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Tomás está de pie, desnudo y apoyado contra los marcos del espejo. Desde esa posición en que sus piernas se hallan rectas y su torso está levemente doblado hacia su reflejo puede verse perfectamente: el rostro lleno del goteo del cabello húmedo es lo primero que encuentra, pero se avergüenza hasta ante sus propios ojos, así que para no sentirse observado ni por él mismo, se aparta la mirada; no ve su cuello, pero sí sus clavículas marcadas, el pecho blanquecino con botones levemente rosados, la tripa hundida, su miembro colgando inerte y las piernas delgadas en una posición que lo deja expuesto. Tras su lechosa piel la oscura figura de su amo, ya vestido en sus típicos ropajes negros y largos, se embucha las manos en guantes de cuero, agarra una toalla y le frota el cuerpo entero.

Lo está secando despacio, haciéndose cargo de todas las zonas sensibles o heridas de su piel con tal de que no duela ni un solo roce. Es un tacto cariñoso, agradable cuanto menos y muy muy cuidadoso, Tomás no tiene ni una sola queja, pero aún así su corazón está latiendo con acelero y cada centímetro de él tiembla aterrado.

—Mi pequeño —el vampiro dice, pronunciando las primeras palabras en varios minutos de silencio generados por el shock del menor al escuchar sus deseos mientras estaban en la bañera. —¿Sigues asustado por lo que he dicho antes?

Tomás asiente despacio, siente el cuello rígido, rechinando mientras lo mueve abajo y lo alza de nuevo. Desmond besa un lunar en su tobillo, acaricia sus piernas en toda su longitud con los guantes hasta llegar a los muslos, los separa un poco y besa otra peca, esta vez en la cara interna de la pierna. El chico suspira gustoso, pero sigue tenso.

—Solo de imaginarle haciéndome esas cosas, mi señor, yo... creo que tendré pesadillas.

El vampiro ríe bajito, notando que ha vuelto a hablarle de usted y usando un nombre de respeto para dirigirse a su persona, supone que porque está asustado. Quizá no debería ser así, pero la resulta adorable. Ha secado ya sus piernas, así que se yergue y pasa la toalla por su espalda. Sus iniciales están ahí, escritas en piel quemada, piel que jamás volverá a ser la misma, que nunca volverá a ser bonita. Le gustaría poder retirar su marca por mucho que ame tener a sus mascotas marcadas. Asea la zona rápido, tomándolo después por los brazos y manejándolo fácilmente: lo hace girarse para secar su pecho y abdomen, cosa que Tomás podría hacer solo, pero que él disfruta más. Ama cuidarlo. El humano mira al suelo mientras lo seca, incapaz de comportarse tan confianzudo como de costumbre.

—No seas tonto, no te haré esas cosas, lo hemos hablado.

—Pero podría —responde el chico lleno de coraje y apretando los puños. Cierra los ojos con fuerza y dice. —¡Podría y eso es lo que me da miedo! Yo no soy nada, solo soy un humano y... y... y eso significa ser como un objeto. Desmond, es aterrador, no lo entiendes...

—Sí lo entiendo —responde con voz dura. —, lo he entendí antes de que tú nacieses. —le recuerda, ciertamente rencoroso.

Tomás traga saliva, es la primera vez que ve al vampiro ofendido de ese modo y se arrepiente de haber usado sus palabras. Recuerda que Desmond es el chico anónimo, que Desmond fue él y con un amo mil veces peor.

—Pero a veces parece que no lo recuerdes... —se corrige, susurrando. —Lo que me da miedo es que si quisieras podrías hacerme toda esa case de cosas horribles y nadie me salvaría ni querría salvarme. Es realmente aterrador porque no hay forma de que yo... de que yo lo impida si decides cambiar de opinión sobre si tratarme bien o no.

—No lo haré, no cambiaré de opinión.

—Incluso si te creo —el chico sube la cabeza, sus ojos brillan, llenos de sentimientos contenidos. —lo único que tengo es tu palabra. Eso —traga saliva —es lo que me da miedo.

Desmond no le responde. Él el quien tiene el privilegio de ser libre, él es quien tiene un papel que dice que Tomás es su propiedad, él es quien posee un distrito entero y a los humanos que en él se vende como comida. No necesita también la última palabra.

Desmond le da otro de esos pijamas holgados hechos para cubrir a las mascotas, pero dejarlas sutilmente vulnerables, desnudas si uno se fija en el traslúcido satín. Su mascota se viste con él, dándole una sonrisa compasiva a su amo. Sus palabras son duras sentencias, pero pese a ello no está juzgando al vampiro y quiere que este lo sepa.

El chico se abraza a sí mismo, recreándose en la suavidad del tejido y en su aroma levemente frutal, recién lavado. Desmond lo abraza por detrás y deja un diminuto beso en su cuello.

—¿Tienes hambre? —Asiente, haciendo que el cabello que le llega casi por los omóplatos la roce la nariz al vampiro. —He mandado a uno de mis súbditos a comprar comida, puedes bajar ahora y hacerte algo si quieres. —hace una breve pausa, espaciada con otro par de besos en su cuello, cada uno sobre una cicatriz distinta de un mordisco. —Estaré contigo mientras cocinas, Vlad está molesto y no quiero que lo pases mal si él decide acercársete ¿De acuerdo?

El chico hace un leve sonido de asentimiento.

—Gracias. —añade con un dulce tono que Desmond no se cansaría de oír nunca.

—Vámonos, entonces.

El castaño le sigue dócilmente escaleras abajo, cruzando el pequeño espacio que da al comedor y la entrada y dejando que atisbe lo que sucede en el sofá de la sala principal. Desmond no ha mirado en esa dirección, a diferencia su mascota, pero sus agudos sentidos deben haberle informado mucho antes de lo que sucedía, por lo que Tomás decide imitarlo e ignorar los hechos. Ha visto al chico peliblanco arrodillado frente a su amo, lamiendo con esmero su excitación, sangrando por las muñecas y el cuello de mientras y usando esas mismas heridas para hacer más lúbrica la masturbación. El espectáculo le revuelve las tripas, pero no dice nada y trata de cerrar muy fuerte los ojos, queriendo olvidarlo.

Una vez en la cocina ya no puede verlo más, así que se relaja un poco. Va a la nevera, queriendo ver de que ingredientes nuevos dispone ahora.

Alza las cejas al ver las abundantes compras hechas y el vampiro advierte su expresión.

—Ha sido Víctor quien ha hecho la lista de la compra esta vez. —le informa, asomándose también. Silva de asombro al ver la gran variedad de alimentos, no conoce ni la mitad, pero todos lucen coloridos, frescos y asume que nutritivos. —Le ha pillado el gusto a cocinar para... —se muerde el labio, Vlad puede estar escuchando, así que se corrige de inmediato: —Le ha pillado el gusto a cocinar.

—Claro, él es médico, deberá estar interesado también en la nutrición —Tomás dice distraído, recorriendo los estantes con el dedo mientras piensa en qué va a hacer. —¿Tú sabes cocinar?

—¿Yo? —La pregunta toma a Desmond con la guarda baja y por poco le hace reír. —Nunca tuve demasiado que cocinar cuando era humano, comía pan, agua y a veces carne seca que me daban, pero no cociné nunca.

—¿Quieres ayudarme a cocinar entonces?

Desmond parpadea un par de veces con incredulidad. Tom no parece que le de gran importancia a lo que acaba de decir, solo espera una respuesta mientras va sacando distintas cosas de la nevera y las dispone sobre el mármol.

—¿Si? —insiste preguntando más despacio, pero con un tono más afilado.

Desmond se siente idiota y se avergüenza, pero finalmente asiente.

—¡Bien! Haremos algo dulce, no muy difícil, yo tampoco soy un gran cocinero.

El vampiro observa como el chico cuenta los alimentos que tiene delante suyo, comprobando tener suficientes. Él los analiza también: hay un par de huevos, una barra de mantequilla, un saco de harina y otro de azúcar y, a un lado, fresas.

Desmond inspira, sintiendo el aroma de los distintos alimentos. Ninguno de ellos es picante, pero le arde la nariz por tantos estímulos.

—¿Empezamos? —pregunta el chico con una enorme sonrisa y correteando de un lado a otro de la cocina con alegría. —¡Estoy emocionado! Me encantan las cosas dulces.

—¿Por qué no las cocinaste antes?

—Uhm... me daba miedo que lo considerases una estupidez y me castigases por ello, amo. —admite mordisqueándose un labio mientras aprovecha que busca un bol y varillas para no mirar al vampiro a la cara. —Yo voy juntando los ingredientes y batiendo la masa para las tortas ¿Haces tú la mermelada?

Desmond se encoge de hombros, cualquiera de las dos cosas le desconcierta, así que decide dejarse mandar por el chico.

—Vale, entonces corta las fresas en cuatro trozos cada una y échalas a un cazo pequeñito con azúcar, creo que a fuego lento. Luego solo vas removiendo hasta que se queda espeso.

Desmond asiente, observando de reojo como el chico hecha a ojo cantidades de algunos ingredientes en su bol color celeste. Mientras lo hace, tararea una canción e incluso mueve un poco las caderas, bailando.

—Hay locales con música por aquí cerca... —dice el vampiro casi con timidez. —Digo, por si te gusta bailar.

—¡Oh! —el chico frena de golpe, dándose cuenta de su pequeño contoneo y, al instante, enrojece. —Yo no se bailar, solo lo hago cuando cocino o hago cosas que me gustan porque me emociono, pero realmente soy ridículo bailando, me daría vergüenza ir... aunque puedo intentarlo.

—A mí me parece que bailas bien —responde Desmond en tono suave, después se coloca detrás del chico, pone las manos en sus caderas y lo mueve como a un muñeco, emulando con cierta rigidez lo que el chico antes hacía. Lleva la cintura a un lado, luego a otro, como si fuese una ola que va y viene, lo hace subir y bajar un poco, logrando que el movimiento pona en mancha las piernas y pase de ser animado a sensual. —, muy bien. —susurra en su oído, pegándose un poco él y moliendo las caderas contra las del chico, que empieza a quedarse acartonado y cada vez más reacio a bailar.

Su corazón se acelera, la respiración, bajo su aliento, se siente rápida y sus mejillas están tan rojas que puede sentir la sangre en ellas.

—¿Iremos... iremos a bailar pasado mañana, cuando me lleves de paseo? —Desmond sonríe en su cuello, causando un escalofrío y dejando un beso. El chico suena... ansioso. Realmente quiere no solo salir, sino salir con él y él no puede esperar a sacarlo a las calles de su distrito y verlo emocionado revoloteando por ellas como una mariposa en primavera.

Después de llevarlo de aquí para ella y dejarlo explorar cual niño lo hará entrar en tiendas para humanos y lo cubrirá de regalos, va a comprar cada pequeño capricho que se le antoje y, entre esos deseos, habrá un hermoso ropaje que le hará ponerse antes de llevarlo a la pista de baile. Se le hace la boca agua con solo imaginar los rostro llenos de envidia de los otros vampiros cuando lo vean asistir a la fiesta no solo con una mascota hermosa, sino también con una sonriente que es capaz de molerse contra su cuerpo y bailar, disfrutando de la música y no solo obedeciendo una orden.

—Por supuesto...

Desmond se aleja, no sin antes dejar otro casto beso, esta vez en la nuca del chico, y empieza a cortar las fresas mientras Tomás trata de ablandar la mantequilla e integrarla con la harina y el azúcar. En el proceso decide echar un poco más de este último y, después, lamer la cuchara y sonreír por el sabor empalagoso.

Una vez cortadas, Desmond hecha las fresas a una pequeña olla que el chico ha puesto a calentar y este, notando el despiste del vampiro, vuelca el tarro de azúcar haciendo que nieve un poco sobre las frutillas.

—Realmente te gusta el dulce —dice el vampiro alzando las cejas con asombro.

—A todo el mundo le gusta ¿A ti no te gustaba cuando eras humano?

Desmond cavila, pero no halla respuesta. No se recuerda a sí mismo comiendo nada dulce jamás, aunque sí oliendo las pastas de una panadería a la que no le dejaban ni entrar por andar siempre con los bolsillos vacíos. Se encoge de hombros.

—Aunque ahora puedo asegurarte que sí —añade con malicia.

—¿Yo soy dulce? —pregunta rápido, como queriendo librarse de la vergüenza para poder escupir ya esa duda sin titubear.

—Mmmm, no sé —murmura llevándose la mano al mentón y haciéndose el pensativo. —, déjame probar, que se me ha olvidado.

Tomás está a punto de darle una negativa sacándole la lengua y negando graciosamente, pero el vampiro lo toma por la cintura y lo levanta, sentándolo en el mármol de la cocina y besándolo con voracidad después. Hace demasiado que no lo besa, cada segundo lejos de sus labios le pesa demasiado, así que al principio bebe de su boca con una sed que parece no tener fin. Le muerde y chupa los labios fieramente, entra apresurado a su boca, recorriendo con la lengua como para asegurarse que todo está en su lugar y dando un fuerte abrazo a la otra con un contacto húmedo, apabullante. Tomás se abruma al principio, se olvida de respirar durante los primeros minutos del beso y cuando el vampiro ya se ha calmado y le cede un poco el control él se siente suficiente seguro como para corresponder. El chico nota como la mano del vampiro deja su cintura, la espera, lleno de deseo y una pizca de miedo, apretando su muslo, su cuello, su muñeca, tirando de su pelo, sosteniéndole el rostro, arañándole el abdomen. Pero no la siente.

Entreabre uno de sus ojos, tratando de resolver el misterio de la mano desaparecida, entonces tiene que morderse la lengua para no reír cuando ve que el vampiro está removiendo las fresas mientras lo besa para que no se quemen y haya un accidente en la cocina. Piensa, con cierta ironía, que Desmond es un hombre atento y sigue besándolo. Quizá está distraído por la mermelada, pero le parece bien tenerlo así porque le parece más sencillo besarlo, menos aterrador al menos.

Tener a Desmond moviéndose calmadamente en sus labios le da suficiente seguridad como para ahuecar sus manos y sostener el frío rostro del vampiro, la suficiente valentía como para morderle el labio y tirar de él.

—Muy, muy dulce... —dice el vampiro burlón, respondiendo a la ya olvidada pregunta. Tomás ríe, señalando discretamente a un lado.

—¿Yo o eso? —pregunta mientras su dedo apunta a la mermelada.

Desmond niega y rueda los ojos con diversión, separándose de él y volviendo a su tarea como ayudante de cocina. El chico, aunque enrojecido y con el pulso acelerado, también vuelve a su labor y empieza a batir el huevo junto a todo lo demás.

—Creo que se me ha llenado el culo de harina —se queja, palmeándose el trasero mientras mira el reluciente mármol.

Como era de esperar, una nube blanca sale por cada manotazo y el vampiro lo mira sonriente al verlo molesto.

—No te azotes demasiado fuerte, ese es mi trabajo. —le dice juguetonamente, apagando el fuego cuando el sirope se ha espesado bastante.

Tomás da un saltito de emoción, se acerca a la olla caliente e inhala una bocanada de aire que parece eterna.

—Oh, huele genial —dice aplaudiendo para sí. —, quizá te tenga cocinándome la cena cada noche.

—Quizá yo te tenga a ti siendo mi cena cada noche.

El chico tiene un escalofrío, el tono ronco, colmado de deseo, y la mirada obscura del vampiro hacen que esa broma suene más tenebrosa de lo que debería.

—No seas malo. —le reclama, apuntándole con unas varillas llenas de masa de tortitas.

Desmond aparta el sucio utensilio de su cara empujando un poco la muñeca del chico y se inclina para besar su frente.

—Contigo nunca —le susurra cariñosamente. —, ya no.

—¿Podemos hablar un momento?

Ambos se giran con sorpresa hacia la entrada de la cocina. Tomás recula cuando Vlad, cruzado de brazos, lo mira fijamente y con cara de pocos amigos. Desmond aprieta los labios y trata de ocultar su enfado mientras se dirige hacia él.

—Ves haciendo las tortitas, en nada vendré contigo ¿De acuerdo? —le dice al chico con una sonrisa, pero para cuando se voltea hacia Vlad sus ojos son tan fríos que hielan la sangre.

Desmond sigue a Vlad, que no se molesta a ir más allá del salón para conversar con él, seguramente a sabiendas de que Tomás estará apartado de la conversación, pero todavía podrá oírla si pone atención. Y todos saben que va a prestar atención.


Fin del cap ¿Qué os ha parecido?

¿Qué opináis del cambio de loa diversos personajes desde el incio de la historia?

¿Os gusta como están las cosas ahora?

¿Qué pensáis que le dirá Vlad a Desmond?

Gracias por leer, nos vemos en el próximo cap <3


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