus mandíbulas en el aire, una con cada mano. Antes de que toque el suelo estará muerto.

—Y ahora —dice el vampiro, retardando la ejecución. El lobo enorme cae y las patas le tiemblan, tiene la cabeza gacha y la lengua fuera mientras el otro manipula su hocico a voluntad. —solo tendría que tirar esta para arriba y esta para abajo y te abriría por la mitad desde la boca. Lo has hecho bien, pero no puedes actuar de forma tan simple y predecible, aunque el enemigo esté muy mal, nunca te confíes ¿Entiendes? —pregunta pacientemente.

El hombre suelta el hocico del lobo y este asiente con miedo, correteando con el rabo entre las patas hacia el baño.

—Ha sido increíble —grita Gabriel alzando los brazos desde el sofá con la boca llena, después mete la mano en su bol de palomitas pero la saca con una mueca de disgusto al ver los manchurrones rojos que hay en ellas. —, ugh, que asco, tu sangre ha salpicado hasta aquí.

—Prácticamente me ha arrancado el corazón —explica Román mirándolo con una ceja arqueada y las manos en las caderas. —¿Qué querías? ¿Qué te diese un chubasquero para el espectáculo? No seas quejica.

—¡Perdón, perdón, perdón, perdón! —llora Ángel saliendo disparado desde el baño hasta los brazos de Román, a quien abraza pese a estar empapándose con su sangre. —¡Perdón no quería hacerte esa horrible herida, lo siento mucho, no quería, perdón, perdón, perdón! ¡Lo siento, soy horrible, s-soy...

—Ángel —murmura Román acariciándole los cabellos y riendo enternecido— no pasa nada, me curaré en diez minutos y además he sido yo quien te ha pedido que pelees con todas tus fuerzas —el chico sorbe y mira hacia arriba con los ojos rojos y llenos de lágrimas, intentando no pensar en nada más que en Román acariciándole y diciéndole que no está enfadado. Realmente no quiere enfadarlo, él es su amigo— y, por cierto, ha estado muy bien, cuando vayamos al cementerio creo que en caso de estar en problemas serías capaz de librarte de cinco vampiros mediocres tú solo, pero tienes que hacer caso a mi consejo.

—S-sí, no debo confiarme, gracias, lo haré lo mejor que pueda, sé que soy un poco una carga por no poder ver correctamente, pero haré lo que pueda por mejorar y os protegeré, lo juro. —murmura avergonzado, apartándose de Román y mirando al suelo. —Y siento de nuevo haberte hecho esas heridas, es... no sé cómo he podido, lo siento, soy...

—Tío —le interrumpe  cómodamente sentado en el sofá y echando mano a las palomitas que no estás infectadas con la sangre del vampiro. Le lanza una a Ángel para llamar su atención cuando le habla. —, yo le he hecho mil heridas más desde que le conozco y aquí nos ves ¡Sin rencores! Bueno, yo le odio, pero eso me viene de antes, da igual... lo que quiero decir es que no te preocupes, a Román le daría igual incluso si le hubieses arrancado su polla de un arañazo.

Ángel ríe por el comentario del chico y se tapa la boca, sorprendido por la obscenidad.

Román sonríe a Gabriel y dice:

—Quizá a mi me daría igual, pero sé que a ti sí te importaría, parece que te gusta.

Gabriel se pone rojo de ira al escuchar esas palabras y ser tan imbécil de pensar, durante un segundo, en lo bien que se sintió cuando Román le quitó su virginidad. Totalmente furioso el chico se levanta y, lanzándole palomitas al vampiro, lo hace retroceder hacia el baño.

—¡Largo, ves a lavarte y cómete una pastilla de jabón a ver si dejas de decir sucias mentiras! —le chilla, todavía lanzándole el contenido del bol

—¿O qué? ¿Me lapidarás con maíz? —pregunta cogiendo una de las palomitas y lanzándola hacia Gabriel, atinando molestamente en su ojo.

—¡Te mataré! —berrea frotándose un ojo y corriendo hacia él.

Román le cierra la puerta del baño en las narices y grita:

—¡Ojalá!

Gabriel murmura algún insulto que Ángel no logra escuchar bien y después se gira hacia él con una expresión mucho más calmada y dulce.

—Ven, te prestaré una camisa o algo, la tuya está manchada con sangre.

—¡Oh! Claro —dice el chico sorprendiéndose al mirar hacia abajo, se había concentrado tanto en abrazar fuerte a Román como si quisiera estrujarlo hasta cerrarle las heridas que había olvidado que acabaría sucio por ello. —¿Tú crees que he estado bien? A veces veo un poco mal y me cuesta acostumbrarme a no tener visión en un ojo, por eso siento que no paro de cagarla y hacerlo fatal... —pregunta tímidamente, siguiéndolo hasta la habitación mientras agacha la mirada.

—¿Bien? Ha sido impresionante, parecías un personaje de videojuego con esos esquives, esos mordiscos y las garras, es genial. —dice el chico emocionado, emulando la pelea saltando de un lugar a otro, blandiendo sus puños y terminando tirado en la cama mientras araña el aire. —Molas mucho, que lo sepas.

Ángel se sobresalta y corre a taparse la cara, totalmente rojo, mientras balbucea algo cercano a un agradecimiento. Gabriel se levanta de la cama, le da una palmada en el hombro y rebusca en su cajón algo que pueda valerle a Ángel. Ambos son pequeños, pero Gabriel es más musculoso que el pequeño, así que todo lo que le dé le quedará un poco holgado. Finalmente escoge una sudadera que siempre le fue ajustada y se la lanza al lobo mientras él va a tumbarse en la cama.

—¿Te gusta? Es roja, así para la próxima se disimulará la sangre.

—Sí, es muy bonita, gracias. —dice el chico mirándola. No tiene nada de especial, solo es una sudadera gruesa con capucha y las letras blancas que forman el nombre de la marca arqueándose en el pecho. El chico toma una de las mangas y pasa su mejilla por ella. —Es muy suave... papá nunca me dejó tener ropa bonita, habría dado todo por una prenda así. —comenta con cierta melancolía.

Después va hacia la puerta de la habitación, pero recuerda que Román está en el baño limpiando sus heridas, vuelve adentro, un poco cohibido y le da la espalda a Gabriel para empezar a desabotonarse la camisa.

Gabriel simplemente está en la cama mirando al techo distraídamente, meciendo sus piernas en el borde como un niño pequeño. A él no le incomoda ver a Ángel descamisado y presupone que a este no le dará vergüenza, de hecho, ya le ha vio desnudo la noche en que el chico mató a su propio padre; rompió su ropa al volverse un colosal lobo y quedó vulnerable como un recién nacido al regresar, exactamente como uno: con una capa de sangre envolviéndolo. Pero Gabriel no cree que haya ninguna diferencia, la sangre tapó un poco su piel, pero el chico seguía estando desnudo. Tampoco es que se fijase mucho, pero ahora, teniéndolo con la piel totalmente descubierta, en una situación calmada y de tan cerca, sus ojos no pueden evitar pararse en la suave forma que hacen sus hombros encogidos.

Y su visión periférica nota algo.

El afilado final de un hondo rasguño lo atrae y sus ojos pronto están viajando por toda la espalda del omega, llena de líneas conectadas, trazos agudos, largos, cortados por otros trazos cuando estos ya no tenían más piel que cortar. Todos de un horrible color rosado y fibroso que se mete hacia dentro en la carne como queriendo ocultarse. Gabriel salta de la cama casi de inmediato y sus dedos están acariciando las cicatrices del chico antes de que pueda pensar en lo que está haciendo.

Ángel da un repullo y un pequeño grito y gira el rostro, horrorizado. Gabriel retira entonces la mano como si quemase y se apresura a susurrar:

—Lo siento. —traga saliva, se humedece los labios. —De verdad, lo siento, no quería incomodarse.

La mirada de Ángel parece relajarse, sus párpados caen un poco adormilados y le da a Gabriel una sonrisa pequeña.

—No pasa nada, perdón por asustarme.

—¿Qué pasó? —pregunta mirándolo de nuevo.

No va a pedirle que se voltee o que baje sus pantalones, pero sabe que debe tener las piernas, el torso y el estómago lleno de la misma clase de marcas. Entre los horribles pincelazos rosados, descubre otras, semicírculos formados por puntos gruesos y oscuros, hoyos ciertamente hondos. Se horroriza cuando ve que tienen forma de dientes.

—Ya sabes —dice con una sonrisa tristona, cubriéndose el cuerpo con la sudadera. —, problemas familiares.

Entonces Gabriel abraza con todas sus fuerzas a Ángel y le susurra.

—No te mereces todo eso, lo sabes ¿Verdad?

Ángel ni siquiera responde, solo muerde su labio en un intento fallido de que no se le escapen las lágrimas y abraza a Gabriel de vuelta. Él lo sabe ahora, pero ha pasado toda su vida pensando que cada cicatriz era un castigo y cada castigo era su culpa, desde que nació hasta que trató de suicidarse todas aquellas veces. E incluso ahora, con amigos que le aman, con su padre muerto y la manda lejos, aún puedes escuchar los miles de ''te lo has ganado'' y siente que Nombre está en su cabeza, susurrando con su maligna voz que es un asesino y que, si no se merecía todo ese dolor, ahora lo hace.

<<Y cuando tus amigos fracasen y mueran y se te rompa el corazón, vas a merecerte todo ese sufrimiento, por haberme matado>>

Ángel abraza más fuerte a Gabriel, aplastándolo contra sí, porque no quiere que nada malo le pase.

<<Porque no voy a permitirlo.>>

—¿Puedo hacer una foto? Esto es como el doble de tierno de lo usual —dice Román apoyado en el marco de la puerta con una toalla rodeándole la cintura y el cabello todavía húmedo.

Ángel y Gabriel se separan por el susto, el primero ríe un poco por el halago, pero Gabriel solo se pone furioso, como siempre.

—¡Deja de decir que soy tierno y vístete, idiota! —chilla tapándose los ojos y señalándolo con el dedo índice.

—Iré a poner a lavar esto —anuncia alegremente Ángel alejándose oportunamente de la escena, cuando pasa por al lado de Román le guiña un ojo y hace un movimiento con la cabeza hacia Gabriel.

El vampiro le sonríe de vuelta y cierra la puerta de la habitación, quedándose con el enfadado Gabriel. Después deja caer la toalla al suelo y el chico siente que va a sufrir un infarto.

—¡¿P-pero qué haces?! —pregunta totalmente histérico, tapándose los ojos para no ver la desnudez del hombre.

—Déjate de pudor, hemos follado. —informa el otro encogiéndose de hombros mientras se agacha para buscar algo de ropa.

—¡Deja de recordármelo! —chilla el muchacho con los ojos cerrados mientras palpa la cama en busca de una almohada con la que taparse.

—Yo solo lo digo, eres tú quien lo recuerda. Ya puedes mirar, llevo ropa interior.

—Uh, menos m¡MENTIROSO!

Román recibe un almohadazo en sus partes íntimas cuando se para frente a Gabriel totalmente desnudo y con sus genitales a la altura de la cara del chico. Después de eso ríe altaneramente y esta vez sí que se pone ropa interior. Gabriel lo descubre mirando entre los espacios de sus dedos y después suspira aliviado.

—Maldito exhibicionista inmortal... —murmura, alzando el puño.

—No seas exagerado ¿No te gusta lo que ves?

—¡Pues claro que sí, ese es el problema! —grita el chico tirándose de los cabellos y volviendo a derrumbarse en la cama.

Román solo ríe un poco y se sienta a su lado, suspirando.

—Mañana iremos al cementerio. —dice, más recordándoselo a sí mismo que informando a Gabriel.

El chico tensa los labios y en un tono agridulce dice:

—Lo sé.

—Mañana acabará todo.

Gabriel se queda en silencio, cierra los ojos y no respira durante unos segundos.

—Sabes que te quiero ¿Verdad? —traga saliva, espera, siente su corazón latiendo como loco en su pecho y el segundo de silencio que hay tras sus palabras se le hace eterno, así que lo llena, aterrorizado ante la idea de lo que Román pueda decir. O de lo que no pueda decir. —No me arrepiento de nada, no me arrepiento de haberte conocido, de haberte besado o de haberlo hecho contigo. Lo volvería a hacer, te quiero. —el chico suspira, ya no es un segundo entero, es un minuto lleno de silencio, lleno de su corazón latiendo mudamente, de sus lágrimas silenciosamente deslizándose por su mejilla. —¿No vas a decir nada?

—¿Y qué quieres que diga? No quiero hacerte daño, Gabriel. Simplemente es mejor que lo olvides, volverás a enamorarte. —susurra Román, levantándose de la cama y yendo hacia la puerta.

Gabriel solloza, golpea el colchón y coge a Román del brazo. Podría zafarse, empujarlo lejos, caminar sin inmutarse, pero de entre todas las formas en que podría ignorar y herir a Gabriel, decide detenerse y mirarlo, esperando a que diga lo que sea que tiene que decir.

—¡No volveré a enamorarme! No así... sé que no. —solloza, llevándose una mano al pecho.

Román se acerca a él, tomándolo de la cintura, y lo besa suavemente. Sus labios siempre le calman y es algo más allá del mero contacto físico, Gabriel sabe que hay más bocas suaves ahí afuera, más lenguas templadas, más tipos altos que le hagan ponerse sobre la punta de sus pies para buscar un deseado beso, más manos que vayan a ayudarle a alzarse hacia él. Pero no hay nadie que vaya a besarle así, a tocarle así. No hay nadie como Román, nadie con quien vaya a vivir todo lo que ha vivido, con que vaya a desaprender tanto como ha desaprendido, nadie que le haga olvidar tan bien lo que tiene grabado en el corazón.

Quizá Gabriel no sepa que no encontrará a nadie así, pero lo siente y su corazón tiene más poder que cualquier razón.

—Sí lo harás —dice Román, alzándole el rostro con el índice, secándole las lágrimas con el pulgar. Da un pequeño beso en su nariz. —, mírame, pequeño. —le pide, besando su frente, sus párpados, su boca de nuevo. —Me recuerdas a mí cuando perdí a mi primer amor y créeme cuando te digo que me olvidarás como yo le olvidé. Vas a enamorarte de nuevo.

—¿Tú me olvidarías a mí? —pregunta el chico, sintiéndose descarnado. Cada palabra que Román dice, cada silencio que suspira, cada segundo que llena de miradas tristes, le arrancan la piel a Gabriel, arañan sus huesos y hacen su camino hasta el corazón para rompérselo.

—Me olvidaría a mí mismo con el tiempo suficiente. —le responde Román con una media sonrisa melancólica, tratando de consolar al chico.

Gabriel se muerde los labios de la frustración y golpea el pecho del vampiro, gritando. El hombre lo abraza y Gabriel quiere tanto que le suelte, porque si mañana no va a estar ahí para abrazarle igual, prefiere que no lo haga ahora porque entonces tendrá algo que echar de menos.

—Eres un mentiroso... —murmura, todavía entre los brazos de Román, tratando débilmente de golpearlo en el pecho. —Un mentiroso ¡Prometiste que me protegerías!

—Y lo haré hasta que me muera. —confiesa el vampiro con la voz apasionada, estrechándolo fuerte.

Gabriel grita, apartándolo de un empujón que lo lanza al suelo, fuera de la habitación.

—Idiota, será entonces cuando me hagas más daño.

Y Román quiere decirle algo, pero el chico le cierra la puerta en las narices y siente que no hay nada que pueda decir para arreglar todo el daño que hace.

—Es una situación difícil ¿No es así? —pregunta Ángel agachándose a su lado y colocando un de sus manos en su hombro.

Román asiente despacio, después toma la pequeña mano del omega y este le ayuda a levantarse con una fuerza que parece no tener cabida en su cuerpecillo.

—Gabriel está enamorado de mí y odio que las cosas sean así... —susurra, dirigiéndose hacia el sofá con su amigo.

—¿Tú no sientes nada por él? —pregunta preocupado, sentándose con el vampiro. No quiere que sus dos amigos se peleen y mucho menos que se rompan el corazón entre ellos.

—Claro que lo hago y ojalá no lo hiciese, todo sería mucho más fácil si me diese igual hacerle daño, pero es... es inevitable. Su sueño, el sueño por el que lleva luchando toda su vida viene necesariamente después de mi muerte y si muero le haré daño, pero si no muero y él fracasa en su misión eso lo destrozará también, además, yo quiero morir, pero no quiero separarme de Gabriel, querría vivir con él el resto de su vida y después que la mía termine de forma natural. Quiero una muerte plácida y nunca la tendré. E incluso si fracasamos y no muero ¿Podré quererle hasta que muera? ¿Puedo querer siquiera? Me he enamorado tantas veces y he perdido tantas veces que no sé si soy capaz de amar bien y si lo soy, cuando Gabriel muera me romperá el corazón y no puedo soportarlo ¡Es un sinsentido! Quiero morir y no quiero y Gabriel quiere matarme y no quiere, ninguno de los dos puede encontrar una solución, es como si estuviésemos destinados a enamorarnos y equivocarnos una y otra vez con ello. Es tan doloroso.

Ángel muerde su labio hasta dejarlo rojo y solo puede acariciar la espalda del vampiro cuando nota que este quiere llorar. No lo hace, pero él sabe que las lágrimas son más amargas cuando uno las traga, así que se esfuerza en consolarlo. Cuando él mató a su padre y Román se lo llevó de allí le acarició la espalda durante el trayecto para hacerle sentir mejor, así que ahora Gabriel trata de imitar esas caricias. Son el único consuelo que conoce.

—Es triste... yo no quiero que mueras tampoco, pero Urobthos, la organización, mi manada... todo eso lleva a tu muerte y realmente yo renunciaría a mi venganza si pudiese tenerte vivo con ello, pero... pero tú también quieres morir y esta puede ser tu única oportunidad de salvarte de una eternidad llena de sufrimiento. Si solo hubieses encontrado el antídoto solo o mucho después de conocernos —ríe por lo irónico de la situación, por lo triste que es y lo planeada que parece, casi como si el destino tuviese un retorcido sentido del humor. —, es horrible, de verdad. No quiero que nada de esto pase.

—Pero tiene que pasar.

—Supongo que eso es lo más triste.

Ambos suspiran mirando al vacío, entonces Román abraza a Ángel de la nada y le dice:

—Cuando yo me haya muerto prométeme una cosa ¿Si? Prométeme que vas a vivir una vida feliz y que te asegurarás de que ese mocoso idiota de Gabriel se enamora de nuevo y se olvida de mí.

<<No puedo, no puedo...>>

Pero Ángel solo asiente, porque sabe que es lo que Román necesita escuchar y aunque su corazón se parta en dos por decirle tan cruel mentira, sabe que será más feliz así.



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